“Comprar una refugiada siria a través de internet”[1]; “Matrimonios exprés con niñas sirias para hombres de negocios en el golfo”; “Refugiadas sirias venden su matrimonio en Facebook[2]”; “Mujeres refugiadas de siria sufren acoso y explotación”[3]. Estos son algunos de los primeros resultados que nos encontramos cuando buscamos en Internet “mujeres refugiadas sirias”, ya sea en inglés o castellano. ¿No nos estamos dejando algo? ¿Son estas imágenes de verdad representativas de lo que es la realidad de las mujeres sirias en el exilio? ¿Tiene este discurso consecuencias o se reduce a meras palabras?
Por Jessica Buendia*
Desde luego un cambio de enfoque era necesario, no simplemente por ser alternativo y original, sino porque la realidad así lo exige y porque esta dialéctica continúa con una estigmatización dañina que homogeneiza un colectivo alrededor de una única idea: la de víctimas indefensas en necesidad de ser salvadas.
No se trata de negar que las mujeres se encuentren en una situación adversa, pero sí de intentar subvertir una imagen que ignora las demás realidades. Mantener un enfoque que se centre en las mujeres basándose en temas como la violencia sexual y de género, la salud sexual y reproductiva, el cuidado de los niños, etc. permite atajar parte de un problema, pero no aborda las causas subyacentes de algo más profundo: la tácita y aceptada exclusión de las mujeres. No en vano Katty Al Hayek[4] advierte que enmarcar a las mujeres como víctima – actor pasivo hace que su potencial sea subestimado y su capacidad de agencia robada.
El feminismo trasnacional al subrayar la dependencia entre raza y representación, analiza las prácticas discursivas y establece una voz feminista del Primer Mundo; asimismo usa el término “Tercer Mundo” de forma deliberada para subrayar la historia de la colonización así como las relaciones contemporáneas de dominio estructural. Señalan que sacando a la luz las historias de las luchas de las personas del tercer mundo se busca auto-empoderarlas, porque cuestiones como raza, clase, sexualidad, colonialismo e imperialismo “son el espacio para las batallas políticas alrededor del mundo”. En este caso, pues, las representaciones de las mujeres que reproducen los discursos dominantes no son producto de una relación directa de correspondencia o identidad, sino una relación arbitraria establecida por ciertas culturas bajo nociones etnocéntricas: la consecuencia es que se colonizan las heterogeneidades de las vidas de las mujeres del tercer mundo, proponiendo una única mujer reducida a la condición de “víctima, pobre, ligada a la tradición, orientada a la familia, doméstica, sin educación, maltratada sexualmente… por lo cual en necesidad de algún tipo de salvación”. Se ignora así las vidas de mujeres de diferentes clases sociales, religiones, culturas y etnicidades.
Para exponer brevemente cómo se interconecta discurso y práctica podemos tomar como ejemplo el uso político de los términos “mujeres afganas” y “mujeres iraquíes”. George Bush durante su mandato hizo casi de la “War on Terror” sinónimo de la lucha por los derechos de las mujeres, en sus propias palabras:
“los talibanes usaban la violencia y el miedo para negarles a las mujeres afganas el acceso a la educación, la sanidad, la movilidad y el derecho a votar… Nuestra coalición ha liberado Afganistán y restaurado los derechos humanos fundamentales y las libertades a las mujeres afganas” y su esposa declaró: “Gracias a nuestros logros militares en gran parte de Afganistán, las mujeres ya no están encarceladas en sus casas. Pueden escuchar música y educar a sus hijas sin miedo a ser castigadas. La lucha contra el terrorismo también es una lucha por los derechos y la dignidad de las mujeres”.
Generar una respuesta requiere entender y detectar por ejemplo: la negación de la agencia/poder de las mujeres, la culturalización de la desigualdad y la lectura externa de las preocupaciones de las mujeres[5].
