Es un hecho indiscutible que el desarrollo del capitalismo ha generado un nivel tecnológico y capacidad productiva que pone en peligro, no solo la naturaleza, sino la base de sustentación del ser humano, el puesto de trabajo; afectando a todo tipo de nivel de cualificación profesional. Las dos fuerzas productivas fundamentales que Marx señalaba, “la tierra y el ser humano”, están en peligro por la supervivencia de las relaciones sociales de producción capitalistas.
Ante esta amenaza más que real, con las consecuencias de aumento de las desigualdades sociales, disturbios y crisis sociales, se ha puesto en la agenda política el debate sobre la necesidad de establecer una Renta Básica, presentada, por cierto, por sus sectores más progresivos, como “semillero de subversión” y que genera ilusiones en sectores sociales de qué es posible una salida “pacifica” a la crisis del sistema.
Dos visiones de la Renta Básica
En este cuadro han surgido voces planteando que la sociedad genera riqueza suficiente como para que exista una “renta básica”, igualitaria e incondicional para todos los ciudadanos /as, independientemente de sus ingresos o de si tienen trabajo o no. En este camino, países como Finlandia con un gobierno de centro derecha, ya han comenzado a experimentar con una renta básica, universal, de 560 euros, para pasar en un segundo momento, a los 800; independientemente de la situación laboral del ciudadano / a.
Por su parte, grandes empresas del Silicon Valley y sectores del capital, están estudiando introducir propuestas semejantes e introducen una variante, que modifica el carácter “incondicional” de la propuesta, transformándola en un Ingreso Mínimo, condicionado al cumplimiento de unos requisitos, a que se cumplan unas condiciones de pobreza, trabajo,… , como hacen ahora las Rentas de Inserción.
Esta concepción no deja de ser la caridad cristiana elevada a la categoría de política de estado. Los pobres, los amenazados de “exclusión social” como se dice ahora, no tendrían que mendigar una limosna en la puerta de una iglesia, lo harían en la puerta de una institución del estado (o de una ONG subvencionada para tal fin) para recibir esa limosna. El drama social es que la “exclusión social”, la pobreza, está camino de dejar de convertirse en un hecho marginal y ser la forma de vida de más de la mitad de la clase obrera. Hoy, “tener trabajo ya no es garantía de no ser pobre”.
Los sectores más progresistas que defienden la Renta Básica Incondicional la presentan como una alternativa, “dentro de un programa económico más amplio”, como una “semilla de un poder político subversivo” (El Debate sobre la Renta Básica, aspectos políticos, filosóficos y económicos, D Raventós y J Wark). Con este ingreso, dicen, garantizarían la democracia; liberarían de la obligación de tener que aceptar “trabajos basura”, da “capacidad de negociación a las personas”, no solo económica sino también políticamente. Combatiría las desigualdades sociales y económicas, y como debe ser parte de una política económica más amplia, no solo es una medida contra la pobreza, sino que estimularía el crecimiento y la libertad efectiva de todos los miembros de la sociedad.
Parte de un programa más amplio
La Renta Básica Incondicional se presenta, no como una medida única, aislada, sino dentro de una “política económica más amplia”; por ello para comprender el verdadero carácter de la propuesta es preciso ver que tres medidas centran ese programa “más amplio”, y que son los objetivos “a los que la política económica del Estado debería aspirar”.
1.- Renta Básica Incondicional, es decir, todo ciudadano tiene derecho a una renta, más allá de sus ingresos reales y de su ubicación en el mercado de trabajo. A esta propuesta, desde la derecha burguesa se responde que se “desincentivaría” la búsqueda activa de trabajo, apoyados en su darwinismo social congénito, “la letra con sangre entra”. Está claro que las consecuencias de este darwinismo social son el empobrecimiento y el aumento exponencial de las desigualdades.
De otro lado, es innegable, desde un punto de vista formal, que la RBI reduciría la presión a la búsqueda de trabajo. El “ejército industrial de reserva” que el capitalismo mantiene para presionar a la baja las condiciones de los trabajadores / as activos, atizando la competencia entre ellos, reduciría su efectividad para la imposición si contara con unos ingresos básicos para la supervivencia. Pero, ¿en realidad se reduce esa presión o favorece a los capitalistas a negociar la rebaja en los salarios?
