La inestabilidad de las principales Bolsas de Valores de China (Shangai y Shenzhen) parece no tener fin. Después de la caída de 32% en solo 17 días, entre junio y julio, el 24 de agosto quedó marcado como el de mayor caída de la Bolsa de Shangai (8,5%) en solo un día desde 2007, cuando se iniciaba la crisis económica mundial que se arrastra hasta hoy. El resultado fue la caída generalizada de las bolsas en todo el mundo.
El Diario del Pueblo, periódico del Partido Comunista de China (PCCh), llamó este día “lunes negro”, una denominación racista inaceptable en un país donde 100% de la burguesía del país y los miembros del gobierno –los causantes de la caída de las bolsas– son blancos.
Al contrario de lo que la prensa mundial intenta mostrar –un día malo para las bolsas– hace por lo menos dos meses que la dictadura china viene haciendo esfuerzos para salvar el mercado de acciones.
El gobierno consiguió reducir la sangría el 9 de julio, después de la intervención de inmobiliarias financiadas por bancos estatales y la compra masiva de acciones de las estatales por ellas mismas (ver nota en el este site: Caída de las bolsas chinas profundiza las contradicciones de la economía del país), pero no impidió que el mal desempeño de la economía china continuase influenciando el valor de las acciones negociadas. En total, se estima que el gobierno inyectó U$S 300.000 millones para intentar estabilizar las bolsas… solo para verlas caer de forma aún más violenta.
Los llamados países emergentes son muy afectados
Si en julio, erróneamente, la prensa afirmaba que el problema era local y que no afectaría el mercado mundial, esta vez no hay cómo tapar el sol con un cernidor. El valor de las materias primas (commodities) compradas por China (con excepción de alimentos) cayó vertiginosamente. Fue la mayor caída de precios desde 1999, el preludio de otra crisis económica, que tuvo inicio en 2001.
Con eso, los países exportadores de estas mercaderías ven disminuir una de sus principales fuentes de ingresos, lo que va a profundizar la crisis económica que golpea fuerte en países como el Brasil, Rusia y África del Sur, y puede ser el inicio en otros, como Indonesia, Colombia y Australia. En Indonesia, el carbón se acumula en los puertos y hasta productos como el aceite de palma sufren una caída de la importación por China. En África del Sur, las mineras de oro, platino y hierro están despidiendo. La minera Lonmin, por ejemplo, anunció el despido de 6.000 trabajadores hasta 2017, 20% de su fuerza de trabajo. Los ingresos de la Vale, la mayor productora de mineral de hierro del mundo, cayó 29,7% en el segundo trimestre de 2015 debido a la reducción de la demanda, y ahora deberá caer aún más debido a la caída de los precios. Rusia, que vive una fuerte crisis causada por la caída de los precios del petróleo –su principal fuente de divisas extranjeras– y que había girado su economía al abastecimiento de productos a China, a raíz del embargo económico europeo y norteamericano, ve empeorar su situación. En Tailandia, la exportación de goma para las fábricas de neumáticos chinas cayó 20% en relación con 2014.
Países dependientes cada vez más pobres
Como consecuencia de la caída del comercio, las monedas de los países semicoloniales sufrieron una desvalorización tremenda en relación con el dólar. En otras palabras, las naciones dependientes económicamente del imperialismo –principalmente el norteamericano– quedan más pobres en relación con las naciones ricas.
Solo la desvalorización de la moneda china, el yuan, causó una pérdida estimada en U$S 5 billones (Economist, The great of China, 29/8) en los mercados de acciones. En Rusia, el rublo se desvalorizó casi 100% con relación al año anterior, en tanto en el Brasil el real cayó casi 36%. La rupia, moneda tailandesa, cayó 12,5% y el peso mexicano, 23%. Hasta países considerados estables, como Colombia, vieron su moneda –el peso colombiano– caer 60% (todas las caídas medidas en relación con el dólar).
Esto significa que los productos de estos países se hacen más baratos en relación con el dólar, facilitando la exportación. Pero no solo los productos sino también las fábricas que los producen, los inmuebles, los recursos naturales, los bancos, etc. La desvalorización de las monedas también lleva a un aumento de la inflación y, con eso, a la disminución del poder de compra de los asalariados.
El resultado es que las naciones dependientes quedan aún más vulnerables al imperialismo, pues sus multinacionales pueden aprovechar la oportunidad para hacer “buenos negocios” con la compra de patrimonios nacionales a precios mucho menores en dólares, llevando a la desnacionalización aún mayor de las economías de estos países y a la mayor concentración y centralización del capital, una de las formas con que el capitalismo resuelve sus crisis financieras.
El otro lado de la moneda es el aumento de la explotación de los trabajadores, por el robo cometido con el aumento de la inflación debido a la desvalorización de las monedas. Esa es otra de las formas encontradas por el capitalismo para resolver sus crisis económicas. Lo que vemos, es el aumento de la dependencia de los países coloniales y semicoloniales al imperialismo y una mayor explotación de los trabajadores.
Fin de la ilusión en China
El Wall Street Journal, portavoz del capital financiero de los Estados Unidos, expresó de esta forma la turbulencia causada por la caída de las bolsas chinas: “China deja de ser la salvación y se torna una amenaza a la economía mundial”, y explica que “las dificultades del gobierno chino en los últimos meses llevaron a muchos inversionistas a ver a China como una amenaza, no una salvación, para la economía global. Durante la crisis financiera de 2008 y 2009, China actuó como amortiguador de choques gracias a un colosal plan de estímulo. Recientemente, sin embargo, es China la que ha provocado choques”.
