Las elecciones al Parlamento europeo 2024 han venido marcadas por un gran ascenso de la extrema derecha en el conjunto de la Unión Europea (UE)[1]. Un ascenso que ha venido facilitado por su creciente legitimación por parte de los partidos de la derecha europea tradicional, como ha quedado evidente con Georgia Meloni.
Por: Víctor Alay
La extrema derecha de Rassemblement National (RN) ha alcanzado el primer puesto en Francia, uno de los dos países centrales de la UE, dando paso a una profunda crisis política que conmueve a toda Europa. En Alemania, el país más poderoso de la UE, la ultraderechista Alianza por Alemania (AfD) ha quedado en segundo lugar, sobrepasando al partido socialdemócrata (SPD) y dejando al gobierno de coalición de Scholz en respiración asistida. Han ganado también en un país de primera importancia como Italia. Y lo mismo ha sucedido en lugares como Hungría, Austria y Polonia (si contamos los votos de los dos partidos ultraderechistas que se presentaron). En los Países Bajos vamos a un gobierno hegemonizado por la ultraderecha de Wilders. Asimismo, la extrema derecha participa en gobiernos de coalición en Suecia, Finlandia y Letonia.
Los resultados de las elecciones europeas han traído la crisis política al corazón de una UE con sus principales potencias, Alemania y Francia, debilitadas y en crisis. Han supuesto un claro aumento de las tendencias nacionalistas, justo en un momento en que la UE, encajonada en medio del choque entre los dos principales imperialismos mundiales, EE. UU. y China, juega un papel cada vez más subalterno en la economía y la política mundial. Un eventual triunfo de Trump en noviembre en EE. UU. contribuiría sin duda a acentuar esta profunda crisis.
Los resultados electorales, si bien fueron anticipados por las encuestas, no dejan de ser una clara amenaza para la clase trabajadora y los sectores populares y oprimidos europeos.
La extrema derecha europea
Los avances electorales de la extrema derecha son, sin duda, relevantes. La actual ultraderecha tiene puntos de contacto y, en muchos casos, ligámenes históricos con los viejos partidos fascistas de los años 30 del siglo pasado. Es el caso de RN en Francia o el de Fratelli d’Italia de Meloni. La AfD alemana asume la historia integral de Alemania, que incluye, por supuesto, la época nazi. Sin embargo, siendo esto cierto, en las actuales circunstancias no podemos equipararlos con sus orígenes y debemos analizar sus características particulares en relación con los viejos fascismos de Hitler, Mussolini o Franco.
La extrema derecha no se apoya, como los años 30 del siglo XX, en el encuadramiento de bandas armadas fascistas[2], compuestas principalmente por sectores sociales desesperados de la pequeña burguesía. Se sustenta, en cambio, en el cuadro parlamentario. A pesar de que reivindiquen de manera más o menos evidente la herencia fascista, de que existan nazis violentos en sus estructuras y de que mantengan relaciones, no siempre fáciles, con grupúsculos fascistas armados. La ultraderecha europea no trabaja en la actualidad con perspectivas insurreccionales sino con la idea de apoyarse en los cauces parlamentarios para recortar libertades y derechos democráticos y establecer un estado bonapartista autoritario. Cuentan, en general, con gran simpatía y apoyos en la policía y entre sectores militares, lo que representa un gran peligro potencial.
Son partidos de carácter chovinista, patrióticos,en verdad nacional-imperialistas en el caso de los países imperialistas europeos. Su lema es Menos Europa, más patria[3]y están en contra del nuevo proyecto de ampliación de la UE hacia el este aprobado recientemente. Se definen a sí mismos como soberanistas y patriotas. Contraponen la soberanía nacional de su país a la de la UE y reclaman el retorno de competencias a los estados. Como dice la alemana AfD, están por un nuevo hogar para una comunidad de estados soberanos. Sin embargo, a día de hoy, ya no defienden como antes la salida de la UE. La ultraderecha alemana defiende también, a diferencia de Meloni, la salida de las tropas de EE. UU. y el cierre de la base americana de Ramstein, aunque está dividida sobre la pertenencia de Alemania a la OTAN.
