El 15M, la “nueva política”, Podemos y la clase obrera
Cuando la llamada “nueva política” adquirió un gran protagonismo, a mediados de la década pasada, con éxitos electorales singulares como el de AGE, Las Mareas y Podemos, parecía que la muerte de las viejas organizaciones era un hecho. Hoy es evidente para cualquiera que no se puede vender la piel del oso antes de que este muera.
Algunas de las “viejas” organizaciones como el BNG, sobrevivieron al terremoto, mientras la “nueva política” es un recuerdo que solo consiguió la decepción y la crisis de centenares de activistas que honestamente creyeron que lo iban a cambiar todo. Es más, el final no solo no cambió nada, sino que todas las fuerzas políticas que surgieron en ese fenómeno están integradas de lleno en el régimen y en el sistema, comenzando por la que llegó más alto, Unidas Podemos.
En el camino, han dejado un desierto social, con organismos vacíos de contenido, sin perspectiva política y activistas en crisis absoluta. A 10 años del seísmo social que provocó su aparición y éxito se hace evidente que hay que hacer un balance de lo sucedido, aprender de las lecciones y mirar de cara al futuro; pues la crisis del capitalismo, de sus regímenes y gobiernos es tan profunda que amenaza el conjunto de la población trabajadora.
No sirve de nada lamentarse de lo que “pudo ser y no fue”, y analizar las causas de cómo se llegó a esta situación.
El 15 M, sus debilidades
Cuando el 15 M centenas de miles de personas en el Estado español ocuparon las plazas de todo el Estado. Bajo la influencia de las revoluciones árabes en Túnez y Egipto, había dos lemas que lo definían, uno, “no nos representan”, dos, “le llaman democracia y no lo es”. Ambas eran la manifestación del rechazo social a la traición del gobierno de ZP al famoso “no nos falles” del 2004, cuando gana las elecciones tras los atentados de Atocha, frente al gobierno del “chapapote y la guerra” de Aznar.
ZP y el PSOE de acuerdo con la Unión Europea, en mayo del 2010, desatan una verdadera guerra social contra la clase trabajadora decretando duras Reformas Laborales, de pensiones, de la Constitución (artículo 135 para el pago de la deuda), etc., además del “cepillado” de la reforma del Estatut catalán, que está en el origen de la agudización de la crisis política del régimen del 78, como después se pudo ver el 1 de octubre del 2017.
Frente a esta ofensiva del gobierno central, en acuerdo con las políticas restrictivas de la UE impulsadas por Merkel y el capital europeo, las centrales sindicales, los partidos de la izquierda, nacionalista o no, quedan en silencio. Hasta ese momento eran el apoyo fundamental del gobierno de ZP tras la derrota de Aznar, por lo que quedaron totalmente descolocados ante al giro manifiestamente antiobrero y anti- popular del gobierno que apoyaban.
En esta situación de crisis económica, social y política, la juventud, a la que le habían prometido que, si se formaba, estudiaba carreras y hacia másteres, tenía un futuro de “trabajo fijo, adosado y vacaciones pagadas”, se siente traicionada. Ni trabajo fijo, ni chalet adosado ni vacaciones, lo único que le ofrecen es precariedad y emigración.
El 15 M es la explosión social de una juventud sin tradiciones políticas y de lucha, educada en la paz social del neoliberalismo, esa “larga noche de una piedra” de los 90 en el que con el “agua sucia” del estalinismo, tiraron “el niño” del marxismo. La demostración práctica de que tras el Muro de Berlín no existía socialismo tuvo esta contradictoria consecuencia, las viejas organizaciones que degeneraron burocráticamente (los PCs) no existían o eran muy débiles, pero en las mentes de esa juventud ya no existía otra alternativa que no fuera el capitalismo.
Un capitalismo que hasta el 2007/8 les había dicho que tenían un futuro esplendoroso, si se hacían “emprendedores”, si se esforzaban, si trabajaban mucho. En el 2011 comprobaron que eso era mentira; como fueron defraudados, gritaron en las manifestaciones: “no es una crisis, es una estafa”. No entendían qué «crisis y estafa» son dos formas de manifestarse el capitalismo como sistema social.
El 15 M, como después el Occupy Wall Street, fue un grito de indignación ante la estafa por el incumplimiento de las “promesas” que el sistema les había hecho. Más era una indignación sin fines sociales, pues no rompían con las causas estructurales que les había llevado a esta situación: habían sido educados en el capitalismo como única sociedad “realmente existente”, y no eran capaces de ver más allá de sus límites expresado en la aceptación social, incluso de muchos sectores de la clase obrera, de que la “clase obrera había desaparecido”, y con ella la lucha por el socialismo.
Como mucho eran capaces de ver mundos post apocalípticos y un mundo lleno de conspiraciones, alimentado por la cultura cinematográfica de los años 90, en el que los filmes políticos no reflejaban la lucha de clases, como había acontecido en el cine de los años 60 y 70; sino que estaban llenos de conspiraciones en el que la lucha de clases no existía, todo era resultado de unos individuos que peleaban por el poder, o contra él.
