Hace cinco años, en marzo de 2011, un grupo de niños de Daraa pintó en el muro de su escuela las palabras “Libertad” y “El pueblo quiere la caída del régimen”, animados por las protestas en la Plaza Tahrir de Egipto. Algunas horas después, estaban todos detenidos y solo fueron liberados días después, todos con claras marcas de tortura en el cuerpo. Este pequeño gesto fue la gota que colmó el vaso y dio inicio a unas de las revoluciones más dramáticas y profundas de las últimas décadas, la revolución siria.

Por LIT-CI

Cinco años después, volvemos a ver las calles sirias llenas de gente empuñando la bandera verde de la revolución, cantando las mismas consignas pintadas en el muro de Daraa: “Siria quiere libertad”, “El pueblo quiere la caída del régimen”. El escenario de las protestas, no obstante, ha cambiado mucho. Las protestas que antes ocurrían en ciudades florecientes como Damasco, Homs y Aleppo, ahora ocurren en medio de escombros y ruinas. Las ciudades sirias están prácticamente irreconocibles.

La revolución, que comenzó pacífica, se convirtió en una sangrienta guerra civil que tiene un saldo hasta el día de hoy de más de 400.000 muertos, 4 millones de refugiados, 10 millones de desplazados internos, decenas de miles de detenidos y desaparecidos, 500.000 personas bajo asedio y 4.6 millones de personas en zonas de difícil acceso. El enfrentamiento entre revolución y contrarrevolución no podía haber tomado una forma más brutal que la que se da en Siria. Este es el signo de nuestros tiempos.

El principal responsable por esta catástrofe humanitaria es Bashar Al-Assad y sus aliados. Las milicias libanesas del Hezbollah, la Guardia Revolucionaria de Irán y, más recientemente, la aviación rusa, que empezó una campaña aérea de bombardeos indiscriminados principalmente sobre las zonas controladas por la oposición con el objetivo de fortalecer militarmente el régimen sirio. Assad perdió cualquier tipo de legitimidad para gobernar y su falta de escrúpulos queda más clara día tras día. Ha reprimido las protestas pacíficas de una forma totalmente sangrienta, con francotiradores, tanques, armas químicas y bombas de barriles explosivos. Está matando a su pueblo para no dejar el poder.

La llamada “comunidad internacional” actuó con cobardía y complicidad ante la brutalidad de Assad y sus aliados. EEUU ha asumido un discurso de oposición al régimen después que la revolución ya estaba en un nivel en el que no había vuelta atrás, siempre con el objetivo de mantener la “estabilidad en la zona”, su estabilidad, y el equilibrio de poder a nivel internacional. Obama ha observado inerte al uso de armas químicas contra civiles desarmados, la tortura practicada en las prisiones, los asesinatos a sangre fría en plena luz del día y el asedio criminal a poblaciones enteras que han pasado meses y meses sin recibir alimentos ni medicamentos y han tenido que recurrir a los animales domésticos y a las plantas para no morir de hambre.

Las potencias imperialistas, en su afán de mantener el dominio estratégico del Oriente Medio, para sus fines económicos y comerciales, han permitido un verdadero genocidio, han aceptado todas las condiciones impuestas por Rusia. Han preferido los acuerdos nucleares con Irán, los pactos políticos con Israel, el comercio petrolero con Arabia Saudita, en detrimento de centenas de miles de vidas humanas. Esta es la lógica que rige el sistema capitalista hegemónico en el mundo.

Las potencias regionales como Turquía, Arabia Saudita, Qatar e Irán han intervenido en el conflicto, apoyando a uno u otro bando con la mirada puesta en el equilibrio de fuerzas regional. Arabia Saudita no quiere dejar que crezca la influencia de Irán; Turquía quiere dominar una parte de Siria e impedir que los curdos conquisten su autodeterminación nacional; Qatar quiere expandir sus dominios; e Irán no quiere perder un aliado en la región. Israel tiene miedo a que un gobierno independiente en Siria cambie de actitud en relación al control de los altos de Golán y en relación a la domesticación de los movimientos palestinos, y por eso prefiere que todo siga igual.

