Este año conmemoramos 80 años de la fundación de la IV. Vamos a hacer una serie especial sobre la IV en nuestro site, que inauguramos ahora con la primera parte del artículo de abertura.
Por: Eduardo Almeida
I – IV Internacional: las condiciones de su fundación
Hace ochenta años, el 3 de setiembre de 1938, se fundó en París la IV Internacional. Hoy, la tarea de su reconstrucción es más necesaria que nunca. La polarización creciente de la situación política mundial, la crisis del estalinismo y de las otras organizaciones reformistas abren espacios que exigen la construcción de partidos revolucionarios y de la IV Internacional para avanzar. En caso de que eso no se dé, vendrán nuevas derrotas de los procesos revolucionarios.
Las condiciones que envolvieron el congreso de fundación de la IV mostraban el momento político que se vivía. El ascenso del nazismo y del estalinismo imponían una situación de retroceso general. La feroz persecución política del estalinismo llevó a tomar medidas de seguridad extremas. Trotsky no estuvo presente y el congreso duró solo un día. Algunos días antes, fue secuestrado y muerto por la policía secreta de Stalin el secretario general de la IV y organizador del congreso, Rudolf Klement, que llevaba la propuesta de estatutos.
Se votaron solo algunos documentos: el Programa de Transición, un esbozo de estatutos (informados oralmente, porque el texto original despareció con Klement), un manifiesto contra la guerra, una resolución sobre la juventud y [se leyeron] algunos saludos.
La propuesta de la IV nació en 1933, después de que la Tercera Internacional respaldó la política desarrollada por el Partido Comunista alemán, que rechazó el frente único con la socialdemocracia y facilitó la victoria de Hitler. No fue siquiera la enorme traición del estalinismo lo que en aquel momento llevó a Trotsky a la ruptura. Sino, sí, el hecho de que frente a esta traición no hubo ninguna reacción en la Tercera, mostrando que la Internacional estaba burocratizada y muerta para la revolución.
En ese momento, Trotsky llegó a la conclusión de que era necesario fundar la IV Internacional. Esa era la única forma de preservar los principios leninistas y estar preparados para el próximo ascenso revolucionario que, probablemente, vendría después de la Guerra Mundial que se aproximaba.
La situación era muy difícil. Por un lado, el avance rápido del nazismo. Por otro, el estalinismo desarrollaba una política desastrosa con la Tercera, ayudando a derrotar también los procesos revolucionarios en España y Francia. Además, llevaba adelante un ataque brutal contra todo lo que quedaba de la vieja dirección bolchevique. Con los procesos de Moscú, bajo falsas acusaciones, mató a la mayor parte de la dirección bolchevique que dirigió la revolución rusa. Los seguidores de Trotsky murieron en los campos de concentración de la URSS o por la acción de la policía secreta estalinista que los perseguía en Europa.
Trotsky tuvo que enfrentar la resistencia de sus propios simpatizantes para fundar la IV Internacional. En el Programa de Transición responde: “Los escépticos preguntan: pero, ¿llegó el momento de crear una nueva internacional? Es imposible, dicen, crear una Internacional “artificialmente”, “solo grandes acontecimientos pueden hacerla surgir”, etc. (…) La Cuarta Internacional ya surgió de grandes acontecimientos: las mayores derrotas del proletariado en la historia”.
“La causa de esas derrotas está en la degeneración y en la traición de la antigua dirección. La lucha de clases no admite interrupción. Para la revolución, la Tercera Internacional, después de la Segunda, murió. ¡Viva la IV Internacional!”
“¿Es débil? Sí, sus filas no son numerosas, porque todavía es joven. Por ahora hay principalmente cuadros. Pero esos cuadros son la base del futuro”. “Fuera de esos cuadros, no hay en el planeta una sola corriente revolucionaria digna de ese nombre. Si nuestra Internacional es débil numéricamente, es fuerte por su doctrina, su programa, su tradición, el temple incomparable de sus cuadros”.
