“La doctrina de Marx suscita en todo el mundo civilizado la mayor hostilidad y el odio de toda la ciencia burguesa (tanto la oficial como la liberal), que ve en el marxismo algo así como una «secta perniciosa». Y no puede esperarse otra actitud, pues en una sociedad que tiene como base la lucha de clases no puede existir una ciencia social «imparcial». De uno u otro modo, toda la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, mientras que el marxismo ha declarado una guerra implacable a esa esclavitud.”
Lenin.
Introducción
La crisis ecológica que enfrenta el planeta es un motivo de preocupación alrededor de todo el mundo. El movimiento ecologista es uno de los más amplios movimientos sociales existentes, prácticamente todos los partidos hacen referencia a esta cuestión, y películas como “Interstellar” o “Avatar” llevan a la mente de millones mundos futuros inmersos en graves crisis ecológicas.
Los trabajadores y las trabajadoras no pueden ser ajenos a esta discusión. Por una parte, la crisis ecológica esconde un perfil de clase, en el que los ricos consumen los recursos naturales y los pobres pagan las consecuencias. Esto queda oculto la mayor parte del tiempo debido a la forma en la que se suele presentar la cuestión ambiental: como una cuestión que afecta a “todo el género humano”, o incluso que solo se preocupa de especies animales y plantas, pero no afecta a la gente.
Por otra parte, la crisis ecológica es la máxima expresión de la decadencia histórica del capitalismo, un sistema que llegó a su límite y hoy descarga su crisis sobre los trabajadores y el planeta. Hoy día imperan respuestas a la crisis ecológica global que no cuestionan el capitalismo. Es tarea de los marxistas entrar en este debate y demostrar que no puede existir una naturaleza que se recupere de sus males bajo este sistema económico y social.
¿El cambio climático va a acabar con la especie humana? ¿Puede existir un capitalismo “verde”? ¿Qué criterios tiene que cumplir una economía ecológicamente sostenible? Trataremos de responder estas y otras preguntas de manera sencilla pero rigurosa, para poner un pequeño grano de arena para que los revolucionarios puedan comprender y dar respuesta a estas cuestiones desde una perspectiva anticapitalista.
- Principales problemas ambientales
La crisis ecológica global tiene numerosas expresiones. En este trabajo no vamos a entrar en los temas locales sino que vamos a enfocarnos en los problemas globales principales. Entre ellos, hemos destacado tres aspectos. Por una parte, trataremos el cambio climático, quizá la cuestión más candente y de mayor impacto hoy en día. En segundo lugar, trataremos la pérdida de biodiversidad, es decir, la extinción de especies. Este proceso de extinción masiva es un claro indicador de la destrucción de los ecosistemas naturales. En último lugar, revisaremos la “huella ecológica”, un indicador que trata de cuantificar el uso de recursos naturales que una economía consume para su producción.
A través de estos tres aspectos pretendemos dar una información clara sobre las implicaciones y los efectos que la crisis ecológica global está causando y aún está por causar, basándonos en los estudios científicos más actuales y completos al respecto.
El cambio climático
El clima del planeta Tierra está cambiando. En realidad, siempre ha estado cambiando. Hubo períodos glaciares y de calentamiento alternándose varias veces en la historia de la Tierra. Pero en el pasado, estas alteraciones se debieron a cambios en la deriva continental o a las variaciones de la órbita e inclinación terrestres respecto del sol. La novedad es que ahora lo hace a mucha mayor velocidad que en períodos anteriores, y que lo hace debido a la emisión de gases de efecto invernadero (GEI de ahora en adelante) por la humanidad. Este cambio global está trayendo (y traerá) efectos perniciosos para millones de personas.
El cambio climático de origen antrópico es una realidad inequívoca. Es cierto que hay un cierto grado de incertidumbre y no conocemos todos los detalles, pero hoy en día quienes niegan la responsabilidad humana en el cambio climático global son marcadamente minoritarios. En realidad, este grupo irreductible no nos debe sorprender, la gran industria siempre invirtió generosamente en científicos que les dieran la razón. O, al contrario, en acosar a quienes desvelaban verdades incómodas. ¡Que se lo pregunten a Clair Cameron Patterson[1]!
El principal organismo internacional que lo estudia es el IPCC [Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático], dependiente de la ONU, que periódicamente publica estudios al respecto. El IPCC establece que existe una influencia humana en el clima debido a su emisión de GEI (como el dióxido de carbono – CO2). Estos gases atrapan la radiación de la Tierra y mantienen el calor en la atmósfera, a modo de invernadero. En realidad, este efecto es necesario para la vida, pero desde que comenzó la quema masiva de combustibles fósiles, como el carbón o el petróleo, la concentración de estos gases en la atmósfera no hace más que aumentar y, con ellos, la temperatura global. Concretamente, el nivel atmosférico de CO2 es 40% mayor ahora que antes de la era industrial.
El cambio climático no es un problema del futuro, ya está manifestándose con claridad. Por ejemplo, los tres últimos decenios han ido batiendo respectivamente los récords de temperaturas desde que se tienen datos medidos directamente (1850). Otros efectos que ya se manifiestan son la subida en el nivel del mar (+0,19 metros desde 1901) o el deshielo del manto de hielo que cubre la Antártida y el Ártico.
Este calentamiento global está produciendo y producirá, con certeza, entre otros efectos, sequías o ciclones más fuertes, descenso en el rendimiento de cultivos y pérdida de recursos hídricos. Además, el cambio climático alimenta otros problemas como la pérdida de hábitats. Por ejemplo, la selva amazónica, la mayor del mundo, está amenazada, ya que al calentarse pierde humedad y se incendia fácilmente. En un futuro, la cuenca amazónica puede convertirse en una sabana.
