Tal como señala el trotskista argentino Nahuel Moreno en la Escuela de Cuadros del MAS (1984), los primeros en utilizar el concepto de “revolución permanente” fueron Marx y Engels, entre 1845 y 1850, aunque en un sentido sólo de carácter nacional, ya que ellos consideraban que sólo algunos países europeos estaban “maduros” para la revolución socialista.Por Alejandro Iturbe
Varias décadas más tarde, el revolucionario bielorruso Alexander Parvus lo retomaría para plantear una posición diferenciada en el marco del debate que se desarrollaba entre los marxistas del imperio ruso sobre la dinámica de la revolución contra el régimen zarista.
En esa escuela de cuadros, Moreno señala que, en ese riquísimo debate que transcurría en los primeros años del siglo XX, se establecieron básicamente tres posiciones: la etapista de los mencheviques (ala derecha de los marxistas rusos), la de Lenin y los bolcheviques (también etapista) y la de Trotsky, que desarrolla la posición de Parvus hacia la revolución permanente.
En las “Tesis de Abril” de 1917, luego de la caída del zar en febrero, y frente a la revolución en curso, Lenin modifica su posición y adopta, en los hechos, el enfoque de Trotsky, quien, por su lado, abandona su posición centrista y menchevique sobre la concepción de partido e ingresa con su organización al partido bolchevique. De este modo se formó el equipo que habría de dirigir la Revolución de Octubre.
Después de Octubre, la revolución permanente pasó a ser la “teoría oficial” de los bolcheviques. Sin embargo, a partir de 1924, en el marco del proceso de burocratización del partido y de la URSS impulsado por el estalinismo, comienza a sufrir duros ataques, con la teoría del “socialismo en un solo país” y una nueva formulación de la “revolución por etapas” en los países semicoloniales.
Con esta línea, la ya burocratizada III Internacional interviene y lleva al desastre la revolución china de 1923-1928. En debate con esa línea, Trotsky escribe su segunda y última formulación de la teoría, e incorpora, a modo de síntesis, las famosas “Tesis de la revolución permanente”.
Posteriormente, Nahuel Moreno va a realizar una crítica y una revisión de esta formulación de Trotsky de las Tesis –las que se expresan en el material para la “Escuela de Cuadros”–, que se publican en esta misma edición de Marxismo Vivo. Realiza esta crítica para reivindicar su contenido esencial.
Moreno también realizó una defensa conceptual de la revolución permanente frente a dos posiciones revisionistas surgidas en el trotskismo, en las décadas de 1960 y 1970. La primera fue expuesta por Enrst Mandel, con su concepción del neoimperialismo, que Moreno criticó por transformar las bases objetivas de la revolución (la imposibilidad del capitalismo de mejorar el nivel de vida de las masas a partir de que las fuerzas productivas habían cesado de crecer) en subjetivas (voluntad de cambiar el mundo y de mejorar los métodos de producción y distribución). Junto con esto, la dirección mayoritaria de la organización llamada Secretariado Unificado (SU) de la Cuarta Internacional apoyó la estrategia de la lucha armada de las organizaciones guerrilleristas, abandonando también en sus posiciones políticas la concepción de la revolución permanente. Ambos debates están reflejados en un trabajo de Moreno de 1973: El Partido y la Revolución, conocido como “el Morenazo”.
La segunda revisión fue planteada por el SWP estadounidense, que transformaba la revolución permanente en una suma de luchas radicalizadas contras las opresiones del capitalismo. La nueva dirección del SWP fue abandonando también la concepción de la revolución permanente hasta transformarse directamente en castrista.
Como resultado de estos debates y de sus elaboraciones. Moreno escribió, en 1980, Actualización del Programa de Transición, el trabajo que daría las bases teóricas y programáticas de la fundación de una nueva organización internacional trotskista: la LIT-CI (Liga Internacional de los Trabajadores – Cuarta Internacional), en 1982.
El debate actual
Para nosotros, la concepción de la revolución permanente elaborada por Trotsky mantiene toda su vigencia. Creemos que sigue siendo la única teoría-programa que permite comprender los procesos revolucionarios actuales, como los que están desarrollándose en el Norte de África y Medio Oriente, y orientar a los revolucionarios frente a ellos. Reivindicamos también la vigencia de los aportes realizados por Nahuel Moreno. Sin la correcta utilización de estas herramientas teóricas, es imposible tener una política concreta correcta de intervención en los procesos.
Al mismo tiempo, consideramos que nuevamente esta concepción está bajo ataque. No sólo por parte de los sucesores del estalinismo sino también por parte de corrientes que se reivindican trotskistas e incluso “morenistas”.
Uno de estos ataques, por “derecha” diríamos, es expresado por la corriente internacional integrada por el MES brasileño, el MST argentino y Marea Socialista de Venezuela (proveniente del morenismo y que ahora está por ingresar al SU) que, bajo una supuesta reivindicación de los aportes de Moreno, desarrolla una concepción que los lleva a una visión y a una política etapistas del desarrollo de la revolución, con sus consecuencias: apoyar a los gobiernos burgueses de Venezuela, Bolivia y Ecuador, y proponer sólo objetivos democráticos a los procesos del Norte de África y Medio Oriente.
Al mismo tiempo, por “izquierda”, surge una corriente sectaria, expresada por la FT (Fracción Trotskista) encabezada por el PTS argentino. En este caso, a partir de una interpretación “in extremis” de las Tesis de 1929, se niega el carácter de revoluciones a los procesos del Norte de África y Medio Oriente. Lo que los llevó a no apoyar la lucha militar de los “rebeldes” contra Khadafi en Libia (caracterizándolos como “tropa terrestre del imperialismo”), y a no hacerlo ahora con las fuerzas que enfrentan a Bashar al Assad en Siria.
Con este material queremos, por un lado, presentar un resumen del surgimiento y el desarrollo de la teoría de la revolución permanente de Trotsky y analizar los aportes de Moreno. Por otro lado, abordar estos debates actuales y realizar una defensa de la concepción de la revolución permanente que, tal como dijimos, consideramos una herramienta imprescindible para orientar la intervención de los revolucionarios en la actualidad.
El desarrollo de la teoría (1905-1929)
Tal como hemos señalado, las tres revoluciones rusas (1905, febrero y octubre de 1917) se vieron cruzadas por un intenso debate teórico, programático y político entre las corrientes marxistas de ese país, cuyas posiciones definieron la intervención de cada una de ellas.
De las tres posiciones básicas definidas en este debate, queremos extendernos un poco en los textos principales de Lenin, ya que luego tendrán su importancia en las siguientes partes de este material.
Lenin y los bolcheviques coincidían con un aspecto del análisis de los mencheviques: Rusia todavía no estaba “madura” para la revolución socialista, por lo tanto, el proceso se daría en dos etapas, una primera, “democrática”, y otra, posterior, “socialista”.
El grado de desarrollo económico de Rusia (condición objetiva) y el grado de conciencia y organización de las grandes masas del proletariado (condición subjetiva, indisolublemente ligada con la objetiva) hacen imposible la absoluta liberación inmediata de la clase obrera.
Sólo la gente más ignorante puede no ver el carácter burgués de la revolución democrática que se está operando; sólo los optimistas más cándidos pueden olvidar cuán poco conocen aún las masas obreras las metas del socialismo y los procedimientos para alcanzarlo. (…)
Los marxistas están absolutamente convencidos del carácter burgués de la revolución rusa. Esto significa que las transformaciones democráticas en el régimen político y las transformaciones económico-sociales, que se han convertido en una necesidad para Rusia, no sólo no implican de por sí el socavamiento del capitalismo, el socavamiento de la dominación de la burguesía, sino que, por el contrario, desbrozarán por primera vez el terreno como es debido para un desarrollo vasto y rápido, europeo y no asiático, del capitalismo; por primera vez harán posible la dominación de la burguesía como clase.
La revolución burguesa es una revolución que no va más allá del marco del régimen económico-social burgués, esto es, capitalista. La revolución burguesa expresa las necesidades del desarrollo del capitalismo no sólo no destruyendo sus bases, sino, al contrario, ensanchándolas y profundizándolas. Esta revolución expresa, por tanto, no sólo los intereses de la clase obrera, sino también los de toda la burguesía.[1]
Sin embargo, a diferencia de los mencheviques, Lenin opinaba que la burguesía era una clase que ya no podía jugar un rol revolucionario o progresivo por su profunda asociación con el capitalismo imperialista y los terratenientes. Ella sólo apostaba a arrancar algunas reformas a través de los acuerdos “por arriba” con el zarismo y, al mismo tiempo, su profundo temor a la movilización de masas la ubicaba claramente en el campo de la contrarrevolución.
La revolución, entonces, sería encabezada por una alianza del proletariado y el campesinado (sin definición clara de quién predominaría en la alianza). Después de derrocado el zarismo, debía instalarse una “dictadura democrática de obreros y campesinos” cuya tarea sería, precisamente, llevar adelante las tareas que la burguesía ya era incapaz de garantizar y que abriría para el futuro la posibilidad de avanzar hacia el socialismo.
El giro de Lenin en abril de 1917
Una vez derrocado el régimen zarista –en febrero de 1917–, se instaló en Rusia un Gobierno Provisional encabezado por el príncipe Lvov e integrado básicamente por los kadetes (principal partido de la burguesía liberal), los eseristas (partido populista de gran peso en los campesinos) y los mencheviques. Este gobierno mantenía la participación de Rusia en la guerra imperialista y posponía de modo indefinido la reforma agraria.
Antes de su vuelta a Rusia, Lenin escribe las famosas “Tesis de Abril”, modifica la tradicional línea bolchevique de dictadura democrática (que estaba siendo aplicada por los dirigentes presentes en Rusia) y la reemplaza por la de dictadura del proletariado. Consecuente con eso, llamaba a no dar ningún apoyo al Gobierno Provisional y a preparar su derrocamiento para que el poder pasase a manos de los Soviets y así aplicar el programa democrático de la revolución (Paz, Pan y Tierra), “explicando pacientemente” esta necesidad mientras los bolcheviques fueran minoría en este organismo.
La peculiaridad del momento actual en Rusia consiste en el paso de la primera etapa de la revolución, que ha dado el poder a la burguesía por carecer el proletariado del grado necesario de conciencia y de organización, a su segunda etapa, que debe poner el poder en manos del proletariado y de las capas pobres del campesinado. (…)
Ningún apoyo al Gobierno Provisional; explicar la completa falsedad de todas sus promesas, sobre todo de la renuncia a las anexiones. Desenmascarar a este gobierno, que es un gobierno de capitalistas, en vez de propugnar la inadmisible e ilusoria “exigencia” de que deje de ser imperialista.
Explicar a las masas que los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y que, por ello, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas.(…)
Mientras estemos en minoría, desarrollaremos una labor de crítica y esclarecimiento de los errores, propugnando al mismo tiempo, la necesidad de que todo el poder del Estado pase a los Soviets de diputados obreros, a fin de que, sobre la base de la experiencia, las masas corrijan sus errores.[2]
Lenin no se limita a formular un programa democrático para este futuro gobierno sino que le plantea las primeras tareas transicionales o socialistas, como la fusión de todos los bancos en un banco estatal único bajo control de los soviets y la instauración, bajo control de este organismo, de una “producción y distribución social”.
El texto de las Tesis es muy corto y está destinado a dar la batalla para reorientar al partido en medio del proceso revolucionario. En ellas, Lenin no aborda el análisis teórico y político que está por detrás del giro. En ese texto, tiene un peso evidente el papel nefasto que estaban jugando mencheviques y eseristas al integrar el gobierno burgués y apoyar la política contrarrevolucionaria de la burguesía liberal. Lo concreto es que Lenin toma, en los hechos, el enfoque de Trotsky de la “revolución permanente”. En este sentido, la consigna “Todo el poder a los Soviets” es la concreción de la “Dictadura del Proletariado”.
