Desde ya hace unos años nos encontramos en medio de una gran inestabilidad política y una profunda crisis económica y social. Una crisis de alcance europeo y mundial que han generado los banqueros y los grandes empresarios pero que estamos pagando los trabajadores y las trabajadoras. Una crisis donde las que estamos saliendo más perjudicadas somos los sectores más discriminados y empobrecidos de la sociedad.
Por Paola García, estudiante UAB (Universidad Autónoma de Barcelona)
Los continuos planes de austeridad y «reformas» que nos han aplicado hasta ahora los gobiernos de Rajoy y de Mas, como la reforma laboral, la de las pensiones, el aumento del IVA o los continuos recortes en educación y en sanidad, nos han llevado a una precarización generalizada, en particular, de la juventud. Los nuevos gobiernos como el de Puigdemont-Junqueras, y también el de Ada Colau, se proclamen o no gobiernos del cambio, en lugar de negarse a aplicar estos planes y reformas y satisfacer las necesidades de la población trabajadora, diciendo no al pago de la deuda, evidencian que son vasallos de las imposiciones de la UE y la Troika.
Un contexto de catástrofe social: la crisis tiene rostro de mujer
Los sectores más oprimidos de la sociedad, como lo somos las mujeres, las inmigrantes o el colectivo LGTBI, somos quienes más estamos sufriendo las consecuencias de esta crisis devastadora. Las mujeres, que somos más del 50% de la población, durante los dos primeros años de crisis sufrimos el 70% de los despidos. El 70% de los contratos que se hacen a mujeres son temporales o a tiempo parcial; la brecha salarial entre hombres y mujeres ha aumentado hasta el 24%, llegando hasta el 40% en el sector agrícola; nuestras pensiones son un 38% más bajas que las de los hombres y, encima, durante la crisis se ha recortado casi un 60% en las ayudas a mujeres maltratadas y en políticas de igualdad, se ha agravado el acoso laboral, que no se denuncia por miedo, y se mantienen los despidos a mujeres embarazadas.
Las estudiantes no nos salvamos de los recortes
En este contexto de crisis económica y social, los estudiantes y toda la comunidad educativa estamos sufriendo fuertes ataques y recortes. Si hace unos años nos enfrentábamos a la LOU, una reforma educativa enmarcada dentro del Plan Bolonia, que tenía el objetivo de avanzar en la privatización de las universidades públicas, actualmente nos enfrentamos al 3+2, un decreto que culmina el Plan Bolonia y que supondrá un paso más en la elitización y la precarización de las universidades públicas, conduciendo a una formación más generalista de los grados. Los hijos e hijas de familias de clase trabajadora y de los sectores más empobrecidos de la Sociedad se quedarán fuera de la especialización universitaria, convirtiendo los estudios superiores en un privilegio para los más ricos.
Ante el 3+2, igual que ante cualquier ataque a la clase trabajadora y la juventud, las mujeres somos quienes sufriremos más las consecuencias de esta reforma, al ser uno de los sectores más discriminados y empobrecidos. Con la subida de tasas y teniendo en cuenta que la mayor parte de los másters pasan a ser privados, las estudiantes y las trabajadoras, que sufrimos más paro y tenemos salarios más bajos y unas condiciones laborales más precarias, seremos un objetivo directo de esta reforma y las primeras a quedarnos sin poder estudiar.
El 3+2 tiene el objetivo de poner, todavía más, la educación al servicio del mercado y, por lo tanto, los grados que no sean rentables bajo una lógica capitalista serán los más recortados, muchos de ellos eliminados o fusionados con otros. Es el caso de las humanidades o la educación, grados donde la mayor parte de las estudiantes son mujeres y donde las salidas laborales son hacia el sector público donde las mujeres son casi un 70%.
¿Qué movimiento estudiantil necesitamos?
Ante estos ataques, tenemos la tarea de construir un movimiento social de resistencia que se enfrente a cada recorte y a la precariedad a la que estamos sometidos.
Lo primero que tenemos que hacer los estudiantes para enfrentar el 3+2 es dar un paso adelante en la construcción del movimiento estudiantil. Necesitamos avanzar en nuestra organización para conseguir un movimiento masivo (que aglutine al máximo de estudiantes posible y que, por lo tanto, sea representativo), democrático (que involucre a todo el estudiantado en la toma de las decisiones que le afecten, como, por ejemplo, votando las huelgas clase por clase) y, por último, igualitario.
Necesitamos un movimiento que luche contra todo tipo de opresión, contra la homofobia o el racismo y contra el machismo: las mujeres somos más de la mitad de la población y más de la mitad de la comunidad educativa y solamente en la UAB somos el 60% de las estudiantes. Así pues, sin las mujeres no puede existir un movimiento estudiantil ni masivo ni representativo.
Las estudiantes tenemos que combatir el machismo en todos los espacios de lucha, en todas las asambleas y en cualquier órgano de representación estudiantil, ya que el machismo divide el movimiento estudiantil y lo debilita. Si los estudiantes de conjunto damos una fuerte batalla al machismo dentro y fuera del movimiento de lucha conseguiremos construir un movimiento estudiantil fuerte, unido y combativo.
La lucha contra el machismo no es, por lo tanto, una lucha que solo tengamos que hacer las mujeres: nosotras tenemos que estar en la vanguardia pero es una tarea de todo el movimiento estudiantil de conjunto. Los estudiantes tenemos que tomar la lucha feminista como inseparable de la lucha estudiantil porque ambas van de la mano y juntas toman más fuerza.
¡Luchemos contra el 3+2 y contra el machismo!¡Construyamos asambleas masivas, democráticas, representativas y que combatan todo tipo de opresión!¡Defendamos la educación pública, gratuita, de calidad, laica, igualitaria y en catalán!