La culturalización de la desigualdad implica, por ejemplo, interpretar el maltrato hacia las mujeres como producto incuestionable de la cultura islámica lo que evita analizar causas más profundas y menos superficiales como los regímenes políticos y el contexto social. Poner una imagen de régimen modernista, con una primera dama sin velo pero musulmana, como por ejemplo Asmaa el Assad, Lalla Salma o Rania, evita cuestionar el rol que ejerce el gobierno y así crear una cortina de humo donde todo es culpa de la religión y el fanatismo. Asimismo, la lectura externa de las preocupaciones de las mujeres, puede provocar un conflicto de entendimiento sobre lo que son realmente sus prioridades y necesidades. ¿Y si a las mujeres les preocupa participar en los procesos políticos? ¿Y si quieren que su voz sea oída más allá de cuestiones que se reducen a su cuerpo como la reproducción, el matrimonio forzado y la violencia de género? Está claro que esta imagen de mujer incapaz, y doblemente víctima, deja poco margen y además incapacita porque establece unos límites a la acción de las mujeres.
El caso de las mujeres refugiadas sirias es particularmente llamativo ya que parece que es una víctima impotente de las acciones de su familia que vende sus hijas por dinero, y que los refugiados son gente retrograda que venden sus hijos en el primer obstáculo que encuentran y, por lo tanto, ellas son víctimas de una sociedad bárbara e incivilizada[6]. Un informe reciente de Naciones Unidas para Jordania sobre la situación de las mujeres en los campos de refugiados menciona que las entrevistadas “afirmaron que lamentaban la imagen de las sirias como fáciles y baratas”.
No sólo victimas
«el papel de base de las mujeres en el levantamiento sirio, en un intento de subrayar los ángulos que no han sido ampliamente cubiertos por los medios de comunicación dominantes, en árabe o internacionalmente. Tampoco esto está bien representado en los relatos de la oposición política siria en el extranjero. De hecho en todos estos relatos, las mujeres son excluidas sistemáticamente de cualquier toma de decisiones políticas con respecto a este país en una fase tan histórica. Las mujeres y los jóvenes tienen muy poca representación en las filas de cualquiera de los consejos locales o en la Coalición Nacional de Siria (…). En la cobertura realizada por los principales medios acerca de las mujeres sirias hoy, uno no puede evitar tener la impresión de que las mujeres o bien han sido “violadas”, “abusadas sexualmente”, o “desplazadas”. La necesidad de documentar todo tipo de violaciones cometidas contra los ciudadanos es incuestionable. Sin embargo, la falta de esfuerzos similares en retratar a las mujeres de Siria, en el terreno, como participantes activas en la revolución ya sea como escritoras, abogadas de derechos humanos, médicos, profesoras y políticas, mientras que en realidad están indudablemente comprometidas en este tipo de actividades, es de hecho perverso, sobre todo cuando esta imagen construida de mujeres sirias no ha cambiado ni un ápice en los últimos tres años”. (Razan Ghazzawi, 2014)
Las mujeres desempeñaron un papel importante en las revueltas, algo que ha sido escasamente mencionado en los principales medios de comunicación, de hecho la mayoría del material que se encuentra está o en medios alternativos o en medios insiders/locales. Podemos ir más allá y afirmar que una de las características de la revolución es la participación de las mujeres, porque incluso cuando el régimen comenzó a atacar la población, ellas se implicaron aún más, por ejemplo, ayudando a los Comités de Coordinación Local, llevando comida, medicamentos y cámaras a escondidas, documentando crímenes, trabajando con la defensa civil, o mediante acciones simples como la realización de banners, eslóganes o banderas, mediante la movilización de sus propias redes sociales, etc. Fue una mujer drusa, Muntaha Al Atrash, quien en una entrevista telefónica con el medio Asharq Al Awsat, negó que hubiera una conspiración contra Siria y pidió la dimisión del presidente. Asimismo encontramos otro ejemplo en las mujeres de Salamia (Hama), mayoritariamente pertenecientes a la minoría shii ismailí, que se organizaron y participaron en el movimiento de mujeres contra el presidente, estableciendo el Comité de las Mujeres de Salamia. No fueron el único grupo, también se pueden destacar los comités femeninos de Zabadani (Damasco) o Mazaya (Idlib) por ejemplo.