La gravedad del cambio climático dependerá de hasta qué punto seguimos emitiendo GEI. En el mejor caso que el IPCC plantea, la temperatura global se elevaría 1 ºC para final del siglo. En el peor, casi 4 ºC. Quizá no parezcan cifras muy impresionantes, pero hay que clarificar que se trata de temperaturas medias globales anuales. Para tener una mejor dimensión del significado de estos datos, es necesario referirse a los efectos que provocarían. Por ejemplo, con un aumento de 4 ºC es posible que la selva amazónica desaparezca totalmente. Además, a partir de 2 ºC se abre la posibilidad de que ocurran efectos no previstos. Por ejemplo, podría suceder que al descongelarse el suelo –que en el mundo está, en la actualidad, permanentemente congelado– se liberen ingentes cantidades de GEI que provoquen un salto abrupto en el calentamiento global.
La emisión de GEI es en su mayor parte responsabilidad de la quema de combustibles fósiles como el carbón o el petróleo para producir energía y para hacer funcionar los medios de transporte, como los automóviles o los aviones. Entre estas dos actividades suman más de la mitad de emisiones. Existen otras actividades que afectan, como la deforestación.
[1] PATTERSON, Clair Cameron (1922-1995). Geoquímico estadounidense. En 1953 calculó la longevidad de la Tierra en 4.550 millones de años, basándose en el supuesto de que las rocas encontradas en los meteoritos serían probablemente de similar longevidad que ella. En 1965, publicó el artículo “Entornos contaminados y naturales del hombre”, que intentaba llamar la atención del público sobre el aumento de la concentración de plomo en el medio ambiente y en la cadena alimenticia. Fue uno de los más firmes opositores a la utilización de plomo en la elaboración de combustibles, por lo que fue perseguido por las multinacionales que los trataban y los comercializaban.
Imagen 1: Cambios previstos en la temperatura global. A la izquierda, en el mejor escenario previsto por el IPCC. A la derecha, en el peor.
Pérdida de la biodiversidad
Quizá este indicador es el más espectacular de los que vamos a explicar. Para ello, nos basaremos en el “Informe Planeta Vivo”, elaborado por WWF[1]. Para realizarlo se analizan 10.000 poblaciones de vertebrados. Pues bien, agárrese a su asiento, desde 1970 estas poblaciones se han reducido un 52%. Es decir, si usted tiene más de 40 años, durante su vida la humanidad ha reducido a la mitad los animales vertebrados del mundo. Hay casos aún más acusados. Por ejemplo, para especies de agua dulce, la reducción es de 76%. Y eso que la medición se compara con los niveles de 1970, cuando ya habíamos exterminado muchos animales…
Por si fuera poco, la extinción de los animales es un indicador de lo que golpeamos a la naturaleza en su conjunto. La mayor causa de extinción es que se destruye directamente el hábitat donde la especie vive. La conservación de la biodiversidad y de sus ecosistemas es necesaria para el mantenimiento de nuestra especie. Por ejemplo, la agricultura depende de ello.
[1] World Wildlife Fund: la mayor organización conservacionista en el mundo, cuyo objetivo es detener la degradación del medio ambiente.
Imagen 2: Descenso del Índice Planeta Vivo.
Huella ecológica
Usando este mismo informe de WWF, pasaremos a explicar el último apartado de este primer capítulo. La huella ecológica es un indicador de impacto ambiental que mide la presión a que se ven sometidos los recursos naturales para “alimentar” una economía determinada. Puede medirse para un país, para una persona, o para todo el mundo. Y puede compararse con los recursos naturales que existen.
Desde hace unos 45 años consumimos más recursos que los que están disponibles. Es decir, talamos más árboles que los que plantamos, pescamos más peces que los que nacen, emitimos más CO2 del que se absorbe, etc… Como consecuencia, extinguimos especies, acumulamos GEI en la atmósfera o contaminamos aguas (especialmente por nitrógeno) y aire (¡7 millones de muertes provocadas por esto en 2012 según la OMS!).
Esto no significa que antes de los años ’70 no había impactos sobre el medio ambiente sino que a partir de ese momento, “sumando” todos los impactos que provocamos sobre los recursos naturales, sobrepasamos la cantidad de todos los recursos disponibles sosteniblemente.
Actualmente, necesitaríamos los recursos de un planeta Tierra y medio más para sostener lo que consumimos. Si continuamos con la progresión, en 15 años necesitaremos tres planetas.
Imagen 3: La línea representa el consumo de recursos naturales de la humanidad. El área verde es la biocapacidad del planeta.
- Una cuestión de clase
Hasta ahora he dicho intencionadamente que “hemos” provocado estos efectos. ¿Hemos? ¿Quién lo hace concretamente? Es obvio que un campesino africano no impacta [negativamente sobre el planeta] igual que un multimillonario estadounidense. O este multimillonario, que un trabajador inmigrante en Estados Unidos.
Los tres países con mayor huella ecológica por habitante corresponden al Golfo Pérsico –Kuwait, Catar y Emiratos Árabes Unidos– que sostienen un enorme consumo relacionado con su petróleo. En los primeros puestos suelen aparecer los países de Norteamérica, Europa o países ricos de Asia. Al otro lado de la clasificación se acumulan sobre todo países africanos y países asiáticos pobres. Resulta que los países ricos consumen más recursos que los que tienen, y los países empobrecidos consumen menos que los que tienen disponibles. El primer país de la lista consume ¡40 veces más por persona! que el último. Es decir, los países ricos consumen recursos de los pobres, o dicho en otras palabras, son imperialistas ¡también en lo ambiental!
