Nuestra salud mental en cifras
A pesar de lo mediático que se ha hecho hablar de salud mental -sobre todo durante y después de la irrupción de la pandemia- los datos dan testimonio de la magnitud del problema y muestran una tendencia que se recrudece cada vez más. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 12,5% de todos los problemas de salud está representado por los trastornos mentales. Tanto es así que una de cada cuatro personas en el mundo tendrá un trastorno mental a lo largo de su vida; entre el 35 y el 50% de las personas con problemas de salud mental no recibe ningún tratamiento y más de 300 millones de personas en el mundo viven con depresión. Cerca de 800.000 personas se suicidan cada año en el mundo, siendo la primera causa de muerte no natural en personas de entre 15 y 29 años.
Por: Alexandra Guerrero y Mercè Roure
En el Estado español el 6,7% de la población sufre ansiedad, exactamente la misma cifra de personas con depresión. En ambas es más del doble en mujeres (9,2%) que en hombres (4%). Entre el 2,5% y el 3% de la población adulta española tiene un trastorno mental grave; el 88% de las labores de atención y apoyo las realizan personas cuidadoras informales (familiares y amig@s) y más de la mitad de las personas con trastornos mentales que necesitan tratamiento, no lo reciben.
Se calcula que en el Estado español hay unas 400.000 personas que padecen trastornos alimentarios (TCA), que constituyen la tercera enfermedad crónica más frecuente entre adolescentes, especialmente en chicas jóvenes de entre 12 y 21 años.
¿Lo personal es político?
Entre el 11% y el 27% de los problemas de salud mental tienen su origen y/o se ven agravados, por las condiciones de trabajo y de vida. Nos encontramos ante reiteradas crisis personales de grandes masas de individuos. El sufrimiento psíquico y emocional se ha tornado una dolencia de primer orden que, si bien ha existido siempre, hoy se manifiesta en amplias capas de la sociedad, se visibiliza con mayor fuerza y acarrea graves consecuencias sociales y personales.
El drama de los suicidios en el Estado español es alarmante: en 2020 se produjeron en España 3.941 defunciones por suicidio o lesiones autoinfligidas, la mayor cifra en las últimas cuatro décadas. El índice de suicidios entre la juventud LGTBI (que por el sólo hecho de serlo, está expuesta a sufrir múltiples situaciones de acoso, discriminación y violencia de todo tipo), es igualmente preocupante: según el Observatorio Español contra la LGTBifobia, los intentos de suicidio entre jóvenes LGTBI son de tres a cinco veces más numerosos que entre los jóvenes en general. De media casi 50 jóvenes LGTBI se suicidan cada año y otros 950 jóvenes LGTBI lo intentan.
Los padecimientos que sufrimos y con los que convivimos son, por regla general, producto y consecuencia de nuestro entorno. Vivimos en una sociedad profundamente enferma que nos condena al estrés, el insomnio, el ritmo frenético, las trabas administrativas, la presión estética o la violencia estructural e institucional, entre otras. Más todavía, l@s adolescentes y jóvenes ya nunca conoceremos el trabajo estable o el fácil acceso a la vivienda. Por el contrario, estamos destinados a la precariedad, los sueldos de miseria, el paro, los pisos (obligadamente) compartidos o la imposibilidad de llevar a cabo nuestros proyectos de futuro. Todos estos problemas no tienen que ver con nuestra capacidad individual de gestionarlos; no son consecuencia de nuestra motivación o falta de ella ni está en nuestra mano resolverlos. Ante la falta de una salida colectiva, desde la salud mental se termina psicologizando el paro, la precariedad o la soledad, tratando los problemas solo en sus manifestaciones individuales y definiéndolos en términos personales.
La (necesaria) exigencia de tomar medidas para cuidar nuestra salud mental no se puede tornar en nuestra contra, eclipsando problemáticas sociales y usándola para evitar tomar medidas económicas de calado, actuando únicamente sobre el efecto y no sobre la causa. Aunque no se trata de negar la existencia de sufrimientos subjetivos, para garantizar una buena (y estable) salud mental no hay atajos que eviten transformar los cimientos sociales que nos llevan a enfermar y padecer.