En el conflicto están interviniendo también un puñado de grupos contrarrevolucionarios de ideología salafista, basada en lecturas totalmente dogmáticas del Corán, como el Frente Al-Nusra y el autodenominado Estado Islámico. Grupos que independiente de su orientación militar en un determinado momento del conflicto, no representan los verdaderos deseos del pueblo sirio de libertad, justicia e igualdad social. Grupos que solo pudieron crecer y expandirse con la ayuda del régimen por un lado, y de la acción de las potencias imperialistas, sobre todo EEUU, por el otro. Grupos que nada tienen que ver con las formas organizativas y democráticas del inicio de la revolución, los Comités de Coordinación Locales.

El viernes 4 de marzo marcó el resurgimiento de las protestas pacíficas en las calles en más de 100 localidades por todo el país. Protestas que, como dijimos al principio, levantaron una vez más las consignas coreadas en los primeros meses de la revolución. Protestas que seguramente callaron a las innumerables voces dentro incluso de la izquierda que daban la revolución por muerta y enterrada. Protestas que llenan una vez más nuestros corazones de esperanza de que es posible acabar con este régimen podrido que solo sigue en pie por el apoyo de sus aliados externos.

La revolución siria es uno de los procesos más profundos de los últimos años. Protestas masivas, comités locales que cumplieron el papel de organismos de doble poder, crisis y división de las fuerzas armadas, guerra civil. Una revolución que está demostrando que el capitalismo no ofrece alternativa a las masas que ansían su emancipación.

Uno de los aspectos trágicos de la revolución siria fue el papel de la izquierda castro-chavista pro Assad. Se autodenominan anti-imperialistas de izquierdas, pero de eso no tienen nada. Se pusieron desde el principio al lado del dictador que masacraba la población civil, contra un pueblo que se había levantado contra la tiranía. Han tildado los activistas sirios de terroristas, agentes del imperialismo, islamistas y otros adjetivos. Esta falsa izquierda pagará por su traición.

La revolución siria se enmarca en una situación revolucionaria en todo el Oriente Medio y el Norte de África. Está relacionada con las protestas en Túnez, las huelgas en Egipto y Palestina, las movilizaciones en Iraq, Líbano y Turquía. Pese a la violencia de la contrarrevolución, resisten y no han sido derrotadas. Los problemas que están en la base de estas sublevaciones se mantenían o han empeorado. Pobreza, desempleo, falta de servicios públicos, la ocupación sionista, dictaduras abominables, etc.

El alto el fuego firmado entre EEUU y Rusia se da en el marco de una situación que se vuelve cada vez más compleja en el Oriente Medio y de la “crisis de los refugiados” en Europa. La UE muestra su verdadera cara con la política de construir muros, reforzar las fronteras, discriminar a los refugiados y, más recientemente, votar una ley que prevé la devolución de los refugiados que lleguen a partir de ahora. Quieren convertir Grecia en un gran campo de concentración a cielo abierto. Tsipras y Syriza se convertirán en los agentes principales que implementarán esta política que en mucho se asemeja a lo que los Nazis hicieron durante la II Guerra Mundial. Eslovenia, Croacia y Serbia han comenzado a aplicar restricciones fronterizas que suponen el cierre efectivo de la ruta de los Balcanes para los refugiados.

Desde la Liga Internacional de los Trabajadores seguimos apoyando el levantamiento del pueblo sirio contra el régimen opresor de Bashar Al-Assad. Seguimos creyendo que la principal tarea es su derrocamiento. Seguimos al lado del pueblo contra las intervenciones extranjeras como las de Rusia, EEUU, Arabia Saudita, Turquía e Irán. La revolución árebe sigue su curso, con altos y bajos, y vamos a apoyarlas hasta el final.

¡Viva la revolución siria!¡Por la derrota de Bashar Al-Assad!¡Contra el Estado Islámico e las intervenciones externas!¡Por la apertura de fronteras en la UE!¡Libertad a los presos políticos!