Menos de seis mil militantes integraban la IV en su nacimiento: Estados Unidos (2.500 militantes), Bélgica (800), Francia (600), Polonia (350), Alemania (200, de los cuales 120 estaban presos), Inglaterra (170), Checoslovaquia (entre 150 y 200), Grecia (100), Brasil (50), Chile (100), Cuba (100), África del Sur (100), Canadá (75), Holanda (50), Australia (50), España (entre 10 y 30), México (150).
Incluso en esas dificilísimas condiciones, la fundación de la IV fue un acierto. La III Internacional, en aquel momento, había sido completamente degenerada por el estalinismo. El objetivo era establecer un hilo de continuidad con la tradición marxista que se había expresado en la revolución rusa y en los cuatro primeros congresos de la Tercera.
El Programa de Transición sigue siendo hasta hoy la referencia programática más importante de los revolucionarios socialistas. Sintetiza la comprensión del mundo y de las tareas de los revolucionarios en una nueva situación, después de la burocratización de la URSS.
Trotsky consideraba la construcción de la IV Internacional la tarea más importante de su vida: “Continuo pensando que el trabajo en que estoy empeñado, a pesar de su carácter extremadamente insuficiente y fragmentario, es el más importante de mi vida; más que el de 1917, o el de la guerra civil, o cualquier otro.
Para expresarme con más claridad, diría lo siguiente. Si yo no hubiese estado en Petrogrado en 1917, la revolución de octubre se habría producido de cualquier forma, con la condición de que Lenin estuviese presente en la dirección…
Por eso, no puedo decir que mi trabajo fue “indispensable” ni siquiera en el período entre 1917 y 1921. Pero ahora, mi trabajo es “indispensable” en todos los sentidos. En esta afirmación no hay la menor arrogancia. La destrucción de las dos internacionales planteó un problema que ninguno de sus dirigentes es capaz de resolver… no queda nadie sino yo mismo para llevar a cabo la misión de armar a una nueva generación con el método revolucionario, sobre las cabezas de los dirigentes de las internacionales: la Segunda y la Tercera”.
II- La destrucción de la IV
Pero Stalin también sabía de la importancia histórica de Trotsky. El 20 de agosto de 1940, un agente estalinista, Ramón Mercader, mató al viejo revolucionario en México.
La IV Internacional, recién fundada, sufrió una pérdida brutal. A eso se juntó una evolución muy difícil de la realidad objetiva. Trotsky había previsto la aproximación de la Segunda Guerra Mundial, y que la IV se masificaría con los procesos revolucionarios que la acompañarían. En su mensaje a la Conferencia de Fundación de la IV, él terminó así: “Permítanme terminar con una previsión: durante los próximos diez años el programa de la Cuarta Internacional se transformará en la guía de millones de personas y esos millones de revolucionarios sabrán cómo dar vuelta el cielo y la tierra”.
El fin de la Segunda Guerra Mundial realmente generó un gran ascenso revolucionario, con la derrota del nazismo, la liberación de las colonias, y la expropiación del capitalismo en varios países. Pero, al contrario de la previsión de Trotsky, fue el estalinismo el que estuvo en la dirección de esos procesos. El aparato estalinista ganó una dimensión internacional inédita, al dirigir Estados que cubrían un tercio de la humanidad. Y eso generó expectativas para la vanguardia de todo el mundo en las direcciones estalinistas y limitó el espacio político para el crecimiento de la IV Internacional.
Eso ocurrió exactamente en un momento en que la IV había perdido a su principal dirigente. Esos son elementos que ayudan a entender la crisis que vino después. Pero no se puede tener una comprensión determinista de esa crisis. Lo que llevó a la destrucción de la IV fue que la nueva dirección, frente a esa difícil situación, capituló directa y abiertamente al estalinismo. La crisis era casi inevitable; la destrucción fue responsabilidad de la nueva dirección de la IV.
