Mientras el mundo se ve azotado por una epidemia vírica sin precedentes en los últimos años, vemos reales esperpentos por parte de los diferentes Estados, gestionando mejor o peor esta crisis, pero siempre “a la capitalista”.
En Perú se acaba de eximir de responsabilidad a los militares que repriman o maten a civiles durante sus patrullas de cuarentena [1]. Las declaraciones de Trump y Bolsonaro de los últimos días se pueden resumir como: “todos a currar, y si palmáis tu o el yayo, te jodes”. En Italia ha hecho falta una huelga general, después de huelgas puntuales y salvajes, para hacer ceder al gobierno de los empresarios y cerrar los centros de trabajo de producción no esenciales. En Inglaterra, la falta de material es tal que una empresa de ropa erótica/fetichista ha donado toda su ‘vestimenta de sanitario’ al NHS (servicio nacional de salud) [2]. En España, tarde, tardísimo, y después de no aislar las zonas más afectadas porque “el virus no entiende de fronteras”; por fin se limita el trabajo no estratégico, aunque sea de ‘aquella manera’. Ojo, no sin el revuelo de la patronal, como si las grandes empresas no hubieran sido las que más cacho de ayudas están llevándose del (de su) gobierno. Ejemplos de situaciones de traca como estas, por desgracia, tenemos tantas como queramos encontrar, pasando por los famosos naíf y su #MeQuedoEnMiMansión, los lavados de cara de grandes empresarios vía limosnas a los hospitales, abusos policiales… Pero que los arboles no nos quiten de ver el bosque.
El Estado enfrenta la crisis con un criterio de clase, de su clase.
Es en momentos de crisis como estos cuando el sistema económico muestra su ineptitud para afrontarlas. Lo vemos en cada crisis comercial, en el estallido de cada gran burbuja económica y en cada gran recesión. Como decía Marx, “el gobierno del Estado moderno no es más que una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa.”
Los gobiernos no están afrontando el problema de la epidemia sin más, están afrontando el problema que supone esta crisis para la clase burguesa. De ahí los confinamientos tibios mientras el personal sanitario pide más rigidez, el mantenimiento de la producción no esencial mientras falta equipamiento médico y las medidas económicas para que su clase no se resienta. A nosotros nos caerá alguna migaja para que la doble vara de medir no sea tan descarada y para intentar apaciguar el estallido social que se viene, aunque no hace falta ser un lince para ver que esto lo estamos pagando los de siempre, y más que querrán hacernos pagar.
Sin embargo, puede confundir que algunos estados estén llevando el confinamiento más en serio que otros, que algunos tengan tests rápidos de CoVid-19 y otros no, más o menos material médico, etc… Más allá de las medidas concretas que cada gobierno está tomando, del estado del sistema de salud, el nivel de contagio, la posición de cada Estado en la cadena productiva mundial o la capacidad para activar medidas de economía planificada (o de ‘economía de guerra’), etc… todos están siguiendo un criterio común.
Otra vez: los gobiernos no están afrontando el problemas de la epidemia sin más, están afrontando el problema que supone esta crisis para la clase burguesa. Los países donde se tomen medidas aparentemente “más progresistas” lo hacen conscientes de la gran concesión que están haciendo a los trabajadores y de lo necesarias que son estas para salvar el bache y volver a la (a su) ‘normalidad’. Cuanto antes. Es lo que oímos en incontables discursos, “que pase pronto”, “poder volver a nuestras vidas”, “volver a la normalidad”. Pero, ¿qué normalidad? Pues la normalidad de siempre, la de ahondar en la precariedad del trabajo, la de ver cómo multinacionales se salvan con los impuestos de los trabajadores y la del discursito triunfal del presidente de turno porque “hemos salido todos juntos de esta”. Sí, todos juntos; pero la mayoría trabajadora, pisoteada. Su normalidad es nuestra crisis.
El confinamiento actual no es el que necesitamos
Es obvio que, con la sangría de muertes y el ritmo de contagio del virus, el confinamiento de la población es necesario. Pero hay maneras y maneras de hacerlo. Hemos pasado dos semanas con una pantomima de confinamiento, con los trenes a reventar de gente yendo a trabajar, con oficinas y fábricas donde no había medios para atender a las recomendaciones sanitarias. Ni limitación del trabajo no esencial, ni distancias de seguridad, ni EPIs. Llegamos al extremo de lamentar muertes por coronavirus en sectores como el telemarketing, donde el teletrabajo es perfectamente viable [3]. En los curros donde se ha dado la batalla, se ha ganado, y se ha suspendido el trabajo o se ha conseguido hacerlo de forma segura para los trabajadores y sus familias, como en la Balay de Zaragoza o en la Mercedes-Benz de Gasteiz. Hay maneras y maneras de hacer un confinamiento: para frenar las perdidas empresariales y proteger el lucro o para frenar el contagio del virus y proteger la salud.
