El pasado 15 de diciembre, inició la quinta semana de protestas de los chalecos amarillos en toda Francia. De acuerdo con el Ministerio del Interior, 66 mil manifestantes participaron de las protestas, un decrecimiento importante comparado a los 126 mil de la semana anterior.

 

Hubo 230 protestas en las cuales 157 personas fueron arrestadas y 5 fueron heridas. El número de presos también se redujo frente a los dos mil de la semana anterior. Es importante llevar en cuenta que el Ministerio del Interior divulga datos que minimizan las movilizaciones y esconden la represión brutal.

En Paris, cerca de cuatro mil personas participaron de dos concentraciones: una en las escaleras de la Ópera de Paris y otra en la avenida de los Campos Elíseos.

Un contingente de 8 mil policías con 14 autos blindados anti-motines sitió a los manifestantes cerca del arco del triunfo y reprimió el movimiento con gas lacrimógeno. Símbolos de la revolución francesa como Marianne y la Marsellesa fueron entonados por los manifestantes.
REUTERS/Stephane Mahe
El gobierno francés mantuvo abierta la Torre Eiffel y el Arco del Triunfo buscando aparentar normalidad. Pero mantuvo cerrados los museos de Arte Moderna y el Petit Palais (Pequeño Palacio). En su mayoría, el comercio permaneció cerrado. Este fin de semana, las protestas contra la austeridad y el gobierno autocrático francés aún superaron las compras navideñas.

De acuerdo con el Ministerio del Interior, 69 mil policías fueron movilizados en toda Francia, priorizando París, Toulouse, Bordéus y Saint-Etienne. En el interior del país, las movilizaciones son más intensas. En Toulouse, miles de manifestantes entonaron la Marsellesa en la avenida Estrasburgo. La prensa reportó un bloqueo en la autopista AP-7 al sur de Francia, cerca de la frontera con Cataluña.

 “¿De quién es la calle? ¡La calle es nuestra! ¡Fuera Macron!”

Además de las reivindicaciones tradicionales contra el aumento del precio de los combustibles y por la recuperación del poder adquisitivo, otras reivindicaciones se sumaran, entre ellas, el derecho a un Referéndum de iniciativa popular. Hoy, sólo el presidente, el primer ministro o la Asamblea Nacional pueden convocarlo.

Otra reivindicación cantada en las calles fue: “La calle es nuestra. ¡Fuera Macron!”

El presidente de los ricos

Desde el 17 de noviembre, cuando 280 mil manifestantes tomaron las calles con sus chalecos amarillos, un ítem de seguridad obligatorio en vehículos, el presidente Emmanuel Macron viene enfrentando su peor crisis.

El año pasado, Macron revocó el antiguo impuesto sobre la fortuna (bienes muebles e inmuebles superiores a US$ 1.5 millones) y lo substituyó por un impuesto sobre la propiedad de menor alcance. Él justificó esta medida como un incentivo para que los billonarios franceses inviertan en Francia. Pero esto, junto con las medidas de austeridad, llevó a una opinión pública generalizada de “presidente de los ricos”.

Su popularidad llegó a 23% esta semana, con una caída de 2% en relación con la semana anterior.

Gracias a su amplia mayoría en la Asamblea Nacional, él logró derrotar la moción de censura presentada por los diputados del PS, PC y Francia Insumisa (dirigida por el diputado Jean-Luc Mélechon). Fueron 70 votos de los 289 necesarios. Los diputados del Reagrupamiento Nacional (nueva denominación del partido de extrema derecha Frente Nacional de Marine Le Pen) también votaron a favor de la moción de censura.

Por qué las protestas decrecieron

Hay una serie de factores que combinados ayudan a explicar la reducción en la participación pero que, por sí solo, no garantizan que el movimiento termine.

El movimiento, además de poner a Macron contra las cuerdas, conquistó dos victorias económicas modestas e insuficientes para atender las reivindicaciones.

El 4 de diciembre, el gobierno suspendió el aumento de los combustibles. Ya el día 10 de diciembre, Macron anunció un aumento de 100 euros en el salario mínimo, además de cancelar el aumento del impuesto sobre las pensiones hasta 2 mil euros y la exención de impuestos sobre las horas extra de los y las trabajadoras. Es interesante notar que este anuncio de Macron fue seguido por 23 millones de personas, más personas de las que siguieron la final de la copa del mundo en Rusia.

Además, hubo un atentado terrorista en Estrasburgo que dejó 5 muertos y 11 heridos. Después del atentado, el porta voz del gobierno, Benjamin Griveaux, pidió el fin del movimiento en nombre de la unión nacional. Otros líderes como Laurent Wauquiez, del partido republicano (actual denominación del tradicional partido burgués gaullista Unión por un Movimiento Popular), y el presidente de la central sindical CFDT, Laurent Berger, también se sumaron al llamado por el fin de la rebelión de los chalecos amarillos.

El clima tampoco ayudó. La temperatura era de dos grados con lluvia.

Una encuesta de opinión pública anunciada el día 11 mostró un cambio en el apoyo de la población. Al inicio del movimiento, alrededor de 70% de la población apoyaba su continuidad. Ahora, cerca del 50% apoya su continuidad.

La continuidad, sin embargo, puede ser garantizada por factores de crisis estructural.

Es verdad que la rebelión no cuenta con la participación multitudinaria de las protestas contra las reformas de las pensiones y laborales de los años anteriores.

Ella también moviliza principalmente a sectores asalariados precarizados no sindicalizados, además de pensionados, autónomos y pequeños propietarios pauperizados. Un estudio mostró que su ingreso promedio es de 1700 euros mensuales, cerca de 30% menor que el promedio nacional.