Dentro de cada país, las diferencias de clase también se expresan. Los trabajadores y la gente humilde consumen poco. Tienen automóviles más humildes, viajan menos, viven en pequeños pisos de edificios. Los capitalistas y ricos hacen frecuentemente largos viajes en avión o en grandes automóviles, y tienen varias casas con jardín. Por cierto, es curioso comprobar que es difícil encontrar estudios sobre las huellas ecológicas comparadas de distintas clases sociales, a pesar de que técnicamente no existiría ningún problema. Los organismos internacionales con capacidad para desarrollar estudios no suelen invertir en eso.
De la misma manera en que el consumo no se reparte igualitariamente entre todos los seres humanos, tampoco lo hacen los impactos. La población trabajadora y pobre, especialmente de los países económicamente colonizados y empobrecidos, se llevan siempre la peor parte. Un capitalista tiene una sólida casa en un terreno sin riesgos. Un trabajador pobre quizá tiene su hogar construido precariamente en un terreno inundable. Un capitalista puede elegir en qué punto del planeta vivir, un trabajador pobre pasa verdaderas penurias si necesita emigrar. Un capitalista puede comprar comida de calidad de cualquier parte del mundo. Un trabajador pobre depende de mercados locales. Un capitalista importa petróleo y un trabajador pobre quizá depende de conseguir él mismo la leña de la selva para calentarse y para cocinar. Los ejemplos más evidentes de esta diferencia los encontramos en cómo unos y otros soportan catástrofes naturales. El terremoto de 2005 en Cachemira causó 86.000 víctimas; en Canadá se produjo uno en 2012, de características similares al de Cachemira, y no hubo ningún muerto.
La degradación ambiental es un problema de clase; no toda la humanidad es igualmente responsable ni todos sufrimos de la misma manera sus consecuencias. Los capitalistas e imperialistas saquean los recursos de los trabajadores pobres y de los países económicamente colonizados. Unos viven consumiendo “a todo trapo” y otros sufren los efectos de la crisis ecológica.
Hoy en día, hay ya muchos que sufren las consecuencias de la degradación ambiental. Un estudio de Jesús Castillo, profesor de Ecología de la Universidad de Sevilla, cifra entre 20 y 50 millones los refugiados por causas ambientales en el mundo.
Imagen 4. Arriba, los países con mayor huella ecológica. Abajo, los países con menor.
- Movimiento obrero y medio ambiente
Muchos sindicalistas desconfían de los ecologistas por verlos como enemigos de muchos puestos de trabajo. A su vez, muchos ecologistas miran con recelo a los sindicalistas por considerarlos productivistas que solo se preocupan por los puestos de trabajo, sin tener en cuenta el medio ambiente. No pocas veces hemos visto conflictos entre estas dos visiones. ¿Será verdad que hay una irreconciliable contradicción entre los intereses de la clase trabajadora y la conservación del medio ambiente? Empecemos con algo de historia.
Los comienzos del movimiento obrero y socialista
En los comienzos del movimiento socialista ya tenemos algunos ejemplos interesantes de cómo entendían aquellos pioneros la relación de los trabajadores con la naturaleza. William Morris fue un militante socialista del Siglo xix y, también, escritor. Su novela más famosa fue “Noticias de ninguna parte” (1890), la que usó para describir cómo imaginaba él la sociedad comunista. El protagonista de la novela es William Guest, que tras volver de una reunión de la Liga Socialista se duerme, para despertarse en el año 2101, mucho después de que la revolución mundial triunfara. En el Londres que se encuentra tras despertarse no existen distintas clases sociales, la propiedad es comunitaria y se controla democráticamente. La relación con la naturaleza es muy distinta, ciudad y naturaleza se confunden e integran en una relación equilibrada y respetuosa. La educación de los niños pasa por sus expediciones al bosque. ¡Ah! Y el parlamento sirve para guardar estiércol. William Morris imaginaba que la revolución cambiaría la manera en que los trabajadores se relacionan con su medio natural. Él imaginó el comunismo como una sociedad pastoral, donde las ciudades y la civilización se disolvían en la naturaleza haciéndose una misma cosa.
Todavía en el siglo xix podemos rastrear multitud de movilizaciones obreras contra las condiciones de contaminación e insalubridad en los puestos de trabajo. Por ejemplo, en el año 1888 en las minas de Riotinto (Andalucía) se produjo un fuerte conflicto social por esta razón. En aquel tiempo, el mineral se calcinaba al aire libre en las llamadas teleras. Estas teleras emitían gases sulfurosos que envenenaban a los mineros y las tierras agrícolas de la zona. La compañía minera inglesa y las autoridades locales, alarmadas por la magnitud del conflicto, habían hecho traer tropas al pueblo. El día 4 de febrero una multitud se agolpó en una manifestación en la plaza central del pueblo, y las tropas abrieron fuego indiscriminadamente contra la multitud, matando a cientos de personas. Aquel lejano año aún se sigue conociendo en la zona como “el año de los tiros”.
Imagen 5: Ilustración de la matanza en Riotinto.
En 1880, Sergei Podolinsky, un militante socialista que luchó contra el imperio del zar ruso, publicó “El socialismo y la unidad de las fuerzas físicas”, en el que estudiaba la economía y su relación con la energía. Partiendo de la segunda ley de la termodinámica estableció que el trabajo era una forma de acumular energía, siendo el pionero en la investigación de la antropología energética social. Conoció a Marx y le envió su obra. No sabemos si Marx respondió, pero sí hay registro de una carta en la que Engels escribe a Marx acerca de la obra de Podolinsky, señalando la dificultad de calcular con exactitud las transferencias energéticas que suceden en la economía.
