Después de la brutalidad de la crisis de 2007/2008, los gobernantes europeos dijeron que todo había pasado, pero las contradicciones económicas no están resueltas y golpean diariamente a los trabajadores en todo el continente. En la Unión Europea de la Austeridad, por lo tanto, la crisis continúa. El Brexit en Gran Bretaña y la lucha de los Chalecos Amarillos en Francia son dos expresiones de eso.

 

Crisis económica no resuelta

La intervención estatal para salvar los bancos disminuyó la explosión de la crisis y transfirió para los trabajadores el costo de las deudas, con destrucción de servicios públicos, rebaja de salarios, desempleo, pobreza y precariedad en niveles históricos. Pero los banqueros y patrones quieren ir todavía más lejos en el ataque a nuestros derechos para revertir el ciclo económico de la crisis.

Las previsiones recientes del Banco Mundial apuntan hacia una desaceleración global, principalmente a partir de la caída de la economía de China y de los Estados Unidos. En Portugal, el crecimiento de los últimos años es totalmente dependiente del exterior, específicamente de la política de bajos intereses del BCE [Banco Central Europeo], de las exportaciones (en caída) y del turismo (un sector muy volátil); el Banco de Portugal ya prevé, por eso, una caída del crecimiento para el año que viene.

Los gobiernos mantienen la austeridad, pero nada quedará como antes

En Portugal, la mayoría de las medidas de la Troika no fueron revertidas por la Geringonça[1]; la austeridad continúa. Grecia (por la mano de Syriza) está por el suelo hasta ahora. En el Estado español, el PSOE, con el apoyo de Podemos, no revirtió los ataques a los trabajadores ni los altos niveles de desempleo. Pero la austeridad no es un problema solo de Europa del Sur. En Hungría, millares salieron a las calles contra la llamada “ley de la esclavitud”, que prevé, particularmente, que se pueda trabajar hasta 400 horas extras anuales.

La crisis pone en choque los intereses de los diversos sectores de la burguesía, que compiten para salir de la crisis destruyendo al competidor más próximo. Es así entre las potencias, como Estados Unidos-China o Estados Unidos-Alemania, pero incluso lo es entre el gobierno italiano y el francés, entre Gran Bretaña y el eje Alemania-Francia.

No obstante, todos tienen un acuerdo: atacar los derechos de los trabajadores, los servicios públicos (como salario social), profundizar la división en nuestra clase a través del racismo, la xenofobia y el machismo, utilizar el miedo, la violencia social y policial para perseguir y destruir cualquier resistencia que se produzca.

La falta de una respuesta clara de las organizaciones sindicales y políticas mayoritarias, juntamente con la incapacidad de la “nueva izquierda” para enfrentar hasta el fin la austeridad y a la Unión Europea por todo el continente, abrió un espacio al discurso de odio de la extrema derecha, que busca surfear el descontento social con un discurso racista y antiinmigrantes.

El proyecto europeo aparece, así, claramente en crisis: una lucha intestina entre potencias por la mayor porción de la torta, una austeridad sin fin como perspectiva para los trabajadores, un autoritarismo de Estado para mantener las ganancias de pocos a costa de la mayoría. La polarización a la izquierda y a la derecha marcan, así, la búsqueda de alternativas de los trabajadores.

Chalecos Amarillos: la lucha que estremece a Francia

El anuncio del aumento de la tasa de los combustibles fue la gota de agua para una escalada de manifestaciones radicalizadas (y brutalmente reprimidas), por reformas económicas y sociales (aumento de salarios y de pensiones, mejora de los servicios públicos, etc.), pero también contra la antidemocrática V República. Queda claro que, también en Francia, Macron y los patrones quieren imponer nuevos niveles de explotación a los trabajadores, jóvenes y jubilados.

Una de las lecciones importantes de los Chalecos Amarillos es que cuando la lucha es firme, consecuente y masiva, se basa en la voluntad de la base, y no se deja manipular ni desarmar por la burocracia, los trabajadores ganan y “la lucha vale la pena”.

Pero, para que pueda continuar y avanzar, es preciso que este movimiento pueda confluir con los obreros de las fábricas y otros sectores sindicalizados para paralizar el país con una huelga general indefinida, y donde cada día –como hasta ahora hacen los chalecos amarillos– se decida la continuidad o los pasos a seguir [lo que los franceses llaman huelga “reconducible”, ndt.].

La burocracia sindical continúa siendo el principal muro de contención de la unificación de la clase trabajadora organizada con el movimiento de los chalecos amarillos, mientras la mayoría de la izquierda no entró a fondo en este movimiento. Es necesario definir una plataforma con las reivindicaciones más sentidas y que organice un plan de movilización con huelgas, manifestaciones masivas y bloqueos hasta derrocar a Macron.

¡Todo el apoyo a la lucha de los chalecos amarillos en nuestros países, porque su triunfo es también el de la clase obrera y los pueblos de Europa!

[1] Geringonça: coalición del partido del gobierno (PS) con otros partidos dichos de centro izquierda (Partido Comunista-PCP; Bloco de Esquerda-BE; y Verdes) a fin de obtener mayoría en el Parlamento portugués y poder así gobernar. La promesa fue “dar vuelta la página de la austeridad” pero hasta el momento solo agradó a los mercados financieros y aumentó el desempleo en el país, ndt.

Artículo publicado en el periódico Em Luta n.° 13, Portugal, marzo de 2019.

Traducción: Natalia Estrada.