Entre 1917 y 1923, este enfoque fue la “teoría oficial” del partido y del nuevo Estado, y así fueron publicados los trabajos de Trotsky (Balance y Perspectivas, 1919) y enseñados en escuelas y universidades.
Los tres aspectos de la revolución permanente
Durante esos años, Trotsky presenta lo que él llamó los “tres aspectos” de la revolución permanente. Luego debió defenderlos del ataque del estalinismo y sus aliados, y los formularía, de modo a la vez desarrollado y sintético, en 1929. Ellos son:
- El de la dinámica de la revolución hasta la toma del poder y el período inmediato posterior, a nivel nacional. Es decir, la transformación de la revolución democrática en socialista (con un “ritmo permanente”), al que ya nos hemos referido.
- Después de la toma del poder, durante la propia revolución socialista, continúa el proceso de lucha de clases y de los grupos sociales, y la sociedad no alcanza su equilibrio.
- El tercer aspecto es el carácter internacional de la revolución socialista.
Los ataques del estalinismo
A partir de 1924, la teoría de la revolución permanente comienza a sufrir ataques cada vez más duros del estalinismo –que se conformaba como la corriente dominante al interior del partido y de la III Internacional– y de sus aliados (Bujarin, entre otros), como reflejo del proceso de burocratización al interior de ambas organizaciones y, fundamentalmente, del Estado soviético.
La extensión de la revolución socialista al continente europeo y a sus países más desarrollados había sufrido un duro golpe en Alemania, y en Italia había triunfado el fascismo de Mussolini. A nivel interno, la guerra civil había dejado a la URSS muy debilitada y planteaba la necesidad de aplicar las concesiones capitalistas de la NEP (Nueva Economía Política). También había diezmado a la joven vanguardia proletaria de la Revolución de Octubre.
En este contexto doblemente desfavorable, el atraso económico-social de Rusia cobra su precio y avanza rápidamente la burocratización del Estado y del partido, que se extendía también a la Tercera. Para defender sus privilegios, la burocracia elabora ideologías que los justifican y, junto con la liquidación de la vieja guardia bolchevique, comienza a liquidar también la teoría y el programa de la revolución, es decir, a atacar la teoría-programa de la revolución permanente. Surge así, la teoría del socialismo en un solo país, con sus dos aspectos.
Por un lado, la estrategia de que Rusia avanzase por sí misma hacia el socialismo (así fuese “a paso de tortuga” y alentando el enriquecimiento del campesino medio). Por el otro, el desarrollo de la revolución socialista internacional es reemplazado por la “defensa de la URSS” como cuestión central, una preparación de lo que luego sería la “coexistencia pacífica” con el imperialismo.
En los países semicoloniales, esto se expresó en la aplicación de la teoría de la revolución por etapas y la alianza con la burguesía nacional (en los hechos, el apoyo y la supeditación de los partidos comunistas a los movimientos burgueses nacionales). Veamos cómo Trotsky analiza estas críticas:
Los ataques de los epígonos van dirigidos, aunque no con igual claridad, contra los tres aspectos de la teoría de la revolución permanente. Y no podía ser de otro modo, puesto que se trata de partes inseparables de un todo. Los epígonos separan mecánicamente la dictadura democrática de la socialista, la revolución socialista nacional de la internacional. La conquista del poder dentro de las fronteras nacionales es para ellos, en el fondo, no el acto inicial sino la etapa final de la revolución: después, se abre un período de reformas que conducen a la sociedad socialista nacional (…) Proclaman la posibilidad de proceder a edificar una sociedad socialista completa y aislada en la Unión Soviética. Para ellos, la revolución mundial, condición necesaria de la victoria, no es más que una circunstancia favorable. Los epígonos han llegado a esta ruptura radical con el marxismo al cabo de una lucha permanente contra la teoría de la revolución permanente.[3]
En el plano internacional, esto se expresaba en la línea hacia la revolución china en curso, ordenando a los comunistas a ingresar en el partido burgués Kuomintang, considerado organización “simpatizante” de la Tercera:
En los años de 1925 a 1927 adoptan ante la revolución nacional china la orientación de un movimiento dirigido por la burguesía del país. Luego, propugnan para dicho país la consigna de la dictadura democrática de los obreros y campesinos, oponiéndola a la dictadura del proletariado.[4]
Tales posiciones se originan en la defensa de los privilegios de la burocracia soviética:
Hemos explicado ya más de una vez que esta revisión de valores se ha efectuado bajo la influencia de las necesidades sociales de la burocracia soviética, la cual se ha ido volviendo cada vez más conservadora, cada vez más preocupada de mantener el orden nacional y propensa a exigir que la revolución ya realizada y que le asegura a ella una situación privilegiada sea considerada suficiente para proceder a la edificación pacífica del socialismo.[5]
En 1928, bajo la doble presión de la derrota que había ocasionado la línea de la Tercera a las masas y al partido comunista chino, por un lado, y a la llamada “crisis de las tijeras” producida dentro de la URSS (negativa del campesinado de entregar sus cosechas al Estado), la burocracia estalinista da un brusco giro a la izquierda, que sería conocido como el “tercer período”. A nivel interno, lleva adelante la colectivización forzosa del campo, con un altísimo costo en vidas y bienes. A nivel internacional, la Tercera ordena una insurrección artificial del proletariado chino, encabezada por el partido comunista, contra el gobierno del Kuomintang, que lleva a una derrota aún mayor del proceso. A diferencia de numerosos miembros de la oposición de izquierda????, que vieron en ese giro un acercamiento al programa y a las posiciones de la Oposición de Izquierda (a partir de allí, capitularon al estalinismo), Trotsky no se engañaba sobre el carácter de ese giro:
La burocracia estalinista pone de manifiesto el carácter puramente táctico de su viraje hacia la izquierda, y cómo ello no significa una renuncia a los fundamentos estratégicos nacional-reformistas. No hay para qué pararse a explicar la trascendencia de esto: es sabido que en la política, como en la guerra, la táctica se halla siempre subordinada en última instancia a la estrategia.[6]
Respuesta de Trotsky a algunos ataques
El estalinismo realizaba varias acusaciones de carácter teórico-político sobre la teoría de la revolución permanente. Con respecto a Rusia, esta corriente afirmaba que “Trotsky ignoraba la diferencia existente entre la revolución burguesa y la socialista” y que “no prestaba la menor atención al problema agrario, ignorando la existencia de la clase campesina e imaginando la revolución como una lucha sostenida exclusivamente por el proletariado contra el zarismo”. En su respuesta, Trotsky reitera algunos elementos centrales de la teoría:
Las dos primeras afirmaciones son… fundamentalmente falsas. Yo partía precisamente del carácter democrático burgués de la revolución, para llegar a la conclusión de que la profundidad de la crisis agraria podía llevar al poder al proletariado en la atrasada Rusia. No fue otra la idea que sostuve en vísperas de la Revolución de 1905 ni la que expresaba al dar a la revolución el calificativo de “permanente”, esto es, de tránsito revolucionario directo de la etapa burguesa a la socialista. Expresando esta misma idea, Lenin había de hablar más tarde de conversión de la revolución burguesa en socialista. En 1924, Stalin oponía esta idea de “conversión” a la de revolución permanente, que consideraba como el salto del reinado de la autocracia al reinado del socialismo. El desventurado “teórico” no se tomó el trabajo de reflexionar qué significa, en este caso, el carácter permanente de la revolución, o lo que es lo mismo, el ritmo ininterrumpido de su desarrollo…
Lenin y Trotsky eran tan conscientes del peso del campesinado y del problema agrario en Rusia, y de la necesidad de la alianza obrero-campesina que debería dar sustento a la dictadura del proletariado, que aceptaron dejar de lado, por todo un período, el tradicional programa socialista para el campo y tomaron el de la reforma agraria (tarea democrático-burguesa) para garantizar la alianza con los socialistas revolucionarios de izquierda que dio base social al primer gobierno soviético.
Otro problema diferente, que excede el objetivo de este trabajo, es el análisis de las contradicciones que le generaba a la economía planificada la subsistencia de la propiedad privada en el campo, cuyas tendencias, en caso de no ser combatidas o neutralizadas, generarían duros choques, como aconteció, primero, con el “comunismo de guerra” y luego con la “crisis de las tijeras”. Lo que aquí queremos señalar es que, lejos de “ignorar al campesinado” y el atraso de Rusia y su estructura social, la revolución permanente era el único enfoque marxista y revolucionario para responder a esta realidad.
El debate con Preobashensky
Queremos destacar también la polémica que Trotsky y Yevgueni Preobashensky (dirigente bolchevique, proveniente de la misma corriente de Trotsky y muy cercano a él) desarrollaron durante el proceso de la revolución china de 1924-1928.
Tal como señala Moreno, Preobashensky criticó lo que consideraba el error de Trotsky –querer encuadrar esa revolución en el mismo esquema teórico de la Revolución de Octubre– y planteó la posibilidad de que hubiera otro sujeto social de la revolución, distinto del proletariado, y también otra dirección que no fuera la de un partido obrero revolucionario.
Una de las respuestas de Trotsky es muy interesante porque en ella, de alguna forma, él “destila” dialécticamente el contenido esencial de la teoría de la revolución permanente: puede haber otro sujeto social que no sea el proletariado (y, aunque no lo incluya en la respuesta, se desprende que también otra dirección que no sea un partido obrero revolucionario), lo central es que (por los enemigos que debe enfrentar y las tareas que debe llevar adelante) para garantizar las tareas democráticas hay que hacer la revolución socialista. Ese es, en última instancia, el contenido esencial de la revolución permanente, que luego sería retomado por Nahuel Moreno.
La formulación de 1929
Sin embargo, Trotsky no profundizaría ni desarrollaría esta línea de análisis. Por el contrario, en 1929, luego de la derrota de la revolución china, escribe su trabajo La Revolución Permanente e incluye al final de ese trabajo las famosas Tesis, que quedarían como una especie de resumen de su teoría..
Aquí, Trotsky abandona la dialéctica que expresaba en su respuesta a la crítica de Preobashensky y pone como condición para el triunfo de la revolución democrática “la dirección política de la vanguardia proletaria organizada en Partido Comunista”. Como destaca Moreno en su elaboración, esta condición no se cumplirá en ninguno de los procesos revolucionarios de la segunda posguerra que crearon nuevos estados obreros.
Los aportes de Nahuel Moreno
La “hipótesis altamente improbable” del Programa de Transición
En 1938, Trotsky escribe el “Programa de Transición” como base para la fundación de la IV Internacional. En uno de sus capítulos se refiere al Gobierno Obrero y Campesino y explica el doble carácter de esta fórmula. Por un lado, como consigna que populariza el contenido de la dictadura del proletariado apoyada en la alianza con el campesinado. Por el otro, como la táctica que fue usada por los bolcheviques, entre abril y setiembre de 1917, exigiendo a los mencheviques y socialistas revolucionarios que “rompiesen con la burguesía y tomasen el poder en sus manos”. Si tal cosa hubiese sucedido, dicho gobierno “no hubiera hecho más que acelerar y facilitar la instauración de la dictadura del proletariado”.