Entramos de lleno en el terreno de las relaciones sociales de producción. En abstracto, en una sociedad sin clases, sin propietarios de medios de producción y distribución que buscan la optimación de los beneficios, esta propuesta podría permitir avanzar a la sociedad en una distribución justa de la riqueza generada por la sociedad. Pero vivimos en una sociedad donde la sociedad genera una riqueza de la que se apropian los propietarios del capital, los capitalistas. En estas condiciones, la existencia de una RBI lo que les permitiría, y “legitimaria” socialmente, es el pago de salarios más bajos… porque el trabajador / a ya cobraría una RBI, y además no se cuestionarían las reformas laborales impuestas hasta ahora en todo el mundo; solo mitiga sus nefastos efectos, nada más.
El producto del trabajo, y los beneficios que genera, seguirían yendo a los bolsillos del capitalista; mientras la clase trabajadora recibiría de la sociedad, es decir, de lo que todos ellos producen. Se “socializaría” así una parte del salario, que sería abonado a través de la RBI. Porque no se puede olvidar nunca que la riqueza no la genera el capital, sino la parte variable del capital, es decir, la fuerza de trabajo. Solo el trabajo humano genera excedente de valor, y toda la riqueza social se construye alrededor de este excedente, parasitándolo, especulando,… Si la RBI la paga el estado, se paga con el dinero generado por ese excedente, y los capitalistas se estarían ahorrando una parte del salario que pagaría el resto de la clase obrera.
Por ello, si el estado subvenciona, socializa, una parte de los salarios a través de la RBI, el capitalista individual tiene “legitimidad” para negociar a la baja,… porque ya se cobra una RBI; de ser una supuesta panacea para la lucha obrera, se transformaría en su contrario; en un freno a la lucha de los trabajadores / as por un puesto de trabajo y un salario digno… Y sobre todo, a la lucha contra las raíces de la desigualdad social, las relaciones sociales de producción capitalistas.
2.- Banca Pública. Si hay un tema que se ha mitificado hasta la extenuación entre las “nuevas” alternativas al neoliberalismo es éste; que de nuevo y actual tiene bien poco. En el Estado Español hasta hace muy poco, el 50% del sistema financiero era público a través de las Cajas de Ahorro. En China el sistema financiero es estatal, y en Alemania, Noruega,… sigue funcionando un amplísimo sistema de banca pública en la forma de Cajas de Ahorro.
El caso español es paradigmático; las cajas de ahorros estaban supuestamente controladas por las instituciones estatales (ayuntamientos) y la sociedad civil (sindicatos, confederaciones empresariales, usuarios / as). Aún así no se ahorró la crisis; sino que fue fuente de muchos problemas por ser parte de una estructura económica capitalista; y acabo como acabo.
La exigencia de una Banca Pública tiene un efecto desmovilizador ante el verdadero problema, el capital financiero, la banca privada, las aseguradoras y los fondos de inversión. Si existe una Banca Pública que financia al pequeño ahorrador o inversor, “honestamente”, “éticamente”, no se necesita nacionalizar la banca. No es preciso desmontar el huevo de la serpiente, los grandes bancos privados, que a través de mil hilos accionariales se interrelacionan con la industria y el comercio, formando lo que Lenin llamó “capital financiero”, base de la fase imperialista del capitalismo.
3.- Establecimiento de una renta máxima. Nuevamente intentando ponerle puertas al mar de la propiedad privada de los medios de producción y distribución. Con toda la maraña legal que han construido, el conjunto del capital, desde el más pequeño hasta el más grande, no declara la renta real nunca.
A través de las dobles o triples contabilidades, subvenciones a la contratación, tarifas planas para los autónomos, bonus para ejecutivos, descuentos en el impuesto de sociedades, y en la cumbre, las SICAV o los paraísos fiscales, la burguesía y sus agentes no declaran nunca cuál es su renta. Para lograrlo, habría que exigir la apertura de los libros de cuentas reales (no confundir con los legales), y eso el capitalismo nunca lo haría, salvo que la clase obrera lo exija y lo conquiste.
Esta “política alternativa” tiene una guinda fiscal por la que se financiaría la RBI, haciendo que “los ricos paguen un poco más” (op. citada). Toda la rotundidad de la política fiscal defendida por la izquierda a lo largo años, “que pague quien más tiene”, reducida a ese “que paguen un poco más”. Es el colmo del conformismo, para una propuesta que se vende como “semillero de subversión”.
