Los resultados electorales de las elecciones municipales (y autonómicas donde se celebraron) dieron parlamentos y plenos especialmente fragmentados. En muchos lugares, para formar gobiernos, se han tenido que negociar pactos. Para muchas candidaturas municipales de unidad popular y para Podemos se ha planteado el dilema entre llegar a acuerdos con el PSOE o dejar gobernar al PP. Con escasas excepciones, ha sido la primera la opción la elegida.
En las Extremadura y Castilla–La Mancha, presidentes del PSOE han sido investidos gracias a Podemos. Ha sido también así en el País Valenciano y en Baleares, donde el PSOE ha formado coalición con Compromís en un caso y con el MES en el otro. En los ayuntamientos de Oviedo, Sevilla o Córdoba, el PSOE ha obtenido la alcaldía con el voto de las candidaturas de unidad popular. El PSOE, por su parte, ha apoyado la investidura de Ada Colau en Barcelona, Carmena en Madrid, Kichi en Cádiz o Santisteve en Zaragoza.
Desde Corriente Roja pensamos que ha sido un grave error político apoyar las investiduras del PSOE o firmar pactos de gobierno con sus representantes.
PSOE y PP, dos caras de la misma moneda
Durante la Transición se diseñó el actual régimen político español. Uno de sus elementos característicos hasta la fecha ha sido la existencia de dos grandes partidos, PP y PSOE ( «la derecha» y «la izquierda») que se turnaban amigablemente en el gobierno y cuando convenía pactaban con la derecha nacionalista catalana y vasca. Pero la convulsión social creada por la crisis capitalista y por la resistencia a los gobiernos de la troika, ha provocado una grave crisis de legitimidad de estos dos partidos, vistos por amplios sectores como dos caras de la misma moneda. Su caída de votos ha ido en paralelo. En el gráfico que sigue de las tres últimas elecciones europeas podemos observar su impresionante retroceso electoral
Ambos partidos están enfangados en corrupción; ambos han gobernado contra la gente trabajadora y a favor de los grandes empresarios y banqueros, ambos han seguido como lacayos las directrices de la troika; ambos defienden la unidad forzada del Estado español. Quizá el ejemplo más notorio de esa coincidencia fue la reforma del artículo 135 de la Constitución para sacralizar el pago de la deuda por encima de cualquier criterio social. Ahora ambos cierran filas con la UE contra el pueblo de Grecia.
Durante años hemos escuchado en las movilizaciones gritar a miles “PSOE, PP, la misma m… es”. En verdad, uno de los elementos de mayor éxito del discurso de Podemos ha sido equiparar al PP y al PSOE («coca cola» y «pepsi cola») como parte de “la casta” y postularse como alternativa al “bipartidismo” que ellos encarnaban.
Un balón de oxígeno para el PSOE
Pero Podemos no ha sido nada consecuente con estos planteamientos. Por el contrario, ha cambiado escandalosamente de criterio. El candidato de Podemos a la presidencia de Extremadura es un buen ejemplo. El 24 de mayo, en campaña electoral, decía: “el PSOE es el partido del régimen en Extremadura. Pensar que Podemos viene a apoyar al PSOE para que continúe con su obra de décadas anteriores es no entender nada. Aquí no venimos a pactar con el PSOE y con el PP en ningún caso. Creemos que se parecen demasiado y que cualquier pacto con cualquiera de ellos sería una negación de Podemos, que vino a hacer una política distinta” (diagonalperiodico.net). El 30 de junio, sin embargo, votaba la investidura de Fernández Vara (PSOE) y afirmaba: «Sr. Vara, su discurso se parece cada vez más al nuestro» (eldiario.es).
No sólo ha sido su apoyo a las investiduras, sino el aval político que Podemos ha dado a un PSOE desacreditado que ha perdido nada menos que 750.00 votos en estas elecciones. El líder de Podemos en Castilla–La Mancha ha dicho que el nuevo gobierno regional del PSOE iniciaba “un tiempo político nuevo y a su vez un tiempo social nuevo” (eldiario.es, 19/6/2015). Hemos oído también a algunos representantes de candidaturas de unidad popular que votaban alcalde al candidato socialista porque, con los acuerdos de investidura, el PSOE había dado «un giro de 180º«. En definitiva, no estaríamos ya ante un partido de la casta sino ante un partido “progresista” con el que se podría “gobernar para la gente.”
El PSOE no va a cambiar por muchos «compromisos» que firme
Odiamos como el que más al PP y a sus políticas antiobreras y antidemocráticas y comprendemos la enorme ansiedad por echarlos de los gobiernos y ayuntamientos. Pero eso no nos puede hacer olvidar que el PSOE sigue siendo una pieza esencial del régimen y un partido orgánicamente vinculado a las empresas del Ibex35 y a la Troika. Como el PP.
Debemos saber que los pactos que han firmado son papel mojado. Entre otras cosas porque en ninguno de ellos figura una cláusula que fije que los compromisos se llevarán a cabo apelando a la movilización popular y aunque las leyes no los permitan. El secretario general del PSOE, Sánchez, lo ha dejado claro: ellos van a ser escrupulosos en el respeto a las leyes y a los contratos firmados con las grandes concesionarias de servicios públicos. Y si es así ¿cómo van a garantizar los compromisos?
¿Y donde las candidaturas de unidad popular podían gobernar?
En aquellas ciudades como Madrid o Barcelona, donde la candidatura de unidad popular había sido la más votada, tampoco se trataba de firmar acuerdos con el PSOE sino de exigirle incondicionalmente sus votos para la investidura: colocándole ante el dilema de dar sus votos «para el cambio» o dejar que siguiera el PP (o CiU en Barcelona). El PSOE sabía que esta segunda opción significaba su suicidio.
Pero, de nuevo, la política de pactos realizada permite el PSOE aparecer como un «factor de cambio” y asearse a los ojos de la gente. En realidad, el papel de PSOE no es otro que el de esterilizador de cualquier posible cambio, ya que su participación significa que los planes de los nuevos gobiernos no se saldrán un milímetro de las normas institucionales, es decir, no cuestionarán las leyes injustas, la deuda, ni los contratos municipales que externalizan servicios, ni los desahucios, ni la propiedad y el uso de las viviendas vacías en manos de bancos y fondos buitre.
Nuestra responsabilidad no es con la «gobernabilidad» sino con el pueblo
Se repite como un mantra que los nuevos gobiernos debían formarse sí o sí para asegurar la gobernabilidad y la estabilidad. Susana Díaz usó este argumento machaconamente en Andalucía durante la negociación de su investidura.
Pero nuestro compromiso no es con la estabilidad del régimen monárquico, sino con las reivindicaciones y necesidades de los y las trabajadoras. Hay que elegir: o responder a las reivindicaciones o pactar con el PSOE. Ambas cosas no son compatibles.