Trotsky señala que toda la experiencia histórica confirma que “aún en las condiciones más favorables, los partidos de la democracia pequeñoburguesa (socialistas revolucionarios, socialdemócratas, estalinistas, anarquistas) son incapaces de crear un gobierno obrero y campesino, vale decir, un gobierno independiente de la burguesía”. Hasta aquí, se ubica en la línea de razonamiento de las Tesis de 1929. Sin embargo, agrega luego:
¿Es posible la creación del gobierno obrero y campesino por las organizaciones obreras tradicionales? La experiencia del pasado demuestra, como ya lo hemos dicho, que esto es por lo menos, poco probable. No obstante, no es posible negar categóricamente a priori la posibilidad teórica de que bajo la influencia de una combinación muy excepcional (guerra, derrota, crack financiero, ofensiva revolucionaria de las masas, etc.) los partidos pequeñoburgueses sin excepción a los estalinistas, pueden llegar más lejos de lo que ellos quisieran en el camino de una ruptura con la burguesía. En cualquier caso, una cosa está fuera de dudas: aún en el caso de que esa variante poco probable llegara a realizarse en alguna parte y un “gobierno obrero y campesino” -en el sentido indicado más arriba- llegara a constituirse, no representaría más que un corto episodio en el camino de la verdadera dictadura del proletariado.
Aquí Trotsky retoma el análisis dialéctico de la respuesta a Preobashensky y acepta que, bajo determinadas condiciones excepcionales, podría haber procesos que obligasen a direcciones no revolucionarias, pequeñoburguesas, a ir “más lejos”, y vuelve sobre la esencia del contenido de la permanente: sería un paso hacia la dictadura del proletariado.
La revolución permanente ha sido confirmada en la segunda posguerra
Nahuel Moreno profundizaría esta línea de razonamiento, al analizar las revoluciones de la segunda posguerra y ver que no se habían desarrollado según el esquema tradicional de Trotsky sino siguiendo cursos diferentes. Sus aportes más importantes y sus críticas a la formulación de las Tesis de 1929), son en el terreno del sujeto social (clase) y del sujeto político (dirección) de los procesos.
Moreno realiza una reivindicación de lo que considera esencial de la revolución permanente: o se avanza hacia la revolución socialista en el plano nacional e internacional o las revoluciones son derrotadas y retroceden. En este sentido, tal como afirmó Trotsky, las tareas de la revolución democrática son parte de la revolución socialista y sólo pueden garantizarse a través de ella. Pero pueden ser realizadas por otros sujetos sociales y políticos ¿¿¿¿¿¿distintos?????? que los previstos por Trotsky.
Al mismo tiempo, Moreno comprendía claramente la diferencia entre la Revolución de Octubre (encabezada por el proletariado y dirigida por el partido revolucionario) y las que llamaba “revoluciones de febrero” (dirigidas por los aparatos burocráticos y contrarrevolucionarios). También comprendía que la política de estas direcciones era tratar de frenar la dinámica de la revolución en sus estadios democrático y nacional.
Pero, al mismo tiempo, veía la contradicción entre la formulación clásica que limitaba el cumplimiento de las tareas democráticas –ni qué decir de las de la transición al socialismo, al modelo de Octubre– y los procesos que se habían dado en la realidad. Era necesario separar y analizar por separado ambas cuestiones para reivindicar la vigencia de lo esencial de revolución permanente.
Para que no queden dudas sobre el carácter general del proceso de revolución permanente y de la integración de las tareas democráticas en ese proceso general (no como etapa independiente), concluye: “Todas las revoluciones actuales son socialistas por el enemigo que enfrentan –la burguesía y su aparato estatal–, y por el carácter de clase de quienes las hacen, los trabajadores”.[7]
Una profunda revisión de la teoría
En los últimos años, la corriente de origen morenista formada por el MST de Argentina, el MES brasileño (integrante del PSOL) y Marea Socialista de Venezuela (integrante del PSUV) han desarrollado una profunda revisión de la teoría de la revolución permanente para fundamentar su apoyo al chavismo en Venezuela, a Evo Morales en Bolivia y a Correa en el Ecuador, y que ahora utilizan para orientar su política frente a los procesos revolucionarios en el Norte de África y Medio Oriente.
Le dedicamos un capítulo de este trabajo no tanto por el peso real que esta corriente tiene sino porque su línea de razonamiento pretende vestir de trotskismo y de morenismo una revisión de la teoría que transforma su carácter permanente en una nueva propuesta etapista.
Esta revisión comienza con una reivindicación del trabajo de Lenin: Dos tácticas de la socialdemocracia, que ya hemos citado, y una particular interpretación de su giro con las Tesis de Abril de 1917. Según Roberto Robaina (dirigente del MES y del PSOL), Lenin nunca habría adoptado en su totalidad la concepción de la revolución permanente defendida por Trotsky:
Fue la orientación de Lenin de 1905 la que permitió que los bolcheviques adoptasen una línea política correcta –cuya consigna central era “abajo el zar” para impulsar la revolución rusa, cuya primera victoria ocurrió en febrero de 1917. (…) Pero sería incorrecto definir que las Tesis de Abril fueran una conversión pura y simple de Lenin a la permanente de Trotsky defendida en 1905.[8]
En esta interpretación, la posición de Lenin de no entrar al gobierno provisional era de carácter político concreto y no algo que surgía como un resultado inevitable de la estrategia general adoptada:
Al mismo tiempo Lenin siempre defendió… que la entrada al gobierno dependía de la correlación de fuerzas y de las posibilidades de cambiar el país “de arriba hacia abajo” y no sólo de “abajo para arriba”. (…) En febrero de 1917, la opción fue no entrar ya que la naturaleza y la política del gobierno provisorio de Kerensky iban contra la movilización, habiendo además adoptado una política proimperialista, de conciliación con los privilegiados, no garantizando ni el pan ni la paz y, por lo tanto, opuesta a los intereses de la revolución mundial. En estas condiciones, participar o apoyar significaba ceder en lo esencial y desarmar la continuidad de la lucha.[9]
Una prueba de este supuesto enfoque de Lenin sería el hecho de que “propuso un compromiso con los mencheviques y socialistas revolucionarios: que si ellos aceptasen el poder de los soviets –en un momento en que Lenin era minoría en esta institución– los bolcheviques renunciarían a la defensa de la insurrección y disputarían el poder por la vía pacífica”.
Por eso, después de la Revolución de Octubre, Trotsky sacó la conclusión de que “la dictadura democrática, como había sido formulada por Lenin en 1905, no se realizaría más”. Es decir, que “su tesis tendría validez universal”. Por el contrario, “Lenin no escribió nada sobre esto después de la experiencia de Octubre”.
Incluso, al escribir las Tesis de Oriente[10], “para armar a las revoluciones en los países coloniales y semicoloniales, después de la revolución de octubre de 1917, podemos decir que reafirmó la tesis de la dictadura democrática del proletariado y del campesinado al proponer que los partidos comunistas integrasen –siempre manteniendo su independencia organizativa– los movimientos nacionalistas revolucionarios, inclusive con sectores burgueses nacionalistas revolucionarios”.
La conclusión general de Robaina es que, si una revolución como la de 1905 hubiese triunfado y dado lugar a un “gobierno provisorio revolucionario”, “con la participación de los bolcheviques y mencheviques, sectores burgueses, un gobierno de crisis, de choques internos, totalmente inestable”, todo indica que Lenin “estaba decidido a entrar”.
Una falsa reivindicación de Nahuel Moreno
En su revisión, Robaina busca también apoyarse en los aportes y en las críticas de Moreno a Trotsky. Comienza por una aparente reivindicación de los aportes de Moreno: “para expropiar no precisa de dirección socialista ni del proletariado como sujeto social”. Luego señala que aplicó esa definición a la revolución cubana (también dirigida por una organización revolucionaria pequeñoburguesa, el Movimiento 26 de Julio, apoyada en el campesinado en combinación con la insurrección urbana) y la extendió a los procesos en que el estalinismo, al ocupar los países del Este [de Europa], se vio obligado a expropiar.
Pero después de esta reivindicación, Robaina avanza más y plantea que ellas generaban un problema que Moreno sólo habría resuelto “a medias”. Si esas revoluciones no son como las de Octubre ni sus direcciones son “nuestras” direcciones revolucionarias internacionalistas, hay que apoyarlas y, a la vez, seguir impulsando la movilización permanente del proletariado como sujeto central del proceso, la democracia obrera, la internacionalización y la construcción de la internacional y sus secciones nacionales, tal como hizo Moreno.
El problema que Moreno no habría logrado resolver es el de los “regímenes intermedios” que podrían surgir de estos procesos revolucionarios distintos de Octubre:
Ahora hay otra cuestión: nosotros sabemos separar la existencia de regímenes intermediarios. Trotsky dijo que no había. Esta es una de las tesis de la permanente: no hay régimen intermedio entre el bolchevismo y el kerenkismo. En esto Trotsky erró feo. Pueden sí existir regímenes que no son como el de Kerenski y que no son la dictadura revolucionaria del proletariado. Nosotros sabemos separar. Existen regímenes intermedios y el chavismo es uno de ellos. No es kerenkismo. (…) Sería el caso teórico de la dictadura democrática del proletariado y del campesinado que Lenin defendió en 1905.[11]
Una discusión actual
El análisis de Robaina no apunta a una cuestión meramente histórica o sólo teórica. Sus conclusiones tienen profundas implicancias en la política actual de esta corriente, especialmente frente a los procesos latinoamericanos que originaron los llamados “gobiernos bolivarianos”:
En los últimos años, América Latina ha vivido numerosos procesos de movilizaciones revolucionarias, de insurrecciones y semi insurrecciones que no culminaron con la destrucción del estado burgués. En algunas de ellas, notoriamente Bolivia y Venezuela, surgieron de estos procesos –por la combinación de insurrecciones y elecciones– gobiernos que enfrentan al neoliberalismo –política económica actual del capitalismo imperialista– y desarrollaron políticas que conducen a estos países a la condición de naciones independientes en el sentido conceptuado por Lenin y por la III Internacional.[12]
“¿No es válido, por ejemplo, definir que lo que hemos visto en la Venezuela de hoy, en Ecuador y en Bolivia, son una especie de “gobierno provisorio revolucionario” del tipo defendido por Lenin en 1905? …esos gobiernos tienen un poco de estas características”.[13]
Como conclusión de este enfoque, la línea es no sólo apoyar sino entrar y ser parte de esos gobiernos, para pelear “desde adentro” la dinámica del proceso:
Nuestra política es ser parte de este proceso manteniendo nuestra independencia organizativa… Se trata de construir un polo que pueda transformarse en una alternativa que incida sobre los sectores más progresistas del aparato estatal y sobre el movimiento de masas.[14]
Coherente con esa conclusión, Marea Socialista integra el PSUV, partido del gobierno chavista venezolano.
Un programa puramente democrático
A este análisis general, esta corriente suma además una visión de un “cambio estructural” desfavorable de la relación de fuerzas entre el capitalismo y las masas, ocurrida en las últimas décadas (tesis defendida por el economista marxista francés François Chesnais). Un cambio superior y que se impone por sobre la situación concreta de la lucha de clases. Esta situación desfavorable para las masas determina, en los hechos, una estrategia reformista y un programa puramente democrático. Así, refiriéndose a Venezuela, afirman:
[…] como consecuencia de la ofensiva del capital, la lucha por la expropiación aparece de forma más difícil, menos objetiva y, por lo tanto, más propagandista. La forma de avance del proceso y las tareas para que se produzca son esencialmente políticas: la extensión a otros países, la lucha contra la burocracia, la democratización del proceso. Antes de la expropiación está planteado el control por parte de los trabajadores y el pueblo de los sectores económicos claves de la producción y de la distribución.[15]
Una línea que se aplicaría no sólo en Latinoamérica, ante los “gobiernos bolivarianos”, sino también frente a los procesos revolucionarios del Norte de África y Medio Oriente, e incluso, en Grecia:
¿Ahora, por ejemplo, las perspectivas revolucionarias en países como Túnez, Egipto e incluso Grecia no pueden abrir la posibilidad de gobiernos de este tipo, las dictaduras democráticas del proletariado y del campesinado de que hablaba Lenin?[16]
Una larga cadena de confusiones
El razonamiento de Robaina es una larga cadena de confusiones, extrapolaciones y afirmaciones hechas en forma de preguntas. Su método se parece muchas veces al que Moreno tanto criticó en varios de los trabajos políticos de Ernst Mandel.