Marx y Engels fueron personas que acompañaron siempre los avances de la ciencia de su tiempo. No es por casualidad que Engels, en su discurso ante la tumba de Marx, dijera que “Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza revolucionaria”. Ambos mostraron una preocupación por los elementos de crisis ecológica que ya se expresaban en su tiempo, como el empobrecimiento de los suelos de la agricultura. En el tomo III de “El Capital” escribía Marx:
Todo el espíritu de la producción capitalista, orientada hacia la ganancia monetaria inmediata, se halla en contradicción con la agricultura, que ha de tener en cuenta el conjunto permanente de las condiciones de vida de las sucesivas generaciones humanas que se van encadenando.
En el tomo I encontramos otro pasaje revelador:
La producción capitalista no solo destruye la salud física de los obreros, sino que además altera los intercambios naturales entre el hombre y la tierra… todo progreso en la agricultura capitalista es también un avance en el arte de esquilmar el suelo.
Es significativo el enlace y la correlación que establece Marx entre la explotación de los trabajadores y del suelo, así como su noción de “progreso económico” destructivo del medio ambiente.
Marx señaló en “Manuscritos de París” que la humanidad vive y muere en la naturaleza. Para él, siguiendo el tomo III de “El Capital”, el socialismo debía restablecer el ciclo material como “ley reguladora de la producción” y, mediante la apropiación colectiva de los medios de producción, gestionar los recursos y la economía para “regular racionalmente su metabolismo con la naturaleza”, en lugar de ser arrastrados por el mecanismo ciego de la búsqueda del beneficio individual y privado.
Marx establece que:
Ni siquiera toda una sociedad, una nación, todas las sociedades contemporáneas en su conjunto son propietarias de la tierra. Son solo sus ocupantes, sus usufructuarias, y deben, como boni patres familias, legarla mejorada a las generaciones futuras.
Walter Benjamin es otro pensador marxista destacado, que se ocupó de la crítica ecológica al capitalismo. En su obra “Calle de sentido único” (1928) escribía que la sociedad capitalista “roba” los dones de la tierra, empobreciéndola y provocando que dé malas cosechas. En esta obra escribió, por ejemplo:
… que al recibir lo que la naturaleza nos ofrece evitemos el gesto de codicia. Dado que no podemos regalarle nada nuestro a la madre tierra. Por lo tanto, conviene que mostremos reverencia al tomar, devolviéndole a la madre tierra una parte de lo que recibimos antes de apoderarnos de aquello que nos corresponde.
Su perspectiva de socialismo queda reflejada en su obra “París, capital del siglo xix” (1938), en la que el trabajo perdería su carácter de explotación de la naturaleza por el hombre, instaurándose una armonía que mejoraría a partir de ese momento la relación humanidad-naturaleza.
Más adelante en el tiempo han florecido diversos autores marxistas que han incorporado las cuestiones ambientales a sus preocupaciones. En la bibliografía de este texto se encuentran algunas recomendaciones. No obstante, nos tomamos la licencia de destacar a Nahuel Moreno, dirigente trotskista argentino. En 1980, Moreno escribió “Actualización del Programa de Transición”, programa este cuyo original fuera redactado por Trotsky para la fundación de la IV Internacional. Con él pretendía reorganizar esa misma IV Internacional, y el texto jugó un papel central para desarrollar el programa de la Liga Internacional de los Trabajadores (de la que el PSTU brasileño y el autor de este texto formamos parte).
La penúltima tesis de esa “Actualización del Programa de Transición” está justamente dedicada a la crisis ecológica. Moreno reformula la famosa tesis atribuida a Rosa Luxemburgo sobre “socialismo o barbarie” pero, esta vez, poniendo el “holocausto” como horizonte en caso de derrota de la revolución. Moreno escribe que los poderosos medios de destrucción desarrollados ponían a la orden del día el peligro de la guerra nuclear y la destrucción de la naturaleza, especialmente, el agotamiento de las fuentes de energía.
La tesis se cierra planteando que la revolución no solo podrá evitar eso sino que pondría a la orden del día un desarrollo tecnológico nunca conocido antes por la humanidad, al aprovechar constructiva y positivamente la tecnología hoy existente, que podrá dar un nuevo salto si se la libera del capitalismo.
El estalinismo
La ruptura entre medio ambiente y socialismo tiene fecha. Stalin impulsó desde el gobierno de la URSS la política de “socialismo en un solo país”, es decir, de “coexistencia pacífica con el imperialismo”. A partir de ese momento renunció a impulsar la revolución internacional y situó su competencia con los países imperialistas en el terreno de las carreras económica y armamentística. Khruschev enunció el objetivo de tratar de superar a la economía de Estados Unidos. Pero los países del socialismo real partían de una situación de atraso y dependencia de los países imperialistas, lo que los llevó a “apretar el acelerador productivo” al máximo. Era la época del estajanovismo[1], que tuvo un balance ambiental lamentable. A la caída del muro, Checoslovaquia[2] y la República Democrática Alemana (RDA) superaban a Estados Unidos, Canadá o Australia en sus emisiones de dióxido de carbono por habitante. Dos de los mayores desastres ecológicos de la historia moderna se dieron en países del socialismo real: el accidente de Chernobil y la desecación del Mar de Aral (proceso que continuó igualmente tras la caída de la URSS, dicho sea de paso). Esto divorció por decenios al movimiento socialista mundial, dirigido por el estalinismo, de la preocupación ecológica, abriendo paso a la hegemonía de planteos antisocialistas que aún perduran. en el movimiento ecologista.
