Francia ha estallado contra una reforma laboral que camina en el mismo sentido que las que sufrimos aquí en 2010 y 2012. Desde hace más de un mes constantes movilizaciones sacuden las calles, enfrentando una severa represión policial.
Por Juan P.
Ya son cuatro las huelgas generales celebradas, habiendo movilizado a cientos de miles de personas cada vez. Numerosas plazas son ocupadas por las noches en un movimiento similar a nuestro 15M. Trabajadores entran en huelga, como los de ferrocarril, y otros ocupan sus centros de trabajo, como los del teatro Odeón de París.
Los trabajadores de toda Europa sufrimos políticas similares, impulsadas desde la Unión Europea y aplicadas igualmente por el PP español, por el Partido Socialista en Francia y por Syriza en Grecia. Francia es históricamente el gran impulsor de revoluciones en Europa, y aprender de lo que está allí sucediendo es esencial para vencer a los planes de austeridad y recortes.
Fusionar a la clase obrera y la juventud
El gran déficit de nuestro 15M fue la ausencia de la clase trabajadora organizada. Las movilizaciones en calles y plazas no fueron acompañadas por movimientos huelguísticos, y las asambleas multitudinarias que se celebraban no buscaban, e incluso rechazaban, dirigirse a Comités de Empresa o centrales sindicales para filtrar la movilización al mundo del trabajo. En muchas ocasiones incluso se impuso una suerte de ideología “anti-organizativa” que rechazaba cualquier tipo de colectivo y apostaba todo a movilizaciones espontáneas y a la acción individual.
En esta ola de movilizaciones en Francia está planteada la posibilidad de superar este límite. Las centrales sindicales participan de las movilizaciones, que combinan esta pata “obrera” junto a otra “estudiantil” y una última de “movimientos sociales”. Es cierto que el movimiento obrero muchas veces es cauto a la hora de entrar en escena. Esto no es casual, la democracia nunca llegó a las empresas, donde se vive casi siempre una dictadura patronal. Pero si existen sindicatos combativos y estructurados en las empresas, los centros de trabajo también pueden ser agitados desde dentro.
Las movilizaciones callejeras y las ocupaciones de plazas tienen gran importancia, pero la huelga general es capaz de paralizar un país: su industria, sus comunicaciones, sus servicios públicos… Si una huelga general es capaz de impactar con fuerza durante un tiempo suficiente, ningún gobierno puede ejercer su poder. La élite queda literalmente suspendida en el aire sin asidero, a merced del movimiento.
Hoy en Francia la unidad entre diversos sectores es una realidad, pero aún sólo incipiente. Es necesario que las organizaciones de la clase trabajadora, partidos y sindicatos, se pongan el frente de la movilización popular. Para ello es necesario un esfuerzo consciente: ningún plan de lucha se traza si no hay un “estado mayor” que lo impulse de manera decidida. Es necesario que cientos o miles de activistas actúen de manera coordinada para paralizar empresas y tomar las calles ¡Es por esto que insistimos constantemente en la necesidad de construir un partido revolucionario! Este no se improvisa en los momentos decisivos, sino que necesita llegar a esos momentos con militantes insertos en cuantas más empresas, institutos y barrios mejor.
Francia ya vivió importantes movilizaciones en 2003 y 2010, sin embargo terminaron desinflándose a medida que la lucha no conseguía desarrollarse a un nivel superior. Esta vez pasará lo mismo si esta posibilidad de que la clase trabajadora se ponga al frente no se concretiza.
Hay grandes enemigos que militan contra esta posibilidad. Por una parte las direcciones burocráticas de los sindicatos son reticentes a impulsar huelgas en empresas o de manera generalizada. La izquierda reformista se pasa el tiempo protestando por la “violencia” de los manifestantes, pero no propone nada en positivo. Y algunos activistas de las plazas desconfían del movimiento obrero o simplemente no piensan que sea prioritario dirigirse a ellos.
Elecciones y luchas no siempre van de la mano
En las últimas convocatorias electorales francesas, el ultraderechista Frente Nacional de Le Pen tuvo importantes resultados. Muchos activistas eran pesimistas con la evolución de las luchas en aquel país, parecía que todo estaba parado y la gente buscaba soluciones en la derecha. Ahora vemos que esta era una visión simplista del ánimo de la clase trabajadora. Aquí por el contrario, a medida que avanzaba electoralmente Podemos, las luchas han ido menguando. En determinadas circunstancias, una victoria electoral puede transformarse en una profunda derrota, y viceversa.
Actualmente suele entenderse “lo político” sólo con el terreno electoral, pero esto es un error. Especialmente en un momento en que gobiernos con partidos de distinto signo terminan aplicando los mismos planes impuestos desde la Unión Europea. Votes lo que votes, al final los gobiernos terminan haciendo básicamente lo mismo.
En Francia las elecciones han tenido resultados desfavorables, pero las luchas se calientan. Ahora hay que dar cuerpo político a esas movilizaciones. Cuerpo político también en las elecciones, pero sobre todo, en política de lucha. Al final, si todos los gobiernos hacen lo mismo bajo el dictado de la UE, es la movilización la que puede marcar la diferencia.
La lógica del capitalismo
El gobierno Hollande trata de explicar que la reforma laboral que están intentando aplicar (muy similar a las dos últimas reformas laborales españolas o al “Jobs Act” italiano) es en realidad beneficiosa para los trabajadores franceses. Según su razonamiento, lo esencial para crear empleo es que el empresario gane suficiente dinero en el negocio. El corazón de la propuesta es bajar salarios y facilitar el despido. Así, el empresario tendría mayor margen para obtener beneficios y desarrollar su negocio. Si el negocio prospera… hay más trabajadores con empleo. Esta es una lógica perversa, que plantea un dilema a los trabajadores: si quieres trabajar, tienes que precarizar tus condiciones de trabajo. De lo contrario, te espera el desempleo.
Pero es posible otra manera de generar empleo, escapando de ese círculo vicioso. Los recursos financieros públicos pueden ser destinados a desarrollar empresas públicas, en lugar de a pagar a los bancos privados. Además esas empresas públicas pueden ser auto-gestionadas por sus propios trabajadores, junto a una participación social, para que atiendan las principales necesidades como pueden ser la enseñanza, la sanidad, la investigación y la ciencia, la transición a una economía ecológica…
Que el empleo se cree para el beneficio privado en base a la explotación o para satisfacer necesidades sociales en condiciones de trabajo dignas es sólo una cuestión de voluntad política. Especialmente de los gobiernos, que son quienes hacen las leyes laborales y quienes fortalecen o destruyen el sector público. La lógica del capitalismo no es inevitable, ¡hay alternativa!