El nuevo presidente de los EEUU de América, Donald Trump, anunció recientemente la retirada de su país del acuerdo climático de París, un acuerdo internacional que involucra a la práctica totalidad de países del mundo para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), y con ello los efectos del cambio climático. EEUU es hoy el segundo emisor en números totales de GEI.Por J. Parodi
La retórica usada para justificar esta decisión alude a que supondría una “desventaja competitiva” para su país respecto al resto del mundo. Trump declaró en su rueda de prensa que “este acuerdo tiene poco que ver con el clima y más con otros países sacando ventaja de Estados Unidos”.
A pesar de que las evidencias científicas son completas (la temperatura global se ha elevado ya alrededor de 1Cº desde niveles pre-industriales), Trump es un conocido negacionista del cambio climático, y ha ubicado al frente de la Agencia de Protección Ambiental a Scott Pruitt, quien denunció hasta 14 veces a dicha agencia en el pasado. En el momento de escribir estas líneas, decenas de personas acababan de morir calcinadas en un incendio forestal producido en Portugal, entre otras razones, por las inusualmente elevadas temperaturas.
El acuerdo de París es una farsa
La decisión de Trump ha provocado un rechazo global de líderes políticos y empresariales. En realidad, habría que recordarles que el acuerdo global que ellos defienden es simplemente una declaración pública de intenciones a comenzar a aplicarse en 2020. El acuerdo de París no es vinculante ni contempla ningún tipo de sanción para los incumplidores. El “gran logro” de la Comunidad Internacional después de décadas de emisiones desenfrenadas se resume básicamente a haberse hecho una foto en la que los incumplidores de acuerdos anteriores se comprometen a que en un futuro más o menos lejano empezarán a cumplir.
A pesar de las airadas reacciones y las retóricas de compromiso, los hechos muestran que la actitud de los distintos gobiernos es en el fondo bastante parecida respecto a la cuestión climática.
Pero incluso aceptando que se cumplan los acuerdos voluntarios ya establecidos, se estima que eso aún haría subir más de 3ºC adicionales la temperatura, cuando la recomendación científica es no superar en ningún caso +1ºC adicional para evitar posibles fenómenos imprevisibles y descontrolados.
Los trabajadores y el clima
Otro de los argumentos que Trump esgrimió en su discurso para romper el Acuerdo de París es la defensa del empleo estadounidense. “No vamos a perder empleos. Por la gente de este país salimos del acuerdo. Estoy dispuesto a renegociar otro favorable para Estados Unidos, pero que sea justo para sus trabajadores”.
En realidad este argumento es doblemente falso. Primero, porque las energías renovables generan más empleo por unidad energética producida que los combustibles fósiles. Y porque al final suelen ser los trabajadores y la gente más humilde quien paga la cuenta de los desastres ambientales. Un ejemplo que les sonará a los estadounidenses es el del Huracán Katrina.
El quid de la cuestión en realidad no es ninguna disputa por la creación de empleo, sino por la apropiación de los gigantes beneficios de las corporaciones energéticas. Los combustibles fósiles son a día de hoy su mayor fuente de ingresos, y los magnates no van a dejarlos en el subsuelo sin explotar amablemente “para evitar el cambio climático”.
La única opción para aminorar el cambio climático es romper con esa lógica del beneficio privado e impulsar medidas de claro carácter anti-capitalista. Es necesario quitar de las manos de las corporaciones las políticas energéticas y desarrollar una fuerte planificación pública de la misma, impulsando las energías renovables y contundentes medidas de ahorro energético. El músculo financiero que necesitaría ese plan sólo podría obtenerse de “meterle mano” a las grandes fortunas y a las entidades financieras. A final de cuentas la única manera de no cambiar el clima es…. ¡cambiar el sistema!