La principal bandera de la extrema derecha es el combate contra la inmigración. La xenofobia, la islamofobia y el supremacismo racista constituyen parte central de su programa. Sustentan la tesis conspiranoide del Gran Reemplazo de la civilización y la cultura cristiana occidental a manos de una invasión de masas islámicas y defienden cierres de fronteras y expulsiones masivas. El pasado noviembre se reunieron en Potsdam exponentes de la extrema derecha alemana en defensa de la Gran Reemigración al norte de África de dos millones de personas entre solicitantes de asilo, extranjeros con permiso de residencia y ciudadanos alemanes no asimilados.
El enorme incremento de personas migrantes originarias de países semicoloniales arruinados, expoliados, oprimidos y con gobiernos serviles, con sus poblaciones golpeadas por situaciones de guerra, hambre, sequías y falta de salidas, se combina con la decadencia capitalista en las metrópolis de acogida, donde los sectores más pobres de la clase trabajadora y el campesinado viven cada vez peor y sufren mayores privaciones. La ultraderecha se aprovecha de esta dramática circunstancia, hace demagogia con los delitos o determinados excesos cometidos por extranjeros y enfrenta a los pobres contra los más pobres, presentando a los inmigrantes como los culpables de su situación: como ladrones de sus subsidios y como responsables de sus bajos salarios y condiciones laborales.
La agenda económica de la extrema derecha es el ultraliberalismo y el repudio de los derechos laborales y de las conquistas sociales, aunque no todos los partidos ultraderechistas lo expresen con igual claridad. No es casual que Milei fuera el gran invitado al encuentro ultraderechista de Madrid que organizó Vox poco antes de las elecciones europeas.
La ultraderecha cuestiona la existencia misma del cambio climático y de la emergencia climática. Se apoyan en las recientes movilizaciones de los agricultores europeos (mayoritariamente dirigidas e influenciadas por las grandes patronales agrarias) para oponerse frontalmente a cualquier medida de mitigación climática (hay que decir también que, sin ir tan lejos como la extrema derecha, la derecha tradicional está llegando a acuerdos con ella en este terreno en un número creciente de países). La ultraderecha se presenta sin tapujos como antifeminista y defensora del varón oprimido y se enfrenta abiertamente al movimiento en defensa de los derechos de la mujer y de población LGTBI.
En política internacional, todos ellos, Le Pen, Meloni o la AfD defienden su propio imperialismo. Todos ellos apoyan también el rearme y la militarización (junto con los gobiernos de la derecha y la socialdemocracia). Respaldan, asimismo, sin excepción, el genocidio sionista contra el pueblo palestino. Sin embargo, se hallan divididos en relación a Rusia. Tenemos, por un lado, a los amigos de Putin (Orbán, la AfD, el italiano Salvini o, con más discreción, los franceses de RN), que están contra cualquier tipo de ayuda militar o económica a Ucrania y a favor de la entrega del Donbass ucraniano a Rusia. AfD defiende expresamente el restablecimiento de las relaciones con Rusia, el fin de las sanciones económicas y el retorno a las compras de gas. Por el otro lado, tenemos a la italiana Meloni o al español Vox, claramente alineados con la OTAN y contra Rusia.
El avance de Alianza por Alemania (AfD)
En Alemania, el principal partido del gobierno, el socialdemócrata SPD, ha quedado (con un 14% de los votos) por detrás de la extrema derecha de la AfD (Alternativa por Alemania), con un16%. La AfD se ha convertido en la segunda fuerza política del país (por detrás de la Democracia Cristiana CDU-CSU con un 30%) y en la primera en los landër de la antigua Alemania oriental.
Ha conseguido estos resultados a pesar de los escándalos previos a las elecciones (declaraciones protonazis de su primer candidato, Maximilian Krah, y procesos a algunos de sus dirigentes por espionaje en favor de Rusia y China).
Antes de las elecciones, las 300 mayores corporaciones de la patronal alemana hicieron un posicionamiento público contra la AfD, a la que consideran, en las actuales circunstancias históricas, una traba para sus intereses. La gran patronal alemana, con fuertes inversiones en el exterior y grandes intereses exportadores, necesita vitalmente de la UE para sus negocios, tanto en Europa –su principal mercado exportador- como en el exterior, así como para intentar pesar políticamente en un cuadro internacional dominado por la confrontación entre EE. UU. y China. Necesita también trabajadores especializados para su industria, cuya necesidad Alemania no logra colmar. Por eso no comparte las posiciones ultranacionalistas de la AfD, contrarias a la UE. Del mismo modo, tampoco participa de su xenofobia extrema. Si bien utiliza a fondo la división nativa-extranjera en el seno de la clase obrera alemana, la gran patronal no comparte tesis como la de la gran Reemigración, que implicaría la expulsión masiva de extranjeros legales y ciudadanos alemanes no asimilados que, sin embargo, necesita para sus fábricas y negocios.