En otras palabras, la gallina de los huevos de oro está parando de poner. Pero la falta de racionalidad lógica de los mentores del imperialismo es impresionante. Pues fue justamente el “colosal plan de estímulos” de 2008/2009 lo que causó la actual caída de la economía china y su probable entrada en el club de los países en crisis (ya se habla de una reducción de 7% a 5% en el crecimiento del PIB en 2015 y hay quien afirma –Economist– que el crecimiento real es de 2-3%).
La inyección de miles de millones de dólares hecha por el gobierno chino en 2008 impidió que la crisis económica mundial, que daba sus primeros pasos, alcanzase al país aquel año, pero solo para postergar los problemas y no para resolverlos. Eso se dio porque se hicieron inversiones en infraestructura –capital improductivo– por el Estado, al mismo tiempo en que las luchas de los obreros forzaron al gobierno a garantizar aumentos del salario mínimo (recibido por la gran mayoría de los trabajadores en empresas privadas), por encima de la inflación desde entonces.
A pesar del aumento de la producción, los aumentos salariales impidieron que la burguesía china consiguiese un aumento de la tasa de explotación de sus obreros (aumento de la tasa de plusvalía). El resultado fue una superproducción de las más variadas mercaderías, pero principalmente de aquellas necesarias al sector de la construcción de inmuebles, que ahora viene dando muestras de agotamiento. No solo la tasa de ganancias no aumenta, sino que también el lucro comienza a bajar. El propio Wall Street Journal afirma que “la vieja receta de contar con inversiones del Estado y las exportaciones también han perdido eficacia. Las exportaciones cayeron 8,3% en julio con relación al año anterior, los encargos a las fábricas se estancaron y el inicio de nuevas construcciones cayó 16,8% en los primeros siete mes de 2015”.
La receta pregonada por el imperialismo es una sola: reformas para abrir el país (aún más) al capital extranjero, esto es, venta de las estatales, abertura del capital de los bancos estatales a la entrada del capital financiero privado, igualdad de “competitividad” entre las empresas estatales y las privadas, privatización de la tierra, etc. Es decir, la entrega de lo que aún queda propiamente nacional al dominio imperialista. La desvalorización del yuan cayó como guante para conseguir eso.
Esto muestra cuán frágil es uno de los argumentos de sectores de la izquierda frente a la expansión de la economía china: aquel país se habría transformado en imperialista en busca de nuevos mercados (África, América Latina) y una guerra victoriosa contra los Estados Unidos podría afirmarlo como el imperialismo más poderoso del planeta. En realidad, el comportamiento de los dirigentes del PCCh es típico de cualquier país económicamente dominado por el imperialismo en el resto del mundo. Y, por lo que parece, la relativa autonomía política del gobierno de Xi Jimping va desvaneciéndose rápidamente.
¿De qué crisis se trata?
Los principales diarios de los países imperialistas dicen que los problemas de la economía china se deben a la “falta de gobernabilidad” y que “el mundo está comenzando a concluir que China no es tan competente cuanto parecía, principalmente en la esfera económica”. En realidad, los dirigentes chinos seguirán a rajatabla las determinaciones del FMI para transformar a su país en una “economía plena de mercado”, y lo que se los impidió hasta ahora es la continuidad de la crisis económica mundial y la lucha de la clase obrera china, que se mostró mucho más resistente de lo que los dirigentes del PCCh imaginaban, y no se deja explotar fácilmente.
Lo que los economistas burgueses se niegan a ver es que la “crisis financiera mundial de 2008 y 2009” se mantiene hasta hoy, no acabó en 2009, y que el alivio de 2013 y 2014, sentido por los principales países imperialistas (crecimiento en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y Francia) no pasa de eso: un alivio, o una breve expansión económica en algunos países imperialistas acompañada por la entrada en crisis de países semicoloniales, principalmente las submetrópolis del imperialismo (Brasil, África del Sur, Rusia).
Por lo tanto, la crisis de las bolsas que afecta a China hoy no es una particularidad china y no quedará restricta a aquel país y a los países exportadores. Significa, en primer lugar, la entrada de la más importante submetrópoli del imperialismo, China, en la ola descendente de la economía. Y puede significar –aun cuando sea temprano para dar una posición afirmativa– el fin de la breve ola de expansión en los países imperialistas. Algunos ya están dando señales de esta posibilidad, como Alemania e Inglaterra, que tuvieron un crecimiento en 2014 igual al de 2013 (1,6% para Alemania y 2,6-2,7% para Inglaterra). Los Estados Unidos crecieron 3,1% en 2014, contra 2,4% en 2013 (todos los datos son del FMI), pero la previsión para 2015 es de estancamiento.
A lo que asistimos, por lo tanto, es a la mantención de ola larga descendente de contracción de la economía, con sus altos y bajos, con períodos de expansión cortos y localizados, seguidos de nuevos períodos de contracción, en general más largos y profundos. Como siempre ocurre en estos períodos históricos, la última palabra será dada por la lucha de clases y no por los ministros de Hacienda.
Traducción: Natalia Estrada.