En una escena famosa de la literatura española, el noble Don Quijote, dominado por la locura, lucha contra molinos de viento, creyendo que son guerreros gigantes.
Es un personaje que busca cambiar el mundo, forzándolo a ser a su manera y metiéndose en un lío tras otra. Trata con todas sus fuerzas de ser un héroe, pero lucha en vano contra el viento. Para Marx, los reformistas son como Don Quijote. En un texto preparatorio de El capital, llamado Grundrisse, llama quijotadas a las acciones de los reformistas. Es una referencia al personaje Don Quijote. Para Marx, intentar reformar el capitalismo es como arar en el mar. Pero, ¿qué entendía Marx por reformismo?
Qué es reformismo
Lo que caracteriza el reformismo es la creencia de que es posible arreglar el capitalismo. La creencia de que el capitalismo no funciona porque una u otra parte está desajustada. Bastaría arreglar lo que está mal y todo el sistema funcionaría de forma racional, coherente y justa. En ese sentido, los reformistas no parten de la sociedad tal como es, sino de cómo debería ser. Es curioso, entonces, que muchos consideren el marxismo utópico. Utópico es creer que el capitalismo puede reformarse, que es posible arreglarlo. Es lo que veremos más adelante.
Un ejemplo muy interesante fue el influyente socialista francés Joseph Proudhon. En 1948, la clase obrera se colocó por primera vez en lucha directa contra la burguesía: se iniciaba la revolución de 1848. Proudhon se mantuvo distante de todas las luchas y despreciaba a todos sus líderes. Para él, lo fundamental era implementar su proyecto de reforma. Con su proyecto de sociedad ideal en la cabeza, Proudhon no gastó tiempo con movilizaciones, barricadas y luchas callejeras en la revolución que sucedía. Se eligió diputado y presentó su proyecto en el parlamento francés en 1848. Este proyecto fue rechazado por 600 votos contra 2.
Su proyecto era el siguiente: substituir el dinero por una especie de vale o bonus que remuneraría la hora de trabajo. La medida principal, por tanto, era transformar las empresas en cooperativas de trabajadores. Tales cooperativas, sin embargo, continuarían haciendo mercancías y llevándolas al mercado. El trabajador sería, ahora, patrón y trabajador al mismo tiempo. Proudhon quiere mantener la mercancía y acabar con el dinero. Mantener el capital acumulado en las empresas y acabar con el capitalista. ¿Eso sería posible?
El capitalismo como sistema articulado
Toda la obra económica de Marx, principalmente El capital, busca demostrar que no es posible resolver los problemas del capitalismo a través de reformas, como quería Proudhon. En contraposición a las quijotadas características de los socialistas utópicos y reformistas de entonces, al pretender construir la sociedad del futuro a través de una “reforma en la bolsa” o de un banco emisor de bonus horario, Marx señala el carácter radicalmente contradictorio y potencialmente explosivo de las relaciones sociales capitalistas, al gestar en su interior las condiciones que posibilitan su superación. La “competencia genera concentración de capital, monopolios, sociedades anónimas”, “el intercambio privado genera el comercio mundial, la independencia privada genera la total dependencia del llamado mercado mundial”, “la división del trabajo genera aglomeración, coordinación, cooperación” y, sobretodo, “la antítesis de los intereses privados genera intereses de clase”. Como se puede ver, el capital es una “masa de formas antitéticas de unidad social, cuyo carácter antitético […] jamás puede explotarse por medio de metamorfosis silenciosas” (MARX, 2011, p. 107).
Marx muestra cómo cada parte del capitalismo está relacionada con otra. Es un sistema irracional por naturaleza, contradictorio, opresor y, por eso mismo, incontrolable. ¡Veamos!
El centro de este sistema es la producción relacionada a la acumulación de riquezas por las empresas individuales. Empresas que son una propiedad privada. No importa si son cooperativas o controladas por un capitalista o más de uno. Dentro de esas empresas, como propiedad privada, existe un control de hierro de las actividades, funciones, horarios, con el objetivo de producir la mayor cantidad posible de riqueza y obtener ganancias.
Si, por un lado, dentrode las empresas todo es rigurosamente controlado, por otro, no existe control alguno sobre la relación entre las empresas en la sociedad. Cada empresa produce mercancías para intercambiarlas en el mercado y que sean consumidas por un comprador que nadie sabe a priori quién es. Como todo se intercambia en el mercado, surge la necesidad del dinero, que permite comparar toda esa multitud de mercancías. Como se puede ver, si dentro de la empresa todo se padroniza, se divide y se regula; fuera de ella reina la inseguridad total: nada se puede prever con exactitud. ¿Los vehículos producidos por una ensambladora se venderán? ¿Los minerales extraídos de las minas encontrarán compradores? Puede ser que sí, puede ser que no. Nadie sabe exactamente cuándo ni dónde.