El ascenso de la ultraderecha alemana es proporcional al declive del país. El capitalismo alemán, que ya destacaba como el más potente de Europa, tuvo un enorme impulso en los años 90 del siglo pasado con la unificación alemana (en verdad la anexión de la Alemania oriental) y con la expansión al este europeo, semicolonizado por el capitalismo alemán apoyándose en la ampliación de la UE. El antiguo Glacis fue convertido en un nuevo mercado y en base para deslocalizar fábricas a países con menores salarios y derechos y con escasas reglamentaciones ambientales y sociales.
Pero Alemania oriental nunca fue realmente equiparada con el oeste. Hoy mismo, sigue habiendo dos Alemanias, con alemanes de primera y alemanes de segunda. El 70% de la industria de Alemania del este fue desmantelada y el resto entregado a las grandes corporaciones del oeste, con menores salarios y pensiones, inferior reglamentación laboral, peor acceso a la educación y la sanidad. Alemania oriental se convirtió en una especie de laboratoriopara experimentos sociales a aplicar después en el oeste.
Después, en 2003 el canciller socialdemócrata Gerhard Schröder (hoy destacado hombre de negocios y socio de Putin) se convirtió, con su Agenda 2010 y el apoyo del SPD, en la vanguardia europea de la desregulación del mercado laboral, del recorte de los subsidios de desempleo y de la implantación de un sector de bajos salarios y sin derechos.
Ahora, sin embargo, hemos llegado al fin del excepcionalismo alemán. El capitalismo alemán vive el agotamiento del impulso que le dio la unificación, la expansión a los países del este y la Agenda 2010 de Schröder. La guerra de agresión de Putin contra Ucrania ha provocado la ruptura del acceso al gas y al mercado ruso. Con un fuerte retraso con respecto a EE. UU. y China en las nuevas ramas tecnológicas así como económicamente estancada, Alemania se encuentra sin nuevos mercados para sus exportaciones y con una relación sustancialmente distinta con China con respecto a los años 2000. Ahora, las corporaciones alemanas compiten con China en la propia UE y en la propia Alemania, por ejemplo, con el coche eléctrico (que no acaba de tomar impulso) o los paneles solares. Al mismo tiempo, una potencia exportadora como Alemania, no puede, como hace EE. UU., promover medidas proteccionistas contra China, más aún cuando grandes empresas alemanas tienen allí enormes inversiones orientadas al mercado chino. Como se expresa en el genocidio sionista de Gaza, el imperialismo alemán actúa como un enano político sometido a EE. UU.
El ascenso de la AfD se apoya en este declive e incertidumbre del imperialismo alemán. Toma fuerza en el profundo sentimiento de frustración del este del país, en la desesperanza de sectores de las clases medias, en la pérdida de poder adquisitivo por la inflación y en el deterioro de las condiciones salariales y laborales de los sectores de trabajadores alemanes más empobrecidos. Aparece como alternativa a la socialdemocracia y los partidos de la derecha. Su principal expresión es el rechazo xenófobo a la población extranjera[4].
Es preciso seguir con atención a la BSW, que es una fuerza rojiparda de la exdirigente de Die Linke Sara Wagenknecht, que obtuvo un 6,2% del voto, con especial incidencia en los landër del este. Este partido se erige como defensor de los derechos de los trabajadores, reivindica el pasado estalinista de la RDA y asume las principales banderas de la AfD: está contra la inmigración y es islamófobo y nacionalista; apoya el genocidio israelí; está contra cualquier ayuda a Ucrania y es proPutin; rechaza la agenda verde y las políticas de igualdad de género. Las próximas elecciones de otoño en los landër de Turingia, Sajonia y Brandeburgo en el este nos darán pistas sobre su futuro (y el de fuerzas similares en otros países).
La victoria de RN en Francia provoca una profunda crisis en el país, que arrastra a la UE
Los resultados de las elecciones europeas en Francia, si bien anticipadas por las encuestas, han supuesto una gran conmoción. El hundimiento de Macron (14,6% de los votos) y el triunfo de la ultraderecha de RN (31,37%) colocaron al gobierno y al presidente Macron en una situación insostenible. Su inesperada y denunciada decisión de disolver la Asamblea Nacional y convocar unas inmediatas elecciones generales ha colocado a Francia ante un nuevo y peligroso escenario y a la UE ante un futuro incierto.