El Tercer Congreso de la IV Internacional en 1951, bajo la dirección de Michel Pablo y Ernest Mandel, votó el documento de Pablo “Adónde vamos”. Ese documento preveía una nueva guerra mundial del imperialismo contra la URSS, y que en función de la guerra, los Estados obreros dirigidos por las burocracias estalinistas se tornarían aliadas en la movilización revolucionaria de las masas. Los partidos estalinistas serían las vanguardias de las luchas por decenas de años, y la única alternativa para los revolucionarios era hacer un “entrismo sui generis” en esos partidos. Esa táctica entrista era distinta de la propuesta por Trotsky en los partidos socialdemócratas en la década del ’30, porque no se trataba de un período corto para combatir las posiciones de las direcciones socialdemócratas y ganar a un sector revolucionario para una posterior ruptura. Era un “entrismo” para permanecer, para aconsejar a los partidos comunistas, hasta la lucha por el poder.
Así, la IV renunció a la lucha contra los aparatos reformistas y a la construcción de partidos revolucionarios. Eso llevó a su destrucción, que ocurrió en 1953 y, en realidad, nunca fue superada.
En aquel momento, hubo una posibilidad de revertir la destrucción. Una oposición internacional que fue tomada por el SWP (mayor partido trotskista en la época), el partido francés dirigido por Lambert, el inglés dirigido por Heally, y el argentino dirigido por Nahuel Moreno. Con esa base, sería posible asumir la lucha por la reconstrucción de la IV. Pero el SWP, que asumió esa tarea, priorizó su propia construcción, con un desvío nacional trotskista, y se abortó esa posibilidad.
En 1963, a partir del reconocimiento de Cuba como un Estado obrero, se dio la unificación de la mayor parte de las corrientes trotskistas. Ahí se originó el llamado Secretariado Unificado de la IV. No obstante, no se hizo un balance de los desvíos anteriores y la dirección del SU permaneció en manos de Mandel, con la misma postura de capitulación a las direcciones mayoritarias del movimiento. Como afirmamos en las Tesis de Fundación de la LIT:
“… cada gran acontecimiento de la lucha de clases (principalmente cada gran victoria revolucionaria de dimensión mundial) motivó, en algún sector de nuestro movimiento, una tendencia a la adaptación a la dirección burocrática o nacionalista de esta victoria”.
Con eso, estas direcciones capitularon seguidamente a todo tipo de direcciones pequeñoburguesas y reformistas del movimiento de masas, como el maoísmo, el guevarismo guerrillerista, el castrismo, el sandinismo, el MFA portugués. Así se llevó a la IV de crisis en crisis, desaprovechando innumerables oportunidades de reconstrucción de nuestra Internacional.
Una vez más, el factor decisivo no fue la realidad objetiva desfavorable o, incluso, las presiones de los aparatos. Lo determinante fue la respuesta dada a esas presiones, fue la política de las direcciones del SU de capitular a las direcciones reformistas y nacionalistas burguesas del movimiento de masas. Eso impidió la reconstrucción de la IV.
III- Bolchevismo (y trotskismo) y estalinismo son opuestos
Una parte de la campaña de la burguesía contra los revolucionarios es intentar identificarlos con el estalinismo. Como si los bolcheviques leninistas que hicieron la revolución rusa y los estalinistas que la destruyeron fuesen la misma cosa. No lo son. Y el trotskismo, que es el legítimo heredero del bolchevismo, es también opuesto al estalinismo.
Los bolcheviques siempre depositaron todas sus esperanzas en la revolución internacional y, en particular, la europea. La revolución rusa consiguió quebrar la cadena capitalista en su eje más débil, la Rusia atrasada. Pero la estrategia socialista presupone la planificación internacional de la economía y no el “socialismo en un solo país”. Solo el desarrollo de las fuerzas productivas en escala internacional puede dar las bases materiales para el avance en dirección al socialismo. El socialismo es por su naturaleza internacional y solo puede triunfar definitivamente derrotando al capitalismo en escala mundial.
