La situación política catalana se presenta empantanada e incierta. A escasos días de la sentencia del Supremo, el encarcelamiento bajo la acusación de terrorismo de 7 activistas asociados a los CDR ha provocado una oleada de indignación popular. El montaje policial-judicial recuerda demasiado a la farsa contra los jóvenes de Altsasu y viene acompañado de una intensa y repulsiva campaña político-mediática de criminalización del independentismo. Una campaña que incluye amenazas de un nuevo 155 o de intervención de los Mossos d’Esquadra y que se ha convertido en el tema central de la campaña electoral española.
La dirección independentista, entre la conciliación y la retórica
La indignación en la base independentista es tan grande ante la oleada represiva que JxCat y ERC se tuvieron que apuntar a las resoluciones que presentó la CUP al último Pleno del Parlamento. Unas resoluciones que hablaban de «desobediencia civil e institucional” y que exigían la retirada de la Guardia Civil de Cataluña.
La adhesión de ERC y JxCat a estas resoluciones es, un golpe más, expresión de una retórica a la que estamos acostumbrados. De hecho, al mismo tiempo que hacían esto, el Gobierno de la Generalitat es acusación particular contra activistas de CDR para los que piden penas de prisión de hasta 5 y 9 años por un corte de carretera. Sin olvidar el anuncio del nuevo material antidisturbios a disposición de los Mossos d’Esquadra, como por ejemplo el gas pimienta, por si la respuesta a la sentencia se los va de las manos.
A pesar de la imagen de unidad que tratan de ofrecer ERC y JxCat, no pueden esconder su confrontación por la hegemonía en el movimiento independentista. ERC espera que pase la tormenta de la sentencia y las elecciones generales españolas, para forzar nuevas elecciones catalanas con el fin de formar un nuevo gobierno, esta vez presidido por ellos y participado por los Comunes. Este futuro Gobierno sería el encargado de normalizar el «diálogo institucional» con Madrid, con el anzuelo de un referéndum que el régimen nunca pactará. ERC dice que «no quiere falsas promesas, ni proclamas vacías, ni humo”, justo lo que pregonan Torra y Puigdemont, que no quieren de ninguna forma avanzar las elecciones. En verdad, para ERC y para JxCat la autodeterminación es una carta con qué jugar en una futura negociación en busca de una nueva ensambladura catalana dentro del régimen monárquico.
La política nacional de ERC y JxCat se combina con la política social del gobierno Torra-Aragonés, que mantiene los recortes de Artur Mas, continúa la privatización de servicios públicos (ley Aragonés) y se somete a las imposiciones del gobierno central y la sacrosanta Unión Europea (UE)
Los Comunes, contrarios a la autodeterminación y serviles a Pedro Sánchez
Los Comunes, socios catalanes de Podemos, se presentaron hace cinco años como la alternativa de izquierda a los socialistas; como una fuerza enfrentada al «régimen del 78» y libre de compromisos con los empresarios; como la «fuerza del cambio».
Pero la ilusión ha durado muy poco. En un tiempo récord, estos representantes de la «nueva política» han envejecido de tal manera que es ya imposible distinguirlos de la vieja «Iniciativa por Cataluña». Ada Colau ha demostrado que la gran prioridad del aparato dirigente de los Comunes no es cambiar las cosas, sino conservar los cargos. Y si para eso hace falta la alianza con el PSC y asumir sus tesis, ningún problema. De la mano de Pablo Iglesias, también han aceptado que si Podemos formara parte de un hipotético gobierno con el PSOE, asumirían la aplicación del 155.
La CUP no convence
La CUP continúa siendo en gran parte la principal referencia para muchos activistas de los movimientos sociales y antirrepresivos catalanes, a pesar de que se ve incapaz de penetrar en la clase obrera catalana.