En esta inmensidad de empresas, existirán aquellas que se dedican a la producción de mercancías propiamente dichas: es el capital industrial. Ahí entran las ensambladoras de vehículos, productoras de calzados, alimentos, etc. Pero es necesario hacer que la mercancía llegue a las manos de los consumidores individuales, que son en su mayoría trabajadores. Por eso existe el capital comercial, responsable por distribuir las mercancías. Sin embargo, como no existe control de todas estas innumerables relaciones entre las empresas, dos ramos se desenvuelven para establecer las condiciones mínimas para que el sistema continúe existiendo.
El primero es es capital financiero bancario, que ofrece crédito y préstamos con una determinada tasa de intereses. El crédito es una forma particular de capital portador de intereses. Parte expresiva de las empresas que componen el capital industrial necesitan inversiones gigantes. Sus instalaciones son enormes y el sistema de maquinarias es muy caro. De esa forma, el capital bancario debe ofrecerle al conjunto de las empresas, en forma de préstamos, el capital que posibilite que su negocio funcione: es el comercio de dinero. Contraponer, así, el capital bancario al capital productivo es un absurdo, como indica Marx:
El sistema de crédito completa su desenvolvimiento como reacción contra la usura. Pero eso no debe ser mal entendido o interpretado como lo hacían los autores antiguos, los padres de la Iglesia, Lutero o los antiguos socialistas. El sistema de crédito no significa nada más que la sumisión del capital portador de intereses a las condiciones y necesidades del modo de producción capitalista. (MARX, 2017, p. 659-60)
Así, el sistema de crédito es una exigencia necesaria del modo de producción capitalista, sin el cual la reproducción del conjunto del sistema se torna imposible. Por ello, Marx ironiza las reformas propuestas por Proudhon, fundamentadas en el crédito gratuito:
mientras el modelo de producción capitalista continue existiendo, perdurará también, como una de sus formas, el capital portador de intereses, que de hecho constituye la base de su sistema de crédito. Solo aquel escritor sensacionalista, Proudhon, que quería mantener la producción de mercancías y abolir el dinero, fue capaz de imaginar el monstruoso crédito gratuito, esa pretendida realización del deseo piadoso, desde el punto de vista de la pequeña burguesía. (MARX, 2017, p.667)
En los días de hoy, como se sabe, la mayor parte de las corrientes que creen que es posible domar el capitalismo hacen lo contrario: sacralizan el capital productivo y demonizan el capital bancario sin darse cuenta de la conexión necesaria entre ellos.
Pero la principal institución es el Estado. El Estado garantiza un padrón monetario, como dólar y real, que sea aceptado tanto por los vendedores como por los compradores dentro de un país. Para regular la competencia entre las empresas, el Estado determina una jornada de trabajo y los derechos mínimos para cada trabajador. Como la fuerza de trabajo es una mercancía vendida y comprada en el mercado, una lucha entre trabajadores y capitalistas define el padrón mínimo de derechos. El Estado instituye ese padrón para todas las empresas. Define también las condiciones de compra y venta de las mercancías de empresas de diferentes países y, por lo tanto, negocia con otros Estados. Comos podemos percibir, el Estado no es capaz de controlar el mercado, sino de establecer las condiciones mínimas para que este funcione. Por eso mismo, para garantizar que la economía capitalista no se salga de la línea, los capitalistas pueden, a través del Estado, concentrar sus fuerzas para reprimir cualquier amenaza al sistema. Para eso están las fuerzas armadas, el derecho, los jueces y las leyes. Por eso hay constantes cambios en las formas políticas del Estado, de forma que pueda adecuarse a las necesidades del momento, considerando que hay que garantizar la manutención del sistema y de las clases sociales parásitas.
En ese sentido, nada puede oponerse más a la concepción marxista que la idea de transformar la sociedad, apropiándose del Estado capitalista. En ese sentido, Marx dice:
Las formas jurídicas, en las que esas transacciones económicas aparecen como actos de voluntad de los involucrados, como exteriorizaciones de su voluntad común y como contratos cuya ejecución puede ser impuesta por el Estado a las partes contratantes, no pueden determinar, como meras formas que son, ese contenido. Ellas solo pueden expresarlo. Cuando corresponde al modo de producción, cuando le parece adecuado, ese contenido es justo; cuando lo contradice, es injusto. La esclavitud, sobre la base del modo de producción capitalista, es injusta, así como el fraude en relación a la calidad de la mercancía. (MARX, 2017, p. 386-7)
Como se puede ver, la crítica a la sociedad burguesa, expuesta por Marx, no se fundamenta en una condenación moral de esta, tampoco en una ética universal del hombre, cimentada en principios eternos de justicia. Antes de eso, los presupuestos para las relaciones de producción socialistas aparecen en el seno de la propia sociedad burguesa. Si “no encontrásemos veladas en la sociedad [burguesa] , tal como es, las condiciones materiales de producción y las correspondientes relaciones de intercambio para una sociedad sin clases, todos los intentos para explotarla serían quijotadas”. (MARX, 2011, p. 107)
El reformismo no es un mal menor
Todo el sistema, por lo tanto, está dirigido a garantizar el origen y la fuente de toda la riqueza dentro de las empresas. Esto es: que el dueño de la empresa se apropie de parte de la riqueza producida por sus respectivos trabajadores y que continúe haciendo lo mismo año tras año.
