El pasado 23 de junio, mientras en Francia la clase obrera enfrentaba la reforma laboral del gobierno Hollande y la UE, en Gran Bretaña se celebraba un referéndum para decidir si seguían en la Unión. A pesar de la campaña del gran capital británico, europeo e incluso norteamericano, una parte mayoritaria de la clase trabajadora británica voto por salirse de la UE.
Por Roberto Laxe
Está claro que la política timorata del actual dirigente laborista Corbyn, de “nadar y guardar la ropa” ante una opción que enfrentaba a su base social, inclinada hacia la salida, con el aparato del partido, disciplinado al gran capital, facilitó la tarea de la derecha conservadora y del UKIP, para poner en el centro del debate la xenofobia y el racismo, ocultando el verdadero motivo. El voto fue contra las políticas neoliberales implementadas desde la época de Thatcher, sus sucesores, Major y Blair, y sobre todo desde el estallido de la crisis del 2007. Que la xenofobia y el racismo jugaron un papel central, seria infantil negarlo, pero también es cierto, como dicen muchos, “no todo votante por salir es un racista, pero todo racista votará por salir”; en un afirmación no exacta, pues las políticas xenófobas contra las personas refugiadas fueron impulsadas por el gobierno europeísta de Cameron.
Gran Bretaña fue junto con los EE UU uno de los epicentros de la actual crisis, seguidos por el Estado Español, pues fue en el tremendamente financierizado Reino Unido donde la burbuja inmobiliaria alcanzó cotas más grandes, llevándose por delante a bancos como el Nothern Rock, nacionalizado y posteriormente vendido, a fondos de pensiones, etc. En palabras de un alto ejecutivo del Banco de Inglaterra, “A lo largo de los últimos 160 años el crecimiento de la intermediación financiera ha sido superior, en más de un 2% anual, al crecimiento global de la economía. Dicho en otras palabras, el aumento del valor añadido del sector financiero ha sido el doble que el aumento del conjunto de la economía, en ese periodo de 160 años”. Si dicho sector financiero suponía el 1.5% de los beneficios de la economía entre 1948 y 1970, hoy representa el 15%.
Solo fue capaz de navegar en la crisis de una manera distinta al Estado Español, y los que ellos despectivamente llamaron PIIGS, por esa situación “especial” que el imperialismo británico tiene en al división internacional mundial, ser un centro financiero sin grandes industrias, todas o en manos extranjeras o deslocalizadas, y el control de la libra, que le permite absorber una parte de la plusvalía a nivel mundial para sufragarse y hacer políticas independientes de la zona Euro. Aún así, su pertenencia a la UE le obligaba a disciplinarse, así fuera a regañadientes, a las políticas de Bruselas. Esta disciplina fue la que asoció UE=decadencia, recortes y austeridad; la conclusión no podía ser otra que el triunfo de “salir”, a poco que la UE se tambaleara: la crisis de las personas refugiadas puso de manifiesto los desajustes que atraviesan a la Unión.
De Grecia a Gran Bretaña, pasando por Francia y los demás
No es la primera vez que la UE recibe un varapalo por parte de los pueblos. De hecho, cada vez que un estado consulta a la población la relación con la UE, ésta (y el gobierno de turno) recibe una derrota. Frente a la Constitución Europea, en datos citados por Vicenç Navarro, en Francia votó en contra el 79% de los trabajadores manuales, el 67 de los servicios y el 98 de los sindicalizados; en Holanda el 68% de la clase trabajadora; en Luxemburgo el 69. Y no hace tanto tiempo, un año, en Grecia la UE se llevó un rotuno OXI, que solo la traición de su dirección, Syriza, revirtió, pactando las políticas que ahora están convirtiendo a Grecia en un protectorado europeo, y en concreto alemán.
No es descabellado afirmar que la experiencia griega, el rechazo a las políticas de la UE, pesaron en el Brexit, reafirmando el profundo carácter de clase, internacional, de la respuesta británica.
En el fondo, la crisis de la UE
El Brexit no es la causa de la crisis de la UE, sino una de sus consecuencias, como el Oxi griego, las movilizaciones francesas…; dicho de otra forma, es consecuencia del capitalismo europeo actual que tomo forma jurídica en el Tratado de Maastricht y sus consecuencias de deuda, privatizaciones y desmantelamiento del Estado del Bienestar. Pero es una forma particular de crisis, puesto que la burguesía británica siempre tuvo una relación “especial” con Europa, que definiera Churchill en 1930, “estamos con Europa, pero no somos parte de ella”. Tras la II Guerra, cuando GB cede el cetro del mundo a los EE UU, su burguesía redefine su papel y se convierte en el “socio” europeo de la nueva gran potencia. Para los EE UU este papel es importantísimo, de ahí que Obama hiciera campaña por el remain; de esta manera tienen un pie dentro de un conglomerado económico que en algún momento podría hacerles sombra, además de ser una punta de lanza para las relaciones económicas entre ambos lados del Atlántico: Gran Bretaña como la mortadela del sandwich, a un lado los EE UU en el otro Europa, y ambos manteniendo Londres como centro financiero de primer orden.
Esta relación contradictoria se manifestó no hace ni dos años, cuando el Tribunal de Estrasburgo negó a Frankfurt el derecho a tener la sede de los intercambios en euros, que estaban en Londres (y siguen allí). Es surrealista, Londres con una política monetaria diferente a la de la zona euro, controla el trasiego financiero en euros. El Brexit tiene también este componente que agudiza las tensiones interimperialistas; al salirse de la UE el argumento para mantener el centro financiero del euro en la City no se sostiene y ya han comenzado los movimientos para hacerse con él.
La UE es una alianza entre potencias imperialistas contra la clase trabajadora europea y los pueblos del mundo. La crisis del 2007 agudiza sus tendencias opresoras y explotadoras, y es contra estas politicas que reaccionan los pueblos, unos a través de los referendums como griegos o británicos, otros, como los franceses con huelgas y ocupaciones; pero en todos los casos la respuesta se hace de manera aislada. Cada clase obrera, cada pueblo, enfrenta a sus gobiernos como si sus politicas no fueran parte de un plan del capitalismo europeo, sino fruto de los problemas nacionales o estatales. Esto se da en gran medida por el papel cómplice de las burocracias sindicales, la socialdemocracia y el neoreformismo que educan a sus bases en esta mentalidad nacionalista y no internacionalista.
Muchos de los partidos que rechazan las políticas de la UE, no lo llevan hasta el final quedándose en la mera exigencia de su regeneración, sin comprender que la UE es el problema; otros mantienen la oposición a esas políticas dentro de los marcos estatales. Los dos alimentan las salidas racistas y xenófobas, que son las únicas que aparecen ante la población trabajadora clara y abiertamente enfrentados a la raíz del problema, la Unión Europea. Para que el Brexit, el OXI griego, las movilizaciones francesas…. adquieran un carácter verdaderamente transformador hay que superar el nacionalismo de vía estrecha que los atenaza, y el rechazo a la UE tiene que ir ligado a la exigencia de “otra Europa es posible”, la Europa de los y las Trabajadoras y los Pueblos.