Desde que comenzó la crisis en el 2007, las desigualdades y la opresión de Galicia, de su pueblo trabajador, no solo se mantiene, sino que bajo las formas de dominación del capital, de la concentración y centralización que le es inherente, se agudizan las tendencias a su marginación; así el diferencial con la renta media europea, en estos años, bajó del 95% al 83% actual.
Por Corrente Vermella
La principal fuerza productiva para cualquier sociedad es el ser humano, su capacidad para producir bienes que respondan a las necesidades sociales. Galicia, en estos momentos, tiene menos población en edad laboral que hace 10 años. 200 mil personas fueron obligadas a emigrar por las políticas de desmantelamiento de todos los sectores económicos, llevado adelante por la Xunta del PP, en aplicación de las medidas dictadas desde la UE y los gobiernos españoles del PPSOE.
Desmantelamiento de Galicia
Su papel en el Estado Español es periférico, en un estado periférico de la UE; además, su construcción como nación tuvo caminos históricos diferenciados de Catalunya y Euzkadi. Tras grandes luchas sociales ocultadas por la historiografía española -revueltas irmandiñas, guerra de 1846,…- se fue moldeando su relación actual con el Estado.
A Galicia le fue impuesto, desde hace siglos, el aportar mano de obra y materias primas para el resto del estado y Europa, sobre la base de bajos salarios, precariedad y su consecuencia, la emigración forzada. Cualquier análisis serio de la situación económico-social de la realidad gallega tiene que hacerse en el cuadro de las políticas que desde Bruselas y Madrid tienen respecto de los sectores productivos y su repercusión sobre el pueblo trabajador gallego.
A lo largo de estos años la política de Feijoo profundizó en las tendencias que ya venían de antes, aplicando políticas conscientemente desindustrializadoras, destruyendo cualquier posibilidad de una banca gallega pública (cajas de ahorro) y recortando en todos los servicios públicos, cada vez más en manos privadas (el Hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo es el máximo exponente).
Galicia es la principal productora de leche del estado, manteniendo cerca de un 40% de la producción española. Sin embargo, las políticas europeas favorecen a los productores alemanes, holandeses o franceses, que junto a la negativa sistemática de la Xunta del PP de favorecer un Grupo Lácteo Cooperativo, publico y gallego, que diversifique la transformación de la leche, resulta en un monocultivo basado exclusivamente en la producción de la leche virgen, vendiendo para su transformación a las grandes multinacionales y empresas foráneas (controlan el 75% de la producción). El empobrecimiento de los ganaderos y ganaderas gallegas es su consecuencia.
El sector pesquero es un eslabón fundamental en el tejido social y económico de la Galicia, y uno de los más importantes de Europa. Constituye el 10% de su PIB, y es uno de los principales generadores de empleo: por uno que hay en el mar, hay cuatro en la tierra, hasta un total de 120 mil personas. Los repartos de cuotas que todos los años se negocian con la UE suponen para la pesca gallega vivir permanentemente en el hilo de la balanza, pues sus intereses son representados por el Estado Español, donde la pesca es un sector ultrasecundario de su economía. En esta contradicción quien pierde son los trabajadores y trabajadoras gallegas que ven como empresarios y armadores deslocalizan sus negocios, con consiguiente pérdida de puestos de trabajo.
El sector naval en la Galicia es uno de los estratégicos, pero desde la reconversión de los 80, hecha al servicio de la entrada del Estado Español en la CEE (actual UE), significó la pérdida de 27 mil empleos, y entre 1998 y 2003, 16 mil más. La prohibición de la UE y del gobierno español de construcción de buques en el astillero de Fene, fue levantada en el 2015, aunque en los hechos se mantiene la parálisis, como la mayoría de los astilleros de Vigo. Mientras la Xunta actúa de intermediaria entre empresas como PEMEX o capital chino, para la venta de los astilleros más rentables.
