El pasado 8 de julio una rueda de prensa entre el presidente Sánchez y su homólogo lituano, en una base militar donde está el contingente militar español, fue suspendida por una alarma. Un avión desconocido había entrado en el espacio aéreo lituano, lo que provocó el despegue inmediato de aviones de combate españoles para la interceptación del “agresor”.

La suspensión en directo de la rueda de prensa ha puesto a la opinión pública ante lo que están ocultando, que la tensión militar es un hecho en el Báltico, en la frontera con Rusia donde hay 40.000 soldados de la OTAN, españoles incluidos, con sus correspondientes fuerzas aéreas y navales.

Hace diez días, en el mar Negro fuerzas navales rusas hicieron disparos de alerta con fuego real contra un buque de la Royal Navy, el Defender, que había entrado en aguas de Crimea, donde la OTAN está haciendo unas maniobras. Al tiempo, en Siria, Rusia desplegó una fuerza naval para disuadir el acercamiento de una unidad de combate de la Royal Navy.

Hace un par de años, cuando las amenazas contra Venezuela por parte de los yanquis tomaban cuerpo con el envío de un portaaviones y los buques escolta de la unidad, Rusia destinó el crucero que llaman «asesino de portaaviones».

Pero no solo es con Rusia, en el Mar de China las FFAA norteamericanas junto con sus aliados los japoneses, y las chinas tienen un juego del gato y el ratón, con roces constantes entre sus navíos y aeronaves, mientras en el Golfo Pérsico los tienen con el gran aliado de China y Rusia en Oriente Medio, Irán.

En tanto todo esto sucede, con el riesgo de dejar a la COVID como un juego de niños, todos los medios abren sus noticias con la pandemia. La consigna es obvia, no hay que alertar a las poblaciones, no vaya a ser que se den cuenta de que el capitalismo no solo es incapaz de proteger a la gente de un virus o de hipotecar el futuro de todos con el cambio climático, sino que puede poner al mundo al borde del desastre total; que con la capacidad destructiva de los actores en escena (EE.UU., Rusia, China, UE) sería un “suicidio universal”.

¿Será por eso por lo que todavía no se han atrevido a ir más allá de lo que están haciendo?

La pandemia agudiza las tensiones inter capitalistas

Las consecuencias de la crisis económica que la pandemia ha agudizado, las van a pagar las poblaciones de tres maneras:

Una, de manera directa con el empobrecimiento generalizado y la inflación, como estamos viendo en el Estado español pues los capitalistas tienen que recuperar los ingresos que dejaron de obtener en los meses de paralización por los confinamientos.

Dos, a través de las medidas políticas que incrementen la explotación de la clase obrera y el saqueo de materias primas para alimentar la acumulación de capital.

Tres, el incremento de las tensiones inter capitalistas para resolver la crisis de gobernanza mundial; porque alguien tiene que pagar los despliegues militares que todas las potencias imperialistas están haciendo a lo largo del mundo.

La llegada de Trump a la presidencia de los EE.UU. bajo la consigna de “hacer grande a los USA” solo redundó en una política autárquica que benefició a sus competidores internacionales, especialmente China, que ha visto cómo su economía crecía un 5% en el último trimestre del 2020 mientras los imperialistas euro norteamericanos tenían sus economías estancadas y/o en recesión.

El nuevo presidente Biden, consciente de que las medias autárquicas son un torpedo en la línea de flotación de la economía más internacionalizada del mundo, tiene como consigna todo lo contrario que Trump: “EE.UU. ha vuelto” a la arena internacional, y todos sus aliados europeos respiraron tranquilos; el “jefe ha vuelto” para poner orden en lo que los “chinorusos” han desordenado.

La cuestión es saber si la cadena imperialista encabezada por China va a retroceder pacíficamente, y dejar que los EE.UU. recuperen su papel de única superpotencia, como había sido en los 90, tras la caída del Muro de Berlín; o van a aumentar su gasto militar y su presencia armada en medio mundo, apoyado en la alianza estratégica que mantiene con la segunda potencia militar del mundo, Rusia.

Es la lucha sorda ocultada por los medios que siguen vendiendo “el imperio norteamericano” como estable, por el control del mercado mundial, pues recordemos que desde el 2016 la “chinamerica” está muerta. Ese año el yuan chino se convirtió en parte de esa canasta de monedas refugio cuando el FMI lo incluyó en la canasta de DEGs (Derechos Especiales de Giro), que representan una moneda global en términos de igualdad con el dólar, el euro, la libra y el yen.

Mientras los EE.UU., Europa y Japón mantenían ese monopolio sobre las monedas de referencia China era su “fábrica”; en el momento en que entró en la competencia financiera, internacionalizando su economía con la exportación de capital, su lugar en el mundo cambió radicalmente. Dicho de otra manera, cuando comenzó a jugar en la misma liga que la de las grandes potencias, China se hizo parte de un mundo imperialista ya repartido.

A ello hay que añadirle una presión especial sobre los EE.UU.; este mes de julio Rusia ha anunciado que abandona totalmente la utilización del dólar en los negocios internacionales, profundizando en la tendencia a que cada vez más países no usen la moneda norteamericana para los intercambios comerciales.

