El aniversario del 1-O ha dejado en evidencia el divorcio de un amplio sector de la base independentista con unos dirigentes que usan la retórica de «hacer república» para hacer todo lo contrario. Se han convertido en los gestores autonómicos de los presos políticos, ahora en prisiones catalanas. Envían a los Mossos a reprimir a los manifestantes independentistas y son los que aplican las sentencias de Llarena.

A pesar de la enorme resistencia de las bases, el aniversario del referéndum ha dejado claro que el movimiento independentista sufrió hace un año una enorme derrota política a manos de su dirección, cuando esta lo abandonó, renunció a proclamar y defender la República catalana, entregó las instituciones sin resistencia y aceptó las elecciones del 155.

Ahora, después de un año, se ha abierto la fase del desengaño. Un amplio sector independentista es ya consciente que el único que impide la plena «normalización» autonómica por parte de ERC y JxCAT son los presos y que su batalla fratricida responde a pugnas por el espacio electoral. Mientras tanto, Sánchez se friega las manos y PP-C’s claman por el regreso del 155 en versión dura e indefinida.

RECUPERAR LA LUCHA POR UN REFERÉNDUM DE AUTODETERMINACIÓN, CONSCIENTES QUE El ESTADO NO Lo ACEPTARÁ NUNCA

En esta situación, el intento de ocupación del Parlamento, protagonizado por el sector más radicalizado de los CDR, es un acto de desesperación, de aquellos que te conducen a estrellarte.

La posibilidad real de proclamar la república catalana fue factible justo durante los primeros días de octubre del año pasado, cuando dos millones de personas estaban organizadas y movilizadas y contaban con la simpatía o neutralidad de sectores populares no independentistas. Pero esta oportunidad se perdió, traicionada por la dirección independentista, y no se puede reproducir a voluntad. Hoy en día, “hacer república” y “implementar el mandato del 1 de octubre” sólo son un «saludo a la bandera».

Del mismo modo, el referéndum pactado que defienden los Comunes -y ERC y JxC-, es tan utópico como el “hacer república” de la CUP. Si no hay condiciones para “implementar ya el mandato del 1 de octubre”, menos todavía para pactar un referéndum con el Estado, por muchos «ultimátums» vacíos que haga Torra.

Una amplia mayoría catalana sigue defendiendo el derecho a decidir. Pero el ejercicio de este derecho nunca será posible si se subordina a la voluntad del régimen, que ya ha demostrado con creces que no lo permitirá. Solamente un nuevo levantamiento popular y rupturista lo puede garantizar.

La batalla hoy pasa por recuperar la reivindicación del derecho a decidir, de un referéndum democrático, que permita reconstruir un movimiento mayoritario y neutralizar la oleada españolista reaccionaria.

¿QUÉ NOS JUGAMOS LA CLASE TRABAJADORA EN ESTA BATALLA?

Hay un sector de trabajadores/as que simpatiza con la idea independentista y otro, que es mayoritario, que está en contra. Las dos ideas son igualmente legítimas. Pero, más allá de esta diferencia, como trabajadores tenemos una obligación común: luchar juntos contra todo tipo de unión forzada. No tenemos nada que ganar y sí mucho que perder, apoyando la unión forzada.

Apoyar al régimen contra el derecho a decidir significa fortalecer los ataques a las libertades democráticas y reforzar las fuerzas más reaccionarias y anti-obreras. Significa revitalizar un régimen heredero del franquismo y dócil instrumento de los grandes empresarios y el capital europeo.

Ante la indiferencia que se ha instalado entre muchos trabajadores/as, el sector más consciente nos tenemos que poner al frente de esta batalla. En vez de enfrentarnos entre trabajadores, tenemos que asegurar la unidad. Una unidad que es posible si defendemos juntos el derecho a decidir, asumiendo los resultados democráticos de la consulta. Así también podremos luchar por la unidad con la clase trabajadora del resto del Estado. Tenemos que ser los primeros en defender el derecho a decidir para acabar con la Monarquía y poner bases por una unión libre de repúblicas. Para levantar las compuertas a las reivindicaciones obreras y populares y abrir, finalmente, camino a una revolución socialista que cambie de raíz las bases de la sociedad.