El gran problema de la CUP es su incapacidad de cortar el cordón umbilical con la dirección independentista oficial. No hablamos aquí de la unidad de acción concreta con ERC y JxCAt, necesaria para enfrentar ataques represivos y otras agresiones del Estado, sino de la ausencia de una diferenciación política limpia y categórica. Esta diferenciación no la han hecho ni antes del referéndum, ni durando, ni después. Nunca han querido decir que la dirección independentista oficial traicionó el referéndum porque «iba de *farol» (como confesó la ex consellera Ponsatí) y porque solo pretendía » forzar una negociación pero no realmente una estrategia seria de ruptura» (como proclamó el abogado defensor del ex consejero Forn).
Pero lo más grave es que no ha querido dejar claro que es imposible lograr la autodeterminación y la independencia mientras la actual dirección independentista esté al frente, puesto que esta no quiere ninguna insurrección popular ni nada que lo aleje de los gobiernos de la Unión Europea. Por eso, las críticas que les hace la CUP siempre quedan a medias y todo un sector del activismo considera que es el ala izquierda del bloque independentista oficial.
La CUP se ha añadido a la estrategia de «desobediencia civil pacífica» del independentismo oficial, entendiendo que esta es la vía para «forzar la negociación de un referéndum con el Estado». Pero el régimen monárquico nunca negociará ningún referéndum, sino que la autodeterminación vendrá de la mano de la caída de la Monarquía. Y para lo cual hará falta la autoorganización democrática del movimiento, la autodefensa popular y una alianza antimonárquica con las fuerzas de la clase trabajadora y los pueblos del resto del Estado.
La urgencia de construir una izquierda obrera y revolucionaria, comprometida incondicionalmente con la defensa del derecho a la autodeterminación
Pero en realidad, el principal problema que enfrentamos es la actual pasividad de gran parte del movimiento obrero. Los grandes aparatos sindicales se han convertido en el «pilar social» del orden monárquico y entre la izquierda sindical continúa predominando la opinión que el problema nacional catalán es algo ajeno a la clase trabajadora.
Pero los trabajadores y trabajadoras no podemos, en absoluto, mantenernos «neutrales»: No podemos hacerlo porque nuestra neutralidad favorece al nacionalismo más fuerte, que es lo del régimen monárquico, heredero del franquismo, enemigo jurado de la clase trabajadora e instrumento de los banqueros y grandes empresarios del Ibex 35. No podemos porque es vital parar la deriva demencial de represión y ataques a las libertades y derechos que estamos sufriendo. Y porque tampoco podemos aceptar de ninguna forma un Estado Español unido a la fuerza. Queremos la unión, pero solo la podemos concebir como una unión voluntaria entre pueblos libres, basada por lo tanto en el derecho a la autodeterminación, como una confederación de repúblicas ibéricas.
Para encontrar una verdadera solución en el problema catalán hace falta que los sectores más conscientes de la clase trabajadora empecemos a tener presencia y voz propia en la lucha contra la represión y por el derecho a decidir. Hace falta que mostremos a la base independentista que estamos incondicionalmente con ella en la defensa del derecho a la autodeterminación y a la vez manifestamos nuestra total desconfianza en la dirección independentista y combatimos las medidas antipopulares y anti-obreras de su gobierno. Hace falta que contribuyamos desde ahora a preparar un gran levantamiento popular, que será necesario para ganar.
Hace falta que entendamos que esta lucha es parte de la lucha común con el resto de trabajadores/as y pueblos del Estado para acabar juntos con la Monarquía. Una lucha que forma un pack con la batalla contra la Unión Europea y por una Europa socialista de los trabajadores/as y de los pueblos.
Para todo esto, es urgente que desde los sectores más conscientes de la clase trabajadora y de la juventud vayamos juntando fuerzas para construir una izquierda revolucionaria, obrera e internacionalista que levante estas banderas.
La oportunidad de construir una candidatura revolucionaria, obrera y joven, a las próximas elecciones catalanas
En este camino, las próximas elecciones catalanas, que probablemente tendrán lugar el primer trimestre del año próximo, son una oportunidad que podemos aprovechar. Para eso, tenemos que trabajar, junto con activistas obreros y juveniles, de los barrios y de los movimientos sociales, para construir una candidatura obrera y joven, revolucionaria e internacionalista. A esto nos comprometemos los y las militantes de Corriente Roja.