China, Rusia, Irán, Venezuela, la misma Unión Europea tienden a abandonar la divisa yanqui a favor de las suyas, con nefastas consecuencias para la economía norteamericana, que durante los últimos 70 años ha extraído pingues beneficios del control de los flujos financieros a través del uso de su moneda, primero por su paridad con el oro (Bretton Woods), y después con el petróleo (los petrodólares).

Esto se está acabando, y este es el motivo de la tensión militar que el mundo vive desde el Báltico hasta el Mar de China, pasando por el golfo Pérsico y el Mediterráneo Oriental. Los EE.UU. no se resignan a esta pérdida de poder económico y de su papel como potencia hegemónica, utilizando para evitarlo el recurso que tras la II Guerra le dio tan buenos resultados, la fortaleza militar.

Un filósofo griego decía que “la política es la guerra con palabras”, axioma que Von Clausewitz profundizó cuando afirmó que “la guerra es la política con otros medios”. ¿Cuándo dejaran de hablar con palabras?, pues “entre dos derechos, lo que decide es la fuerza” (Marx, Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel). Por ello a estos conflictos no les dedican ni un minuto.

La verdadera guerra es contra el capital

La clase trabajadora y los pueblos no pueden seguir mirando para el dedo, mientras “el sabio señala la luna”. La pandemia puso de manifiesto de manera palpable e incuestionable que las relaciones sociales de producción capitalistas, es decir basadas en la propiedad privada de los medios de producción, son un freno absoluto para la vida y la salud de la población.

Sea por el mantra de que la “economía (los beneficios) no caigan”, sea por el control de las vacunas por las grandes multinacionales de la industria farmacéutica que hace que el 80% de las personas vacunadas en el mundo sean ciudadanos de las potencias imperialistas; sea por el desmantelamiento y privatización de los servicios sociosanitarios (sanidad, dependencia, …) que hicieron bueno el lema de “público es servicio, privado beneficio”; sea por lo que sea, lo evidente es que el capitalismo es el problema, no la solución.

Que sea evidente no quiere decir que se vea. De la misma manera que llevan años ocultando en los medios un despliegue militar como el descrito más arriba, solo igualable al de la II Guerra Mundial, y que salta a la luz porque se suspende una rueda de prensa en directo (más de alguno, en las altas esferas, pensará, “se acabaron las ruedas de prensa en directo”, y como hacía Rajoy, por televisión), que algo sea evidente puede ser tapado por el dedo de los medios.

Desde marzo del año pasado, cuando declararon la pandemia, dijeron: le declaramos la guerra al Covid que viene a matarnos por miles. Al “humanizar” al virus como si fuera más que un agente patógeno que enferma y mata, dándole capacidades “humanas”, estaban ocultando al verdadero problema; un sistema capitalista en decadencia, podrido, que a cada medida que toma se hunde más en la ciénaga, y que por su incapacidad han muerto millones de seres humanos este año y medio.

Pero consiguieron lo que es clave en cualquier guerra, la “unidad social” alrededor de los gobiernos frente al enemigo, como propagandizan en el filme Independence Day, cuando el mundo se enfrenta unos alienígenas que amenazan con destruir la tierra y todos se unen alrededor del presidente de los EE.UU., desde los sionistas hasta los islamistas, desde los rusos hasta los indios.

Al declararle la “guerra” al Covid, como si este fuera el enemigo y no las relaciones sociales de producción que ponen al mundo al borde la catástrofe, consiguieron tapar lo que unos meses antes de la pandemia se había visualizado en las grandes manifestaciones contra el cambio climático: el problema tiene nombre y se llama sistema capitalista.

De la misma manera que en la guerra contra la Covid hay que tener claro el enemigo, y no se puede dar la menor confianza a quien es parte del problema y no de la solución, sea un negacionista como Bolsonaro o un “afirmacionista” como Sánchez, en las tensiones militares entre las dos cadenas imperialistas hay que tener claro dónde está el nudo gordiano de la crisis: la lucha por el mercado mundial.

A diferencia de lo que pueden pensar los castro chavistas que envueltos en la bandera roja de China o en el mito de la Rusia revolucionaria, consideran a Putin y a Xi unos abanderados del antiimperialismo, China es una potencia imperialista emergente que pide su parte en la tarta de ese mercado mundial, de la que Rusia es su mejor aliado.

Por su parte, es obvio que los imperialistas euro norteamericanos no son, ni de lejos ninguna alternativa “democrática” por mucho que usen los “valores occidentales” como banderín de enganche para despistados. Su pasado colonial y su presente de saqueo son sus cartas credenciales, y no es necesario extenderse.

Los medios de comunicación de masas al intentar tapar lo evidente, solo buscan evitar que las revueltas obreras y populares que atraviesan medio mundo, desde Myanmar hasta Chile, y que pueden darse en cualquier lugar, superen los límites del techo de cristal democrático de las conciencias que las ahogan, y se orienten en el único camino que puede solucionar los problemas de la humanidad, declararle la guerra al capitalismo y la lucha por el socialismo.