La unión de las mujeres ayudó a anular los estereotipos: las mujeres sabían cómo funcionaba la clasificación sectaria del régimen y la imagen de sexo débil: amas de casa, sumisas, desinteresadas en la política y en la rebelión[7]. Hasta ese momento habían sido también un instrumento de propaganda, con un gobierno que intentaba dar una imagen de respeto hacia los derechos de las mujeres y su participación política. En realidad se trataba solo de una representación simbólica ya que la mayoría eran escogidas por funcionarios de seguridad.
En una fase más avanzada del conflicto, donde destaca la radicalización de la violencia ejercida por el régimen así como la emergencia de actores radicales, los cuales se adueñan de las áreas bajo control civil, la participación y la agencia de las mujeres se ve limitada. A medida que la violencia se intensifica y la lucha armada empieza, más población se ve obligada a elegir entre vivir o morir, las mujeres también abandonan el país y su rol decae. Ellas saben que el periodo actual y el que vendrá, tras el colapso total del régimen, será especialmente difícil para las mujeres, por eso piden que su rol sea reconocido y señalan la importancia de asegurar y habilitar vías para la participación de las mujeres en los procesos de resolución de conflicto, en las negociaciones de paz y en la reconstrucción del país.
Si bien hoy hay una gran parte de mujeres en el exilio, la doble victimización por su situación de refugiada y de mujer, merma el potencial de muchas que están trabajando por un país pacífico y democrático. Lo que suele pasar en estas fases, es que se ignora a la mujer cuando los procesos formales de paz empiezan, como sucedió con Colombia con la mesa de la Habana. Las mujeres refugiadas sirias no están siendo pasivamente victimizadas, en la realidad están participando activamente y no se trata necesariamente de activistas, o de la élite de las mujeres educadas en Occidente, sino de mujeres de todo tipo, que en su cotidianidad hacen mucho.
El preludio de un impacto: entre discurso y realidad
Lo que los líderes de los Estados han venido diciendo sobre Siria y las mujeres es una prueba de la conexión entre discurso y práctica. Considerando que la mitad de los refugiados son mujeres, es mucho lo que está en juego.
Es alarmante que en la Comisión Internacional Independiente de Investigación para la República Árabe de Siria en junio del 2015, solamente siete estados (de un total de cuarenta y nueve) hagan mención a la mujer, y que lo hagan centrándose específicamente en la violencia sexual y de género, la resolución 1325 de Naciones Unidas y la participación de las mujeres de forma conjunta. Alemania sólo saca el tema de la violencia sexual y de género con relación al EI.
Para ser más explícitos, la mujer casi pasa desapercibida. Y si el tema de los refugiados se ha tocado especialmente desde 2013, no se hace mención alguna a las mujeres refugiadas sirias como sujeto específico. Esta comisión ha sido incapaz de analizar el impacto del conflicto en las mujeres, y de entender el desempoderamiento y la marginalización al que se encuentran sujetas al no poder participar en los diálogos y fórums tanto nacionales como internacionales. Las consecuencias se producen no sólo a nivel individual, sino que va más allá.
Pero no es el único organismo internacional que demuestra la conexión entre discurso y práctica. El Consejo de Derechos Humanos (HRC) en sus informes también hace una excesiva mención a la mujer como víctima – de un evento o víctima de la violencia sexual y de género-, un 62% en comparación con el 32% en términos de participación. El fracaso en la comprensión de la realidad y las necesidades de las mujeres, reduciendo las mujeres sirias a la categoría de víctima y a los refugiados como un grupo homogéneo, es dañino para cualquier proceso de paz.
