Las cortinas de humo que son los acuerdos de Paris frente al Cambio Climático, «no vinculantes», demuestran la profundidad de la crisis del sistema para dar solución a uno de los elementos, junto con la guerra imperialista, que amenazan a la humanidad.
Por Roberto Laxe
Porque son incapaces de resolver el desastre ecológico al que nos están llevando. Por los mismos motivos que no son capaces de acabar con la explotación de la clase obrera; porque el capitalismo se construye sobre la base del trabajo que es, «como ha dicho William Petty, el padre de la riqueza, y la tierra la madre” (Marx), es la manera concreta e histórica de relacionar estas dos fuerzas productivas, el trabajo humano y la naturaleza. A estas alturas de su decadencia las fuerzas productivas desarrolladas por él están adoptando la forma destructiva de la crisis social, política y, como no podía ser menos, ecológica.
La relación entre la sociedad humana y la naturaleza, cada vez más a la defensiva, esta mediada por la propiedad privada de los medios de producción con el objetivo de la optimación de los beneficios; solo acabando con esta mediación que son las relaciones de producción capitalista, será posible superar el desastre al que nos abocan.
De la misma manera que la crisis económica destruye las bases sociales reformistas, al polarizar la sociedad entre los propietarios de los medios de producción, distribución y financieros, y los desposeídos, que solo tienen su fuerza de trabajo, «los proletarios» en sentido literal (solo tienen la prole y el salario como medio de vida), se destruye cualquier perspectiva de cambio gradual que evite el desastre.
De la misma manera que el aumento de la explotación de la clase trabajadora se basa en el desarrollo tecnológico, puesto al servicio de los beneficios empresariales, el saqueo de la naturaleza tiene el mismo origen; ambos son expresión del carácter destructivo que en la decadencia del capitalismo adquieren las fuerzas productivas. El problema no está en éstas en sí mismas, entre los que se incluye la capacidad productiva del ser humano, sino en que su desarrollo y crecimiento está al servicio de los beneficios empresariales y no de la resolución de las necesidades sociales. El problema no es que el ser humano sea capaz de producir, sino que produce en función de una tasa de plusvalía que nada tiene que ver con las necesidades sociales.
A estas alturas de la crisis, esta contradicción convierte en utópicas cualquier alternativa sobre la base de la reforma del sistema.
Ser humano y naturaleza son partes de una misma totalidad, no se entiende el ser humano sin su origen «natural», pero tampoco se le entiende sin el hecho de que es el único ser en la tierra consciente de su propia historia y de su actividad. Son partes de un todo, mediados por las relaciones sociales de las que la de producción son, bajo el capitalismo, las determinantes; relaciones que el ser humano construye. Solo con medidas políticas, económicas y sociales que afecten a esas relaciones de producción, apunten a su destrucción, no solo su edulcoramiento, será posible acabar con el origen de la barbarie a la que nos están llevando, la explotación de la clase trabajadora por una minoría, la misma minoría que niega el desastre ecológico, hoy llamado con el eufemismo «cambio climático». Son inseparables.
Fruto de esa ideología nefasta del neoliberalismo, de la «voluntad del fragmento», fragmentando lo que es inseparable y partes del mismo todo, inoculada en amplísimos sectores de la sociedad y de sus individuos más avanzados, según la cual la liberación de la sociedad es el resultado de la suma de múltiples sujetos sociales, hemos olvidado algo que Marx ya descubriera en sus primeros escritos.
En La Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, Marx afirma: «Sólo en nombre de los derechos universales de la sociedad puede una clase determinada arrogarse el dominio universal. La energía revolucionaria y la conciencia moral del propio valor no bastan solamente para tomar por asalto esta posición emancipadora y, por lo tanto, para el agotamiento político de todas las esferas de la sociedad en el interés de la propia esfera. Para que coincidan la revolución de un pueblo y la emancipación de una clase particular de la sociedad burguesa; para que un estado de la sociedad se haga valer por todos, todas las fallas de la sociedad deben encontrarse, a su vez, concentradas en otra clase; un determinado estado debe ser el estado contra el cual es dirigido el ataque de todos, el que incorpora la traba impuesta a todos; una particular esfera social debe aparecer como el delito conocido de toda la sociedad, así que la emancipación de esta esfera aparezca como la emancipación universal cumplida por obra propia. Para que una clase determinada sea la clase libertadora por excelencia, otra clase debe, por lo tanto, ser la clase evidentemente opresora. El valor general negativo de la nobleza y del clero franceses determinaba el general valor positivo de la burguesía, que era una realidad y se contraponía a aquéllos.»
De la misma manera que la burguesía en su momento cuestionó, hizo una enmienda a la totalidad de la sociedad feudal con su revolución, hoy la clase obrera enmienda a la totalidad el sistema burgués; con su explotación y pauperización concentra todos los males de la sociedad capitalista. La diferencia entre unos y otros, es que la burguesía como clase explotadora, solo buscaba sustituir a la aristocracia en el control del estado y perpetuar la opresión, mientras que la clase obrera, al estar desposeída de otra cosa que no sea su fuerza de trabajo, no tiene otra opción que acabar con todo estado o volver bajo el dominio del capital. Por eso los estados que expropiaron a la burguesía, o avanzaban al socialismo o retrocedían al capitalismo. La burguesía, una vez alcanzado el poder no solo no devolvió el poder a la aristocracia, sino que la incorporó a su poder.
En el siglo XXI, con la explotación de la fuerza de trabajo y de la naturaleza en unos niveles que Marx no soñaría ni en sus peores pesadillas, avanzar en el derrumbamiento de las relaciones de producción capitalistas es al única medida realista que se puede adoptar; cualquier otra perspectiva es una vuelta al pasado de las salidas utópicas, ajenas a la verdadera causa del caos actual, el capitalismo.
Galiza, 14 de diciembre de 2015