Ante el debate de la CUP sobre la investidura
Si reflexionamos un poco, no nos costará mucho recordar algún acto de campaña de la CUP-Crida Constituent (CUP-CC) de las pasadas elecciones del 27S. Se hicieron muchos, en territorios muy diferentes y con gente muy diversa, algunos de ellos tan abarrotados que bastante gente quedó fuera del recinto. El crecimiento de la CUP-CC como fuerza rupturista y de izquierdas era evidente.
Por Núria Campanera
La CUP-CC durante la campaña electoral
No cuesta mucho recordar algunas de las consignas principales de la campaña, como la ya conocida “independencia para cambiarlo todo”. O algunas emotivas palabras del acto final de campaña en Llefià (Badalona), donde la actual diputada Gabriela Serra, explicaba: “Traigo este mono azul como símbolo, como reconocimiento de la clase obrera y la clase trabajadora de este país, de las clases populares, que nunca, nunca, nunca han cedido”. O la ex-diputada Isabel Vallet, que decía: “Nosotros, en esta guerra que está jugando el capitalismo contra nuestras vidas, estamos dispuestas, estamos preparadas a tenderle un pulso, un pulso tenaz, un pulso comprometido, un pulso además consciente, y lo haremos como lo hemos hecho siempre, el día 27 votante a la CUP-CC y el día 28 organizadas en las calles”.
Las críticas a la candidatura Junts pel Sí y a sus partidos integrantes fueron claras a lo largo de la campaña, así como el categórico y reiterado “No investiremos a Artur Mas”. Y si vamos todavía más lejos, pocos días antes de la consulta del 9N, la entonces diputada Isabel Vallet decía: “CiU no puede seguir liderando el proceso” porque “no destruiremos la Transición de la mano de los que la pactaron”.
Desgraciadamente, la actuación de la CUP después de las elecciones contrasta vivamente con estos discursos y declaraciones. Justo cuando los resultados electorales daban la mejor oportunidad para desenmascarar a CDC y poner a ERC entre la espada y la pared, la CUP se ha metido ella sola en la boca del lobo, entrando en un proceso negociador opaco («discreto»), inacabable y extenuante, con la voluntad “de llegar a un acuerdo”, asumiendo que “no haremos un plan de choque ambicioso”. Incluso cuando a la Asamblea del 29 de Noviembre en Manresa (dos meses después de las elecciones) una mayoría se decantó por ir a elecciones el mes de marzo si Junts pel Sí persistía en proponer Artur Mas como presidente, se ha continuado «clavados a la mesa de negociación«.
Las líneas rojas de Junts pel Sí y su «plan de choque»
Se ha continuado negociando a pesar de que «las 20 medidas del denominado ‘plan de choque’ presentado por Junts pel Sí son en realidad una burla a las necesidades más básicas de la población trabajadora catalana. De todas ellas sólo tres serían actualmente aplicables y, de estas, dos son ya una obligación legal del Gobierno. Siete más dependen de la aprobación de los próximos presupuestos, sujetas a las restricciones de Madrid y Bruselas. Y 10 medidas más tendrán que esperar… a lograr la independencia. La reforma laboral se seguirá aplicando y ni siquiera será erradicada de los convenios colectivos dependientes de la Generalitat.
Por otro lado, aunque firmen acuerdos de garantía de cumplimiento en un papel, ello no garantizará que cumplirán a la hora de los hechos las medidas acordadas. Y aunque las cumplieran, el pago de la deuda seguirá siendo prioritario y, por lo tanto, las medidas sociales pactadas se tendrían que llevar a cabo con las migajas que queden y con las limitaciones que pueden imponer el Estado y la Troika mientras no haya una ruptura real con el uno y con la otra...» (Manifiesto conjunto «Ni investir a Mas, ni avalar la gestión de la miseria», firmado por organizaciones del espacio «Por la Ruptura» llamando a votar No a la investidura de Mas)
Este manifiesto señala también que «Artur Mas, por boca de Francesc Homs, ha dejado claras cuáles son las «líneas rojas» de Convergència y de Junts pel Sí para un pacto de gobernabilidad. La primera es la investidura del propio Mas, el político «business friendly» que simboliza los recortes, las privatizaciones, la corrupción y la represión de las luchas sociales. La segunda es el “compromiso inequívoco” con la Unión Europea, es decir, la sumisión a los dictados de la Troika y al pago de la deuda. La tercera es la llamada «seguridad jurídica», que implica evitar la ruptura con la legislación española y, más concretamente, la preservación de los intereses patronales protegidos por esta legislación. La cuarta es la busca de la independencia a través de una vía «negociada» con el Estado, rechazando cualquier ruptura unilateral, es decir, dejando la puerta abierta al pacto fiscal o a otra salida sin ruptura. Y la quinta es un compromiso de estabilidad parlamentaria del gobierno Mas que, como ya han avanzado en las negociaciones, pasa porque la CUP-CC vote a favor de sus presupuestos«
Y en cuanto al problema nacional, el Manifiesto también es muy claro cuando dice: «Las alegaciones presentadas al Tribunal Constitucional por la Mesa del Parlament en relación a la suspensión de la resolución inicial, retratan a Junts pel Sí de cuerpo entero. El punto sustancial de la resolución del Parlament era justamente no reconocer al Tribunal Constitucional como órgano competente en los asuntos que afectan a la soberanía catalana. Pero la Mesa del Parlament (Junts pel Sí) va y solicita después a este mismo tribunal ‘deslegitimado y sin competencia’ que retire la suspensión porque la resolución era sólo ‘una voluntad, aspiración o deseo’, ‘una simple instrucción indicativa’, ‘sin fuerza legal’. Si ante la primera acometida del Estado la reacción de Junts pel Sí es tan cobarde, no cuesta mucho imaginar cómo reaccionaría si el gobierno español interviniera la Generalitat, empezando por los Mossos d’Esquadra.»