La imagen de Pablo Iglesias regalándole al rey Felipe VI la serie Juego de Tronos define gráficamente la experiencia política de la generación protagonista del 15M, y que después llenarían los listados electorales de la “nueva política”. Esta concepción de la lucha política como un “juego de tronos” entre individuos, sin relación alguna con la lucha de las clases, es lo peor que el 15 M puso de manifiesto.
El comienzo del fin del ciclo del 15M: las Marchas de la Dignidad
El momento más agudo, y progresivo, del proceso abierto el 15 M fueron las Marchas de la Dignidad y la convocatoria de la manifestación de marzo del 2014. En aquel momento, desde las MMDD se comenzaba a dar un proceso que, de cristalizar, podría haber dado un salto en la lucha de clases.
Las MMDD introducían en el fenómeno del 15 M lo que al 15M le faltaba, la perspectiva de la clase trabajadora; con las MMDD esta aparecía en las luchas. Tras las huelgas generales contra las políticas del PSOE y el PP, y el silencio decretado por las grandes centrales sindicales, tomaban protagonismo organizaciones obreras no controladas por los partidos del régimen, el PSOE e IU / PCE. Estaba compuesta por organizaciones obreras y populares que rompían abiertamente con ellos, capaces de convocar a un millón de personas en Madrid con el apoyo de cientos de miles.
Se estaba conformando una alternativa social a las organizaciones que apuntalaban el régimen desde la clase obrera, CCOO y UGT. Esto asustó, y de que manera, a todo Dios; desde los partidos de la izquierda del régimen hasta el propio capital, y la consigna fue clara: hay que desviar ese potencial como fuera. Aquí aparece Podemos, con toda su carga mediática -Público, La Sexta-, que se convierten en sus portavoces.
Las MM DD fueron dinamitadas desde dentro, fomentando las peleas entre los aparatos que las conformaban, y desde fuera, fortaleciendo la vía electoral a través de Podemos. Había que sacar la lucha de la calle, de las huelgas generales, de las “mareas” sectoriales en la educación, en la sanidad, etc…, y llevarlas al pantano de las elecciones y el parlamentarismo.
Pablo Iglesias y el núcleo “irradiador” de la Complutense, apoyándose en una terminología ambigua, aparentemente radical cómo “asaltar los cielos”, “vamos a abrir un proceso constituyente”, más vacío de contenido social, consiguieron desviar toda la potencia social acumulada desde el 15M con el apoyo de viejos dirigentes de la izquierda gallega y española, autoengañados por las sucesivas derrotas que habían sufrido desde la Transición,
No es responsabilidad exclusiva de este “núcleo” el haberlo conseguido; contaron con la colaboración activa de organizaciones políticas en ruptura abierta con su pasado marxista revolucionario (Anticapitalistas), y docenas de cuadros y exdirigentes de la izquierda revolucionaria (del trotskismo, del maoísmo, del anarquismo), a los que el Muro de Berlín se les había caído en la cabeza y dejado tontos. Sin ellos el “núcleo irradiador” no habría llegado donde llegó, pues aportaron la experiencia y los conocimientos políticos de los que la generación protagonista del 15M carecía.
La liquidación de las MMDD fue el comienzo del fin del 15M, pues al integrarse en las instituciones por la vía de Podemos y la “nueva política” rompió con su esencia política aceptando esta democracia vigilada, cuando su eje era lo de “le llaman democracia y no lo es”. Esta integración en el electoralismo tuvo como consecuencia el abandono de la lucha en la calle que caracterizaba el 15 M desde sus orígenes en las “acampadas”.
La muerte del 15 M: por un “15 M” obrero
La entrada de Podemos en el gobierno con el PSOE, bajo las siglas de Unidas Podemos -fagocitando a Izquierda Unida-, es la certificación “notarial” de que el proceso abierto en el 2011 murió. La inmensa mayoría de las personas que protagonizaron las movilizaciones de esos años, o bien están integrados en las instituciones a través de las múltiples variantes de la “nueva política”, Podemos, Mareas, Comuns, etc…, o bien están en crisis abierta, decepcionados y sin perspectiva.
La incapacidad congénita de la “nueva política” para dar el salto frente el régimen y el sistema, y no integrarse en las instituciones como hicieron, estuvo en la teoría política en la que se basó: en la concepción de que la clase obrera ya no es sujeto social de la transformación; que las raíces sociales de la política no existen, que solo es una pelea “por el discurso y los espacios” en la lógica de Juego de Tronos, en un “quítate tú para ponerme yo”; y que no es una guerra entre las clases con proyectos sociales alternativos y opuestos por el vértice, imposibles de conciliar; como ahora están descubriendo con las amenazas de muerte contra Iglesias.