Sin embargo, la rebelión expresa un malestar generalizado entre la población trabajadora cansada de las políticas de austeridad llevadas adelante por gobiernos de “derecha”, de “izquierda” y de “centro”.

Sin embargo, no hay señales de que el régimen francés vaya a retroceder en las medidas de austeridad. Por el contrario, sectores burgueses ya alertan sobre el riesgo para el presupuesto caso que incumpla las metas establecidas por la Unión Europea, siguiendo el ejemplo de otros países como Italia.

Por otro lado, hay un desprestigio y debilitamiento del régimen de la V República inaugurado en 1958 por el General De Gaulle, un régimen presidencialista que substituía la República Parlamentaria. El régimen de la V República encuentra hoy sus dos principales partidos, el gaulista (hoy llamado Republicano) y el socialista, muy fragilizados. El Partido Socialista casi desapareció y su eventual reconstrucción podrá a lo mucho transformarlo en una fuerza política secundaria. Es decir, la eventual caída del presidente Macron no encuentra substitutos con legitimidad frente a la población trabajadora.

Las alternativas por la extrema derecha – la Reagrupación Nacional de Marine Le Pen – y por la izquierda – Francia Insumisa de Mélechon – se van a beneficiar pero no está claro si, aunque las dos son alternativas capitalistas, se pueden transformar en alternativas electorales burguesas creíbles.

Claramente, la polarización social se va a expresar en el terreno político-electoral.

La extrema derecha hace campaña activa contra los inmigrantes y la Unión Europea. Ella busca capitalizar el descontentamiento social. Sin embargo, en esta última semana, ella desconvocó las protestas del sábado, debilitando la manifestación en París.

Francia Insumisa, de Mélechon, por el contrario, es la única fuerza parlamentaria que llama a apoyar a los chalecos amarillos y llamó a participar en las protestas del 15 de diciembre pasado. Mélechon defiende substituir el régimen de la V República por una VI República parlamentaria. Sin embargo, no defiende la ruptura con la Unión Europea, ni con el euro, el capitalismo o el imperialismo francés.

¿Un malestar europeo?

Los síntomas de malestar en la Unión Europea no están limitados a Francia. Al contrario, las políticas de austeridad han cuestionado un gobierno después de otro en cada país. Es este el malestar que está atrás del Brexit, del crecimiento electoral de la extrema derecha en varios países y de derrotas electorales ejemplares, como la del gobierno de derecha polonés en las últimas elecciones municipales.

Y también provoca un aumento en la resistencia de la clase trabajadora y de la pequeña burguesía. En Bélgica, un movimiento de chalecos amarillos llevó a 500 manifestantes a las calles, de los cuales 60 fueron presos el último fin de semana. En Hungría hay una onda de protestas masivas contra el autoritarismo del gobierno de Orbán y la reforma laboral denominada por la población como leyes de esclavitud. En Portugal, una serie de huelgas enfrenta al gobierno de la Geringonça. También en Cataluña ha habido huelgas parciales que enfrentan al gobierno nacionalista burgués catalán.

Finalmente, es necesario recordar que las políticas de austeridad pueden intensificarse fruto de la desaceleración de la economía americana y mundial, y al conflicto proteccionista entre los Estados Unidos y China, entre otros factores.

El futuro en las manos de la clase trabajadora

En Francia y en Europa, el protagonismo social y político ha sido principalmente de los sectores pequeño-burgueses. Las luchas de la clase obrera industrial aún están dispersas y tienen un carácter defensivo.

Esta es la razón para el crecimiento de la extrema derecha institucional (que no podemos equiparar al fascismo aunque grupos fascistas levanten la cabeza apoyándose en este ascenso electoral).

La ausencia de la clase trabajadora organizada en lucha, aliada a la falta de una estructura democrática que unifique al movimiento de los chalecos amarillos en todo el país es lo que impide la paralización de la economía y el Estado francés, resultando en la caída del presidente Macron y sus políticas de austeridad.

No está claro si esta unión de explotados y oprimidos podrá ocurrir a corto plazo debido al firme bloqueo de la mayoría de los líderes sindicales y políticos.

El día 14 de diciembre, 15 organizaciones sindicales, populares y partidos de izquierda finalmente publicaron un manifiesto de apoyo a los chalecos amarillos después de semanas de indefinición. En general, las organizaciones de izquierda fueron arrastradas a apoyar las manifestaciones por la presión externa después de una lucha de sectores internos de ellas. Sin embargo, su participación en las manifestaciones es limitada a algunos sectores.

Ya el secretario general de la principal central sindical, la CGT, declaró que apoya las reivindicaciones del movimiento y defendió una “convergencia de luchas” sin dar ningún paso para concretizarla. Por el contrario, la CGT ha trabajado para impedir la confluencia entre los chalecos amarillos y el movimiento obrero organizado. Bajo presión de grupos opositores dentro de la central, la CGT llegó a llamar una paralización general para el 14 de diciembre, para luego posponerla para el próximo año.

Sin embargo, lo que está claro es que factores estructurales como la crisis económica internacional y el debilitamiento de los regímenes democrático-burgueses tiende a ampliar la polarización entre las clases sociales.

En las últimas semanas, trabajadores y trabajadoras en todo el mundo fueron testigos de que a través de la movilización de los chalecos amarillos, fue posible lograr conquistas y que no es necesario esperar al calendario electoral para cambiar la política de un país. Además de esto, fueron testigos de métodos de lucha radicalizados, cuya necesidad se vuelve cada vez más evidente para enfrentar la violencia del Estado burgués.