[1] Movimiento nacido en la ex URSS, y que debe su denominación a un minero de nombre Stajanov que batió el récord de extracción de carbón, que impulsaba un sistema de trabajo que intentaba incentivar y aumentar el rendimiento del obrero sin darle compensación alguna, toda vez que se apelaba a sus convicciones revolucionarias. El estajanovismo fue aplicado en la Unión Soviética a partir de 1935.
[2] Hasta su división en República Checa y Eslovaquia, ocurrida en 1993.
Imagen 6: Barco varado en el antiguo Mar de Aral.
Sindicalismo y ecologismo
A partir de los años ’70 se recuperan –con el pulso de un nuevo ascenso revolucionario que empieza a despegarse de su camisa de fuerza estalinista– algunas tradiciones que merece la pena destacar, como la de las “prohibiciones verdes”. Esta iniciativa la tomó por primera vez el sindicato de trabajadores de la construcción en Nueva Gales del Sur (Australia), tras una ola de luchas victoriosas. Una “prohibición verde” consistía en poner en huelga a los trabajadores de la construcción, no por un reclamo laboral sino para impedir la construcción de edificios destinados a gentrificar una zona (desplazar a la población local pobre para revalorizar la zona, en beneficio de los dueños de los edificios o los terrenos) o para impedir la destrucción de un espacio verde. Esta iniciativa se extendió en escala nacional, por ejemplo en 1976, de la mano de la Unión de Sindicatos Australianos contra la minería, el procesado y la exportación de uranio.
Otro ejemplo mundialmente conocido de “sindicalismo verde” es el de Chico Mendes, dirigente de los trabajadores del caucho en la Amazonia brasileña, asesinado por terratenientes. También debemos mencionar la revuelta turca, iniciada en 2013 contra la destrucción del Parque Gezi o el caso sucedido en la Revolución Egipcia, en la que la población bloqueó un puerto en el Mediterráneo hasta que el gobierno abandonó la idea de crear una planta de fertilizantes en la zona, y terminó incluso cerrando la que ya existía.
¿Es posible conciliar el empleo y la conservación ambiental?
Una vez terminado este recorrido histórico, queremos intentar responder a esta pregunta clave. A pesar de las contradicciones que inevitable surgen, pensamos que sí. En realidad, contradicciones parecidas se dan en otros muchos terrenos, incluso dentro de la propia clase trabajadora. Por ejemplo, muchas veces, distintos grupos de trabajadores compiten y se enfrentan entre ellos por el empleo; los nativos contra los inmigrantes, o los de un pueblo contra los de al lado. Para estas contradicciones es fundamental no perder la perspectiva del interés general del conjunto de la clase trabajadora.
Dice el Manifiesto Comunista:
[Los comunistas] destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesía, mantienen siempre el interés del movimiento enfocado en su conjunto.
Es decir, nosotros y nosotras siempre enfocamos nuestras políticas desde la óptica del interés de clase general, en la búsqueda de la revolución y la toma del poder. En el caso de la competencia entre obreros por el empleo le decimos al obrero nativo: “es cierto que los trabajadores inmigrantes vienen a competir contigo por los puestos de trabajo. Pero si te enfrentas con ellos, la clase trabajadora estará dividida y nunca podréis enfrentar a los patrones. Tu tarea no es rechazar al trabajador inmigrante sino unirte a él para enfrentar al enemigo común”.
En la cuestión ambiental tenemos que tener un criterio parecido: buscar siempre el interés general de la clase trabajadora y la revolución. Voy a permitirme poner dos ejemplos reales en las que en mi organización, Corriente Roja, tuvimos que tomar una posición.
La primera fue el posible cierre de una central nuclear vieja y peligrosa, la de Garoña. El gobierno español quiere mantenerla abierta debido a que es una máquina de hacer dinero para las grandes compañías eléctricas, pero hay una gran movilización por su cierre. Aquí, algunos sindicatos tomaron una postura contraria al cierre, argumentando la defensa de los puestos de trabajo de la plantilla de la central nuclear. Desde Corriente Roja estamos a favor del cierre: algunos puestos de trabajo no pueden justificar alinearse con el gobierno y la patronal poniendo en grave riesgo a la población de la zona. Eso sí, ese posicionamiento debe acompañarse con la exigencia de no perder ni un puesto de trabajo, y exigir, por ejemplo, un plan de instalación de energías renovables en la comarca.
El segundo ejemplo es la lucha de los mineros en 2012. Aquí [en el Estado Español] hubo grupos ecologistas que se posicionaron a favor del cierre de las minas de carbón, ya que son muy contaminantes. Y realmente lo son, pero no era eso lo que estaba en discusión. El plan del gobierno no era el cierre de las minas de carbón para impulsar una alternativa sostenible. Era el cierre de las minas de carbón para comprar carbón más barato de otros países donde los trabajadores tienen menos derechos; eso era lo que se discutía (además de la propia estabilidad del gobierno, golpeado por la huelga minera). Por eso, Corriente Roja fue parte de la lucha de los mineros contra el cierre de las minas.
¿A favor del cierre de la central nuclear de Garoña y contra el cierre de las minas de carbón? ¿No es contradictorio? No, porque ambas posiciones nacen de la defensa de los intereses generales de la clase trabajadora. Una posición sindicalista que en nombre de la defensa de algunos puestos de trabajo ponga en riesgo las condiciones de vida del conjunto de la clase trabajadora es unilateral y miope. Una posición ecologista que sistemáticamente sea favorable al cierre de cualquier actividad económica contaminante sin analizar si ese cierre tiene un contenido ecologista o solo es una maniobra patronal para aumentar beneficios es igualmente unilateral y miope.
Imagen 7. Manifestación en Sidney. En la pancarta se lee “Apoyo a las prohibiciones verdes del Sindicato de Obreros de la Construcción”.