“No necesitas un psicólogo, necesitas un sindicato”…¡pero también un psicólogo!
La cita acuñada por el psiquiatra asturiano Guillermo Rendueles que se volvió viral hace ya unos años ha acabado encarnando un significado perverso de tanto manosearla. Es más que evidente que no todo se puede abordar desde el consultorio privado de nuestro psicólogo/a o psiquiatra y que ningún psicólogo/a o médico/a, por más profesional que sea, puede resolver aquello que nos lleva a trastornarnos. Pero tampoco podemos obviar la efectividad (y la necesidad) de la psicoterapia y, en algunos casos, del tratamiento farmacológico como medida para aliviar el sufrimiento emocional y psíquico y hacer más llevadera la cotidianidad de nuestras vidas. Es más, hay personas con enfermedades mentales crónicas -tales como esquizofrenia, bipolaridad, trastorno límite de personalidad (TLP), etc.- que necesitan el acompañamiento de un/a profesional de la misma manera que una persona en diálisis necesita el acompañamiento de su nefrólogo/a o un paciente oncológico necesita el seguimiento de su médico/a.
Cualquier malestar, sea cual sea su causa y origen, tiene repercusiones en nuestra salud mental y emocional. La falsa dicotomía entre psicoterapia vs organización colectiva, nos lleva a dar respuestas que no ayudan, en lo inmediato, a aplacar el malestar ajeno, aunque nuestro horizonte deba ser la articulación de respuestas colectivas que consideren la salud mental individual en el contexto de la organización social y la lucha contra el capitalismo en crisis y sus expresiones de barbarie.
El verdadero problema está en desgranar quién de verdad necesita un psicólogo/psiquiatra, un tratamiento o un fármaco y quién, en realidad, está pidiendo a gritos una baja laboral porque no puede más, unas vacaciones, una noche de sueño del tirón, un amigo/a que le escuche, una reducción de horario para poder conciliar la vida familiar o un aumento salarial para poder llegar a final de mes. El sistema dice: tu estrés, tu insomnio, tu dolor y tu tristeza son tu problema y tú debes resolverlo. Nosotr@s decimos: tu estrés, tu insomnio, tu dolor y tu tristeza son un problema social con su expresión individual y tú puedes hacer algo para sobrellevarlo, pero poco. Y tú solo/a, menos. Frente a la horda de coaches, los consejos de psicología barata, la ideología positivista del “si quieres, puedes” o las explicaciones astrales que se han vuelto a viralizar entre jóvenes, hay que reforzar y solidificar los vínculos sociales en las escuelas e institutos, en los trabajos (o fuera de ellos) y en los barrios.
La medicación: ¿parte del problema o de la solución?
El Estado español es uno de los países con mayor consumo de ansiolíticos y antidepresivos de la OCDE: más de 2 millones los toman a diario. Es así como el Orazepan, el Orfidal, el Lexatin o el Diazepan son de los medicamentos más vendidos en España, por encima de las aspirinas y los analgésicos. En el año 2020 – coincidiendo con la irrupción de la pandemia – el consumo de ansiolíticos aumentó exponencialmente, batiendo el récord de la última década.
A pesar de que los tratamientos farmacológicos son imprescindibles en muchos casos, la respuesta a numerosos trastornos de personalidad o de conducta o a muchos padecimientos como la ansiedad, la depresión, el insomnio, los TCA o la ideación suicida se trata no pocas veces, únicamente con la prescripción y consumo de fármacos debido a la insuficiencia de psicólogos/as o psiquiatras en la Atención Primaria, fomentando, así, la patologización y la medicalización como vía prioritaria de respuesta al malestar.
La medicalización en extremo, en palabras de Rendueles, se acaba encuadrando en una profecía auto cumplida, que se transforma en un proceso invalidante que engendra sujetos dependientes de por vida, que necesitan, según los protocolos actuales, vigilancia y control permanente sin ninguna posibilidad real de alta médica.