No obstante, la revolución fue derrotada en Alemania en 1919 y en 1923, así como en varios países europeos. En 1927, una nueva derrota en China. La revolución rusa quedó aislada.
Por otro lado, el proletariado ruso tuvo que enfrentar y derrotar a los ejércitos de los dos mayores países imperialistas. Pero pagó por eso un precio muy caro, con buena parte de los obreros (en particular de su vanguardia) muertos en los campos de batalla.
El aislamiento mundial no permitió que esa economía pudiese avanzar más allá de cierto punto. El proletariado, desgastado por la pérdida de sus mejores combatientes, no pudo sostener el régimen creado en 1917. Del propio proletariado nació la burocracia, que se aprovechó del reflujo de la revolución mundial y del aislamiento de la revolución rusa para tomar el poder.
El atraso económico ruso generó las tendencias burocratizantes que fueron desarrolladas. La contrarrevolución estalinista cambió completamente el régimen de los soviets. La democracia interna fue suprimida en el partido bolchevique y después en los soviets. La vieja guardia bolchevique fue presa y, en su mayoría asesinada. Muchos fueron juzgados en los “procesos de Moscú” y fusilados. Trotsky fue asesinado en el exilio, en 1940. Toda y cualquier oposición en los soviets pasó a ser perseguida y aniquilada. El ambiente artístico dejó de ser libertario y polémico al imponerse una censura estúpida y reaccionaria. El “realismo socialista” se tornó el “arte oficial”, en realidad una pieza de propaganda del régimen. Mayakovski se suicidó en 1930, Malevich murió abandonado en 1935.
Las conquistas contra las opresiones de la mujeres y los homosexuales fueron revertidas. La opresión nacional revivió. Y la URSS se transformó de nuevo –como en la Rusia zarista– una “prisión de los pueblos”.
La III Internacional dejó de ser una palanca para la revolución mundial y se transformó en un brazo obediente de la burocracia soviética, hasta que fue disuelta por Stalin en 1943, como demostración de buena voluntad para con el imperialismo.
La propaganda imperialista se empeña en igualar estalinismo y bolchevismo, en lo que es ayudado por todo el aparato estalinista. Esa es una maniobra ideológica esencial para apagar los primeros años de la revolución rusa.
Sin embargo, el estalinismo fue el agente y la expresión de la derrota de la revolución. Solo se impuso a través de una verdadera guerra civil. La dictadura estalinista masacró a más de 700.000 personas, comenzando por la mayoría del Comité Central (CC) que dirigió la revolución de 1917.
El estalinismo fue el mayor aparato contrarrevolucionario al interior del movimiento obrero de toda la historia. Tenía la autoridad usurpada de la revolución rusa y una enorme suma de recursos por el control del aparato del Estado de la URSS (y después de los otros Estados obreros burocratizados). Podía convencer o corromper a gran parte de la vanguardia que surgía en todo el mundo.
La ideología oficial del estalinismo combinaba la construcción del “socialismo” en la URSS (“socialismo en un solo país”) y la coexistencia pacífica con el imperialismo. Eso llevó a grandes derrotas de los procesos revolucionarios.
La dirección ya estalinizada de la Tercera tuvo responsabilidad en la derrota de la revolución en 1923 en Alemania y en 1927 en China. Después, el estalinismo facilitó la victoria de Hitler en Alemania al negarse a la política de frente único, en el llamado “tercer período” ultraizquierdista. Hizo un giro a la derecha hacia la política de los frentes populares (coaliciones con las burguesías “progresistas”, táctica nunca más abandonada) llevando a la derrota de la revolución española.
En la posguerra, Stalin determinó que los PCs de Francia e Italia entregasen a la burguesía el poder que le había sido destruido con la derrota del nazifascismo. Así, el estalinismo posibilitó que el imperialismo sobreviviese en el centro de Europa.