Indudablemente el 15-M fue la ruptura de toda una generación con los partidos del régimen, y las consecuencias todavía tenemos que verlas; pero rompió sin un fin claro. Fue un «medio sin fin», una intuición de que algo fallaba, pero no se sabía que era lo que fallaba, y, sobre todo, no existía en la conciencia de la población una idea clara de que el capitalismo tiene un final frente al que hay que levantar una alternativa social.
Si sumamos dos y dos, el resultado es evidente: si se admite que “la clase obrera y el socialismo” fracasaron y no son alternativa de nada; por otro lado, si ves que el capitalismo tiene fallos más por la codicia individual o errores en la gestión que por las causas estructurales del sistema, claro está que no te vas a salir de los límites del capitalismo: el problema se reduce a una “buena o mala gestión”.
El cine político yanqui educa muy bien en esta perspectiva: todas las conspiraciones se deben a la codicia de individuos, incluso muy poderosos, que es desmontada por unos medios / detectives / periodistas, y el final el sistema se reconstruye; porque, en el fondo, el sistema “funciona”: “bien está el que bien acaba”. Este fue el mensaje que la generación protagonista del 15 M había recibido el largo de los años 90 y comienzos del 2000.
A 10 años del 15-M ya tenemos la suficiente perspectiva histórica como para comenzar a sacar conclusiones, entre otras, porque en estos 10 años el mundo vivió, y vive, una verdadera “revolución” a todos los niveles que la pandemia vino a agudizar hasta extremos insospechables hace un año. La conclusión fundamental, ligada al análisis de lo que había sucedido en el 2014 con las MM DD, es que el principal límite del 15-M fue la falta de una alternativa social al capitalismo.
El “medio sin fin” que fue, hay que transformarlo en un “medio con fin”
Si algo demuestra la pandemia es que la clase obrera no solo existe, sino que toda la sociedad descansa sobre ella. ¿Quién fue quién en este año de covid garantizaron como pudieron la salud, la alimentación, el transporte de las mercancías necesarias, las comunicaciones para atender a la gente, etc.? Las y los trabajadores de la salud, del comercio y de la alimentación, del transporte, de las telecomunicaciones … Los capitalistas, los dueños de las empresas (grandes, medianas y pequeñas) solo supieron pedir ayudas, ERTEs y subvenciones, mientras los y las asalariadas se jugaban la salud en sus puestos de trabajo.
Y la segunda conclusión es que si no hubiera habido beneficios que garantizar como fuera (esto es lo que significa que “la economía no caiga”), si no hubiera habido propiedad privada de los medios de producción y distribución en un mercado donde todo se compra o se vende (desde las máscaras hasta las vacunas), la lucha contra la pandemia dirigida por l@s trabajador@s sería mucho más efectiva, y, sobre todo, estaría más pendiente de la resolución de las necesidades sociales y no de los beneficios empresariales.
Dejándonos de eufemismos muy del gusto de la “nueva política”, la defensa “de lo social” es la lucha por el socialismo, y la defensa “de lo común” no es otra cosa que la sociedad “comunista”.
Desde una perspectiva histórica, el 15-M cumplió un papel muy importante: puso de manifiesto lo que muchos decíamos desde hacía tiempo, que al régimen del 78 “le llaman democracia y no lo es”. Ahora toca dar el siguiente paso, que aquellos que fueron protagonistas del 15-M, y los que vienen detrás, saquen la conclusión de que con eso no llega; que al capitalismo hay que oponerle una alternativa social, el socialismo /comunismo; y que, frente a los partidos del capital, en todas sus versiones progresistas y de izquierdas, hay que oponerle un partido obrero; un partido de la clase obrera.
Sin embargo, no un partido cualquiera de la clase obrera, sino un partido revolucionario de la clase obrera. En la historia hubo muchos partidos obreros, “comunistas” y “socialistas”, pero su burocratización, su integración en el sistema parlamentario burgués es una de las causas por las que el 15-M, cuando explotó hace 10 años, rechazara la organización en la clase obrera, pues se asociaba a estos partidos del régimen. Y, desgraciadamente, no iban desencaminados.
Esta es la segunda lección del 15-M, frente al sistema capitalista, fraudulento y en crisis, no caben “medios sin fin”, ni medias tintas que queden dentro de sus límites… Hay que ir más allá, luchando por el “asalto a los cielos” desde las raíces sociales de la única clase que puede hacerlo, la clase obrera. Cualquier otro “asalto los cielos” que no parta de estas raíces sólo conduce a pactos con los partidos progresistas burgueses, se llamen PSOE, Partido Demócrata norteamericano, Partido Laborista Inglés, etc.
La profunda crisis y transformaciones que el sistema capitalista e imperialista está sufriendo, hace necesario un salto de calidad en la lucha obrera y popular; es imprescindible para avanzar en el camino de la transformación socialista de la sociedad la reconstrucción del programa revolucionario, que durante décadas fue enviado al cajón de los olvidos.