La gran mayoría de personas con problemas y trastornos de la salud mental, con independencia de su gravedad, diagnóstico, frecuencia de recaída o historial clínico, son tratadas con psicofármacos. Por su parte, los representantes de las grandes empresas y multinacionales farmacéuticas señalan que su contribución es clave para el bienestar de la población y que, sin ellas, no se hubiera logrado avanzar en el conocimiento de las bases biológicas (que muchas de ellas las tienen, sin duda) de las enfermedades mentales.
Los intereses comerciales de las grandes empresas farmacéuticas están influenciando y determinando los ensayos clínicos y las líneas de investigación en psiquiatría y salud mental. Sería absurdo pensar que las farmacéuticas son organizaciones solidarias que velan por el bienestar físico y emocional de las personas. Al contrario, son corporaciones que hacen negocio con nuestra salud física y psíquica, que velan por sus intereses económicos y viven de sacarle rendimiento a la enfermedad. Y esto ocurre en el terreno de la psiquiatría, pero también en otros campos médicos. Es así como las farmacéuticas se negaron a liberar las patentes de las vacunas contra la Covid-19, acción que podría haber salvado millones de vidas en todo el mundo. Igual que una empresa cosmética que necesita promocionar y vender sus productos para que sean consumidos, las grandes farmacéuticas utilizan el mismo criterio para promocionar y vender los psicofármacos.
La medicación, en muchos casos, ayuda a sobrellevar las dolencias e incluso salva muchas vidas. Pero si no es acompañada de medidas sociales y recursos que ayuden a las personas a mejorar su calidad (material y social) de vida, los problemas de salud mental tienden a perpetuarse y a echar raíces:
“El resto de los trastornos psíquicos -depresiones, angustias, trastornos de personalidad, malestares por estrés- son falsas enfermedades que se etiquetan como tales para individualizar sujetos frágiles para que puedan ser tratados con técnicas que no pongan en cuestión el papel desencadenante de la mala vida urbana que está en la base de sus sufrimientos” (Rendueles, 2011).
La salud mental en el seno de la familia
La familia es uno de los lugares más hostiles para una gran cantidad de mujeres, adolescentes y niñ@s. Es una institución condenada a reproducir a escala doméstica la ideología dominante, llegando a crear entornos de violencia de los que es muy difícil salir cuando no tienes recursos, eres demasiado joven o no tienes autonomía.
Tanto es así, que durante la pandemia del Covid-19, la violencia machista creció exponencialmente: las llamadas al 016 (Teléfono de Atención a las víctimas de violencia de género) aumentaron un 12.43% respecto el mismo período del año anterior, y las consultas online un 269.57%. Pero no solo las mujeres viven atrapadas con sus agresores. Much@s jóvenes del colectivo LGTBI son oprimides por su familia y están condenades a seguir viviendo con sus agresores por no disponer de alternativa habitacional.
Por todo esto, es necesario no solo ofrecer acompañamiento psicológico a toda persona que sufra violencia de género o LGTBIfobia, sino ofrecer alternativa habitacional y recursos para poder huir de ese lugar hostil que pone en peligro su integridad física y emocional.
El socialismo como base, no como solución
No es deseable vivir en un mundo en el que miles de personas necesitan antidepresivos para salir de la cama por las mañanas y ansiolíticos para volver a ellas por las noches. El sistema capitalista es un sistema que se mantiene, entre otras cosas, a base de crear falsas necesidades de forma permanente. Nos pone ante nosotr@s fantasías imposibles que el mercado, en lugar de satisfacer, frustra. Es una máquina de generar no sólo desigualdad y pobreza, sino también dolor, odio, violencia y opresión.
No obstante, sería bastante naíf pensar que con la transformación socialista de la sociedad desaparecerán las enfermedades mentales y, como por arte de magia, todos seremos más felices. No desaparecerán los TPL o la esquizofrenia, pero sí cambiará cualitativamente cómo tratamos dichas enfermedades y los recursos que se destinarán a ello. Las condiciones materiales no propiciarán la aparición de ansiedades por el miedo al desempleo o al desahucio; las depresiones reactivas al paro y la miseria o los trastornos alimenticios potenciados por la objetivación de las personas en los medios de comunicación.
