Desde el pasado 18 de diciembre el pueblo chileno está saliendo a la calle en forma masiva. Son ya casi dos meses de movilizaciones y enfrentamientos con “los pacos” y militares que han causado oficialmente 23 muertos, 2.800 herid@s y más de 17.000 detenid@s, a lo que se une las denuncias hechas por el Instituto Nacional de Derechos Humanos que a finales de noviembre había llevado ya a los tribunales 346 casos, de los que 246 fueron por torturas y tratos crueles y 58 por violencia sexual.
Lo que comenzó como una protesta por el alza de precios del metro se ha convertido en un levantamiento popular. Ni los militares ni el estado de emergencia han logrado detener las manifestaciones. Detrás de toda esta indignación y rabia lo que está en cuestión es el capitalismo semicolonial chileno y el conjunto de las instituciones del régimen. La subida de la tarifa del Metro fue solo la “punta del iceberg” de los graves problemas que hoy sufren l@s chilen@s, porque como bien expresa uno de sus lemas de lucha: No son 30 pesos, son 30 años.
Chile es un país relativamente pequeño pero muy grande en su tradición de lucha. La clase obrera chilena y los estudiantes, en especial los de secundaria, los llamados cariñosamente “pingüinos”, han escrito páginas de lucha y de heroicidad en ella.
En los años 70, la llegada al gobierno de la Unidad Popular y la presidencia de Salvador Allende, fue una referencia mundial para millones de trabajador@s y jóvenes luchador@s. La posibilidad de una “vía pacífica al socialismo” era el alegato del momento que acompañaba al discurso del eurocomunismo en Europa.
El golpe militar el 11 de septiembre de 1973 encabezado por un general designado por el propio Allende, Augusto Pinochet ponía fin a un sueño reformista que ahogó un proceso revolucionario.
Revista de América, prensa de nuestra corriente internacional de aquella época, precursora de la LITci, publicaba en noviembre de 1973 un artículo, “El fin de la vía pacífica”, en el cual se reproducían las confesiones de un militante del ala izquierda del Partido Socialista chileno:
«En Chile tuvimos gérmenes de Soviets -los Cordones Industriales- y también gérmenes de Guardia Roja -los Comités de Vigilancia, etc.- Pero el PC, la derecha de mi partido [el Partido Socialista], la dirección de la CUT [la central sindical]- y también el MIR- se opusieron firmemente a unificar los Cordones en una sola Coordinadora. Eso era, para ellos, hacer ‘paralelismo a la CUT’. Más en contra estaban aún de que ese poder obrero y popular- que hubieran sido los Cordones unificados y que también incluyeran delegados de las poblaciones, campesinos y militares antigolpistas- organizara un Comando Único de los Comités de Vigilancia. «La UP hacía esto porque siempre confió en los generales ‘profesionales’ y en un acuerdo negociado con la Democracia Cristiana. El MIR, porque mantenía en el fondo de su política su vieja concepción guerrillera, vanguardista y descolgada del movimiento de masas.»Mucho nos faltó en Chile. La carta ha sido larga, pero todas las cosas que nos faltaron, se las puedo resumir ahora en una frase: nos faltó una política revolucionaria y un partido revolucionario obrero que la aplicara con audacia y a tiempo, como lo hizo en la Revolución Rusa el Partido Bolchevique. Un partido y una política completamente distintos del reformismo de la UP y de su complemento ‘guerrillero’, el MIR».
Los planes neoliberales impuestos a sangre y fuego
El triunfo del golpe militar encabezado por Pinochet ponía fin a un proceso revolucionario y abría el camino del expolio a l@s trabajador@s y el pueblo impuesto a sangre y fuego.
Pinochet y sus generales no vacilaron. Suprimieron los partidos políticos, el Congreso Nacional, toda la prensa no adicta; se rodearon de un Poder Judicial obsecuente, crearon un poderoso y brutal aparato de represión política con la siniestra DINA (Dirección de Inteligencia Nacional) al frente y encargada del asesinato de miles de chilen@s, sin juicio, desaparecid@s, campos de tortura y exterminio, perseguidos y exiliad@s que llenaron las embajadas extranjeras de Santiago.
Han sido varias las comisiones de investigación que fueron presentando datos de las brutalidades de la dictadura chilena, si bien no han faltado ni faltan las denuncias de casos no investigados. Con todo y con eso, sin contar los exiliad@s, se estima que el número de víctimas de la dictadura de Pinochet supera las 40.000 personas, de ellas 3.065 están muertas o desaparecidas entre septiembre de 1973 y marzo de 1990.