Los reflejos sobre la economía enseguida comenzaron a sentirse en el Estado obrero ruso. El fracaso de la estrategia del “socialismo en un solo país” era evidente. En un primer momento, esos límites fueron relativos, posibilitando aún un gran crecimiento de la economía. Pero luego se transformaron en absolutos. La economía de la URSS y de los otros Estados obreros burocratizados entraron en decadencia en la década de 1960 del siglo pasado. Progresivamente, las burocracias fueron profundizando los lazos de dependencia económica de esos Estados con el imperialismo, en particular por el mecanismo de la deuda externa. Junto con eso, fueron poco a poco introduciendo reformas económicas con más y más elementos de mercado en esas economías.
Los trabajadores, cada vez más descontentos, se rebelaron contra las dictaduras estalinistas. Las revoluciones políticas en Alemania (1953), Hungría (1956), Checoslovaquia (1968), y Polonia (1980) pusieron al estalinismo en una fuerte crisis. Pero esas revoluciones fueron derrotadas por la represión directa de las tropas de la URSS o de las burocracias estalinistas. Al final, la burocracia dejó de lado planes parciales de reformas y avanzó hacia la restauración del capitalismo en esos países. Las burocracias comandaron el proceso de restauración desde los Estados, comenzando por Yugoslavia, en la década de 1960, China hacia finales de los años ’70, y en la URSS, con la asunción de Gorbachov, en 1985-1987.
Los levantamientos ocurridos en la URSS y en el Este europeo en la década de 1990, se dieron ya contra la caída brutal del nivel de vida (rebaja salarial, hiperinflación, desabastecimiento, especulación desenfrenada) determinada por la restauración del capitalismo. Las masas se enfrentaron con las dictaduras estalinistas, que en aquel momento ya comandaban Estados burgueses. El aparato mundial del estalinismo acabó por ser derrotado por la acción de las masas. Pero, por la ausencia de direcciones revolucionarias, quien asumió el poder fueron direcciones burguesas, oriundas muchas veces de las mismas burocracias.
La restauración del capitalismo fue la última traición del estalinismo a la causa del proletariado mundial. El imperialismo se aprovechó de eso para lanzar la gigantesca campaña de que el “socialismo murió”, igualando estalinismo y socialismo. Esa campaña busca mostrar el capitalismo como única alternativa para la humanidad, y la democracia burguesa como el objetivo general de todos los pueblos.
Hoy, el estalinismo es repudiado ampliamente en todo el mundo. El trotskismo, que se opuso directamente al estalinismo y por eso pagó con la vida de centenas de miles de cuadros, es el heredero del bolchevismo.
IV- Socialismo o barbarie
Hoy, al contrario de lo que defienden los propagandistas del capitalismo, la disyuntiva “socialismo o barbarie” es más actual que nunca.
El Manifiesto Comunista, 170 años después de su publicación, continúa actual:
“… el obrero moderno, en lugar de elevarse con el progreso de la industria, se hunde cada vez más bajo las condiciones de su propia clase. El obrero se vuelve un indigente y el pauperismo se desarrolla aún más de prisa que la población y la riqueza”.
El Programa de Transición, con sus 80 años, afirma que:
“Las fuerzas productivas de la humanidad han cesado de crecer. Las nuevas invenciones y los nuevos progresos técnicos no conducen a un crecimiento de la riqueza material. Las crisis de coyuntura, en las condiciones de la crisis social de todo el sistema capitalista, aportan a las masas privaciones y sufrimientos siempre mayores”.
La crisis económica mundial de 2007-2008 destruyó la ideología neoliberal. Cada día que pasa revela más y más la verdadera cara de la explotación capitalista. Existen claros aspectos de barbarie en la realidad cotidiana.
Los trabajadores se enfrentan hoy con una fuerte caída de sus salarios, la precarización de la mayor parte de la fuerza de trabajo (solo un cuarto con empleos estables), pésimas condiciones de salud y educación públicas. Ya no está presente, ni incluso en los países imperialistas, la expectativa de ascenso social del pasado.