- El imposible capitalismo verde
El capitalismo está en decadencia, es un sistema agotado. Cada día que pasa asfixia más, aumenta la destrucción y no el progreso. Pero… ¿cómo es eso? Hemos visto nuevos avances en los últimos años; por ejemplo, la revolución de la informática. Ahora, muchos tenemos un teléfono móvil y un ordenador, algo impensable hace no tantos años. ¿No es el capitalismo el que aumenta estas mejoras?
Para responder, tenemos que entender qué son las “fuerzas de producción”. Marx y Engels explicaron que la aparición del capitalismo fue un fenómeno progresivo, ya que superó el viejo modo de producción feudal, y ese cambio permitió espectaculares avances, no solo en el bienestar de la burguesía sino también en el de los trabajadores. Elementos tan básicos como la nutrición o la medicina avanzaron, y la vida de los trabajadores fue a partir de entonces más larga y satisfactoria. Sin embargo, llegado un momento, la destrucción que el capitalismo producía era cada vez más grande que los progresos que conocía. Lenin fijó como la demostración definitiva de ese cambio la Primera Guerra Mundial. Las distintas potencias imperialistas cometían una masacre de escala industrial para disputarse los mercados y poder seguir creciendo. Poco después, la mayor crisis del capitalismo fue superada y se estableció una época de prosperidad a través de la Segunda Guerra Mundial, al coste de decenas de millones de muertos. La reconstrucción de los países que habían sido literalmente devastados y la revolución tecnológica que produjo el enfrentamiento militar permitieron que los capitalistas tuvieran muchas inversiones provechosas para hacer.
Desde entonces, no ha habido ninguna guerra de proporciones similares. Sin embargo, el avance de la economía capitalista está dejando un rastro de destrucción del principal medio de producción: la naturaleza. La crisis ecológica global es el principal marcador actual del agotamiento histórico del capitalismo, de su incapacidad para producir más de lo que destruye. Por cada paso adelante que da, retrocede destruyendo dos.
La velocidad del capitalismo y la velocidad de la naturaleza
El nudo del sistema económico capitalista es que los agentes económicos guían su actividad por la búsqueda del beneficio privado de sus dueños, los capitalistas. Una empresa produce de tal o cual forma en función de lo que maximice los beneficios de sus accionistas. Los bancos mueven su dinero e invierten siempre buscando repartir los máximos dividendos en su consejo de administración. El dueño de la tierra o de un edificio intenta que su renta sea lo más grande posible. Escribió Marx, en el primer tomo de “El Capital”:
La circulación del dinero como capital es (…) un fin en sí, pues la valorización del valor existe únicamente en el marco de este movimiento renovado sin cesar. El movimiento del capital, por ende, es carente de medida. (…) Nunca, pues, debe considerarse el valor de uso como fin directo del capitalista. Tampoco la ganancia aislada, sino el movimiento infatigable de la producción de ganancias”.
Antes de continuar, hay que aclarar que esto no es una elección individual de cada capitalista. No puede existir un capitalismo moral y humano, que además de cuidar de los beneficios de los capitalistas cuide también de las condiciones de vida de los trabajadores. En el caso de que un capitalista individual subiera el salario a sus trabajadores, competiría con los demás con un lastre. Sus beneficios serían más bajos o sus precios más altos. Su empresa tiende inevitablemente a desaparecer, más pronto que tarde, engullida por la competitividad del mercado capitalista.
En la búsqueda de maximizar los beneficios de los capitalistas, la economía capitalista mantiene constantes varias tendencias. Una de ellas es la tendencia a tratar de acelerar lo máximo posible el ciclo de reproducción de capital. Es decir, un capitalista invierte un dinero en una industria. Entonces, la fábrica en la que ha invertido produce mercancías que se venden. Después de pagar el salario de sus trabajadores y de haber comprado las materias primas necesarias, el capitalista recibe más dinero del que invirtió. Mientras más rápidamente se repita este ciclo, más capital irá acumulando el capitalista. El capitalismo es un sistema que trata de acelerar constantemente la velocidad de la economía. Engels escribió en “Del socialismo utópico al socialismo científico” el siguiente revelador pasaje:
Paulatinamente, la marcha se acelera, el paso de andadura se convierte en trote, el trote industrial, en galope y, por último, en carrera desenfrenada, en batir de campanas de la industria, el comercio, el crédito y la especulación, para terminar finalmente, después de los saltos más arriesgados, en la fosa de un crac. Y así, una y otra vez.
Esa búsqueda permanente de maximizar los beneficios, es decir, la producción, es incompatible con los límites de planeta. El capitalismo tiene un ritmo distinto que el de los ciclos naturales. La industria maderera no se regula en función de la velocidad del crecimiento de los nuevos árboles sino por la necesidad desesperada del inversor de recibir beneficios con los que hinchar su cartera. Las petroleras no regulan su actividad en función de la cantidad de CO2 que es capaz de asimilar la atmósfera, ni la agricultura funciona dejando que el suelo se recupere.
Los costes de producción y la conservación de la naturaleza
Para maximizar sus beneficios, el capitalista necesita invertir poco y vender los productos lo más caros posible. Hay una inversión que es fija, cuyo precio el capitalista no puede hacer bajar. Pero hay otra variable, que sí puede intentar bajar. Por ejemplo, el salario de los trabajadores puede ser algo más alto o más bajo. Si el precio del producto en el mercado es el mismo, mientras menos salario paguen a los trabajadores, mayor margen de beneficio tendrán.
Los costes de prevención y reparación ambiental aumentan los costes variables de una inversión, es decir, disminuyen la ganancia capitalista. Por ejemplo, si una industria tiene que depurar el agua que usa antes de verterla, tendrá para ello que hacer una inversión en máquinas y trabajadores. Si una industria tiene que reparar los daños ambientales causados, tendrá para ello que invertir en materiales y trabajadores.