En primer lugar, no es casual que el punto de partida sea una reivindicación del escrito “Dos tácticas”, un material que fue dejado de lado a partir de 1917, por el propio Lenin y que, en todo caso, sólo era traído a la luz por los estalinistas y quienes defendían la revolución por etapas y las alianzas con la burguesía en los países coloniales y semicoloniales.
En segundo lugar, la afirmación de que Lenin nunca habría adoptado en su totalidad la concepción de la revolución permanente es absolutamente indemostrable. Todos sus escritos e intervenciones de 1917 y a posteriori de la Revolución de Octubre (sea en congresos, artículos políticos, manifiestos, etc.) lo ubican claramente en esta visión. No hay ninguna “salvaguarda” cuyo contenido fuese el interpretado por Robaina, como hubiese sido de esperar de alguien tan puntilloso como Lenin.
En este aspecto, digamos finalmente que la exigencia a mencheviques y socialistas revolucionarios para formar un “gobierno obrero y campesino” fue, para los bolcheviques y para Lenin, más una táctica para desenmascararlos y ganar la mayoría en los soviets que una hipótesis plausible. En cualquier caso, hay dos aspectos de esta política que son “olvidados” por Robaina y su corriente al fundamentar su política actual. El primero es que se trataría de un gobierno sin burgueses: precisamente la primera parte de la exigencia a estos partidos era: “rompan con la burguesía”. El segundo es que los bolcheviques decían: “no entraremos a ese gobierno”.
Las Tesis de Oriente
Queda por supuesto, el tema de las Tesis de Oriente, votadas por la Tercera Internacional en 1922, redactadas por Lenin y aprobadas por Trotsky. Aunque en ese material no se habla del gobierno obrero y campesino, es evidente que está escrito con un enfoque diferente y, por eso, siempre es reivindicado en las críticas a la formulación de la permanente.
Tomando como ejes programáticos de la revolución democrática de los países orientales la lucha contra el imperialismo, por la unidad nacional y el tipo de relaciones que estos países establecieran con la joven nación soviética, las Tesis concluyen con la propuesta del Frente Único Antiimperialista, es decir, la alianza entre el proletariado y la burguesía nacional, equiparándolo en importancia táctica al Frente Proletario en Occidente. Aunque se hace la clara salvaguarda de que, en dicha alianza, el proletariado debería mantener total independencia política y organizativa.
El estalinismo se apoyó en esta visión para impulsar su política hacia la revolución china de 1923-1928 pero no cumplió el punto de la “independencia política y organizativa”, ya que la Tercera dirigida por él ordenó al PCCh entrar en el partido de la burguesía nacional (el Kuomintang), que fue elevado a la categoría de “organización simpatizante” de la Comintern. Esta línea llevaría al desastre el proceso revolucionario cuando el Kuomintang masacró a los militantes comunistas.
El análisis de Trotsky en diversos materiales de la época y posteriores es totalmente crítico a la línea general del Frente Único Antiimperialista, y su formulación definitiva de la permanente en 1929 se basa en este balance. Por su parte, Nahuel Moreno, en Actualización del Programa de Transición dará una visión totalmente crítica y contraria a esa táctica (y a todo frente policlasista en general):
No es casual que en ninguno de sus trabajos de la década del ’30 Trotsky llamara a la constitución de frentes antiimperialistas o de cualquier otro tipo. La célebre formulación de las Tesis de Oriente sobre el frente antiimperialista es el único antecedente cierto de este planteo dentro de la literatura marxista revolucionaria. Aunque esas Tesis señalan como paralelos al frente obrero en los países occidentales y al frente antiimperialista en los países orientales, el texto mismo señala cómo la gran tarea sigue siendo lograr una total independencia política y organizativa de la clase obrera, y no formar frentes estables con la burguesía.
En otras palabras, podemos decir que estas Tesis son, en el balance de Trotsky y en el de Moreno, una “confirmación por la negativa” de la concepción de la revolución permanente.
¿Moreno apoya a Robaina?
Tal como distorsiona a Lenin para llevarlo a su “campo”, Robaina intenta interpretar los aportes de Moreno en su apoyo. Es decir, de la constatación de que “para expropiar al imperialismo y a la burguesía no se precisó de dirección revolucionaria ni del proletariado como sujeto social”, contra el “esquematismo” de Trotsky, Robaina saca la conclusión de que, de esa línea de razonamiento, surge tanto la posibilidad teórica como la línea de un largo período posible de “gobiernos obreros y campesinos” (u obreros y populares) de tinte intermedio entre la dictadura revolucionaria del proletariado y el régimen de Kerensky. Es decir, toda una etapa intermedia de revolución democrática y no socialista.
Pero, tal como ya hemos señalado, Moreno saca la conclusión opuesta que Robaina: hubo caminos diferentes a los previstos por Trotsky pero en el marco general de que el proceso de conjunto avanzaba rápidamente hacia la revolución socialista en el terreno nacional e internacional, o retrocedía. Nada de etapas intermedias de larga duración.
La cuestión de los “regímenes intermedios”
Eso nos lleva de lleno al que considero el nudo de la “trampa teórica” que nos tiende Robaina al afirmar que “pueden sí existir regímenes que no son como el de Kerenski y que no son la dictadura revolucionaria del proletariado”. Es evidente que el autor se refiere a regímenes surgidos de procesos revolucionarios. En sí misma, esta afirmación es correcta. Pero las conclusiones que saca de ella el autor son totalmente equivocadas.
En primer lugar, la definición de un régimen político debe ser precedida (o estar profundamente asociada) con el carácter de clase del Estado en que ese régimen está inserto. Tanto para Trotsky como para Moreno, en la época que escribieron sobre este tema sólo había dos posibilidades de tipo de Estado: burgués u obrero. Entonces, esa es la primera y clara línea demarcatoria para analizar y definir un régimen.
Con respecto a los Estados obreros, en unos de sus trabajos más importantes[17], Moreno analiza y define dos tipos posibles de regímenes: la dictadura revolucionaria del proletariado y la dictadura burocrática del proletariado. El primero fue el régimen impulsado por los bolcheviques en los primeros años de la Revolución Rusa. El segundo tipo surgió por dos vías diferentes: una fue por la degeneración de ese régimen en la URSS, a partir de la burocratización estalinista; otra fue la de los estados obreros cuyo régimen ya nació burocratizado (Yugoslavia, China, Cuba, etc.).
A partir de la existencia de este segundo tipo de régimen, tanto Trotsky (para la URSS a partir de la segunda mitad de la década de 1920) como Moreno (generalizando a los surgidos posteriormente) utilizaban para definir esos Estados obreros una sub-categoría diferenciada: el estado obrero burocratizado.
El gobierno obrero y campesino, y las contradicciones entre estructura y superestructura
Sin embargo, para Robaina, lo más importante es la posible existencia de un “régimen intermedio” cuando todavía no han sido eliminadas las bases estructurales del capitalismo en un país. Es decir, el “gobierno obrero y campesino” encabezando un régimen político en contradicción con la estructura económica.
Moreno dedica bastante atención a esta situación y a este régimen intermedio. En Las Revoluciones del Siglo XX (1984), utiliza el concepto de “gobierno obrero y campesino” (u “obrero y popular” si el país es urbano) como una categoría que define precisamente a los gobiernos que han roto con la burguesía y el imperialismo pero aún no los han expropiado, y da el ejemplo de Cuba en 1960:
De cualquier forma, son gobiernos obreros y campesinos porque han roto con la burguesía. Cuba es un buen ejemplo (cuando Fidel echa del gobierno a Urrutia, agente de la ofensiva imperialista, como toda la burguesía cubana).
En el mismo libro agrega que una de las condiciones para esta definición es el hecho de que “las masas populares movilizadas contra el régimen destruyan, en el curso de esa movilización, a las fuerzas armadas burguesas y, con ellas, al estado burgués”.
Se produce así una aguda contradicción: el estado burgués como tal ha sido destruido y lo que existe es un régimen surgido de la ruptura con la burguesía. Pero las bases estructurales del país siguen siendo capitalistas: la burguesía y el imperialismo continúan siendo los propietarios de los medios de producción y de cambio. Hasta aquí tendríamos acuerdo con Robaina.
Sin embargo, Moreno afirma categóricamente que esta contradicción altamente inestable o antagónica debe resolverse rápidamente: o la dirección avanza hacia la expropiación (como ocurrió en Yugoslavia, China o Cuba) y crea un nuevo estado obrero, o retrocede y reconstruye el estado burgués (como sucedió en Nicaragua y otros países). No existe alternativa de un largo período de mantenimiento de la contradicción: o la burguesía y el imperialismo recuperan y reconstruyen “su” estado o el gobierno obrero y campesino elimina a la burguesía y al imperialismo en el país. Aquí, Moreno coincide profundamente con Trotsky y lo señalado ante la “hipótesis altamente improbable”: un gobierno obrero y campesino sólo sería un corto episodio en el camino de la verdadera dictadura del proletariado o retrocedería.
En caso de avanzar, Moreno señala que se produce un cambio tanto del carácter del Estado como del régimen político:
Apenas expropian a la burguesía, los gobiernos obreros y campesinos se transforman en dictaduras del proletariado, ya que la burguesía deja de existir y todo el país se transforma en un país obrero, no capitalista. Si ya no hay burguesía en el país no puede haber un estado capitalista, aunque haya aparatos capitalistas o iguales a los capitalistas, como la policía o el ejército (guerrillero o estalinista). Nos encontramos entonces con un estado obrero, o país obrero, que tiene un tipo de estado burocrático desde el comienzo, por el régimen autoritario del partido-ejército.
En contra de lo que dice Moreno, Robaina y su corriente sacan la conclusión de que esta contradicción estructura-superestructura puede subsistir durante un largo período sin resolverse, dando lugar, en los hechos, a toda una “etapa intermedia” de desarrollo de la revolución democrática, separada de la socialista.
Falsas caracterizaciones de Chávez y Evo
Existe, entonces, un primer problema con este tema de los tiempos. Robaina y su corriente afirman que en Venezuela, Bolivia y Ecuador existen gobiernos y regímenes con fuertes elementos de gobierno obrero y campesino que lograron sobrevivir varios años sin expropiar a la burguesía y al imperialismo. Es decir, sin avanzar en resolver la contradicción con la estructura económico-social del país. Para nosotros, eso es imposible.
La explicación marxista que damos es que esos gobiernos y regímenes no presentan ninguna contradicción (por lo menos no antagónica) con el capitalismo. Hemos dedicado numerosos artículos y libros (en el caso de Venezuela, el recientemente publicado Venezuela después de Chávez. Un balance necesario) a demostrar que no son gobiernos obreros y campesinos porque no han roto con la burguesía y el imperialismo ni, mucho menos, han destruido la base fundamental del estado burgués: las fuerzas armadas. Por el contrario, su política es fortalecerlas.
Entonces, no existe la contradicción analizada por Robaina. Venezuela, Bolivia y Ecuador son estados burgueses administrados por regímenes y gobiernos burgueses, independientemente del origen de clase de quienes integran esos gobiernos y dominan esos regímenes (campesinos o pequeñoburgueses). Tal como nos enseña el marxismo, el carácter de clase de los gobiernos y regímenes debe ser definido por el carácter de clase de los estados que administran. Por otro lado, esos mismos sectores de origen campesino (Evo en Bolivia) o pequeñoburgués (la media oficialidad “bolivariana” que dio origen al chavismo, o Correa en el Ecuador) hoy se están transformando (o ya se han transformado) en burgueses a partir de los beneficios de administrar el Estado.