¿Investir a Junts pel Sí y después pasar cuentas?
No podemos permitir que el “No queremos elegir” tan coreado en campaña electoral se convierta en una falacia, que el lema de que la liberación nacional y la liberación social siempre van de la mano se convierta en una proclama vacía de contenido. No se puede anteponer un enfoque «patriótico» a la lucha por la liberación social. El problema nacional sólo tiene salida si va subordinado a la lucha social revolucionaria y se enfoca desde una óptica de clase y no de “país”. De hecho, el “país” es bien diferente según la clase y el sector social que lo mire. El proyecto «independentista» de la burguesía catalana es el de una provincia alemana del Sur con autonomía político-cultural.
¿Cómo se puede llegar a proponer Neus Munté (Convergència), Romeva o Pi-Sunyer como “presidente/a de consenso”? ¿Cómo se puede llegar a defender «una presidencia coral» y «un gobierno que ponga en sintonía las diferencias» o decir que “no queremos vencedores ni vencidos”? No existen candidatos de “consenso”. Cada candidato representa unos intereses de clase determinados, antagónicos con otros. El colmo de todo es aquel sector de la CUP que está dispuesto a investir Artur Mas con el argumento que se tiene que evitar a cualquier precio una segunda vuelta electoral el mes de marzo.
La historia contemporánea ha demostrado con creces que la burguesía catalana es orgánicamente incapaz de encabezar la lucha por la República catalana. Le tiene más miedo a la movilización masiva del pueblo trabajador y a la desestabilización social que esto comporta que a todos los Rajoy del mundo. La historia nos enseña que cada vez que han peligrado sus intereses como clase (la Semana Trágica, la crisis de 1917, la huelga de la Canadiense de 1919, los años del pistolerismo, la dictadura de Primo de Rivera o el levantamiento fascista de 1936) la burguesía catalana no ha dudado a cerrar filas con el Estado en la represión del pueblo trabajador catalán. También fue una pieza clave durante la transición. Tampoco las clases medias tienen la fuerza social ni la determinación política para enfrentar una acometida violenta del Estado. Sólo los sectores más conscientes de la clase trabajadora, junto con los sector más plebeyos de las clases medias, pueden asegurar la lucha por la libertad nacional. Y esto sólo es posible si la lucha va asociada a la perspectiva de un cambio sustancial en sus condiciones de vida… y a la búsqueda de la solidaridad activa por parte del pueblo trabajador español.
Seguir siendo una fuerza rupturista y anticapitalista o convertirse en una Esquerra Republicana-bis
Pensamos que es justo este dilema el que enfrenta actualmente la CUP. Investir a Artur Mas como presidente cuestionaría la continuidad de la CUP como fuerza rupturista y anticapitalista y la convertiría en una Esquerra Republicana bis, renunciando a toda posibilidad de arraigar en la clase trabajadora. Y sucedería lo mismo en el caso, bastante improbable, que invistiera a otro candidato de Junts pel Sí que no fuera Mas, por ejemplo Romeva, Pi-Sunyer o Muriel, puesto que todos ellos defienden el mismo programa, las mismas líneas rojas que señalaba Francesc Homs y hemos mencionado antes.
Es necesario dejar de lado una visión que entiende la política desde un punto de vista puramente parlamentario y, además, a corto plazo. Tenemos que ser conscientes de que la proclamación de la República catalana no está la vuelta de la esquina porque la dirección del movimiento soberanista continúa secuestrada por el partido de la burguesía catalana (con la complicidad necesaria de ERC) y porque su base social principal son las clases medianas, que no se la jugarán, en particular los sectores más acomodados, si el Estado interviene con contundencia. Y porque el pueblo trabajador, hoy por hoy, no asocia la lucha por la República catalana con un cambio sustancial de sus condiciones de vida. Y también porque una parte significativa de la clase trabajadora interpreta la independencia como una ruptura de los vínculos de fraternidad con la clase trabajadora del resto del Estado.
Esta realidad social no puede ser sustituida por el sueño de que pactando en el parlamento con Junts pel Sí se llegará a «puntos de no retorno» en el proceso independentista. Sólo hay que ver las alegaciones antes comentadas de Junts pel Sí (Mesa del Parlamento) al Tribunal Constitucional a raíz de la Resolución inicial aprobada por el Parlamento. Argumentos como el que dice que «unas elecciones anticipadas no permitirían volver a ninguna negociación con ventaja con el independentismo hegemónico» responden al mismo planteamiento parlamentarista, cortoplacista y, sobre todo, carente de toda visión de clase.
El futuro de la CUP está en juego. No tiene que ceder a las presiones de Junts pel Sí. Tiene que recuperar la hoja de ruta anterior a las elecciones del 27S y tomar en consideración el spot electoral que decía «vamos lentos porque vamos lejos«. Queda todavía mucha trabajo para articular la fuerza social que asegure el triunfo de la lucha nacional y la transformación social. Todo se tiene que subordinar a crear esta fuerza.