La CUP se encuentra ante una disyuntiva estratégica vital: o continuar siendo la gran fuerza rupturista del país o pasar a convertirse en fuerza auxiliar de un gobierno burgués, sometido a Berlín y Bruselas, que a buen seguro traicionará la lucha por la soberanía y dará la espalda y se enfrentará a las reivindicaciones del pueblo trabajador.Corrent Roig
La CUP puede optar por arraigarse en la clase trabajadora, hacerse portavoz de sus reivindicaciones y postularse a liderar la lucha nacional y social o renunciar y conformarse con un espacio electoral entre las clases medianas, un tipo de “Izquierda-bis”.
Esto último es el que sucederá si la CUP inviste Artur Mas…pero también si acabara invistiendo un hipotético “gobierno de consenso donde los 72 diputados, desde la democracia cristiana a los anticapitalistas, se puedan ver reconocidos“.
Qué pasaría si el Estado interviene la Generalitat?
Si la CUP invistiera un gobierno de JxS (con Mas o sin) podrían suceder dos cosas: que este, para no perder la costumbre, se dedicara a continuar mareando la perdiz o que, bajo presión social, tomara alguna medida real de soberanía. En este caso el Estado actuaría con contundencia, poniendo en marcha la vía penal e interviniendo la Generalitat, empezando por los Mossos d’Esquadra, que quedarían bajo el mando de un general de la Guardia Civil. Alguien tiene algún tipo de duda que este gobierno (investido con los votos de la CUP) acataría la imposición del Estado, limitando su resistencia a aspavientos?
Pero de esto no se habla. Se esparcen jactas ilusiones en una Unión Europea que es firme aliada de Rajoy y una máquina de guerra contra la clase trabajadora. Y se ignora que no puede haber ninguna ruptura con el Estado español que no sea traumática políticamente y socialmente; que no cuestione abiertamente instituciones y legalidad; que no haga tambalear la “seguridad jurídica” tan apreciada por Francesc Homs, Artur Mas y JxS.
Una visión electoral y parlamentaria que no tiene en cuenta las fuerzas sociales
Desgraciadamente, el debate actual está empañado por una visión electoral y parlamentaria que se olvida de lo principal: la correlación de fuerzas sociales reales. Para resistir el embate del Estado y ganar la batalla hace falta determinación, estar decidido a jugársela. Y esto no lo harán ni las patronales ni las clases medianas acomodadas ganadas al independentismo. Resistir y ganar es imposible sin una movilización masiva, sostenida, “radical”, donde el protagonismo recaiga en los estratos más plebeyos de las clases medianas y en los sectores más conscientes de la clase trabajadora.
Pero esto exige que la lucha por la República catalana se identifique con la posibilidad tangible de cambios sustanciales en el terreno económico y social: asociando la ruptura con el Estado español con medidas como por ejemplo la derogación de la reforma laboral, el compromiso de la Administración de no contratar con ninguna empresa que no respete unos mínimos de decencia salarial y laboral, desahucios cero de verdad; pobreza energética cero a cargo de los superbeneficios de los oligopolios; alquiler social con los pisos vacíos de la banca; no despidos, de entrada a las empresas con beneficios; renta mínima garantizada; alto inmediato a las privatizaciones; reversión de los recortes en salud y educación; un plan ambicioso de ocupación pública; incremento del salario mínimo; ni un euro a la deuda mientras no se hayan resuelto las necesidades sociales básicas y auditoría.
“Vamos lentos porque vamos lejos”
Hay que reconocer que, desde este punto de vista, falta un buen trecho para la República catalana y que en este camino hay “aliados” que no son sino un lastre, empezando por Mas y CDC, implicados en recortes, privatizaciones y corrupción. Pero también JxS comparte las “líneas rojas” que enumeró hace unos días el candidato y ex consejero Francesc Homs, que incluyen la “seguridad jurídica” (vital para banqueros, empresarios y gente de dinero), el acatamiento de la Unión Europea y la busca de la independencia a través de una vía “negociada” con el Estado y no mediante una proclamación unilateral de la República catalana.
La CUP no tiene que ceder a las presiones de JxS. No hay razones para abandonar la hoja de ruta que aprobamos a las Asambleas Abiertas, que hablaba de un “gobierno de ruptura nacional, social y democrática” y de los “cinco puntos irrenunciables para cualquier pacto de gobernabilidad”. El spot electoral de la CUP decía “vamos lentos porque vamos lejos”. Y, efectivamente, queda todavía mucho trabajo para construir la fuerza social que asegure el triunfo de la lucha por la libertad nacional y la transformación social. Todo se tiene que subordinar a crear esta fuerza. Mientras tanto no habrá carriles.
Por eso, ante las acusaciones de “hacer descarrilar el proceso” para no investir un gobierno Mas (o de JxS) y provocar nuevas elecciones, la CUP tendrá toda la legitimidad para contestar que quién hace “descarrilar” el proceso es quien se niega a tomar medidas de desobediencia básicas, a un plan de choque digno de tal nombre o a resistir el embate del Estado.