El planeta, en pleno siglo XXI, vive un profunda decadencia económica, cultural, moral e ideológica. Los refugiados por las guerras llegan a 60 millones de personas; el desempleo dejó de afectar a una minoría de la población que el capitalismo usaba como “ejército industrial de reserva” para alcanzar a poblaciones enteras. La mitad de los habitantes es de pobres y miserables. Una nueva crisis recesiva mundial se anuncia en el horizonte.
La violencia contra las mujeres, los negros y los homosexuales alcanza niveles absurdos. Existen claros indicios de barbarie en la periferia de cada una de las grandes ciudades del mundo. El calentamiento global amenaza el futuro del planeta.
O el proletariado retoma el ejemplo de la Revolución Rusa de 1917, o el capitalismo conducirá inevitablemente el mundo hacia la barbarie.
Pero, es ampliamente mayoritaria entre los trabajadores –y también en la vanguardia– la comprensión de que una revolución socialista hoy es imposible. Para nosotros, no es así. Es importante recordar la frase de Trotsky: “Toda revolución es imposible… hasta que se torna inevitable”.
Junto con los elementos crecientes de barbarie se profundizan las señales de inestabilidad económica o política en grandes partes del plantea. Existe una polarización social, económica y política creciente, que puede provocar nuevos procesos revolucionarios.
Los reformistas dicen que una revolución socialista no es posible porque “no está en la conciencia de las masas”; nos gustaría recordar las palabras de Lenin sobre este tema, en polémica con los reformistas de aquella época: “… en 1901, en Rusia nadie sabía ni podía saber que la primera “batalla decisiva” tendría lugar cuatro años más tarde –no olvide: cuatro años más tarde– y no sería “decisiva” … La revolución nunca cae del cielo ya pronta, y en el inicio de la efervescencia revolucionaria nunca nadie sabe si esta conducirá y cuándo a una revolución “verdadera”, “auténtica”.”
Lenin escribe estas palabras poco menos de dos años antes de la Revolución de Octubre, cuando luchaba en posición absolutamente minoritaria contra los partidos socialdemócratas que capitulaban a las burguesías imperialistas en guerra.
No estamos profetizando ninguna revolución socialista en pocos años. Evidentemente, falta un largo camino para la construcción de una dirección revolucionaria con influencia de masas sobre el proletariado, como fue el partido bolchevique. Estamos polemizando con los reformistas que hacen de todo para atrasar la conciencia de los trabajadores y después argumentan el “atraso en la conciencia” para decir que la revolución es imposible. Con el mismo método leninista, defendemos el estímulo a las luchas directas de los trabajadores y que ellos rompan con esas direcciones reformistas.
V- La necesidad de la reconstrucción de la IV
Hoy, la necesidad de la reconstrucción de la IV se impone. La restauración del capitalismo en los antiguos Estados obreros burocratizados, el derrumbe de las dictaduras estalinistas y del aparato estalinista mundial confirmaron las previsiones de Trotsky sobre la burocracia. La gran crisis mundial del capitalismo de 2007-2008, generó un enorme descrédito sobre la “victoria del capitalismo”, como decían los propagandistas de la burguesía. Los ataques durísimos de los planes neoliberales obligan a los trabajadores a salir a la lucha, generando un creciente proceso de polarización de la lucha de clases e inestabilidad política, con enormes desigualdades de país a país. La crisis del estalinismo y de los aparatos reformistas libera fuerzas de reorganización del movimiento de masas. Muchas veces se fortalecen alternativas de ultraderecha, así como de izquierda.
En esa realidad, existe una enorme contradicción: mientras el programa de la IV se confirma por la realidad, como organización mundial la IV aún no existe. Por eso, la tarea de su reconstrucción es una necesidad.