El hundimiento de Macron es fiel reflejo de la decadencia del imperialismo francés, el segundo gran país europeo que, junto con Alemania, forman el pilar de la UE. La arrogancia de Macron no ha sido capaz de ocultar esta realidad. Francia está siendo expulsada de sus antiguas colonias africanas, sus servicios públicos sufren un grave deterioro, su economía se halla estancada, con altos niveles de endeudamiento (110,6%) y déficit público (5,5%). Desde las movilizaciones de los Chalecos Amarillos (2018-2019) es vanguardia europea en la represión a la disidencia y en los ataques a las libertades democráticas y a derechos sociales fundamentales como las pensiones públicas. El principal beneficiario de este declive es actualmente RN, que aspira a formar gobierno y que, como dice su aspirante a primer ministro, Jordan Bardella, quiere poner orden en la calle y en las cuentas y atender al principio de realidad (es decir, no cumplir algunas de sus antiguas promesas demagógicas como la de retirar la reforma de las pensiones de Macron)
Ha sido esperanzadora la salida a la calle del 9 de junio y posteriores, con la juventud al frente, y, más tarde, la manifestación de varios cientos de miles del “pueblo de izquierda” el pasado 15 de junio.
Retomando el viejo nombre del Frente Popular de 1936, la izquierda política se ha constituido como Nuevo Frente Popular (NFP),. Lo integran desde la abiertamente burguesa Place Publique¸ hasta el extrotskista NPA-canal historique, englobando partidos (La France Insoumise, el PS, los Verdes, PCF) y con el apoyo de los sindicatos y de un centenar de asociaciones.
El acuerdo electoral incluye en las listas a algunos personajes especialmente odiosos como Aurélien Rousseau, jefe de gabinete de la exprimera ministra de Macron durante 2022-2024 y artífice de la reforma de las pensiones o François Hollande, presidente socialista entre 2012-2017, que llegó a ser más impopular incluso que Macron debido a su política rabiosamente neoliberal y antiobrera.
El programa del NFP, que se mueve en el cuadro del capitalismo imperialista francés y de la UE, contiene exigencias como la anulación de la reforma de las pensiones y del seguro de desempleo de Macron, el aumento del salario mínimo, el bloqueo de precios de bienes de primera necesidad, la indexación de los salarios con el alza de los precios o la gratuidad efectiva de la escuela pública.
Pero si consiguieran llegar al gobierno, deberán enfrentar el boicot de la Presidencia de Macron, una ofensiva rabiosa de la ultraderecha y la derecha y el sabotaje económico de la gran patronal francesa e internacional. Hacer frente a esta ofensiva conjunta y garantizar el cumplimiento de las medidas sociales prometidas es imposible sin levantar un movimiento revolucionario de masas que permita expropiar a la banca y las grandes corporaciones, que ponga los medios de producción en manos de la clase trabajadora y que acabe con el dominio imperialista francés en el exterior. Todo lo cual es imposible en el cuadro del capitalismo francés, de la Vª República francesa y de la UE, que no es sino la Europa del capital.
Vienen momentos de enorme importancia para la clase trabajadora francesa, europea y del resto mundo en los próximos tiempos, tanto si gana la ultraderecha de RN como si lo hace el NFP.
Este artículo se publicó originalmente el 25 de junio de 2024 en www.litci.org
[1] Aunque en algunos países pequeños como Suecia, Finlandia o Portugal ha experimentado retrocesos.
[2] La excepción fue la griega Aurora Dorada
[3] Justo lo contrario del reciente informe de Mario Draghi para la UE, donde defiende que “Europa ha de actuar como una nación económica, no como una federación asimétrica”.
[4] Alemania es el segundo país del mundo, tras EE. UU., en número de inmigrantes. En 2015-2016 llegó un millón de ciudadanos sirios y en 2022 un millón de ucranianos. Existe asimismo una gran cantidad de personas procedentes de Turquía, muchas de ellas nacionalizadas, pero no integradas culturalmente, al igual que la gran mayoría de inmigrantes. En 1990 había 5,9 millones; treinta y un años más tarde, según datos de la ONU, cerca de 16 millones, un 16% de la población total.