Algunas conclusiones
La teoría etapista de Robaina y su corriente avanza incluso más allá de la desarrollada por los mencheviques y estalinistas, ya que habla de la posibilidad de que los gobiernos obreros y campesinos construyan un “estado democrático de nuevo tipo” no obrero ni burgués, concepción “tercerista” que fue duramente combatida tanto por Trotsky como por Moreno.
Creemos haber demostrado que choca, por un lado, con toda la elaboración teórica del marxismo, del leninismo y del trotskismo y, por el otro, con toda la experiencia histórica de las revoluciones modernas.
En realidad, se trata de un “teoría-justificación” para defender el apoyo o la integración a los gobiernos burgueses bolivarianos. En el caso de la extensión de la aplicación de sus consecuencias políticas a los procesos revolucionarios en el mundo árabe y Grecia implica, además, una adaptación a las ilusiones de las nuevas vanguardias sobre que basta “radicalizar la democracia” para cambiar el mundo, y a las posiciones de corrientes neo-reformistas, como Syriza.
Es una concepción que nos lleva de lleno a los brazos de la burguesía y, por lo tanto, a la derrota de los procesos revolucionarios. Por eso, tanto en las posiciones teóricas como en las políticas debe ser durísimamente combatida.
Robaina y su corriente tienen el derecho de desarrollar su concepción teórica y sus conclusiones políticas. Pero no tienen derecho a decir que ella responde a una actualización del leninismo, del trotskismo o del morenismo, porque están rompiendo claramente con ellos.
El sectarismo «mata» el concepto de revolución
El proceso revolucionario abierto en el Norte de África y Medio Oriente desde enero de 2011 ha vuelto a poner sobre el tapete y profundizado las diferencias que la LIT-CI tiene con la corriente internacional Fracción Trotskista (FT), encabezada por el PTS de Argentina. Estas diferencias surgieron desde el propio origen del PTS, una ruptura con el MAS argentino y la LIT-CI, en 1988, a partir de la crítica de esta corriente a las elaboraciones de Nahuel Moreno sobre las revoluciones de la segunda posguerra; en especial, su análisis de las que llamó “revoluciones de febrero”. Ahora, aplicadas a procesos revolucionarios concretos, esas diferencias adquieren un carácter mucho más agudo.
Podemos sintetizarlas en los siguientes puntos centrales:
- ¿Cómo definimos una “revolución? O, lo que es lo mismo, ¿cuándo podemos decir que en un país hay un proceso revolucionario en curso?
- ¿Cómo se articula la revolución democrática con la socialista (en especial en la lucha contra dictaduras)? ¿Hay revoluciones cuyo eje es el cambio de régimen? ¿Cuál es el programa que los revolucionarios debemos agitar en cada uno de esos momentos diferenciados de la lucha de clases (antes y después de la caída de la dictadura)? ¿Es posible la unidad de acción con la burguesía en el período de lucha antidictatorial? Finalmente, ¿podemos hablar de un primer triunfo de la revolución democrática cuando la dictadura es derribada y reemplazada por un nuevo régimen y se logran amplias libertades democráticas?
No se trata de diferencias sólo teóricas o conceptuales: ellas nos llevan a valoraciones muy diferentes del proceso en su conjunto, a programas y políticas muy diferentes de intervención (casi opuestas en Siria, por ejemplo) y, en el caso de Libia, a balances totalmente antagónicos sobre el significado de la caída de Khadafi.
¿Qué es una revolución?
La FT es muy reticente en definir como revoluciones lo que está sucediendo en el mundo árabe. En un material dedicado a esos procesos expresa: “Desde fines de 2010 una ola de protestas y rebeliones se extendió por varios países del norte de África y Medio Oriente”. Más adelante, en el mismo material, agrega que el proceso “incluyó rebeliones y abrió procesos revolucionarios como en Egipto y Túnez”. Y al analizar la política del imperialismo, define que “esta estrategia tiene rasgos preventivos, pues todavía no enfrenta revoluciones abiertas”. ¿Qué sería para la FT una “revolución abierta”? Otra cita posterior nos lo aclara: “Una combinación de levantamientos o jornadas revolucionarias y rebeliones jalonó el despliegue de la ‘primavera árabe’ y abrió procesos revolucionarios (cuyo ejemplo más claro es Egipto), pero sin transformarse aún en revoluciones sociales abiertas”.[18] (destacado nuestro)
Frente a nuestra crítica de la definición general del proceso como “rebeliones” nos responden aclarando aún más su visión:
No es fácil comprender por qué una rebelión sería algo “puntual y momentáneo”. La compleja dinámica de la “Primavera Árabe” muestra que las rebeliones y jornadas revolucionarias pueden retroceder a veces bajo los golpes y maniobras de la contrarrevolución, o ser el comienzo de procesos revolucionarios que, si se desarrollan, llevan a la revolución social, lo cual se determinará o no en la lucha de clases viva. No hay una separación absoluta entre estas categorías y la historia muestra que hay numerosas situaciones intermedias, incluso “revoluciones semiciegas, mudas…” que Trotsky definía a partir del retraso del factor subjetivo, o sea revoluciones mediatizadas por el retraso de sus elementos subjetivos y la ausencia de un polo revolucionario con influencia.[19]
Aquí, es evidente que, para la FT, sólo podemos hablar de “revoluciones abiertas” (o completas) cuando estas han avanzado al estadio de “revolución social” con un “polo revolucionario” (o partido revolucionario) con influencia. Los otros procesos son sólo “rebeliones” o, como máximo, “semi-revoluciones”. Más adelante veremos que las diferencias que analizan entre Egipto y Túnez, por un lado, y Libia y Siria, por el otro, son mucho más profundas que sólo un grado de intensidad o avance de la lucha, y que esas diferencias tienen una gran importancia en la definición de su política hacia esos países.
¿Qué es una situación revolucionaria?
El debate sobre cómo definir una revolución nos lleva a otro muy ligado que cruzó durante décadas las filas del trotskismo y el propio morenismo: ¿cómo definir una situación revolucionaria, es decir, el marco en que se da una revolución?
La FT reivindica in extremis la clásica definición que Trotsky realizó en 1940:
La experiencia histórica estableció las condiciones básicas para el triunfo de la revolución proletaria, que fueron esclarecidas teóricamente: 1) El impasse de la burguesía y la consecuente confusión de la clase dominante; 2) La aguda insatisfacción y el ansia de cambios decisivos en las filas de la pequeño-burguesía sin cuyo apoyo la gran burguesía no puede mantenerse; 3) La conciencia de una situación intolerable y la disposición a acciones revolucionarias en las filas del proletariado; 4) Un programa claro y una dirección firme de la vanguardia proletaria (el partido).[20]
Destaquemos que aquí Trotsky define las “condiciones para el triunfo de la revolución proletaria” y no que no pueda haber revoluciones sin esos requisitos. Años antes, había señalado que “podría darse una verdadera situación revolucionaria sin un partido revolucionario adecuado” pero que esas revoluciones estarían condenadas a la derrota.[21] Por otro lado, tanto en Francia, después de la huelga general de 1936, como en España, luego de la caída de la monarquía en 1931, él definió que había empezado la “revolución” en esos países, sin la condición de una alternativa de dirección revolucionaria.
Al analizar las revoluciones de la segunda posguerra, Moreno señaló que esa definición clásica de Trotsky era demasiado restrictiva porque sólo podía aplicarse, en realidad, a situaciones revolucionarias similares a la que se había dado antes de Octubre de 1917. Como parte de sus aportes mostró que se habían dado numerosas revoluciones (y por lo tanto, situaciones revolucionarias) diferentes de las definidas por Trotsky y que, incluso, varias de esas revoluciones habían obtenido triunfos importantes y avanzado hasta la expropiación de la burguesía y la creación de nuevos estados obreros, como Yugoslavia, China, Cuba, etc., sin cumplir los cuatro requisitos señalados por Trotsky.
Su conclusión era que la realidad mostraba que, en esos procesos, dos de esos factores (la crisis, división y parálisis de la burguesía, por un lado, y la radicalización de la pequeño-burguesía y sectores populares, por el otro) eran tan agudos que, en cierta forma, habían compensado la ausencia de los otros dos y permitido el desarrollo de esas revoluciones y su triunfo, hasta un cierto estadio de su avance.
Además, al estudiar las luchas contra las dictaduras en Latinoamérica y su caída, también vio que había procesos revolucionarios que tampoco cumplían esos requisitos. Para él, entonces, la definición de Trotsky seguía siendo válida para situaciones revolucionarias que llamó de “pre-Octubre”. Propuso incorporar el concepto de otras situaciones revolucionarias (que llamó de “pre-Febrero”), en las que incluyó todas aquellas en las que no estuviese presente el partido revolucionario como alternativa de dirección.
Así, propuso retomar la definición de Lenin sobre situación revolucionaria, elaborada en 1915: “Sólo cuando ‘los de abajo’ no quieren seguir viviendo como antes y ‘los de arriba’ no pueden continuar gobernando como antes, sólo entonces puede triunfar la revolución”. Para Lenin, el segundo término implicaba la disposición de las masas a las acciones revolucionarias y el primero una crisis profunda del sistema o régimen de dominio político de los opresores. Moreno consideraba que esta definición de Lenin era más abarcadora que la clásica de Trotsky y, por ello, aplicable de modo más general a los procesos.
Digamos que el propio Trotsky había elaborado, años antes, una de las definiciones más “objetivas” sobre qué era una revolución:
El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. En tiempos normales, el Estado, sea monárquico o democrático, está por encima de la Nación; la historia corre a cargo de los especialistas de este oficio: los monarcas, los ministros, los burócratas, los parlamentarios, los periodistas. Pero en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, estas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen. Dejemos a los moralistas juzgar si esto está bien o mal. A nosotros nos basta con tomar los hechos tal como nos los brinda su desarrollo objetivo. La historia de las revoluciones es para nosotros, por encima de todo, la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos.[22] (destacado nuestro)
La revolución en el mundo árabe
Para nosotros, lo que está sucediendo en el mundo árabe de conjunto, y en varios países en particular (Túnez, Egipto, Libia y Siria), cumple con creces lo que Trotsky definía como “el rasgo característico más indiscutible de las revoluciones”: la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. También la definición leninista ya que, de modo indudable, coexiste con profundas crisis y divisiones de “los de arriba”. Es a partir de esta definición que luego podremos analizar los rasgos más específicos de cada proceso, ver sus características, contradicciones y debilidades, y tener políticas más concretas para cada uno de ellos.
Este punto de partida (son o no revoluciones) es el marco a partir del cuál intervenimos y definimos nuestra política y el programa para los procesos. Las herramientas de definición de la FT la llevan, en el fondo, a negarles el carácter de “revolución abierta” a prácticamente todos los procesos, porque ellos no responden al “esquema de manual” y por lo tanto, a intervenir de modo no sólo pedantesco y propagandístico sino, además, equivocado políticamente.
Los campos sociales, políticos y militares en las guerras civiles
Si la FT está “mal parada” en su análisis de los procesos revolucionarios, esta incomprensión llega al extremo cuando se trata de guerras civiles, en las que, en general, se combinan procesos sumamente complejos.