Para las empresas, invertir en prevención o reparación ambiental es un coste añadido, significa reducir su margen de ganancias. Por eso el capitalismo se revuelve sistemáticamente contra toda regulación que lo obligue a ello, de la misma manera que se revuelve contra la legislación laboral. La legislación ambiental es producto de la lucha, son las conquistas ganadas de la misma manera que se gana un mejor convenio en una huelga.
La falsa solución de la eficiencia
Una corriente de pensamiento plantea que la solución para la crisis ecológica es una mayor eficiencia en la industria. Si provocamos un determinado daño al producir una mercancía, quizá podamos reducir el daño si lo hacemos de manera eficiente.
Este es un planteamiento tramposo. La eficiencia energética y de materiales es muy importante, pero bajo el capitalismo se convierte en su contrario. Pongamos un ejemplo laboral para entenderlo mejor.
La nueva tecnología podría aplicarse para hacer más fácil el trabajo de los obreros. Pero cuando una empresa capitalista incorpora una nueva máquina o técnica, ese cambio no redunda en una mayor facilidad en el trabajo de los obreros. En lugar de reducir la jornada laboral, lo que hace el capitalista es despedir a una parte de la plantilla y mantener o incluso aumentar el horario de los que siguen trabajando. Así, una mejora tecnológica en lugar de ayudar termina siendo un ataque contra los trabajadores.
De la misma manera funciona la eficiencia. Una mayor eficiencia podría servir para producir lo mismo usando menos energía y emitiendo menos contaminación. Pero en una empresa capitalista se usa solo para aumentar el margen de beneficios de la empresa. Por ejemplo, si se produce más eficientemente, el costo por mercancía disminuye. Entonces, el patrón puede inundar el mercado con sus productos y desplazar a la competencia, vendiendo más y ganando más. O puede bajar el precio del producto para desplazar a los competidores y ganar más. Pero en ningún caso se va a contentar con lo que ya gana, sobre todo porque, si no se da prisa, pronto un capitalista rival va a conseguir la misma mejora y usará su mayor eficiencia para intentar acaparar el mercado.
¿Es posible un cambio de modelo productivo?
También hay quienes piensan que es posible que el capitalismo pueda mutar en un sistema económico capitalista pero sostenible. Ello supondría cambiar todas las fuentes energéticas de las que se nutre. El capitalismo se desarrolla con la llamada “revolución industrial”, con los motores y la electrificación. Todo ello funciona quemando combustibles fósiles. Podemos decir que el carbón, el petróleo y el gas natural son la sangre que corre por las venas del capitalismo. Todo el transporte, todas las industrias, toda la energía se obtiene así.
Un hipotético capitalismo ambientalmente sostenible tendría que revolucionar toda su base energética. Eso supondría una inversión de proporciones gigantescas. ¿Renunciarían los capitalistas a sus beneficios para altruistamente salvar el futuro del planeta? ¡Imposible! Recordemos la ley universal del capitalismo: lo que orienta su actividad es la búsqueda de beneficios, y ningún otro criterio humano, moral o ambiental.
Es cierto que hay sectores capitalistas que invierten en energías renovables o cosas similares. Pero el capitalismo tiene jerarquías y sectores dominantes. No tienen el mismo poder los capitalistas de las energías renovables que los de las petroleras. Ni los de las “bicis” respecto de la industria automotriz. Ni los de la agricultura ecológica respecto de la agricultura industrial.
La ideología ambiental del capitalismo
Hay algo que muchos se preguntan: ¿cómo puede ser que los capitalistas estén ciegos a la crisis ecológica?
En realidad, no están ciegos… pero sí es interesante ver cómo han construido la ciencia económica dominante de forma que trate de ocultar la crisis ecológica.
Las palabras economía y ecología comienzan igual, y no es casualidad. El prefijo “eco” viene del griego “oikos”, que significa “casa”. Sin embargo, en las facultades de economía suele enseñarse la economía como algo separado de la ecología. En los manuales se desliga el dinero y la producción de la naturaleza en la que se basa, hasta tal punto que los bienes naturales no tienen precio. Lo que cuesta un determinado bien natural es lo que cuesta su extracción.
Así se construye la ilusión de una economía eterna, abstracta, separada de cualquier ligazón con el mundo físico y natural. La rueda de la economía podría seguir girando eternamente sin chocar nunca con los límites naturales. Sin embargo, los ríos se contaminan, los suelos se desertizan y el petróleo se acaba. Los costes que producen esos daños ambientales no se contabilizan. La industria petrolera no internaliza los costes derivados del petróleo, por ejemplo, los daños causados por el cambio climático. Es decir, los beneficios económicos se privatizan, pero los costes sociales se reparten.
La ciencia económica está aún basada en los clásicos del siglo xix, sin actualizarse frente a la crisis ecológica. Esta política consciente es parte de la construcción ideológica capitalista, que trata de ocultar sus propias contradicciones repitiendo una cantinela fantasiosa que dice “todo va bien” mientras se precipita al vacío.
Las ONGs ecologistas y el carácter de clase del Estado
La principal corriente ecologista del mundo son las ONGs ambientalistas, como Greenpeace.
Ya explicamos anteriormente cómo el movimiento obrero y socialista abandonó desde el estalinismo cualquier preocupación ambiental, abriendo paso a estas tendencias.
