Todos los años por estas fechas de febrero los medios de comunicación se llenan de artículos, de opiniones y reportajes sobre el 23-F, donde el mantra mayoritario es el de que gracias al “rey a la fuga”, se evitó una nueva dictadura y se consolidó la democracia.

Dado que los documentos del 23-F que podrían desmentir, o confirmar, esa interpretación son secretos hasta el dia del juicio final, caben todas las interpretaciones posibles; desde la oficial de la consolidación de la democracia hasta la que sostiene una periodista no acusable de rupturista, Pilar Urbano, quien, citando a Suárez, opina que “el rey fue el alma” del 23-F. Dicho en plata, que el rey promocionó un autogolpe para consolidarse en el poder.

Como marxistas, tenemos la obligación de ir de la apariencia de las cosas a su contenido, salir de las palabras para ir a los hechos que definen una situación, y ver si lo que en realidad se consolidó fue “la democracia” en abstracto, o un régimen como el del 78, una “democracia vigilada”.
Los resultados del golpe
Dice Conan Doyle a través de su personaje, Sherlock Holmes, “si quieres saber quien es el criminal, busca primero al que se beneficia del crimen”; y siguiendo este sabio consejo, veamos los resultados políticos y sociales del 23-F.

Después del golpe, en 1982, el PSOE de González y Guerra ganaron por goleada las elecciones, con un resultado de escándalo. En palabras de Alfonso Guerra, eso iba a permitir que tras su paso por el gobierno a “España no la iba a reconocer ni su madre”, y bajo el lema del “cambio” llevaron a cabo una serie de medidas con ese objetivo:

Uno, la entrada en la CEE (actual UE), que cristalizó en 1986, con las consecuencias de todos y todas conocida, la desindustrialización y la conversión del Estado Español en la zona de “vacaciones” europeas a través de las reconversiones industriales en todos los sectores. Dos, la resolución de la crisis económica que se arrastraba desde los años 70, con medidas como la reforma de las pensiones públicas en el 86 o de sucesivas reformas laborales que desarrollaban los establecido en el Estatuto de los Trabajadores, “la dualidad del mercado laboral” hoy conocida como “precariedad laboral”. En ese Estatuto se rompe la unidad del mercado laboral, introduciendo la posibilidad de contratos eventuales en todos los sectores. Tres, la resolución del “conflicto” territorial. Con la aprobación en julio de 1982 de la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA), que es el eje fundamental de los pactos autonómicos suscritos por UCD y PSOE, se desarrollaba la idea del “café para todos” que la Constitución establecía a medias, esta reconoce la diferencia entre nacionalidades y regiones que podría abrir la puerta a ejercer el derecho a decidir. El artículo 2 de la LOAPA da al poder central la capacidad de interferencia en la actuación normativa de las comunidades autónomas, de cualquiera de ellas cuatro, la entrada en la OTAN, que junto con las luchas contra la reconversión industrial fue el punto de mayor oposición a las políticas del PSOE. De hecho, a nivel político por la extensión territorial que tuvo, la lucha por la convocatoria del referéndum y el igualado resultado del mismo -las encuestas pocos meses antes anticipaban la victoria del NO- fue uno de los momentos claves de los 80. Si el NO hubiera triunfado, la crisis política del régimen habría sido descomunal. La entrada en la OTAN, como en la CEE era un proyecto estratégico, no solo de las burguesías españolas, sino del imperialismo norteamericano y alemán.

Tras el paso del PSOE por el gobierno, la clase obrera retrocedió no sólo en sus conquistas laborales y políticas, con el aumento exponencial de la precariedad, sino que perdió a sectores claves de la industria desde Barakaldo hasta Ferrol, desde Cádiz hasta Cartagena, desde Getafe hasta el Baix Llobregat, pasando por Asturias y la minería; los sectores de la clase obrera que habían enfrentado al franquismo y construido las CC.OO, o habían desaparecido o estaban muy debilitados.
Política de gobierno o de régimen
Se ha presentado esas medidas de los años 80 como resultado de la política del gobierno del PSOE, y es relativamente cierto. El PSOE hizo lo que la UCD no habría podido sin provocar una respuesta social contundente, pero recordemos que los decretos de reconversión industrial, la política de entrada en la OTAN y la CEE y cerrar el conflicto nacional no era el programa del PSOE, eran los objetivos del gobierno de la UCD. Tan es así que muchos de los decretos de reconversión ya estaban aprobados por Suárez, y la entrada en la OTAN fue una medida de Calvo Sotelo.

La entrada en la CEE y la OTAN era una vieja aspiración de la burguesía desde los años 60, solo impedida por la presión de los pueblos europeos sobre sus gobiernos, que habían derrotado al fascismo en los 40 y no entenderían que entrara en esos organismos una dictadura que había formado parte del “triunvirato” fascista con Hitler y Mussolini. Solo un botón de muestra para entender la fuerza de esta presión social: en 1975, cuando el régimen fusila a 5 antifranquistas, más de 1.000.000 de personas se manifiestan en París, en Lisboa la embajada española es asaltada por cientos de manifestantes, los estibadores noruegos y británicos boicotean los productos españoles, etc… es de masas el rechazo al franquismo en toda Europa.

Lo que detona el 23-F es la necesidad del capital de dar un golpe de timón que sin perder el camino de la restauración de una -Monarquía parlamentaria, les abriera la puerta de la CEE y la OTAN. Para ello tenían que derrotar definitivamente a la clase obrera y los pueblos del estado, sin un derramamiento masivo de sangre que les volvería a cerrar las puertas de Europa.
El 23-F es la concreción práctica del “ruido de sables” que acompañó toda la transición cerrando la incertidumbre en la que el régimen todavía vivía. Todo lo que vino después, de los sucesivos gobiernos, no son más que el desarrollo en la consolidación del régimen del 78, que habría que llamar del “23-F”. De hecho, esto es lo que se les coló en los actos que estos días hicieron en el Congreso de los Diputados, cuando les llamaron “conmemoración del 23-F”. El subconsciente les traicionó.
Tras el intento de golpe de estado las políticas de retroceso sistemático se han sucedido, gobernara quien gobernara; porque el 23-F demostró una cosa, el verdadero partido de la burguesía española no es ni el PSOE, ni el PP que, por cierto, no existía en 1981, o bien era la UCD de Suárez o la Alianza Popular de Fraga; su verdadero “partido” son las instituciones heredadas del franquismo, la Casa Real, el ejército y la Judicatura. Los partidos en el gobierno son “gestores” de los intereses de las diferentes fracciones de la burguesía que se unifican alrededor de las instituciones del régimen.

Esta es la clave del bonapartismo del régimen del 78; no son las instituciones democráticas las que lo definen, el parlamento o las comunidades autónomas, sino las que nadie elige y son herencia del franquismo. Se podrán derribar todos los gobiernos que se quiera, y habrá que hacerlo porque son los gestores cotidianos de la política burguesa, pero no será un golpe central al dominio del capital porque mientras el régimen subsista, su política seguirá teniendo una cabeza visible: es el peso de las instituciones en la dominación de la sociedad lo que marca la diferencia entre un régimen parlamentario, aún con tendencias bonapartistas (Francia!), y uno bonapartista con rasgos democráticos (el Estado español).
Por eso, el 23-F no consolidaron ninguna democracia, sino que con un golpe de mano cerraron definitivamente la Transición y legitimaron a los herederos de Franco como “demócratas” y administradores del nuevo régimen.