La población europea asiste a una nueva subida de los tipos de interés por parte del BCE, en paralelo a la Reserva Federal de los EEUU, que han pasado del 0% hace escasamente año y medio, al 4.25% actual, en una tendencia a la que no se le ve final. Al mismo tiempo, los bancos anuncian beneficios históricos y la CEOE reconoce, en su estudio del 2022, que son los beneficios empresariales los que “han acelerado la escalada de los precios” (El Confidencial).
Desde todos los medios de propaganda, para justificar la subida de los tipos de interés, dicen que es para combatir la inflación; y para eso le pegan un hachazo a los salarios, buscando la reducción del consumo de las familias.
Las causas de la inflación
Si se sigue la lógica simplista del BCE y el gobierno de “progreso”, la responsabilidad de las altas tasas de inflación la tienen los trabajadores y trabajadoras que ganan mucho y consumen como posesos, recalentando la economía: la subida de los tipos de interés es el jarro de agua fría que evita ese sobrecalentamiento. Así, en el Informe Perspectiva de Empleo 2023 de la OCDE se destaca que los trabajadores y trabajadoras españolas pierden un 1.2% de poder adquisitivo por la inflación.
La realidad es bien otra; la inflación viene determinada por la suma de muchos factores, comenzando por uno histórico, la financierización y monetarización de la economía introducida en los 70 por la fase neoliberal del capitalismo, o traducido a lenguaje común, la conversión en mercado monetario absolutamente todos los ámbitos de la vida y las relaciones sociales. Marx decía que el capitalismo convierte en mercancía todo lo que toca; sospecho que ni en sueños llegó a pensar que convertirían en mercancía hasta los pensamientos más íntimos de las personas, como ahora se hace a través de las redes sociales. “Los sueños de la razón (capitalista) producen monstruos”, parafraseando a Goya.
Esta fase hace que la fórmula de la circulación del capital, D-M-D´, que implicaba que para un incremento del capital invertido (D´, dinero) tuviera que darse el proceso productivo, M (mercancía) tienda a simplificarse en el D-D´, con un incremento que viene dado, no por el aumento de la explotación de la clase obrera, sino por simples y puras maniobras especulativas y monetarias.
Pero el capitalismo, a su pesar, sigue siendo un modo de producción construido sobre la producción de mercancías, basado en la ley del valor (“el valor de una mercancía está determinado por el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla) y las consecuencias que el aumento de la productividad tiene en la tasa de ganancia. Es justo la tendencia a la baja de esta tendencia la que favorece las fórmulas neoliberales de financierización y monetarización de la economía, pues el capital busca altas rentabilidades a sus inversiones que no encuentra en el aparato productivo.
A 40 años del triunfo en todo el mundo de estas fórmulas que han supuesto el desmantelamiento de todas conquistas sociales de los años 50 y 60, el “cántaro” del cuento de la lechera neoliberal ha explotado y derramado toda la leche. La crisis del 2007/8 fue el comienzo del fin de esta fase, con las quiebras bancarias (Lehmman Brothers, el sistema de cajas de ahorro español, etc.), la Gran Recesión y las consecuencias económicas y geopolíticas que le siguieron. Las sociales y psicológicas merecen un análisis específico.
La pandemia provocó un súbito parón en la economía mundial desorganizando los canales de distribución que se basaban en el “just in time” y el trabajo sin stocks, es decir, en la velocidad en la circulación de capital que aceleraba el proceso de acumulación, reduciendo al mínimo los costes de distribución. Esto se fue al garete cuando esos canales se cerraron.
Cuando parecía que se recuperaban los ritmos previos a la pandemia, estalla la guerra entre Rusia y Ucrania, como manifestación de otro de los profundos cambios provocados por la crisis del 2007/8 la emergencia de nuevas potencias que exigen su lugar en el mercado mundial ante la decadencia de las potencias hegemónicas, los EEUU y sus “aliados” de la Unión Europea.
En la lucha contra la pandemia, y para evitar que las consecuencias fueran absolutamente catastróficas, los estados aumentaron el techo de su deuda, la Unión Europea relajó las condiciones para el déficit público, se hicieron inversiones millonarias en las farmacéuticas para investigar con urgencia vacunas, etc. Toda esta inyección de dinero supuso su devaluación, que ahora está volviendo en forma de inflación.
A este incremento del déficit hay que añadirle los miles de millones de euros que EEUU y la UE van a gastar en armas e inversiones militares. De hecho, la perspectiva más plausible es que los estados de la OTAN seguirán incrementando su déficit con el gasto en armamento, un 2% mínimo del PIB, tal y como aprobaron en su Cumbre de Madrid del pasado año.
Todo ello envuelto en el esfuerzo inversor que suponen los fondos “next generation” para aumentar la competitividad de la economía europea y occidental frente a sus “enemigos” chino-rusos; unos 750.000 millones de euros que esperan recuperar si la competencia lo permite. Porque el capitalismo sigue siendo un modo de producción basado en las leyes del mercado y la competencia.