En primer lugar, una guerra civil es una de las formas más extrema de la lucha de clases, aquella en que se cumple a fondo el concepto de von Clausewitz de que la guerra es la continuación de la política por otros medios. Si esa guerra civil expresa la lucha por derrocar un régimen dictatorial, en el campo militar rebelde muchas veces está “el pueblo en armas”. Es decir, “la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos” se da a través de su forma más aguda: la lucha militar.
Esto implica que, en caso de triunfar el “campo militar rebelde” las consecuencias serán objetivamente más profundas que un mero cambio de régimen político ya que, necesariamente, para triunfar han debido destruir, junto con la vieja dictadura, las fuerzas armadas que las sostenían. Es decir, la base principal del Estado burgués. La única fuerza militar que queda es la del ejército rebelde que, muchas veces, no está centralizada sino en manos de diversas fracciones que expresan distintos intereses de clase. En otras palabras, un Estado “disperso” y lleno de contradicciones que corren el riesgo de resolverse a punta de fusil.
En segundo lugar, en especial cuando la lucha es contra regímenes dictatoriales, en muchas guerras civiles se distorsionan y confunden los campos de clase que define el marxismo (burguesía y proletariado). Diversas fracciones de la burguesía se dividen, al punto de enfrentarse militarmente, y un sector de ella es parte del “campo rebelde”.
Para tener una política correcta frente a una guerra civil es necesario diferenciar “campo de clase” y “campo militar”. ¿Hay un campo militar progresivo en el que participan los trabajadores y el pueblo? Si es así, los revolucionarios debemos ser parte de ese campo militar sin dudar, y apoyarlo incondicionalmente.
Así ocurrió, por ejemplo, en la guerra civil española entre el campo militar republicano y el franquista. En el campo republicano había diversos sectores burgueses de Catalunya y Madrid que querían frenar y paralizar la revolución. Pero eso no impidió que los revolucionarios lo caracterizaran como progresivo y participaran activamente de él.
Esta participación de sectores burgueses en el “campo militar progresivo” representa un peligro mortal para los trabajadores y el pueblo: la confianza en esos sectores burgueses y su política. Por eso, dentro de ese campo militar es necesario ir construyendo un campo político de clase, independiente, que combata la política de la burguesía y prepare las tareas estratégicas de la revolución socialista. Pero eso sólo puede hacerse con la condición de ser parte del campo militar unificado, lo que implica, muchas veces, una cierta disciplina militar. Es una política con profundas contradicciones pero es la única posible en estas condiciones.
En la guerra civil española, Trotsky resumió estos dos aspectos de una política revolucionaria:
Participamos en la lucha contra Franco como los mejores soldados y, al mismo tiempo, en interés de la victoria sobre el fascismo, agitamos la revolución social y preparamos el derrocamiento del gobierno derrotista de Negrín. Sólo una actitud semejante puede acercarnos a las masas.[23]
Es decir, para Trotsky, sólo la combinación de una participación en la lucha contra el franquismo “como los mejores soldados” y la “agitación de la revolución social” podía “acercarnos a las masas”, cuyo eje era, en esos momentos, lograr la derrota del franquismo.
Esta participación en el “campo militar progresivo” implica, necesariamente, una unidad de acción y coordinación de acciones con los sectores burgueses que lo componen y, muchas veces, lo dirigen. Y es inevitable que en esos burgueses haya (incluso que predominen) sectores ligados al imperialismo o proimperialistas. Como señalaba Trotsky, hacemos unidad de acción al mismo tiempo que los combatimos políticamente. Esa es la base sobre la que se asienta la política de la LIT-CI para Libia y Siria.
Por más vueltas que le dé al asunto en sus materiales, la FT está en contra de esa combinación que incluye la unidad de acción. En realidad, está en contra de la participación en el campo militar progresivo. Para ellos, esa política representa una política “campista” (dilución en uno de los campos burgueses) o, por lo menos “semicampista”, lo que también lleva a embellecer y capitular a uno de los campos burgueses y, a través de él, al imperialismo.
Por eso, de espaldas a la realidad concreta sobre cómo se dan esos procesos de lucha, acaban confundiendo los campos militar y político y llamando a formar un tercer campo político-militar, expresado en consignas como “Ni Kadafi (o Assad) ni imperialismo”. Una política que choca de frente contra la combinación que formulaba Trotsky para España, la “única que puede acercarnos a las masas”.
Libia: una prueba de fuego
Estos dos enfoques llegaron a su diferenciación máxima en el caso del derrocamiento de Kadafi en Libia y su significado. Para la FT, un hecho (el bloqueo y los ataques aéreos del imperialismo) cambió todo el carácter del proceso de la lucha contra el dictador, que pasó de “progresivo” a “reaccionario”. Incluso llegaron a llamar a los combatientes rebeldes como “tropa terrestre” del imperialismo. Consecuentes con ello, caracterizaron el derrocamiento de Kadafi como un triunfo imperialista (por lo tanto, una derrota de las masas) y un punto de inflexión del proceso regional en su conjunto:
El derrumbe final del régimen de Kadafi se produce bajo la tutela de la OTAN, con lo que el imperialismo, pese a la aguda crisis y la descomposición estatal, logra un importante punto de apoyo con el CNT para iniciar la “reconstrucción” libia. Esto señala un punto de inflexión, pues esa intervención tuvo efectos reaccionarios sobre el conjunto del proceso árabe, permitiéndole al imperialismo reposicionarse como “amigo de la democracia” en las “transiciones” tunecina y egipcia, tal como intenta presentarse ahora en Siria.[24]
Vamos al nudo de la argumentación de la FT: la intervención del imperialismo y la OTAN cambió el signo del proceso. Creemos que este razonamiento es totalmente mecánico y equivocado, ya que un elemento parcial se extrapola como el significado del proceso en su conjunto.
Vamos a partir de un punto: toda acción política y/o militar del imperialismo tiene un objetivo contrarrevolucionario, de defensa de sus intereses y posiciones en el país o región en que está interviniendo. Pero lo hace de formas muy diversas y debiendo considerar los procesos y la realidad objetiva.
¿Por qué intervino el imperialismo?
En varios materiales hemos analizado en profundidad el porqué de la acción militar de la OTAN contra Kadafi. Esta acción expresó un cambio en su política: primero apoyó a Kadafi; después consideró que su permanencia agudizaba la situación y definió que lo mejor era un recambio por un gobierno del CNL y buscar operar a través de este. Intervino de modo limitado, sin invasión de tropas terrestres, condicionado por el resultado de las guerras de Irak y Afganistán, y con el temor de que estas experiencias se repitiesen en Libia.
Este carácter limitado de la intervención militar imperialista tiene gran importancia a la hora de caracterizar la dinámica del proceso en su conjunto y el significado de la caída de Kadafi. Porque si bien, por un lado, tuvo una innegable importancia en la derrota militar del dictador libio y, por el otro, lo ubicaba mejor políticamente en la situación posterior, no tenía forma de intervenir militarmente en la era pos Kadafi.
Fue un elemento importante, pero coadyuvante frente al hecho de que el país quedaba dominado y, de hecho, dividido entre las distintas fracciones militares libias, incluidas las milicias populares rebeldes. Quedó planteada una disputa político-militar por un Estado libio disperso y atomizado. Disputa que ahora parece cerrarse en favor de la dirección burguesa proimperialista, con la disolución de diversas milicias y/o su incorporación al ejército regular. Este resultado parecería dar la razón a la FT pero es un error completo (de absoluto derrotismo) no ver la situación que se abrió después de la caída de Kadafi (propia del profundo triunfo revolucionario de derrotar militarmente a la dictadura) y sus posibilidades.
Clarifiquemos, además, que la posición de la LIT-CI fue claramente contra la intervención militar imperialista, y de combate frontal a las posiciones del ala mayoritaria del CNL que la reivindicaba.
Total inconsecuencia
En el plano regional, es un error decir que la caída de Kadafi fue “un punto de inflexión con efectos reaccionarios”. Por el contrario, ella representó un impulso al proceso: después se abrió o agudizó el proceso sirio, se mantuvo la lucha en Túnez contra los gobiernos electos, y continuó la lucha en Egipto, como lo mostró la gigantesca movilización contra el gobierno de la Hermandad Musulmana.
En cualquier caso, la posición de la FT es totalmente inconsecuente con su análisis y caracterización. Si la intervención militar imperialista era el elemento central y cambiaba el signo del proceso (al punto de transformar a los rebeldes en “tropa terrestre” del imperialismo), si la caída de Kadafi significaba una derrota en Libia y “un punto de inflexión reaccionario” a nivel regional, lo correcto hubiera sido impulsar la unidad de acción con Kadafi contra el imperialismo, tal como se hizo en Argentina con la dictadura militar en la Guerra de Malvinas en 1982, contra Inglaterra. Pero la FT, de modo absolutamente incoherente, planteó la política de “Ni Kadafi ni imperialismo”.
Los errores cometidos por la FT en Libia se repiten en Siria, con un agravante: en ese país no hay intervención militar imperialista. Más allá de su retórica y de las “amenazas” de ayudar a los rebeldes, lo cierto es que, mientras Assad recibe apoyo militar de Rusia, Irán y Hezbollah, el imperialismo mantiene su embargo de armas a los rebeldes. El único argumento que queda en pie para repetir su posición “tercerista” en el terreno militar es el carácter proimperialista de parte importante de la dirección de los rebeldes. Aquí la FT comete un error mecanicista muy común en la izquierda: confundir el carácter del proceso con el de sus direcciones. Este tema lo veremos más en profundidad en el punto siguiente.
La revolución democrática y la lucha contra las dictaduras
Esta discusión con la FT se da en el marco de un debate mucho más profundo: la crítica a la localización y a las elaboraciones de Nahuel Moreno sobre la revolución democrática y su articulación con el proceso más general de la revolución permanente. Según la FT:
Nahuel Moreno revisa la teoría de la revolución permanente aunque intente combinar elementos de la misma… La LIT-CI no reniega de la “revolución permanente” en general, pero la tergiversa groseramente, pues comparte la concepción de Moreno que criticaba que: “Lo que Trotsky no planteó, pese a que hizo el paralelo entre estalinismo y fascismo, fue que también en los países capitalistas era necesario hacer una revolución en el régimen político: destruir al fascismo para conquistar las libertades de la democracia burguesa, aunque fuera en el terreno de los regímenes políticos de la burguesía, del Estado burgués” (Nahuel Moreno, Revoluciones del Siglo XX), para así elaborar una teoría semietapista que separa una primera fase de cambio de régimen político (el derrocamiento de las dictaduras y la conquista de la democracia burguesa) que serviría de antesala a una segunda fase posterior donde se cumplirían las tareas económico-sociales de la revolución.[25]
Es decir, para la FT, el hecho de que Moreno analice que hay revoluciones que se hacen para derrocar un régimen dictatorial e instalar uno de democracia burguesa es una concepción etapista o semietapista. Pero, antes de entrar en el nudo del debate, veamos el contexto general en que Moreno plantea su formulación. Para él:
Con la guerra interimperialista de 1914 a 1918… llega a su fin la época anterior, reformista. De aquí en más, el proletariado y todos los explotados necesitan hacer revoluciones y guerras civiles para terminar con el sistema capitalista en descomposición, es decir, con el imperialismo. Comienza la época de las revoluciones anticapitalistas, obreras o socialistas, que es también la época de las contrarrevoluciones burguesas. La primera revolución obrera triunfante, que inaugura esta nueva época, es la rusa de 1917. Con ella comienza la revolución socialista internacional. Esto significa que por primera vez en la historia no se trata de una suma de revoluciones sino de un solo proceso de enfrentamiento de la revolución y la contrarrevolución a escala de todo el planeta. Las revoluciones nacionales son episodios importantes de este enfrentamiento mundial.[26]
Es decir, los procesos revolucionarios cuyo eje es un cambio de régimen no son etapas ni semietapas (como interpreta la FT de las elaboraciones de Moreno) sino “episodios” de la revolución permanente, socialista, a nivel nacional e internacional.
