Mientras la lucha social se recupera, la política catalana, empantanada desde las elecciones del 155, huele a agua estancada. Llevamos tres meses presenciando las pugnas intestinas entre ERC,JxCAT y el PDECAT en torno la investidura: un espectáculo donde, bajo frases engañosas como «hacer república»o «gobierno efectivo», no hay otra cosa que el acatamiento del orden monárquico español.
La maquinaria represiva del régimen, mientras tanto, no detiene la «causa general» contra el independentismo, la lengua catalana y el derecho a decidir, y amplía la persecución a todo aquello que critique el rey, el ejército, la guardia civil o la iglesia católica.
Un espectáculo muy poco edificante
La base independentista más comprometida ha comprobado estos meses una amarga verdad: que su dirección nunca tuvo intención real de levantar la República catalana y que prefirió entregarse sin luchar a desatar una movilización masiva que se le fuera de las manos. Los dirigentes se lo jugaron todo a presionar a la Unión Europea, la cual a su vez, tenía que presionar Rajoy y facilitar así una negociación que, aunque no condujera a la república catalana, llevase a un nuevo «encaje» dentro de la Monarquía, en torno a los 46 puntos presentados por Puigdemont. La dirección independentista nunca estuvo dispuesta a ir más allá.
Han justificado sus actuaciones como «jugadas de estrategia», hasta que ha quedado claro que su única estrategia era justificar la capitulación. Las declaraciones de los dirigentes ante el juez se han justificado en nombre de eludir o salir de la prisión, pero no eran ningún subterfugio.
Mientras la mayoría trabajadora observa el espectáculo como algo ajeno a sus preocupaciones, el gobierno Rajoy se frota las manos y la derecha (y la extrema derecha) españolista hace escarnio del independentismo, con el apoyo de personajes como Iceta, Villarejo o Frutos.
A la CUP le queremos decir que ya basta de exigir la «materialización» de una República ficticia o de hablar de «procesos constituyentes» que carecen de base. Que debería reconocer la cruda realidad: admitir la derrota política autoinfligida del independentismo, denunciar la dirección independentista oficial (sin omitir una severa autocrítica) y declarar que con ERC-PDCAT-JxCAT-ANC al frente nunca habrá República catalana.
La experiencia de estos meses ha mostrado que sin hacer caer la Monarquía española no habrá libertad catalana, que la lucha por la República española y por la República catalana van juntas. La República catalana no tiene que ser una consigna «separatista» sino una base para una unión libre de repúblicas, que es el que necesitamos como clase trabajadora; que satisfaga las reivindicaciones sociales y luche por una Europa de los trabajadores y de los pueblos.
Recuperar la lucha obrera y social
La histórica jornada del 8 de Marzo, las grandes movilizaciones en defensa de las pensiones públicas y la reanimación de la lucha obrera (expresada en huelgas como la de Titanlux, la del lote 22 del aeropuerto, los basureros del Penedès-Garraf o la lucha de las compañeras del Servicio de Atención Domiciliaria) muestran que la clase trabajadora catalana vuelve levantar la cabeza.
Lo hace en sintonía con el resto del Estado y superando los obstáculos de la burocracia de CCOO-UGT (que no han dudado a salir en auxilio de Rajoy con el reciente acuerdo de la Función Pública o tratando de reconducir la lucha de las pensiones a una reedición del Pacto de Toledo).
Ahora se trata de impulsar este movimiento, de fortalecer la lucha de la Marea Pensionista, de rodear de solidaridad las huelgas obreras y de unificar las luchas, aprovechando la convocatoria del 24 de marzo de la Marcha de la Dignidad y mirando ya a la 1.º de mayo. Sin dejar de banda la lucha contra la represión y por las libertades.