La RBI, el bálsamo de Fierabrás del capitalismo
Don Quijote, en un momento dado, le dice a Sancho Panza que hay un bálsamo, el de Fierabrás, que tiene una gran capacidad de curar heridas, e incluso de “sanar” los muertos. “Si eso hay -dice Panza-, yo renuncio desde aquí el gobierno de la prometida ínsula”. Esta es la logica de la RBI; cualquier trabajador / a, en la disyuntiva de tener que luchar por el gobierno de su “ínsula” o recibir un bálsamo que le curará las heridas de la explotación, la RBI, contestaría como Sancho Panza; “si es cierto que existe, renuncio a la lucha”.
Esta es lógica reaccionaria que introduce la exigencia de la RBI; ante la posibilidad de sin tocar las bases del sistema garantizarse un mínimo de subsistencia, todos seriamos “panzistas”. De la misma manera que Don Quijote con la promesa del bálsamo de Fierabrás quería desviar a Panza de su objetivo de “gobernar su ínsula”, los vendedores de humo de la RBI desvían la solución de la crisis del sistema capitalista por la alternativa socialista, a propuestas que caben dentro del sistema.
El capitalismo, quieran o no los vendedores de humo, está herido de muerte; cómo muera depende de si la clase obrera llega puntual a su cita con la historia, o como ha sucedido en muchas ocasiones se deja embaucar por su “Don Quijote” y su “bálsamo”.
El capitalismo tiene una contradicción que es como una herida gangrenada, la relación entre sobreproducción de mercancías y el valor de éstas, que fruto de la capacidad productiva del sistema, cae sistemáticamente, reduciendo los beneficios empresariales…. Esta caída de los beneficios se traduce en un aumento del “ejército industrial de reserva”, del desempleo y la exclusión de cada vez más amplios sectores sociales. Fueron los llamados “estados fallidos”, que pronto se trasladaron a los barrios obreros y populares de las grandes potencias imperialistas. Los EEUU, Francia, Gran Bretaña, Italia, Estado Español… tienen grandes bolsas de pobreza, que afecta ya a amplios sectores de la clase obrera, a los que el sistema no da la menor oportunidad.
La Renta Básica aparece como ese bálsamo capaz de curar heridas, incluso sanar los muertos, y así no tener que tocar la raíz del problema, las relaciones sociales de producción de capitalismo que están en el origen de esa exclusión social.
Como combatir esa exclusión social
Hasta ahora se ha visto que la RBI es un paliativo a un problema estructural del sistema que, regularmente, provoca grandes crisis con sus consecuencias de desempleo y empobrecimiento. Es un paliativo porque no atenta contra las causas del problema, la crisis capitalista, sino contra sus manifestaciones, pobreza y exclusión.
Al comienzo de la crisis, allá por el 2007, comenzó a ponerse en boca de todos y todas una consigna, “la crisis, que la pague el capital”. Qué significa esto.
Primero, y antes de nada, recuperando una vieja consigna el movimiento obrero, la “escala móvil de horas de trabajo”; es decir, trabajar menos para trabajar todos y todas, sin reducción de salario. De hecho, la precariedad y los contratos a tiempo parciales que abundan tanto en los últimos tiempos en todo el mundo (desde los minijobs alemanes, hasta los contratos “cero horas” británicos) no son más que la forma que el capitalismo se adapta a las exigencias de la producción.
Segundo, enfrentando la concepción de la subvención que solo legitima la explotación y la especulación –subvencionar los precios de la vivienda, los bonos sociales para “desfavorecidos” solo fomenta la subida de los precios, no los abarata-, sea vía RBI sea el condicional Ingreso Mínimo, no ligado a la lucha por un puesto de trabajo digno: la exigencia es la de seguro de desempleo hasta que no se encuentre trabajo digno, lo que supone la derogación de todas las reformas laborales que abaratan la prestación para obligar a aceptar trabajos basura.
Tercero, a la clase obrera el capital no le ha regalado nunca nada que no fuera producto de su lucha; el capital vive de la explotación de los trabajadores / as, son su fuente de riqueza, con o sin RBI. La clase obrera debe ser consciente de que solo a través de su movilización y organización puede avanzar en conquistas que le liberen de la esclavitud del trabajo asalariado, cosa que la RBI no hace. La RBI convierte el capitalismo en una “jaula de oro” de la explotación capitalista.