El Programa de Transición sigue siendo la principal referencia programática hasta hoy. Trotsky, en agosto de 1933, decía que sus bases estaban en el Manifiesto Comunista y en los cuatro primeros congresos de la III Internacional (hechos aún bajo la dirección de Lenin y Trotsky):
“No puede haber política revolucionaria sin teoría revolucionaria. Aquí es donde tenemos menos necesidad de partir de cero. Nos basamos en Marx y Engels. Los cuatro primeros congresos de la Internacional Comunista nos legaron una herencia programática de valor inestimable… Una de las tareas primarias, más urgentes de las organizaciones que levantan la bandera de la regeneración del movimiento revolucionario, consiste en separar las decisiones de los cuatro primeros congresos, ponerlas en orden y dedicarles una discusión seria a la luz de las tareas futuras del proletariado”.
El Programa de Transición se apoya en primer lugar en el Manifiesto Comunista, en la teoría de la lucha de clases, en la defensa de la independencia de clase, en el internacionalismo obrero y la dictadura del proletariado. Incorpora también todas las elaboraciones centrales del leninismo, que incluye la comprensión de la época imperialista y sus consecuencias de guerras y revoluciones.
El Programa de Transición supera así la separación entre el programa mínimo (de las reivindicaciones inmediatas como aumentos salariales o contra el desempleo) y el máximo (lucha por el poder), típico de la socialdemocracia en la época ascendente del capitalismo, y usado hasta hoy por los reformistas. El Programa de Transición busca movilizar a los trabajadores a partir de sus luchas cotidianas, y apuntar desde ahí un sistema de consignas en la agitación política y en la propaganda para la necesidad de luchar contra el gobierno, el régimen y el sistema capitalista, para la necesidad de la lucha por el poder.
“Es necesario ayudar a las masas, en el proceso de la lucha cotidiana, a encontrar el puente entre sus reivindicaciones actuales y el programa socialista de la revolución. Ese puente debe contener un sistema de reivindicaciones transitorias, que partan de las condiciones actuales y de la actual conciencia de amplias camadas de la clase obrera y conduzcan invariablemente a un solo resultado final: la conquista del poder por el proletariado”.
Se trata de una incorporación y superación de las elaboraciones anteriores, incluyendo la comprensión del mundo a partir de un nuevo hecho histórico que fue la burocratización de la URSS. Incorpora una definición que sigue extremadamente válida hasta los días de hoy:
“Parte de definir que la crisis de la humanidad es la crisis de dirección, de su dirección revolucionaria, y que, por lo tanto, la gran tarea es avanzar en la superación de esa crisis”.
Esa comprensión del mundo y de las tareas de los revolucionarios permite decir que el marxismo actual es el trotskismo. Ninguna variante sustituye la evolución de la realidad en ese pasaje del siglo XX al XXI. Evidentemente, el Programa de Transición necesita ser actualizado, como vamos a discutir más adelante. Pero, innegablemente, es la base para cualquier programa revolucionario hoy.
No obstante, si el programa de la IV pasó la prueba de la historia, no se puede decir lo mismo del movimiento trotskista. Buena parte de las organizaciones que tienen origen en el trotskismo abandonaron el Programa de Transición y dejaron de lado la tarea de reconstrucción de la IV. El resultado es que la IV, como organización mundial nunca fue construida ni reconstruida, y hoy no existe.
En realidad, la IV proyectada por Trotsky era simplemente la continuidad de la III Internacional de los primeros cuatro congresos, antes de su burocratización. El proyecto era semejante al de la Tercera, ahora contenido en el Programa de Transición. Ese proyecto nunca pudo materializarse, ni en vida de Trotsky ni posteriormente.
Esa es la tarea necesaria hoy. Por fortuna, la lucha por la reconstrucción de la IV está viva y tiene puntos de apoyo en la realidad. La LIT, fundada por Nahuel Moreno, es su base más importante. Fue formada en una larga batalla de más de 40 años, que consiguió preservar en los marcos del trotskismo a un importante número de organizaciones y militantes, pero no consiguió impedir la dispersión de la mayoría del trotskismo y la destrucción de la IV Internacional. La LIT es un embrión de Internacional, al servicio de la reconstrucción de la IV.
Traducción: Natalia Estrada.