Una economía de guerra como la que se aprobó en la citada Cumbre y las exigencias del cambio productivo por la crisis climática están obligando a los estados a un esfuerzo inversor que conduce, inexorablemente, a la devaluación de la moneda. Al aumentar la emisión de las monedas necesarias, su valor real cae siendo precisa, más cantidad para mantener el poder de compra, generando inflación. Los precios se inflan porque cada euro invertido vale menos y se precisa más cantidad para mantenerse a flote.
No son los salarios y el consumo privado los que generan inflación, sino el gasto público y especialmente el gasto en mercancías destructivas como el armamento, que no aumentan la riqueza social, sino que la destruyen; pero el dinero para que todo fluya hay que sacarlo de algún sitio, y ese no es otro que del aumento de la explotación de la clase obrera.
Subida de tipos de interés: balón de oxígeno para la Banca
Detrás de la campaña de que la subida de los tipos es para beneficiar a la sociedad, lo cierto es que, de nuevo, los estados, con el BCE al frente, están actuando como Lenin los definiera, como el “comité central de la burguesía”.
El encarecimiento del dinero prestado por el aumento de los intereses tiene dos efectos paralelos, uno, favorece la concentración y centralización del capital, puesto que son los grandes bancos los que pueden encarar con mejor solvencia la contracción del mercado que se va a provocar; es decir, es una medida a su medida, valga la redundancia.
El segundo efecto del encarecimiento del dinero es el saqueo que supone de las nóminas de los trabajadores y trabajadoras. Al afectar directamente a un bien de primera necesidad como la vivienda, cualquier subida supone una transferencia de rentas de los salarios a las de resultados de los bancos con beneficios record. El BSCH, por ejemplo, ha mejorado sus cuentas este año por los tipos de interés que “impulsan los beneficios de Banco Santander en España”; así lo titularon, con todo el descaro del mundo, los medios estos días. Mientras, los que tienen que pagar una hipoteca, ven como ésta se encarece entre 200 y 300 euros al mes.
A primeros de este año el sistema volvió a temblar cuando varios bancos medianos norteamericanos y el Credit Suisse se declararon en quiebra y fueron rescatados. El fantasma de Lehmann Brothers les sacudió como un calambrazo y, ni locos, quieren enfrentarse a una nueva Gran Recesión, ahora, en el marco de una economía de guerra. El “comité central de la burguesía” que es el BCE y los estados actuando como tales.
Las políticas de “que nadie quede atrás” y de “subvenciones”
Frente a los efectos devastadores que la inflación y la subida de los tipos de interés tienen sobre los salarios y la clase obrera, tienen dos opciones, la de la extrema derecha, dejarla en manos de la “ley de la selva” y el “sálvese quien pueda” como está haciendo el gobierno italiano: a 169.000 familias les ha avisado que a partir del 1 de enero dejarán de recibir la denominada “renta de la ciudadanía”.
El gobierno de “progreso” ha optado por otro camino que llaman el de que “nadie quede atrás”, y se han dedicado a subvencionar todo lo subvencionable (bono cultural, precios del transporte, etc.) anunciando más, como la “herencia universal” prometida por SUMAR en su programa. Medidas que no resuelven el problema porque no van a sus causas estructurales.
De hecho, las políticas de enfrentar los problemas sociales a base de subvenciones agravan el problema, pues genera más déficit y deuda pública que la clase trabajadora tendremos que pagar en algún momento. Es más, es una política que solo engorda el mercado quien reabsorbe las subvenciones adecuando los precios a los nuevos ingresos. Sin medidas de control de precios, las subvenciones solo son alimento para la especulación.
La UE ya ha anunciado que para el 2024 se acabó la relajación fiscal y se vuelve al tope del 3% del PIB de déficit público. Si tenemos en cuenta que la OTAN aprobó el 2% mínimo para gasto militar, no hace falta ser un gran matemático para deducir que para gasto social queda un 1% del PIB. La política de subvenciones y gastos sociales tiene fecha de caducidad, el 1 de enero del 2024… Vaya, el día que el gobierno italiano ha anunciado el fin de la “renta ciudadana”, ¿casualidad?
Ser radical no es insultar al enemigo -”no hace falta insultarlo para derrotarlo”, decía Trotski-, sino ir a la raíz de los problemas para, desde esta perspectiva, encarar las soluciones; y esta está, sin lugar a dudas, en un capitalismo absolutamente decadente que mete a la humanidad en una espiral infernal de crisis ecológica, social, económica y política.
Son las relaciones sociales de producción capitalistas las que están en el origen de la inflación, es consustancial a su estructura, pues vive de la compraventa de mercancías -sea del tipo que sea, como decía Marx- y de la especulación con sus precios. Cualquier medida economicista, monetarista o financiera para contrarrestarla solo aumenta el sufrimiento de los que la pagan con su fuerza de trabajo, sufrimiento que solo se superará con la transformación socialista de la sociedad.