Galicia, el “país de los mil ríos”, supone que produce el 10% de toda la energía del estado, que mayoritariamente va a la exportación y está en las manos de multinacionales como Iberdrola, Endesa o Gas Natural. Ellas deciden sobre el agua, el aire, los embalses y las centrales térmicas, contaminando ríos y tierras; y la población pagando la electricidad el mismo precio que donde no se produce.
Este desmantelamiento calculado de la economía gallega, con la consecuencia de la sangría de la población, sirve de justificación a los gobernantes, sea la Xunta sea el gobierno central, para no invertir en infraestructuras sociales (hospitales, centros de estudio, etc.) y ferroviarias que integre a la sociedad, a las diferentes comarcas, villas y ciudades. Para qué quiere la población gallega esos servicios, hospitales o servicios de cercanías, si su papel es el de marchar o limitarse a trabajar para las multinacionales que, con la complicidad del PPSOE, están haciéndose cargo de los principales sectores productivos gallegos. Para este proyecto recentralizador llega con la obra faraónica del AVE, que devuelve al capital español, a las grandes constructoras, la mayor parte de los presupuestos que, dicen, invierten en Galicia; donde dejan, de nuevo, puestos de trabajo precarios que terminarán cuando finalicen las obras.
Esta realidad de imposición de unas condiciones sociales, económicas y laborales concretas, que niegan la realidad propia de Galicia en todos los campos, como el cultural o lingüístico, se traduce en un freno sistemático de las fuerzas de crecimiento de la sociedad, impuestas históricamente por un aparato de estado ajeno y los partidos que le representan. Frenos que todavía se mantienen por el régimen, sus partidos y la Unión Europea, en el que se llama “opresión nacional”. Galicia, su pueblo trabajador, no tiene ninguna posibilidad de legislar sobre sus necesidades, y eso redunda en una sociedad en permanente deconstrucción.
La cara humana de la opresión nacional
La opresión que sufre el pueblo trabajador gallego tiene ojos y cara, afecta a las personas con unas consecuencias de inestabilidad social constante, en todos los campos, desde el idioma hasta el desarrollo del conocimiento y la investigación. La amenaza del desarraigo, de la diáspora es la condena a la que esta sometida, producto de las políticas conscientes del estado y la UE, y aplicadas por la Xunta; salvo que admitamos las racistas afirmaciones sobre el atraso gallego, o la teoría inventada por el franquismo del carácter “aventurero” que le caracteriza.
Las imágenes de la diáspora del pueblo trabajador gallego son conocidas. En 1980 la población gallega era de 2 .753.836, en el censo del 2015 era de 2.732.347; en 35 años a población bajó, y como venimos no se fueron voluntariamente.
Desde que comenzó la crisis esta tendencia no mudó; más de 200 mil personas salieron en la búsqueda de un futuro que le niegan. La emigración a Madrid se incrementó en un 40% en la última década. Las mujeres entre 15 y 34 años emigran porque so se les ofrece infraempleo, precariedad, desigualdad y pobreza. Y después hablan del envejecimiento, cuando expulsan del país a las personas en la edad de se plantear el tener hijos.
Una de cada tres personas nuevas hallara en riesgo de pobreza. Seis de cada diez hogares tienen dificultades para llegar al fin de mes, pues el 31% de las personas cobran menos de 650 euros el mes. Los salarios están 200€ por debajo del promedio español. El desempleo gallego esta en el 19.3% (222.800), y de estas 162.900 no cobran ninguna prestación. Entre las mujeres esta situación esta 8.7 por cima de los hombre; y so uno de cada 15 jóvenes y jóvenes percibe ninguna prestación. Un 25.6% tiene contrato a tiempo parcial.
Los recortes y las reformas laborales golpean especialmente en los sectores más feminizados de la economía, que en Galicia constituyen algunos de sus campos fundamentales, como el textil, la conserva o el marisqueo.
Fruto de estas políticas las cifras cantan: quien sufre la opresión nacional son personas de la clase trabajadora y los sectores populares, tiene ojos y cara. No es abstracta, ni invento de nadie, sino consecuencia de la estructura capitalista de la sociedad.