El confinamiento que necesitamos los trabajadores se puede hacer mejor que el que se nos está aplicando a la que se piense dos minutos. Sólo trabajo esencial (realmente esencial, no las nuevas medidas a medias de esta semana), apartar a los trabajadores de grupos de riesgo de la producción, aplicar a rajatabla las recomendaciones sanitarias en los centros de trabajo que sigan funcionando, limpieza y desinfección del lugar de trabajo entre turno y turno, evitar el contacto entre distintos turnos, garantizar material de protección a toda la plantilla, etc… es factible.
Material médico y libre mercado
Quién más quién menos, todos los Estados tienen problemas con reservas de mascarillas, respiradores y material médico. Pero los apolegetas del libre mercado nos dicen que se permite comprar todo lo que nos haga falta, solo es necesaria más deuda y salir de shopping al por mayor. Receta infalible, veamos como funciona en realidad:
Attilio Fonatana, presidente de Lombardía por la Lega Nord: “No fue agradable ir por el mundo buscando material y respiradores, se lo garantizo. Hay más bandidos de lo que puede imaginar: gente que especulaba e intentaba estafarnos, algunos que decían que tenían lo que no podían proporcionar. Hemos encontrado una falta de humanidad increíble [4].”
Ludo Splingaer, director del hospital de Amberes sobre la compra de mascarillas en el mercado: “Resultó que no venían de China, como decían, sino de Colombia. Fueron empaquetados en cajas de plátanos y cereales de maíz usadas, que es lo contrario de las regulaciones. En una caja, encontramos excrementos de animales [5].”
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, reconocía que no sabe dónde están dos aviones cargados de material sanitario por valor de 47 millones de euros [6].
No todo son robos, estafas y bandidos. También tenemos a empresarios visionarios que en enero compraban firmas de material médico para aprovechar el tirón de demanda que el virus en China empezaba a mostrar. Ven en la producción de material médico una inversión jugosa y van a tiro fijo porque la gente está muriendo y saben que lo van a vender sí o sí. Por otra parte, tenemos empresas que deciden reconvertir su linea de producción para fines médicos, evitando así hacer un ERTE u otras medidas y siguen teniendo un producto que vender para garantizar su lucro.
Un buen ejemplo para ver cómo están aplicando este criterio son las quejas de las patronales del sector ante la producción altruista de material médico, como si fuera “competencia desleal” hacer unas mascarillas que no tenemos y que son necesarias para salvar vidas. Esto ha ocurrido en Murcia, tras quejas de la patronal de empresas de equipos de protección se ha detenido su producción altruista por parte de pequeñas empresas [7]. No hay ni una pizca de solidaridad ni de humanidad, sólo negocio.
Solidaridad, iniciativas desde abajo y la necesaria autoorganización obrera.
Por abajo, vemos como la comunidad maker y del hardware libre se organiza para fabricar respiradores caseros [8] y a costureras jubiladas uniendo esfuerzos para coser mascarillas en sus casas [9]. Desde el primer día del Estado de Alarma los vecinos se están organizando para ayudar a mayores en la compra y tejer redes de solidaridad. Todas estas iniciativas son tan preciosas como necesarias, sin embargo no son suficientes. Necesitamos éstas y muchas más, pero necesitamos hacerlas con todos los recursos a nuestro alcance, y estos recursos son nuestros lugares de trabajo. La mejor maquinaria para coser mascarillas, para fabricar respiradores y medicamentos está ahí, en nuestros centros de trabajo. Es necesario que los trabajadores organicemos la producción acorde a nuestras necesidades de salud, enfrentando a la patronal y al Estado.
Esta autoorganización es lo último que quieren que se dé. El altruismo individual ya les va bien. Los aplausos de antes de cenar y las historias tiernas de abuelitas costureras dicen mucho y bueno de la gente que los impulsa, pero el gobierno utiliza estos ejemplos para tapar problemas de fondo.
Grandes capas de la población están viendo cuáles son los trabajos esenciales, imprescindibles: enfermería, transportistas, industria pesada, químicas, atención sanitaria a domicilio, personal de caja, reponedores, almacenes, jornaleras… los mal pagados, muchos de los que oyen lo de ‘haber estudiao’. Ahora nuestro día a día esta en estas manos. Bueno, siempre lo estuvo, pero ahora es más que evidente. Si además de este despertar de conciencia organizamos la producción y, sin su permiso, gestionamos al servicio de la crisis sanitaria la maquinaria y los medios de producción que nunca debieron ser de unos pocos, nunca nos lo van a perdonar. Pues que no lo perdonen. Que de momento nos conformamos con que la gente de nuestros barrios pare de poner la otra mejilla y los muertos.
[2] https://metro.co.uk/2020/03/28/medical-fetish-site-donates-entire-stock-scrubs-nhs-12469788/