En el capitalismo, vivir con una enfermedad mental es vivir con el estigma de la locura. Si no sirves para trabajar, eres un lastre. En cambio, en una sociedad donde prime el ser sobre el tener, y no la productividad a toda costa, podemos confiar en que las enfermedades mentales que se desarrollen, lo hagan en un entorno mucho menos hostil, disponiendo de las herramientas necesarias para tratarlas y convivir con ellas.
El socialismo se presenta como una necesidad cada vez más nítida para amplias capas de la población. Eso no significa, sin embargo, que en una sociedad socialista la infelicidad y el malestar no van a existir más. Las desgracias ocurren y, para muchas de ellas, nunca estamos preparad@s. Por ello, seguirán siendo necesarios profesionales de la salud mental que nos den herramientas para entender cómo nos sentimos y poder gestionar nuestras emociones, y caminar hacia un cuidado colectivo de la salud mental, respetando los procesos de cada cual, priorizando el bienestar de las personas por encima de su productividad o ausencia de ella.
Es necesario un plan de lucha: educación emocional para decidir, medidas sociales para no enfermar, recursos en salud mental para no morir
Del mismo modo que sabemos que solo una sociedad socialista puede garantizarnos una salud 100% pública, gratuita, de calidad y universal, pero no por ello dejamos de exigir que se invierta más en Sanidad y se reviertan los recortes, exigimos también más inversión en salud mental y un plan de emergencia para reforzar la atención en salud mental.
Los problemas de salud mental han sido los grandes olvidados; siempre estuvieron desatendidos y nunca se invirtieron los recursos suficientes por miedo, desinformación y estigma. Antes de la irrupción de la pandemia el Estado español ya era uno de los países con menos profesionales de la salud mental de toda Europa: 11 psiquiatras por cada 100.000 habitantes y 6 psicólogos por cada 100.000 (Eurosdat, 2019). Lo peor de todo esto es que las tremendas listas de espera y la falta de profesionales que atiendan estos problemas empujan a l@s pacientes al sistema privado, la cual cosa constituye un importante obstáculo para acceder a un tratamiento y una diferenciación entre quiénes pueden costearse un/a psicólogo/a y los que no. Es por ello que presentamos una propuesta de programa que parte de la respuesta inmediata a esos problemas, combinada con medidas que apuntan para la ruptura con el capitalismo:
- Más inversión en Sanidad Pública: necesitamos una atención psicológica pública, gratuita y de calidad. No puede ser que dependamos de l@s psicólog@s y psiquiatras privad@s para poder ser atendid@s en condiciones. La salud mental no puede ser un privilegio. Necesitamos aumentar l@s psicólog@s y psiquiatras hasta llegar, para empezar, a la media europea de 18 psicólog@s por cada 100.000 habitantes, y caminar hasta llegar a los 85 por cada 100.000.
- Sanidad Pública, gratuita, de calidad y universal. La lucha por una mejor atención a la salud mental pasa por la lucha por una Sanidad Pública para todos y todas de calidad. Esto empieza por derogar la Ley 15/97, revertir los recortes y municipalizar los servicios privatizados. Hay que nacionalizar bajo control obrero la Sanidad Privada y expropiar los hospitales privados para integrar todos los sectores en una red de Sanidad Pública, adecuada a las necesidades de la clase trabajadora. ¡Ni un euro para la privada! No puede ser que la Sanidad sea una cuestión de clase, nadie debe tener privilegios por haber nacido donde ha nacido. Necesitamos construir nuevos centros médicos y unidades de terapia intensiva y contratar más personal con condiciones laborales dignas.
- Más profesionales en los institutos con formación en cuestiones de salud mental y ayuda psicológica para que cada alumn@ tenga un buen acompañamiento en todos los niveles de cada etapa educativa. Profesionales y formación en acoso escolar para detectar e intervenir rápida y eficazmente. Garantizar el acompañamiento y tratamiento de las víctimas y l@s victimarios del bullying.
- Reforzar la Atención Primaria y garantizar la formación de los y las profesionales. La formación debe ser para todo/a aquel/a que trabaje con personas en situaciones de vulnerabilidad. Es necesario trabajar hacia una gestión de la salud mental comunitaria: desde la Educación hasta la Sanidad.