La ilusión de los reformistas, por lo tanto, es creer que algunas de las partes de este sistema pueden alterarse en su naturaleza y hacer que el conjunto funcione de otra manera. Que es posible, como pensaba Proudhon, abolir el dinero y mantener la mercancía. Acabar con los capitalistas y mantener la acumulación de capital dentro de las empresas.
De la misma manera que Proudhon, en los días de hoy, innumerables organizaciones creen que es posible humanizar el capitalismo. O sea, resolver los problemas de la clase trabajadora sin destruir en su conjunto el sistema que produce esos mismos problemas. Algunos, como Ciro Gomes en Brasil, creen que el problema es el capital bancario y financiero. Su programa defiende el capital productivo e industrial contra el capital que comercializa dinero. Otros creen que a través del Estado es posible transformar la sociedad y transferir la riqueza producida para los más pobres, fomentando políticas del consumo de las familias. Existe también una vertiente nacionalista. Ellos creen que la solución es favorecer a las empresas nacionales, privadas o estatales, contra las empresas extranjeras. Como podemos ver, tenemos varios tipos de reformismo.
Todos esos programas reformistas pueden incluso tener razón en varias de sus críticas a este u otro problema particular. Sin embargo, cuando intentan alterar el sistema, usando sus propios engranajes, son tragados por este. Eso pasa porque todas esas partes ( mercancía, dinero, trabajadores y capitalistas, capital industrial, bancario y el propio Estado) están articuladas entre sí y forman parte de un mismo sistema. Alimentan los mismos engranajes. Por eso, Marx luchó contra los reformistas nacionalistas, como el italiano Mazzini, líder de la unificación italiana en un único Estado. Luchó también contra los reformistas sindicalistas que se limitaban a las pautas salariales y al empleo en los límites del capitalismo y de las leyes instituidas por el Estado.
Pero el principal problema, para Marx, no es únicamente el hecho de que las ideas reformistas estén equivocadas. El problema principal es que tales ideas son disputadas dentro de las organizaciones de los trabajadores. Cuando son puestos en práctica, tales proyectos de reforma, llevan a la desmoralización por mostrarse impotentes en la consecución de sus fines. De ahí la necesidad de un programa claro que apunte el sentido de destrucción del capitalismo y su Estado y la imposibilidad de reformarlo. Por ello, el reformismo no era, para Marx, un mal menor. Se trataba de concepciones que debían ser derribadas y destruidas dentro de las organizaciones obreras.
Por ello, toda su obra económica no fue escrita con un interés meramente teórico. Su primer manuscrito sobre El Capital, los Grundrisse, fue escrito justamente con la crisis europea y la imposibilidad de una revolución. En ese sentido, Marx le informa a Engels: “Estoy trabajando como un loco, noche adentro, para reunir mis estudios de economía para poder al menos comprender los contornos claramente antes del diluvio [el diluvio es la revolución europea que Marx previó]”. ¿Por qué Marx quiere concluir un estudio de economía en el momento en que se acerca una revolución? La respuesta está en otra carta enviada a su amigo Joseph Weydemeyer donde dice lo siguiente: en ese escrito se destroza el socialismo proudhoniano en sus fundamentos, actualmente de moda en Francia, que pretende dejar subsistir la producción privada y organizar el intercambio de productos privados. Quiere la mercancía pero no el dinero. El comunismo debe deshacerse antes de todo lo que viene de ese hermano falso”.
La lucha de Marx contra los reformistas, por lo tanto, fue la lucha contra los hermanos falsos del comunismo. Al final, no son suficientes las buenas intenciones. Un camino equivocado lleva el movimiento a la desmoralización y a la derrota. Como dirá Marx en El Capital: “el camino para el infierno está lleno de buenas intenciones”. Es necesario un programa que tenga como objetivo destruir el capitalismo en sus bases. Si no es así, estaremos luchando contra el viento.
Referencias
MARX, K.. O capital – Crítica da Economia Política . Livro III. São Paulo: Boitempo, 2017.
MARX, K. Grundrisse. Rio de Janeiro: Boitempo Editorial, 2011.
Traducción: Davis