Este año se han cumplido 20 años del atentado de la Torres Gemelas en Nueva York. Reproducimos un artículo de nuestro partido internacional, la Liga Internacional de los Trabajadores-cuarta internacional, en el que explica este hecho y su significado, para luego analizar su relación con la situación actual en Afganistán.
Ese día, tres aviones comerciales con sus pasajeros, que previamente habían sido secuestrados, fueron llevados a impactar sobre edificios del complejo World Trade Center, entre ellos, las famosas Torres Gemelas, que acabaron derrumbándose. Un cuarto avión se estrelló en campo abierto, luego de que los pasajeros se rebelaran, se presume que iba destinado al Capitolio o la Casa Blanca. Murieron 3.016 personas y más de 6.000 quedaron heridas, en su mayoría trabajadores de las empresas que tenían sus oficinas allí y personal de bomberos que acudió al rescate. Las impactantes imágenes recorrieron el mundo. El gobierno de George Bush hijo atribuyó este atentado suicida a la organización Al Qaeda, encabezada por el millonario saudita Osama Bin Laden, con apoyo del régimen del Talibán que gobernaba Afganistán.
En ese momento, muchos trabajadores y pueblos del mundo vieron con simpatía este atentado, con la sensación de que el imperialismo estadounidense “probaba de su propio veneno”, ya que en muchas ocasiones había invadido, agredido y bombardeado países y pueblos.
Compartimos ese sentimiento antiimperialista pero, al mismo tiempo, expresamos que la LIT-CI “no comparte la utilización de métodos individuales terroristas, de acciones separadas del movimiento de masas. Creemos que el camino para acabar con ese sistema es el de la acción directa de millones de trabajadores”[1].
En este sentido, consideramos que, para los revolucionarios, la principal tarea dentro de los países imperialistas es ganar a los trabajadores y a las masas para que apoyen las luchas de los pueblos oprimidos contra su propia burguesía imperialista, como ocurrió en EEUU durante la guerra de Vietnam. Por sus características (el mayor número de víctimas se produjo entre trabajadores inocentes), este atentado tuvo el efecto opuesto y creó una base de masas para la utilización política que Bush hizo del hecho.
El Proyecto del Nuevo Siglo Americano
Porque Bush aprovechó el efecto político que produjeron los atentados y, después del 11S, no solo consiguió el respaldo de sectores centrales de la burguesía imperialista sino también apoyo popular para su política, que ya no aparecía como agresiva sino que “nos están atacando y debemos defendernos”. En ese marco, lanzó la “guerra contra el terror” contra lo que llamó “el eje del mal”: entre otros, los gobiernos de Afganistán, Irak, Siria, Corea del Norte e Irán.
El contenido real de la guerra era el de llevar adelante el llamado Proyecto del Nuevo Siglo Americano: la necesidad de lanzar una ofensiva militar en el mundo para garantizarse el control de recursos naturales (como el petróleo) y de países considerados geopolíticamente importantes para ese control. El gobierno republicano de Bush producía un giro de timón sobre la política que venía aplicando el imperialismo estadounidense desde su derrota en Vietnam (centrada en otras tácticas para defender sus intereses) y volvía a la política agresiva de la Segunda Posguerra (entre 1950 y 1975).
La “guerra contra el terror”
El primer episodio de esa guerra fue la invasión a Afganistán, con participación de tropas de Gran Bretaña y otros países imperialistas, para derrocar el gobierno del Talibán (acusado de haber ayudado a los autores del 11S), en octubre de 2001. Esta coalición recibió el nombre de Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad (ISAF). El paso siguiente fue la invasión a Irak, en marzo de 2003, para derrocar el gobierno de Sadam Hussein (acusado de poseer “armas de destrucción masiva”).
Ambos gobiernos fueron derrocados fácilmente, pero el imperialismo se vio obligado a mantener ocupaciones militares permanentes que debieron enfrentar guerras de liberación nacional de curso cada vez más desfavorable, que se encaminaban objetivamente hacia su derrota. En ella, siguiendo las enseñanzas y criterios de nuestros maestros en el marxismo (Lenin y Trotsky) para este tipo de guerras, nos ubicamos claramente del lado del pueblo afgano contra el imperialismo.