La soberbia de los milicos la reflejaba así el primer Ministro del Interior del régimen, el general Oscar Bonilla, que replicó a un sindicalista que lo visitó en su oficina: “Deje de usar la palabra exigencia, no se olvide que esta es una dictadura”
El triunfo de la Junta Militar convirtió a Chile en el “modelo” de las políticas neoliberales. El Ladrillo, el primer plan económico impuesto por la dictadura no en vano estaba escrito meses antes del golpe por los economistas criados al amparo del imperialismo yanqui en la llamada Escuela de Chicago.
La dictadura aplicó “el tratamiento de choque” el desempleo aumentó de golpe hasta el 20%, los salarios se redujeron en un 60%, las tasas de interés se triplicaron, se aceleró la privatización de más de 400 empresas pertenecientes al Estado si bien las grandes empresas estratégicas permanecieron en el sector público, eso sí, dirigidas por militares. Se aprobaba una legislación muy liberal para la inversión extranjera, se impuso el IVA y se reformó la moneda pasando del escudo al peso. En el campo se desmanteló la reforma agraria y las tierras restituidas a su “antiguos dueños” al tiempo que miles de funcionari@s del Ministerio de Agricultura eran despedid@s.
Con las recetas neoliberales en la punta del fusil, Chile fue saliendo de la inflación y recuperando el pulso económico, eso sí a costa de que los salarios en 1978 eran un 76% de los de 1970 mientas que el índice de inflación superaba el 37%. Pobreza, desigualdad, privatización de la salud, la educación… fue parte de un legado que aún hoy perdura.
La transición chilena… a la continuidad
Pinochet, fue el único Jefe de gobierno que asistió al entierro de Franco, “En estos momentos Franco ha pasado a la historia, es un caudillo que nos ha mostrado el camino a seguir en la lucha contra el comunismo«, declaraba el sanguinario dictador chileno en Madrid tras ser recibido y abrazado por Juan Carlos I en el aeropuerto de Barajas.
La transición española, es decir el cambio “pacífico” a un “nuevo régimen político”, preservando las instituciones centrales del viejo régimen, inspiró no pocos “cambios” en el mundo y a buen seguro que el de Chile fue uno de ellos.
En 1980, con la fuerza de las armas, Pinochet impuso su Constitución Política, una Constitución que a fecha de hoy sigue vigente. Es difícil encontrar un resumen mejor de esa constitución que el hecho por su ideólogo principal, Jaime Guzmán, fiel colaborador de Pinochet y Senador de la República. Para este siniestro personaje, la finalidad de las reglas constitucionales era que “si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque –valga la metáfora– el margen de alternativas posibles que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella sea lo suficientemente reducido para hacer extremadamente difícil lo contrario”.
Transcurridos 46 años desde el golpe militar y 39 desde que se aprobara la Constitución pinochetista, ésta sigue imponiendo hoy esa cancha de espacio reducido.
Ningún gobierno, ni los llamados gobiernos de la concertación, han modificado un ápice estas reglas de juego, al igual que han preservado la esencia de las políticas neoliberales que saquearon la educación, la sanidad, las pensiones y el transporte públicos, que hicieron de la brutal desigualdad social un signo distintivo de Chile (y del mundo) y han profundizado la semicolonización del país. Según reveló la última edición del informe Panorama Social de América Latina elaborado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), el 1% más adinerado del país se quedó con el 26,5% de la riqueza en 2017, mientras que el 50% de los hogares de menores ingresos accedió solo al 2,1% de la riqueza neta del país. Por otra parte, el sueldo mínimo en Chile es de 301.000 pesos (340 €) mientras que, según el Instituto Nacional de Estadísticas de Chile, la mitad de los trabajadores/as en ese país recibe un sueldo igual o inferior a 400.000 pesos al mes (451 €).
Los pueblos no explotan porque sí, ni los acontecimientos se explican por teorías conspiranoides, la desigualdad social, los salarios y pensiones de miseria, la muerte por las enfermedades catastróficas que impone una sanidad privada inalcanzable para millones de chilen@s, la mordaza de Constitución del 80 y la impunidad de los militares, policías, jueces herederos del régimen pinochetista insuflan los ánimos de l@s trabajador@s y el pueblo chileno.