Cuando pensamos sobre el cambio climático, solemos imaginar sus efectos en un futuro distante y alejado, cuando quizá pueda afectar a las generaciones que vengan detrás de nosotros. Pero la naturaleza se empeña en enseñarnos de la peor manera que los efectos son mucho más inmediatos.

Este año se ha producido la peor “gota fría” (ahora también conocida como DANA) en décadas. Estas lluvias torrenciales han producido fuertes inundaciones y torrenteras, que se han llevado por delante la vida de 6 personas al cierre de esta edición (presumiblemente, puede haber más muertos), ha provocado el desalojo de miles de personas, pérdidas económicas millonarias y una catástrofe medio ambiental.

La intensidad de la gota fría depende en primera instancia de la diferencia de temperatura entre la bolsa de aire frío que queda atrapada en una masa de aire caliente. También necesita de una gran acumulación de humedad atmosférica. Cuando el mar Mediterráneo se calienta anormalmente, la transferencia de calor a las masas de aire es mayor, intensificando los efectos de la gota fría. Además, ese calor, favorece una mayor evaporación del agua del mar, concentrando grandes cantidades de vapor de agua preparado para condensarse en forma de lluvias torrenciales.

El hecho es que la temperatura del mar ya ha subido +1,27ºC (El País, 13/9). Y por supuesto, la dinámica es que esta temperatura aumente en el futuro. No es de extrañar que esta gota fría haya sido la más virulenta que se recuerda. Y, sin embargo, será más suave que las que están por venir. El IPCC, organismo científico internacional de referencia en relación al cambio climático, lleva años advirtiendo que el cambio climático provocará un incremento en la recurrencia y la intensidad de “fenómenos meteorológicos extremos”. ¡Es justo a esto a lo que se referían!

Es decir, el cambio climático no es un problema del futuro, que podamos ignorar simplemente teniendo un poco de mala conciencia por el problema que legamos a quienes vendrán tras nosotros. Es ya una realidad actual y urgente, que es necesario mitigar y a la que es necesario adaptarnos. Y sobre todo, que es necesario abordar de inmediato y de manera contundente para evitar que se agrave en el futuro.

Urbanismo y deforestación, agavantes de las inundaciones

Cuando el suelo pierde su cobertura forestal o vegetal, se compacta, haciéndose menos permeable al agua. Esto provoca un aumento de la escorrentía, es decir, una vez cae la lluvia, el agua no permea el suelo, sino que empieza a correr inmediatamente aguas abajo. Cuando toda una cuenca hídrica sufre deforestación, en el momento en que llueve con una cierta intensidad, el agua se encauza rápidamente, y toda a la vez, provocando una crecida instantánea y virulenta; tal como hemos visto en estas inundaciones.

Alicante es la provincia española con menos árboles (ver Inventario Forestal Nacional). Almería o Murcia no andan mucho mejor. Esto ha favorecido e incrementado que las lluvias torrenciales provoquen las fuertes torrenteras que hemos visto.

Un tercer factor que ha multiplicado el impacto de estas inundaciones es el urbanismo descontrolado que existe en toda nuestra costa. Uno de los motores de la economía ha sido -y sigue siendo- el pelotazo urbanístico. Se ha construido mucho más de lo que socialmente se necesitaba, sólo para alimentar el negocio del ladrillo, con el que se ha colaborado desde multitud de instituciones públicas, recalificando como urbanizables terrenos peligrosos, ha cambio de una buena “mordida”.

Ecologistas en Acción cifra en 50.000 las construcciones ubicadas en zonas de alto riesgo de inundación, la mayor parte de ellas son viviendas. El Plan Hidrológico Nacional obliga a retirar esas casas; pero la ley no se aplica con la misma severidad a los de “abajo” que a los ricos y poderosos. Y en el caso de los mega-empresarios del ladrillo y sus aliados en las instituciones, por lo visto, no se aplica en absoluto.
De nuevo, encontramos a Alicante a la cabeza de construcciones ilegales, provocando una “tormenta perfecta” en esa zona.

Ahora el gobierno se da golpes en el pecho sobre el amplio despliegue militar que está en la zona tratando de salvar algo en mitad del desastre, cuando son ellos mismos quienes han tolerado o estimulado las emisiones de efecto invernadero, la deforestación y el urbanismo “del pelotazo”. ¿No sería más lógico prevenir las causas para evitar que ocurrieran estas catástrofes? Algo tan sencillo como esto, parece no estar al alcance de este sistema capitalista, al contravenir la sacrosanta ley del beneficio empresarial.