¿Hay revoluciones por un cambio de régimen?
A partir de la lucha y la caída de dictaduras militares o bonapartistas en varios países, y la instalación de regímenes democrático-burgueses, a finales de la década del ’70 y en la del ’80, la corriente morenista debió definir el carácter de estos procesos: ¿habían sido revoluciones o no? Si había diferencias entre ellos, ¿cuáles habían sido y cuáles no, y cuáles eran las diferencias?
En esta discusión, Moreno rescató la Revolución Mexicana que se inició en 1910 como una lucha popular contra el régimen de Porfirio Díaz (aunque también incorporaba otros puntos como la reforma agraria). El mismo punto de partida tuvo el proceso en España, en la década de 1930, con la caída de la monarquía.
Después analizó que los procesos habían sido distintos en los diferentes países. Que, en algunos, como Argentina después de la derrota en Malvinas, había habido una crisis revolucionaria (“hubo un período prácticamente sin gobierno ni régimen, ni nada”) y que, a posteriori, había surgido un régimen totalmente distinto, opuesto, con amplias libertades democráticas, mientras que en otros, como España y Chile, surgía un régimen político diferente, también con libertades democráticas, en los que el cambio había sido reformista pero con una transición planificada y controlada desde el poder, y con elementos de continuidad con el régimen anterior. Su conclusión fue que los primeros procesos debían ser caracterizados como “revoluciones democráticas” mientras que definió a los segundos como “reformistas” o “bismarckistas”.[27]
Moreno alertaba que estas revoluciones contra los regímenes tenían distinto grado de profundidad, y un elemento central de valoración era si habían destruido o no a las fuerzas armadas.
Una última discusión sobre este problema tiene que ver con el hecho de que en la Argentina, Perú y Bolivia, el movimiento de masas no destruyó a las fuerzas armadas burguesas, como ocurrió, por ejemplo, en Nicaragua. Ya señalamos que esta diferencia es fundamental y que se trata de dos tipos distintos de revoluciones democráticas. No queremos discutir sobre palabras. Puede ser incorrecto, efectivamente, denominar “revolución” a un fenómeno como el argentino, el peruano o el boliviano. Podemos ponerle otro nombre para diferenciarlo, siempre y cuando digamos que también es totalmente distinto al proceso reformista, gradual, de concesiones democrático-burguesas controladas, de España y Brasil. Las libertades democrático-burguesas de la Argentina actual han sido producto de la crisis general del régimen militar y de la burguesía y del colosal ascenso del movimiento de masas. No fueron concesiones planeadas y controladas por la burguesía y el régimen militar…[28]
Esta revalorización de las revoluciones que se inician por la lucha contra los regímenes dictatoriales o bonapartistas como “episodios” que tienen en cierta forma autonomía, tuvo una gran importancia para intervenir en los procesos referidos. Ahora vuelve a tener una importancia central en el proceso del Norte de África y Medio Oriente.
¿Con qué programa intervenimos en cada momento del proceso?
No se trata de una discusión sólo teórica o conceptual. Ella se concreta al definir con qué programa debemos intervenir en cada momento del proceso (antes o después del derrocamiento de la dictadura). Aclaremos que no nos referimos al programa general, para toda la etapa histórica abierta desde la Primera Guerra Mundial, cuyo eje es la dictadura del proletariado, sino al programa con el que intervenimos en la situación. Para Moreno, en el período de lucha contra la dictadura, las consignas se ordenan alrededor de este eje central. Refiriéndose a Argentina, dice: “A partir del golpe de Estado de 1976 y la apertura de la etapa contrarrevolucionaria resulta evidente que la consigna central del programa revolucionario pasa a ser abajo la dictadura. Existen sí otras consignas de enorme importancia… pero estas consignas eran aspectos parciales que giraban alrededor de la consigna central”.[29]
Luego de la caída de la dictadura, el eje cambia; pasa a ser la lucha por la preparación de la revolución socialista: “Todas las movilizaciones posteriores a Bignone tienen ese carácter: denuncian y combaten las lacras del sistema capitalista en su conjunto. Sus objetivos inmediatos son aparentemente los mismos pero antes iban contra un régimen político y ahora cuestionan todo el sistema capitalista semicolonial. La clase obrera y el pueblo aún sin ser conscientes… preparan la revolución socialista”.[30]
En resumen: “En la etapa contrarrevolucionaria, nuestra consigna es negativa… porque ante todo, para abrir el paso a la revolución socialista, debíamos destrozar el régimen contrarrevolucionario”. Después de la caída del viejo régimen, el eje cambia: “Si antes llamábamos a los trabajadores a concentrar sus esfuerzos en derribar la dictadura, ahora los llamamos a que hagan centro en liquidar el sistema capitalista imperialista”.[31]
Para la FT, este ordenamiento del programa con ejes distintos en cada uno de los dos momentos de la revolución democrática es lo que concreta precisamente el carácter semietapista de la posición de Moreno:
Aquí aparece claramente la ruptura con la teoría de la revolución permanente, al separar dos etapas: una en que triunfaría la “revolución democrática” (a nivel del régimen), cuya clave programática son las demandas democráticas (derribar a Mubarak) y otra posterior que recién implica nuevas tareas, entre ellas, de transición, que sólo ahora “surgen con más fuerza”.
Esto llevaría a una capitulación a la burguesía ya que:
El “sentido común” cultivado por los analistas burgueses y la centroizquierda separa las demandas antidictatoriales y por las libertades políticas de las demás reivindicaciones que surgen en la lucha de los pueblos árabes. Así, obscurecen la combinación de demandas sociales, políticas y nacionales profundas que está planteada en la “Primavera Árabe”, y que remiten a las tareas democráticas estructurales. Pero sin encarar de manera radical la liberación de la dominación imperialista, la resolución de la cuestión agraria, la lucha contra la opresión de las minorías nacionales y religiosas, la lucha contra la bárbara opresión de la mujer, etc., es imposible satisfacer las legítimas aspiraciones democráticas de los pueblos árabes. Aún la conquista de amplios derechos políticos exige llevar hasta el final la demolición de las podridas y ultra-reaccionarias instituciones estatales de los viejos regímenes.
En el mundo árabe, la clave en la resolución de esas tareas es la ruptura con el imperialismo.
Es necesario interpretar a fondo este razonamiento de la FT. Tal como señala Trotsky en su formulación de la revolución permanente, las tareas democráticas en su conjunto, pendientes de realizar por parte de las burguesías nacionales, sólo podrán ser llevadas a cabo en su totalidad con la revolución socialista. Desde el punto de vista del desarrollo histórico del proceso, la FT tiene razón y esa es la base de la teoría de la revolución permanente que reivindicamos.
Pero no tiene razón en dos aspectos. El primero de ellos, es que omite el hecho de que las masas encaran esa lucha y se movilizan en primer lugar para derribar a las dictaduras, y hacen revoluciones para ello. Esta realidad combina dos aspectos. Uno es objetivo y correcto: es necesario derrocar los viejos regímenes para avanzar mejor y continuar la lucha contra el capitalismo. El otro contiene un elemento de ilusión: basta conseguir las libertades democráticas para resolver esos problemas estructurales. Y la política revolucionaria debe responder a ambos aspectos: al concreto e inmediato que genera la movilización de masas, y al más estratégico.
Moreno y los morenistas no decimos que se abandonan las otras consignas. Lo que decimos y hacemos en la fase de lucha contra la dictadura es tener un eje ordenador de la propuesta de movilización y de lucha: precisamente, esa consigna negativa (abajo la dictadura).
Para la FT, eso es etapismo. Frente a esta crítica, la conclusión sólo puede encuadrarse en dos variantes: no hay que tener un eje y todas las consignas tienen el mismo valor (lo que, según Trotsky equivalía a no levantar un programa sino una suma de consignas), o el eje de intervención siempre debe ser la dictadura del proletariado (porque es el que responde a la resolución plena de todas las tareas democráticas).
Abandono del método del Programa de Transición
El esquema teórico de la FT la lleva entonces a abandonar y negar lo que los trotskistas denominamos el “método” del Programa de Transición, elaborado por Trotsky como documento programático fundacional de la IV Internacional en 1938. Para él, era “preciso ayudar a la masa, en el proceso de la lucha, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa de la revolución socialista. Este puente debe consistir en un sistema de reivindicaciones transitorias, partiendo de las condiciones actuales y de la conciencia actual de amplias capas de la clase obrera a una sola y misma conclusión: la conquista del poder por el proletariado”.
Es decir, para Trotsky hay un programa general de la revolución socialista con eje en la conquista del poder por el proletariado. Pero es necesario establecer un “puente” de consignas y reivindicaciones que partan de “las condiciones y conciencia actuales de las masas” y por las cuales ellas estén dispuestas a movilizarse. Porque será precisamente esta movilización la que permitirá que hagan su experiencia y crucen el “puente”.
Por eso, los trotskistas levantamos y agitamos permanentemente algunas consignas y paquetes de consignas que buscan impulsar la movilización de las masas y no el programa en su conjunto. Esto no significa de ningún modo dejar de lado la estrategia del programa sino, sin nunca perderla de vista, “bajarlo a tierra” para generar la movilización. A veces, incluso, la formulación de las consignas concretas puede parecer “reformista”, como cuando Trotsky les proponía a los trabajadores estadounidenses movilizarse para “exigir al señor Roosevelt” (presidente burgués imperialista pero en quien las masas estadounidenses confiaban) un plan de medidas contra la desocupación. Trotsky ahí consideraba, a la vez, la necesidad de los trabajadores de luchar contra el desempleo y su bajo nivel de conciencia de clase. Desde su ángulo de enfoque, ¿cómo calificaría la FT esta propuesta de Trotsky?
Es sobre la base de ese método de Trotsky en el Programa de Transición que los morenistas ordenamos el programa de intervención de lucha contra las dictaduras. La FT nos propone, por el contrario, un método y un programa que, sin tomar en consideración “las condiciones y conciencia actuales de las masas”, disuelve las tareas concretas por las que las masas están dispuesta a movilizarse en el programa general. Es decir, una formulación totalmente propagandística y, por lo tanto, inútil, porque no nos acerca a las masas ni tampoco ayuda a su movilización.
“Inconscientemente socialista”
Esta discusión sobre el programa va de la mano con la crítica que hace la FT a la afirmación de Moreno de que la movilización de masas y los procesos revolucionarios tienen un carácter “inconscientemente socialista”:
Además, asignar un carácter “inconscientemente anticapitalista” al proceso es una noción profundamente objetivista que devalúa la importancia de los elementos subjetivos (direcciones, programas, ideas). En consecuencia, combatir a las direcciones burguesas y pequeño burguesas no tendría la importancia crucial que reviste, y tampoco serían decisivos los efectos de su accionar contrarrevolucionario. Lo que demostró la experiencia del siglo XX no fue que el carácter inconscientemente anticapitalista de los procesos revolucionarios tornara secundario el problema de la conciencia de las masas y sus direcciones, sino al revés, ratificó su importancia, pues no sólo se frustraron decenas de situaciones revolucionarias con un altísimo costo para las masas, sino que en los pocos casos en que la burguesía y el capital fueron expropiados, fue imposible avanzar en la transición socialista sin dirección marxista revolucionaria, y las grandes conquistas iniciales fueron revertidas al capitalismo, como en la URSS y China, o como está en trance de ocurrir en Cuba.[32]
Como siempre, la FT vuelve a mezclar los conceptos. Por un lado, la contradicción que existe entre la acción y la conciencia de las masas en su movilización (especialmente en los procesos revolucionarios), por el otro, la pelea por la dirección y la conciencia en esos procesos y la importancia que eso tiene en el desarrollo de esas revoluciones. Finalmente, el destino de aquellas revoluciones que triunfaron con direcciones burocráticas y pequeñoburguesas.