En el marco de esta posición de principios, teníamos totalmente claro que la dirección de esa lucha era el Talibán, una organización reaccionaria, incluso con rasgos fascistas. Por eso, aunque nos ubicábamos en el mismo campo militar de lucha contra el imperialismo (en tanto durase la guerra), siempre lo combatimos políticamente.
El giro de Obama
Esta dinámica cada vez más desfavorable en la guerra de Afganistán (y también en la de Irak) tuvo un primer impacto en EEUU, en las elecciones presidenciales de 2008, con el triunfo del demócrata Barack Obama. El nuevo presidente, primero intentó “subir la apuesta” y llegó a tener un contingente de 100.000 soldados estadounidenses en Afganistán, pero esto no logró revertir la situación.
Ahí comienza un giro de timón: la retirada paulatina de tropas hasta dejar alrededor de 10.000 soldados en la base de Bagram (acompañados de contingentes menores de soldados de otros países imperialistas). Los objetivos eran, por un lado, proteger Kabul, las instituciones centrales del régimen títere y los barrios más céntricos. Por el otro, realizar operativos de “asesinatos selectivos” contra líderes del Talibán. En los hechos, la estrategia de retirarse ya estaba definida.
Por eso, simultáneamente impulsó, proveyó armas, entrenó y financió con numerosos fondos la construcción de un “ejército nacional afgano” capaz de sostener el régimen de Kabul y contener al Talibán. En teoría, contaba con 300.000 efectivos bien armados y entrenados. Pero esto acabó mostrándose como un “castillo de arena” que se derrumbó cuando ya la retirada definitiva de las tropas imperialistas era un hecho irreversible. Especialmente en el interior, donde sus unidades eran comandadas por jefes tribales regionales corruptos, transformados en “señores de la guerra”.
El “efecto derrota”
El proyecto Bush del Nuevo Siglo Americano y la “guerra contra el terror” habían sido derrotados. Cada vez que el imperialismo sufre una derrota de este tipo, su impacto es muy fuerte en la situación mundial. Fue lo que ocurrió, por ejemplo, luego de la derrota en la guerra de Vietnam (1975), cuando se acuñó el término “síndrome de Vietnam”. Lo ocurrido ahora es diferente, y quizá no tenga la misma magnitud, pero el “efecto derrota” es similar.
¿En qué consiste? En primer lugar, impacta en el propio imperialismo, que siente que no está en condiciones de hacer acciones militares profundas por temor a sus consecuencias. Está mucho más a la defensiva. Es imposible entender el giro general que da el gobierno Obama en su política internacional y la utilización privilegiada de tácticas de negociación y diplomacia sin darle ese marco.
Incluso el propio Donald Trump, que por vocación y personalidad hubiera querido “salir atropellando”, quedó aprisionado en esa realidad. No pudo bombardear Corea del Norte y debió optar por el “camino chino” de la negociación; fracasó notoriamente en sus amenazas de invadir Venezuela y, al final de su gobierno, fue el que comenzó a impulsar la salida definitiva de los soldados estadounidenses. Expresó: “Después de todos estos años, es hora de traer a nuestra gente de regreso a casa”, e inició negociaciones con el Talibán.
Junto con este debilitamiento del imperialismo, toda derrota de este tipo que sufre frente a una lucha justa tiene también un “efecto demostración” sobre los trabajadores y las masas del mundo: así sea a través de duras luchas, es posible derrotar al imperialismo. Tal como señala la anterior declaración de la LIT-CI: “es imposible entender el gran ascenso revolucionario en el mundo árabe y musulmán a partir de 2011, sin ver que él fue, en gran medida, impulsado por la derrota que objetivamente ya sufría el imperialismo [en Irak y Afganistán]”. Desde entonces, este proceso regional y el de cada uno de los países siguieron diversos cursos (incluso, algunos fueron derrotados). Pero este curso posterior no quita lo que significó, en esos años, ese “efecto demostración”.
Por ambos aspectos, reafirmamos nuestro análisis de que, con todas sus contradicciones, el saldo general de esta derrota del imperialismo es muy positivo para los trabajadores y las masas del mundo.
El gobierno Biden es el que acaba concretando la retirada y sale debilitado porque paga un costo político por ello, una especie de consecuencia atenuada del “efecto derrota”. Algunas encuestas muestran que si ahora hubiera elecciones presidenciales sería derrotado por Trump, y ha subido su índice de desaprobación[2]. Al mismo tiempo, los medios y los centros de estudio imperialistas están repletos de artículos y ensayos que polemizan sobre si fue correcta o no la decisión de Biden: algunos intentan hacer balances serios de la derrota y otros se limitan a “pasar factura”.