Remotamente, esta tendencia ecologista tiene un origen burgués y pequeñoburgués. Estas clases sociales, que comenzaron a disfrutar de viajes a la naturaleza, buscaban conservarlas. Incluso en la Edad Media, los reyes y nobles resguardaban zonas naturales para usarlas como cazaderos. Muchos de los parques naturales de Europa tienen este origen.
Estas ONGs tratan de proteger el medio ambiente exigiendo legislación ambiental y compromisos por parte de las empresas. Y, ciertamente, han habido algunos éxitos importantes. De nuevo, vamos a usar un símil laboral.
En el terreno laboral, en algunos países existen hoy en día grandes conquistas para los trabajadores. Si pensamos que en el siglo xix los niños morían diariamente trabajando en las minas, nadie negará que ahora eso no pasa.
Sin embargo, esa legislación laboral no ha terminado con la explotación de los trabajadores. Y, muchas veces, retrocede.
Por ejemplo, en la actual crisis económica, los derechos de las y los trabajadores han sufrido un duro ataque. En momentos históricos más extremos, volvieron a aparecer condiciones tan malas como al principio del capitalismo, o incluso peores.
En la Alemania nazi se volvió a recuperar de manera masiva el trabajo esclavo en los campos de concentración. Franco5 también implantó la esclavitud generalizada tras la Guerra Civil Española.
Con la protección ambiental pasa algo parecido. Las luchas han conseguido forzar algunos avances, que si bien son importantes no han alterado la realidad fundamental de explotación de la naturaleza por el capitalismo. Los Estados capitalistas protegen fundamentalmente los intereses de la clase capitalista, a pesar de que reflejen las luchas y lleguen a incorporar legislaciones laborales o restricciones ambientales. Es una ilusión pensar que los gobiernos capitalistas o las propias empresas van a tomar una posición definitiva de protección de los trabajadores y de la naturaleza.
Un buen ejemplo de esto es el protocolo de Kyoto. A pesar de existir algunos tímidos avances, a pesar de toda la parafernalia, de las decenas de grandes cumbres internacionales, las emisiones de CO2 siguen siendo absolutamente excesivas, y al día de hoy, con Kyoto oficialmente caducado y fracasado, los gobiernos del mundo ni siquiera han sido capaces de marcar un nuevo objetivo.
Para terminar, les propongo una prueba: entrar en la web de distintas compañías petroleras. Posiblemente, la mayoría de ellas presentan fotos de bucólicos paisajes y felices trabajadores, a la vez que remarcan su profunda preocupación por la protección ambiental y los derechos de los trabajadores.
Imagen 8: Protesta. “Cambio de sistema, no de clima”
El decrecimiento
La otra gran tendencia del ecologismo actual es el llamado “decrecimiento”. Bajo este paraguas encontramos multitud de propuestas que tratan de construir una alternativa económica y social bajo el capitalismo, de manera que poco a poco lo desplacen. En este terreno podemos encontrar muchos movimientos de agricultura ecológica, de banca ética, de artesanía, de trueque y monedas alternativas, incluso las llamadas “cooperativas integrales”, que tratan de ofrecer todos los servicios que una persona pueda necesitar sin necesidad de acudir a las empresas capitalistas.
El problema de este planteamiento es que el capitalismo ya “llena” el mundo, no deja espacio para que una economía alternativa se desarrolle. Por ejemplo, los huertos ecológicos pueden suministrar alimentos a pequeños círculos. Pero si intenta satisfacer las necesidades de grandes capas de la población, necesitará tierra, mucha tierra. Sin embargo, la tierra tiene dueños: los terratenientes capitalistas. ¿Cómo acceder a la tierra de los terratenientes? Podríamos pensar en comprarla, pero para eso se necesita muchísimo capital, es decir, se necesita que un capitalista haga una inversión capitalista. Pero, ya dijimos que las leyes del mercado capitalista conspiran contra un capitalismo “verde”… los productos ecológicos necesitan una mano de obra más intensiva, son más caros de producir, desde una óptica económica capitalista. La única opción que queda es ocupar la tierra, es decir, hacer la revolución y destruir el poder de los capitalistas.
Lo mismo pasa con el resto de los sectores de la economía, incluso de manera más acusada. ¿Cómo organizar una nueva forma de moverse de manera sostenible sin tomar el control de las empresas energéticas y de la industria automovilística? ¿Cómo construir casas para millones sin tomar control de las grandes constructoras? ¿Cómo producir energía para la población sin expropiar las grandes compañías eléctricas? Es sencillamente imposible. Es decir, no se puede construir una nueva economía sin destruir la que hoy existe.
Estas experiencias de contrapoder son muy antiguas, aunque tengan formas nuevas. En sus planteamientos, son una repetición del socialismo utópico y del anarquismo.
Imagen 9: Enfrentamientos en defensa de un bosque.
- El socialismo como alternativa
En definitiva, es una ilusión pensar en un “capitalismo verde”. El único horizonte posible para una economía y una sociedad sostenibles es acabar con la economía capitalista, que sacrifica la naturaleza y a los trabajadores en el altar del beneficio económico de los capitalistas. Y, para acabar con la economía capitalista, hay que acabar con el poder político de los capitalistas, es decir, hacer la revolución socialista.
***
Bibliografía
- IPCC (2014). Climate Change. Synthesis Report.
- WWF (2014). Informe Paneta Vivo.
- Jesús Castillo (2011). Migraciones ambientales. Huyendo de la crisis ecológica en el Siglo XXI. Virus editorial.
- Jesús Castillo (2012). Trabajadores y medio ambiente. La lucha contra la degradación ambiental desde los centros de trabajo. Editorial Atrapasueños.
- Michael Löwy (2012). Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista. Editorial Biblioteca Nueva.
- Daniel Tanuro (2011). El imposible capitalismo verde. Editorial La Oveja Roja.