Los planes de Naciones Unidas creados junto con los estados para manejar la cuestión de los refugiados, “Regional Refugee and Resilience Plan”, en principio tampoco hacen especial hincapié en el rol de las mujeres en estas comunidades, más allá de cuestiones en las que ya se espera la participación femenina, y además se plantean casi completamente en términos asistencialistas y paternalistas, a excepción de Turquía que parece querer dar más autonomía, auto-suficiencia y empoderamiento. La protección puede que mejore la calidad de vida de las mujeres, pero no es suficiente a largo plazo.
Hay por tanto un discurso dominante, que se traslada a las prácticas políticas, y que tiene un impacto sumamente negativo. Es necesaria una democratización de praxis e imagen.
Una contra-narrativa
En realidad siempre hay maneras de ejercer la agencia aunque esta pase desapercibida, ya sea en condiciones extremas, hay forma de resistencia y subversión. De hecho, algunos de los proyectos más destacables, que buscan mejorar la calidad de la vida de las refugiadas son de hecho impulsados o protagonizados por mujeres: el proyecto Badael, la iniciativa Basmeh & Zeitooneh Women Workshop, la iniciativa Syrian Trojan Women, entre otras.
Rim Al Haswani, una chica damascena de apenas 27 años junto con otros jóvenes, se encargaron de fundar Basmeh and Zaitouneh. Empezaron por hacer talleres de bordado, informática e inglés, con mujeres en Chatila (Líbano). Oula Ramadan creó la Fundación Badael, organización no gubernamental (ONG) comprometida con el fortalecimiento de los grupos de la sociedad civil y ONG’s de Siria que están en activo o que quieren serlo para promover la no-violencia o implementar medidas que la reduzcan, también para responder al presente y prepararse para el futuro y la construcción de la paz.
El proyecto Syrian Trojan Women recrea mediante talleres teatrales de drama con refugiadas la producción de Eurípides, escrita en el 415 a.C, que lamenta como el gobierno elegido democráticamente en Atenas asesina mujeres y hombres en la isla de Melos.
Sin embargo no solo se trata de mencionar el trabajo de las activistas y de una élite política femenina, sino de mujeres del común que ejercen cada día un rol, distante y diferente de la imagen en la que son retratadas.
«N» es una mujer siria de 29 años que pierde su marido en la guerra, abandona Siria con sus hijos y se exilia en Turquía. Entonces se implica en varias actividades sociales en el terreno y, participando en un concurso de la organización Zeitouna (Karam Foundation), gana el premio para financiar un proyecto ideado por ella misma con el objetivo de abrir un restaurante y volverse económicamente independiente.
Esta también podría ser una historia cualquiera… pero vende menos que la de las mujeres vendidas en matrimonios forzados. Explicar todo el proceso y las razones por las que ha tenido que pasar y por las que también merecería estar en los titulares de los diarios por ejemplo, es mucho más complejo de entender que poner una imagen a la que ya estamos mentalmente acostumbrados. M. dijo “aunque antes éramos económicamente más dependientes de los hombres, después de haber vivido una guerra, las mujeres han perdido el miedo y ahora incluso trabajan más que los hombres…”.
Sin mujeres no hay democracia.
*Jessica Buendia es politóloga y vive en Barcelona. Comprometida con la defensa de los derechos humanos, la construcción de la democracia y la igualdad de género.[1]http://www.elmundo.es/internacional/2014/05/29/53875c9d22601d7b3f8b4574.html[2]http://www.infobae.com/2014/05/30/1568835-refugiadas-sirias-venden-su-matrimonio-facebook[3]https://www.hrw.org/es/news/2013/11/27/el-libano-mujeres-refugiadas-de-siria-sufren-acoso-y-explotacion[4]
Investigadora Siria, actualmente cursa un master en Estados Unidos y antes que comenzaran las revueltas estaba implicada en la defensa de los derechos humanos y de las mujeres en Siria.
[5] Ho, 2010.
[6] Al Hayek, 2013.
[7] Al Om, 2015; Ghazzawi, 2014.