El contenido esencial de la definición “inconscientemente socialista” se refiere a que, en los procesos revolucionarios, la acción de las masas tiene un contenido objetivamente socialista (de lucha contra el capitalismo) por las exigencias que contiene y las tareas que comienza a encarar para resolver sus reclamos y necesidades.
Las masas incluso hacen las revoluciones sin clara conciencia de que caminan hacia el socialismo. Si la revolución avanza, en su conciencia se mezclan una claridad negativa cada vez mayor sobre lo que rechazan y quieren destruir con algunas formulaciones positivas sobre lo que deben hacer para lograr sus reivindicaciones. Por ejemplo, en la Revolución Rusa fue quedando claro que debían derribar el Gobierno Provisional y dar todo el poder a los soviets para lograr “Paz, Pan y Tierra”, y que para ello debían abandonar a los viejos partidos de izquierda como los mencheviques y los social-revolucionarios, y adherir a la propuesta bolchevique. En China, que debían derrotar a Chiang Kai-Shek y al Kuomintang para conseguir un plato de arroz para cada chino.
Es la vanguardia (el partido revolucionario y la franja del activismo que lo rodea) la que realiza sus acciones y desarrolla su política con claridad estratégica y “explicando pacientemente”. Pero sólo podría hacerlo si se apoya en ese carácter “inconscientemente socialista” de las aspiraciones y acciones que las masas van desarrollando y, a partir de allí, con un política correcta, concreta y adecuada a cada circunstancia y viraje del proceso, van transformándose en alternativa de dirección.
Al revés de lo que opina la FT, la caracterización del carácter “inconscientemente socialista” del proceso y la confianza en que las masas aprenden con su acción y experiencia no significa concluir que “combatir a las direcciones burguesas y pequeño burguesas no tendría la importancia crucial que reviste, y tampoco serían decisivos los efectos de su accionar contrarrevolucionario”.[33]
Por el contrario, es la base objetiva necesaria para dar ese combate, ya que sin esa base sería imposible. El decir que las masas son “inconscientemente socialistas” no disminuye la importancia de este combate sino que nos arma para, con una política correcta, fortalecerlo y tornarlo triunfante; conscientes de que en esta pelea por la dirección contra las corrientes burguesas y pro-burguesas se juega el destino de esa revolución.
Abordemos finalmente el tema de la restauración capitalista en los países donde la expropiación fue dirigida por direcciones burocráticas y pequeñoburguesas (como en Yugoslavia, China y Cuba) o donde se burocratizó el estado obrero (como en la URSS). Acá, la FT realiza una maniobra. Quien siga honestamente la trayectoria de Moreno en las distintas organizaciones internacionales en las que militó sabe que él siempre reivindicó a fondo el pronóstico de Trotsky en La revolución traicionada (o el proletariado hacía una revolución política que desalojase a la burocracia del poder o esta restauraría el capitalismo). Y que, consecuente con ello, siempre batalló contra las corrientes que le capitulaban al estalinismo (como el pablismo-mandelismo) para construir en esos países partidos revolucionarios trotskistas que impulsasen y dirigiesen esas revoluciones. Además, ¿qué tiene que ver la definición de “inconscientemente socialistas” de los procesos revolucionarios bajo el capitalismo con esto?
Sobre triunfos…
Para finalizar este debate con la FT, abordaremos ahora la crítica que esta corriente hace a la LIT-CI por calificar como “triunfos de la revolución democrática” el derrocamiento por la vía revolucionaria de los regímenes dictatoriales y el consecuente cambio de régimen político hacia uno de libertades democráticas:
Es evidente que el derrocamiento por vía revolucionaria de dictadores como Ben Alí y Mubarak obligó a la contrarrevolución a “adaptarse” a las nuevas circunstancias con una política de “cambio de régimen” para derrotar el proceso de masas. Calificar esto como triunfo de la revolución democrática sólo ayuda a confundir la situación y embellecer las trampas de la “transición” impulsada por el imperialismo.
Como en toda la discusión con la FT es necesario separar las cosas que los camaradas confunden y mezclan, y que desarman para comprender e intervenir en la realidad.
En primer lugar, este enfoque confunde e iguala aquellos procesos en que el cambio de régimen se dio por la “vía revolucionaria” con aquel que se dio por una vía reformista o bismarckista, porque ambos llevarían a una “transición democrática” tramposa impulsada por la burguesía y el imperialismo.
Sin embargo, el cambio el cambio de régimen por una u otra vía llevan a situaciones posteriores totalmente diferentes. Como expresaron, por ejemplo, las situaciones de Argentina posteriores a 1982 y las de Chile luego de la caída de Pinochet. En el primer caso, fue la combinación entre la agudísima crisis del régimen militar y la movilización de masas la que llevó a la caída de la dictadura. En el segundo, el viejo régimen nunca perdió el control del proceso y se recicló con la ayuda de las direcciones traidoras. Esta diferencia cruza toda la situación posterior, la mayor o menor solidez del régimen surgido y la disposición de las masas de cada uno de esos países (por ejemplo, en la actitud hacia las fuerzas armadas represoras).
Esto sólo se explica porque las masas han obtenido un triunfo logrando un objetivo con su movilización revolucionaria y se sienten mucho más confiadas y en mejores condiciones para seguir su lucha. En Argentina, y en el ejemplo de Túnez que cita la FT, el régimen surgido es mucho más débil no sólo que la vieja dictadura sino también que un régimen surgido de una transición controlada. Las libertades democráticas fueron conquistadas con la lucha y eso cambia todo.
Podemos hablar, si se prefiere, de un primer triunfo o de un triunfo parcial de la revolución democrática porque las otras tareas de esa revolución (como la reforma agraria o la ruptura con el imperialismo) están pendientes. Pero sólo podremos ubicarnos en el proceso y tener una política correcta si comprendemos que fue un grande e importante triunfo. En esto no hacemos más que seguir a Lenin y Trotsky, que definieron el derrocamiento del zarismo en febrero de 1917 como el triunfo de la “revolución de febrero”. No reconocerlo como triunfo significa, además, una pedantería y un profundo sectarismo hacia las masas, dado que el proceso aún está “incompleto”.
… y “transiciones”
Esto no significa “objetivismo” ni “triunfalismo” frente a las batallas que se abren a posteriori. En la medida en que exista atraso en la conciencia de las masas e ilusiones en la democracia burguesa, combinado con la crisis de dirección revolucionaria, la burguesía y el imperialismo tratarán de maniobrar con las instituciones de esa democracia (voto universal y parlamento) para frenar y derrotar el proceso o, por lo menos, retardarlo.
La propia realidad combina dos elementos que ese necesario diferenciar. Por un lado, las libertades democráticas han sido una conquista de la lucha de las masas y son tomadas como una mejor base para obtener sus otras reivindicaciones profundas (salario, empleo, salud, educación, etc.); por el otro, la burguesía las identifica con la democracia burguesa para intentar sacar a las masas de las calles y convencerlas, como decía Alfonsín en la Argentina en 1983, de que con “la democracia se come, se cura y se educa”.
Esa es la batalla central de esta fase: impulsar que las masas se mantengan movilizadas y hagan cada vez más consciente la necesidad de avanzar hacia la toma del poder para conseguir sus reivindicaciones y construir el partido revolucionario para ello. Es una batalla muy difícil en la que, apoyada en la crisis de dirección revolucionaria, la burguesía ha obtenido algunos triunfos importantes, retrasando en años y hasta en décadas la revolución socialista.
Sin embargo, las condiciones objetivas cada vez dejan menos márgenes para convencer por mucho tiempo a las masas de las “virtudes” de la democracia burguesa y las experiencias se hacen en plazos mucho más cortos. Lo que profundiza la importancia del derrocamiento de las dictaduras para acelerar aún más esos procesos.
Resumen final
Abordamos en este extenso trabajo varios aspectos: la historia de la teoría de la revolución permanente elaborada por León Trotsky y su vigencia actual como la única teoría-programa de la revolución que permite a los revolucionarios comprender y actuar sobre los candentes procesos actuales.
Reivindicamos también los aportes de Nahuel Moreno que, manteniendo la esencia conceptual de la teoría, consideró necesario actualizarla e incorporar los procesos que cuestionaban algunos aspectos de su formulación, con el criterio de que la teoría marxista no puede ser un “dogma religioso” sino, como decía Lenin, una “guía para la acción”.
Finalmente, hemos hecho este trabajo con la intención de defender esta teoría, considerando que tanto el revisionismo, que se esconde detrás de ella para volver a proponer una consideración etapista de las revoluciones, como la visión sectaria, que la transforma en un dogma para la propaganda, la destruyen como herramienta.
[1] LENIN, V. I. Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática, 1905.
[2] TROTSKY, León. La Revolución Permanente (Introducción), 1929.
[3] TROTSKY, León. La Revolución Permanente (Introducción), 1929
[4] Ídem.
[5] Ídem.
[6] Ídem.
[7] MORENO, Nahuel. Las revoluciones del siglo XX.
[8] ROBAINA, Roberto. Em defesa do leninismo (traducción nuestra).
[9] Ídem.
[10] Tesis Generales sobre la Cuestión de Oriente, votadas en el IV Congreso de la III Internacional, en 1922.
[11] Desgravación de la intervención de Roberto Robaina en la escuela de cuadros del MES/PSOL, Rio Grande do Sul, 2011, tomado de http://lucianagenro.com.br/2011/03/revolucao-russa-revolucao-permanente-e-situacao-atual/, traducción nuestra.
[12] ROBAINA, Roberto. Em defesa do leninismo (traducción nuestra).
[13] Atualidade do Socialismo e as tarefas dos revolucionários – Teses políticas do MES -2008 (traducción nuestra).
[14] ROBAINA, Roberto. Um pouco do que somos e o que defendemos, disponible en http://robertorobaina.blogspot.com.br/p/mes-movimento-esquerda-socialista.html (traducción nuestra).
[15] Atualidade do Socialismo.
[16] Ídem.
[17] Ver “Dictadura Revolucionaria del Proletariado” (1979).
[18] MOLINA, Eduardo y ISHIBASHI, Simone. A un año y medio de la primavera árabe, revista Estrategia Internacional, 28/9/2012.
[19] Ídem.
[20] TROTSKY, León. “Manifiesto de Emergencia”, Escritos, Tomo XI, vol. 2, Ed. Pluma.
[21] TROTSKY, León. “¿Qué es una situación revolucionaria?”, Escritos, Tomo II, vol. 2, pág. 510, Ed. Pluma.
[22] TROTSKY, León. Historia de la Revolución Rusa (Prólogo).
[23] TROTSKY, León. Contra el derrotismo en España (14/9/1937).
[24] A un año y medio de la Primavera Árabe.
[25] A un año y medio de la “Primavera Árabe”.
[26] MORENO, Nahuel. Las revoluciones del siglo XX (1984).
[27] En referencia a Otto von Bismarck, canciller alemán que a partir de 1871 fue el “arquitecto” de la unidad de Alemania y la incorporación de instituciones de la democracia burguesa (como el voto universal y el Parlamento) manteniendo el Imperio y al emperador.
[28] MORENO, Nahuel. 1982. Empieza la revolución.
[29] MORENO, Nahuel. 1982. Comienza la revolución.
[30] Ídem.
[31] Ídem.
[32] A un año y medio de la “Primavera Árabe”.
[33] A un año y medio de la “Primavera Árabe”.