A nuestro modo de ver, el elemento central de esa decisión del gobierno Biden es la derrota que el imperialismo estadounidense sufrió en Afganistán. Pero ello se da en el marco de otros dos elementos que fueron señalados como los objetivos principales de su gobierno: había que salirse de “las guerras sin fin” (es decir, aquellas en que eran derrotados, como en Afganistán, o en las no tenían posibilidad real de incidencia, como en Siria) para concentrarse en intentar resolver los problemas políticos, económicos y sociales en nivel nacional (como las rebeliones antirracistas de 2020 y el impacto de la pandemia) y en el enfrentamiento con China en su política internacional.
El triunfo del Talibán y la lucha contra el nuevo régimen
Lo que hasta aquí hemos planteado presenta una profunda contradicción: quien dirigió el triunfo contra la ocupación imperialista y toma el poder es el Talibán, una organización profundamente reaccionaria y con rasgos fascistas que ya gobernó el país entre 1996 y 2001, y lo hizo con un régimen que caracterizamos como una “dictadura teocrática”, con leyes basadas en una interpretación extrema e intolerante de la sharia islámica.
Estas leyes eran duramente opresivas-represivas contra las mujeres (que debían usar obligatoriamente el burka, no podían asistir a la escuela, y ni siquiera salir a la calle sin la compañía de un hombre) y los homosexuales. También contra las minorías étnicas, religiosas y lingüísticas, que sufrieron varias masacres, como los hazara.
El proyecto del Talibán es imponer nuevamente ese régimen dictatorial y, por eso, además de que nunca dejamos de denunciarlos y combatirlos políticamente, desde el momento en que tomaron el poder nos ubicamos como enemigos mortales de esa dictadura. Apoyamos y defendemos todas las luchas democráticas que se den contra su gobierno, como las incipientes movilizaciones que han comenzado a darse en defensa de sus derechos.
Por otro lado, en el país, especialmente en Kabul, hay una situación económico-social muy difícil, producto no solo de la guerra sino además porque casi todo el presupuesto del Estado dependía de la ayuda imperialista. Al desaparecer esta ayuda se resintió fuertemente la circulación de dinero, los bancos están cerrados, los precios se han disparado y hay desabastecimiento. Un caldo de cultivo para focos de explosión social, a los que el Talibán seguramente responderá con represión.
Al mismo tiempo, todo indica que este régimen dictatorial del Talibán estará al servicio de consolidarse como un sector burgués que se enriquezca con la explotación y la entrega de las grandes reservas minerales que posee el país, hasta ahora intocadas, especialmente de litio, un metal blando, de cotización cada vez más alta por su papel en las baterías de autos eléctricos. El gobierno chino ya ha mostrado su disposición a invertir en esa explotación y la petromonarquía de Qatar apoya fuertemente al Talibán en una clara perspectiva de asociarse. Si esta perspectiva se confirmase, sería otro motivo para luchar contra este régimen.
Nada de esto quita la consideración general de que hubo una derrota del imperialismo. No solo del estadounidense sino de todos los países que intervinieron en esta guerra integrando la ISAF, con tropas, entre otros componentes, de Alemania, Australia, Dinamarca, España, Francia, Gran Bretaña, Italia y Turquía. Todos ellos han salido derrotados y sienten ese impacto. Para nosotros, el resultado de la guerra representa un llamado a los trabajadores y los pueblos del mundo a enfrentar al imperialismo, sobre todo en los países dominados y colonizados. Una lucha que no solo debe darse contra el saqueo económico y los planes de austeridad del FMI y UE sino también contra las ocupaciones, las bases militares y los bloqueos imperialistas.
Para que esto suceda y pueda ser llevado adelante es necesario que los trabajadores y los pueblos tomen en sus manos esa lucha y en su curso construyan direcciones dispuestas a llevarla hasta el final. La LIT-CI pone sus fuerzas al servicio de esa tarea.
Notas:
[1] https://litci.org/es/memoria-nota-sobre-los-atentados-a-las-torres-gemelas-en-2001-2/
[2] https://www.perfil.com/noticias/actualidad/estados-unidos-trump-se-impondria-ajustadamente-a-biden-por-la-presidencia-segun-una-encuesta.phtml