El PSOE entra en campaña electoral reclamándose como la única garantía de un próximo gobierno progresista y social, en contraposición a la amenaza de la derecha y la extrema derecha. Apela al voto útil, reivindicando el legado de los ocho meses que Pedro Sánchez ha ocupado la Moncloa. Sin embargo, un análisis detallado de sus políticas, desmienten que el gobierno Sánchez haya tenido tal contenido positivo.
Hay que recordar que Sánchez llegó al gobierno tras la moción de censura a Rajoy. El gobierno del PP, enfangado en casos de corrupción, era cuestionado cada vez con mayor virulencia. Es decir, el recambio de Sánchez ha servido en primer lugar para estabilizar una situación que se deslizaba peligrosamente a la agitación social, sin cuestionar el el legado de políticas de Rajoy.
El gobierno de Sánchez con lupa
En estos meses, y olvidándose de sus promesas anteriores, Sánchez mantuvo intactas la Reforma Laboral, la Ley Mordaza, la LOMCE y tampoco ha vinculado las pensiones al IPC ni a derogado el factor de sostenibilidad. Para Cataluña, a pesar de una retórica dialogante, Sánchez mantuvo su negativa a acordar ningún referéndum de autodeterminación, reivindicó la intervención a la autonomía catalana con el artículo 155 y ha mantenido la acusación de “sedición” a través de la abogacía del Estado en el juicio a los dirigentes independentistas. Respecto al drama de la inmigración, a pesar del primer golpe de efecto del buque de rescate Aquarius, Sánchez se ha caracterizado no sólo por mantener, sino incluso por endurecer las políticas de puertas cerradas que provocan que el Mediterráneo se haya convertido en una inmensa fosa común (devoluciones en caliente – inmovilización de los buques de salvamento humanitario).
Su gran baza es el aumento del salario mínimo, una medida de impacto limitado sin derogar la reforma laboral, debido a lo extendido del fraude laboral (especialmente en los sectores precarios, donde se concentran los salarios más bajos) y de la contratación a tiempo parcial. Dicha medida tampoco modificó el IPREM, que regula el cálculo de las prestaciones sociales. De hecho, a pesar de toda la retórica sobre “recuperar la calidad del empleo”, las cifras de temporalidad se mantienen inalterablemente elevadas.
La otra carta que juega es el anuncio de exhumación del dictador Franco, que aún no podemos dar por segura, ya que está en manos del Tribunal Supremo. En cualquier caso, los restos del dictador irían a parar a otro cementerio donde podrá ser honrado públicamente, y el Valle de los Caídos se mantendrá como un monumento de exaltación fascista, con José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange, presente. Mientras, torturadores como Billy el Niño mantienen sus medallas policiales.
Algunas medidas sociales de última hora, como la vuelta al antiguo subsidio para mayores de 52 años, el aumento del periodo de paternidad o el incremento del periodo de alquiler de 3 a 5 años son de muy pequeño calado, y de un contenido de propaganda electoral insultante.
En cualquier caso, todas las medidas sociales son inevitablemente efímeras, ya que aumentaron el gasto presupuestario, pero no los ingresos, al renunciarse a aumentar la presión fiscal sobre las grandes fortunas y empresas. La UE, a la que jura obediencia el PSOE, reclama inflexiblemente una severa política de contención del déficit.
Sámchez como protector de las medidas de Rajoy
Haciendo balance de lo descrito, podemos resumir que los meses de gobierno de Sánchez han servido sobre todo para, concendiendo algunas medidas de importancia muy menor, cerrar la inestabilidad social abierta por la corrupción de Rajoy y el PP, salvando todas las medidas relevantes que implementó el gobierno anterior.
Un posible gobierno del PSOE tras las elecciones generales, ya sea en alianza con Ciudadanos o con Podemos, no haría sino abrir paso a que continúe el crecimiento de la ultraderecha. Cuando “la izquierda” (como se auto-denomina el PSOE) se mantiene sumisa al régimen monárquico, a los oligarcas del IBEX-35 y a la UE, traiciona a la clase trabajadora y a la gente humilde. Esto, lejos de construir una muralla contra la derecha, provoca la desmovilización de nuestra gente, abriéndoles paso a los reaccionarios.