- Expropiación sin indemnización de las grandes farmacéuticas. Los tratamientos y la medicación deben ser gratuitos y garantizados para todas las personas que la necesiten, con un acompañamiento psiquiátrico. Liberación de las patentes de cualquier tratamiento médico: el conocimiento al servicio de las personas y no del negocio.
- Centros de desintoxicación públicos, gratuitos y de calidad, que garanticen el acompañamiento de sus usuari@s y estén dotados de recursos para las terapias de desintoxicación.
Como hemos mencionado, el sistema capitalista actual es responsable de muchas situaciones de malestar emocional y, por ello este plan de choque está intrínsecamente ligado a la lucha por la derogación de las Reformas Laborales que abaratan los despidos y avalan los contratos a tiempo parcial, condenándonos así a la más absoluta precariedad; la prohibición inmediata de todos los desahucios: ¡Ni una persona en la calle sin alternativa habitacional! Para ello es necesario expropiar sin indemnización las más de 3 millones de viviendas vacías en manos de especuladores, bancos y fondos buitres y ponerlas al servicio de crear un parque público de vivienda. Es necesario reducir la jornada laboral sin reducir los salarios para garantizar el trabajo para todos y todas; acabar con el paro estructural y garantizar la conciliación real entre el trabajo y la vida para poder acceder al ocio, la cultura, la naturaleza y el arte. Es imprescindible la prohibición y cierre inmediato de las casas de apuestas para combatir la ludopatía que acecha a las barriadas más pobres.
Asimismo, necesitamos una ley LGTBI y ley Trans dotadas de recursos, que incluyan un cupo laboral LGTBI para garantizar nuestra independencia económica, que prohíban las terapias de reconversión, que doten de formación y personal especializado en la Sanidad Pública, que nos proteja de agresiones y nos garanticen una vida plena. ¡Basta de subvenciones a la Iglesia! Es necesario poner las escuelas privadas y concertadas al servicio de una red de escuelas públicas y totalmente gratuitas; eliminar las PAU para acabar con el sistema elitista que expulsa a las hijas de la clase trabajadora de la universidad.
Por último, la socialización de las tareas domésticas y de los cuidados liberará a las mujeres y sectores oprimidos de las dobles o triples jornadas laborales, descargándolas de una responsabilidad que nunca les perteneció y poniendo éstas bajo responsabilidad colectiva: comedores, lavanderías, guarderías y residencias para gente mayor públicas y gratuitas.
Todas estas medidas pasan por la lucha por un programa socialista que tenga como horizonte el gobierno de los y las trabajadoras, que levante una sociedad al servicio de los pueblos y sus necesidades y no al servicio de una minoría parasitaria. Una sociedad que luche por acabar con la opresión de todos los sectores de la sociedad actual y la explotación, que viva en armonía con la naturaleza.
Una última reflexión
El modo de producción en el sistema económico capitalista engendra la alienación del individuo y, por ende, la pérdida de su identidad. Con la brutal densidad de población de las grandes ciudades, las relaciones sociales actuales se vuelven impersonales, superficiales, transitorias y segmentadas, sin existir un espacio común de convivencia. Amplias capas de la sociedad han experimentado aislamiento y soledad a pesar de vivir rodeadas de mucha gente.
Frente a esta realidad, no hay otro camino que construir, fortalecer y consolidar las redes vecinales, las organizaciones sociales, sindicales y populares. Es evidente que nadie, por disponer de una fuerte red social, barrial o vecinal, evitará caer en una depresión (si tiene predisposición genética o si esa depresión es reactiva a una dificultad social, laboral o personal) o sufrir un brote psicótico. Pero no tenemos ninguna duda que la vida en común, la colectividad y las relaciones sociales profundas son indispensables para prevenir y paliar los efectos psicológicos del malestar y para sobrellevar los padecimientos referentes a la salud mental. La organización y la ayuda mutua son claves, además, para mejorar nuestra calidad de vida, pudiendo dar respuestas a nuestros problemas que, de forma individual, sería impensable hacerlo. Todas estas medidas, aunque no son sencillas, son fundamentales para cuidarnos y construir vidas que valgan la pena ser vividas.