Hacia finales de la década del ’80 China vivía una fuerte aceleración de las reformas capitalistas de mercado a la que el partido único estalinista, dirigido por Deng Xiaoping diera inicio en 1979.
Se había eliminado el derecho de huelga, se había reforzado extraordinariamente el poder de los gerentes de las empresas estatales; era permitido, a ellos ya la burocracia del partido-Estado, la creación de empresas privadas; se crearon “zonas económicas especiales” para la inversión extranjera…
Luchando contra la restauración capitalista
Hacia finales de la década de 1980, el enriquecimiento de la burocracia «comunista» vino acompañado de un calentamiento económico que generó una importante inflación, de la que se benefició la propia burocracia, que había implantado un doble sistema de precios: los “planificados» y los «de mercado». Esto le daba la posibilidad de comprar productos por el “precio planificado” y revenderlos por los «precios de mercado», lo que generó un gran descontento social.
El movimiento democrático se inició el 15 de abril de 1989 cuando los estudiantes de Beijing (Pekín) comenzaron las protestas. Sectores de trabajadores pronto comenzaron a participar y trajeron su visión de clase al movimiento, que hasta entonces se había limitado a denunciar la corrupción, exigir libertades, en particular, la de expresión, y reclamar diálogo.
Los trabajadores se suman al Movimiento por la Democracia
El 17 de abril, algunos trabajadores tomaron la iniciativa de organizarse independientemente del sindicato oficial y decidieron formar la BWAF, la Federación Autónoma de Trabajadores de Beijing, que visitaba fábricas y exigía, junto con las libertades, más salario, estabilización de precios y la publicación de los ingresos y posesiones de las autoridades.
El 26 de abril, en respuesta a las demandas de diálogo de los estudiantes, el Diario del Pueblo (periódico oficial del PCCh) los denigró, desencadenando la indignación. Al día siguiente 200.000 estudiantes se manifestaron y un millón de residentes de Beijing salieron a apoyarlos. El 15 de mayo, 600.000 personas tomaron las calles. Entre el 17 y 19 de mayo, millones se manifestaron en apoyo a los estudiantes. Amplios grupos de trabajadores llevaban pancartas con el nombre de sus empresas.
La presión social era tan fuerte que sectores de base e intermedios del sindicato oficial (ACFTU), descontentos con sus jefes, exigieron diálogo con los estudiantes, derechos democráticos, castigo a los corruptos y autogestión sindical.
Enormes manifestaciones con participación de trabajadores estallaron en las grandes urbes del país. Federaciones Autónomas de Trabajadores se establecieron en varias ciudades de forma espontánea, sin que en aquel momento se intentase unificarlas.
El 19 de mayo, la BWAF anunció su fundación oficial y declaró que si las demandas de los estudiantes no eran aceptadas convocaría una huelga general. Pero el Politburó del PCCh declaró la ley marcial y anunció la llegada de tropas y tanques a la ciudad. La ley marcial hizo que la población se indignara y saliera a la calle espontáneamente.
El 21 de mayo, la BWAF hizo público un “Manifiesto de los Trabajadores” que decía: “El proletariado es la clase más progresiva de la sociedad. Tenemos que mostrar que somos la fuerza central en el Movimiento por la Democracia. La clase obrera es la vanguardia de la República Popular China. Tenemos todo el derecho de expulsar a los dictadores. Los trabajadores saben muy bien el valor de los conocimientos y las habilidades en la producción. No podemos permitir que se haga ningún daño a los estudiantes”.
La dictadura respondió con la masacre
El 19 de mayo, cuando la BWAF amenazó con convocar la huelga, la Asociación Autónoma de Estudiantes Universitarios de Beijing (SFA) llamó a no hacerla. Solo a finales de mayo, cuando escaló la violencia del gobierno, permitieron a la BWAF adherir al movimiento.
El 3 de junio, el sindicato oficial (ACFTU) de Beijing denunció a la BWAF como contrarrevolucionaria y llamó al gobierno a reprimirla. El mismo día, las tropas avanzaron hacia la ciudad. Varios cientos de miles de trabajadores y estudiantes se interpusieron para impedir que 100.000 soldados entraran en Beijing.
Cuando los trabajadores se levantaron en apoyo a los estudiantes, con la amenaza de huelga general, la dictadura del partido-Estado respondió con la masacre. El 4 de junio varios miles de personas (no hay cifras oficiales) fueron asesinadas. El movimiento no estaba preparado para la respuesta violenta del gobierno y fue ahogado en sangre.
La brutal represión se convirtió en un «modelo» para destruir la resistencia en todo el período posterior. Durante la protesta de los trabajadores de los campos de petróleo de Daqing en 2002, las autoridades enviaron tanques para aplastarlos.
Derrotada la clase obrera china, la restauración capitalista avanzó sin freno
En 1992, con la clase trabajadora y el movimiento democrático masacrados, el 14º Congreso del PCCh consagró y desencadenó de forma acelerada y brutal la restauración capitalista y la apertura del país a la inversión imperialista. Lo bautizaron como «economía de mercado socialista con características chinas«. En busca de la plena inserción en la división imperialista del trabajo, la dictadura china privatizó en masa las empresas estatales pequeñas y medianas, en beneficio de los antiguos gerentes y los burócratas del partido, mientras las grandes empresas estatales se convertían en sociedades por acciones, asociadas en muchos casos a multinacionales extranjeras y con una red de empresas subsidiarias privadas. Como resultado de la ola de privatización, entre 1996 y 2001 fueron despedidos entre 30 y 40 millones de trabajadores, y en gran medida desmanteladas sus viejas condiciones de trabajo.
Al mismo tiempo, un nuevo y gigantesco sector de la clase obrera china se creó a partir de la industrialización acelerada, en buena medida vinculada a la inversión imperialista extranjera y la exportación: más de 200 millones de trabajadores rurales migraron y fueron sometidos a un apartheid social, sin los derechos de los habitantes urbanos y sometidos ambieen a una explotación extrema, en un régimen de trabajo en barracones.
El despertar de la clase obrera china
Pero el signo de los tiempos ya no es el de la derrota sino el de la recuperación de la combatividad, en particular entre los obreros migrantes. La reciente huelga de los trabajadores que fabrican las grandes marcas de calzado, como antes fue en Honda o en las gigantescas montadoras del iPhone, marcan este despertar. La lucha de los obreros chinos por los derechos democráticos y laborales, en defensa del medio ambiente y por el fin de la dictadura de partido único merece todo nuestro apoyo y tiene una importancia universal en la lucha por el socialismo.