Las condiciones para el socialismo
Trotski, en el Programa de Transición escribió: “Las condiciones objetivas de la revolución proletaria no sólo están maduras sino que han empezado a descomponerse”. Todas las grandes invenciones del último siglo, y aceleradamente los últimos 25 años con la informática, la robótica o la nanotecnología han sentado esas bases objetivas, comenzando por la reducción del tiempo de trabajo necesario para su producción; pero bajo las condiciones de propiedad privada del capitalismo, estos inventos no aumentan la riqueza social, sino que enriquece a unos pocos, empobreciendo a la inmensa mayoría.
En este sentido, podemos afirmar con Trotski, que el aumento de la productividad del trabajo, no significa el desarrollo de las fuerzas productivas, puesto que la mayoría de los productos del trabajo humano terminan almacenados, sin entrar en el mercado, convirtiéndose en capital muerto que hay que destruir regularmente.
La RBI es presentada como una solución a esta acumulación de capital muerto, puesto que al aumentar la capacidad de compra de los trabajadores / as, a los que se les garantizaría un ingreso mínimo, podrían dar salida a esa sobre producción, a partir de la máxima de los defensores de la RBI, de que “el dinero de la parte más pobre de la población es tres veces más eficaz en impulsar el crecimiento económico que el dinero de los ricos”, las personas con ingresos pequeños “gastan su dinero rápidamente y los ricos atesoran”.
Es cierto; los pobres precisan gastar lo que ganan rápidamente porque con esos ingresos, solo llegan como mucho a cubrir sus necesidades vitales, mientras que los ricos esas necesidades ya las tienen cubiertas sin problema, y sus gastos son fundamentalmente suntuarios: no tienen urgencia vital por hacer “gastar” y tienen un excendente para ahorrar/especular.
La sobreproducción no viene porque haya compradores o no, sino no habría nunca crisis: nunca tantos compradores de viviendas hubo en los años previos al estallido de una crisis que venía incubándose años antes, con la caída de la tasa de ganancia desde los años 80. La crisis se produjo, no porque hubiera saturación de mercancías (afectó a casi todos los sectores), sino porque los capitalistas en un momento dado constataron que las inversiones de capital que hacían no eran devueltas con la rentabilidad que de ellas esperaban (tasa de ganancia).
El valor de las mercancías, fruto de las invenciones y el aumento de la productividad, bajaba; y esto, tarde o temprano se manifiesta en las contabilidades de las empresas y bancos, que no les cuadran las cuentas entre lo que invierten y lo que reciben. Al final, el capitalista decide dejar de invertir, y desviar su capital cara a la especulación, el ahorro o la compra de oro.
Por mucho que millones de seres humanos reciban ahora una RBI, y se pongan a comprar como locos, no resolverían el problema del valor de las mercancías; al revés, lo agudizarían, pues obligarían a los capitalistas a bajar los precios para competir, arruinando a muchos. Al final, lo único que se lograría a corto plazo, es un nuevo ciclo de producción sin control, puesto que más capitalistas entrarían en la competencia, que conduciría a un nuevo ciclo de crisis económica. Los captialistas revolucionarian las formas de producir -está en su esencia-, provocando la caida de la tasa de ganancia.
La vía neoreformista que ofrecen los defensores del RBI, no es “semilla de subversión” como prometen, sino que se mantiene dentro de los estrechos márgenes de un sistema cada vez más en crisis, que aprieta las clavijas como nadie; su aceptación por la clase obrera significaría que ésta hiciera como Sancho Panza, a cambio del bálsamo renunciaría a la lucha por “el gobierno de la ínsula”.
La tarea es justo la contraria; en la decadencia absoluta del capitalismo, cuando todas las medidas que adopta hunden más a la humanidad en la pobreza económica, y la miseria social social y moral, hay que poner sobre la mesa la única salida posible, la transformación socialista de la sociedad, a partir de la expropiación de los capitalistas. Esta es la única garantía de un reparto equitativo y justo de la riqueza generada por la mayoría trabajadora, que no se limite a “que los ricos paguen un poco más”.