Es difícil encontrar dirigentes políticos, personalidades públicas u hombres en general que en público digan algo diferente a condenar sin paliativos el asesinato de una mujer a manos de su pareja o ex pareja. La “condena a la violencia machista” pareciera ser unánime e incluso se clama desde diversos partidos por un gran “Pacto de Estado” contra la violencia machista.

Por Ángel Luis Parras

Y si la condena es tan unánime ¿cómo se explica esta lacra social? Hace muchos años en sus conversaciones con la revolucionaria alemana Clara Zetkin, Lenin decía: «Instrucción, cultura, civilización, libertad: todas estas palabras altisonantes van acompañadas en todas las repúblicas capitalistas, burguesas, del mundo, por una serie de leyes increíblemente infames, repugnantemente sucias, bestialmente burdas, que establecen la desigualdad de la mujer (…) y que otorgan privilegios a los hombres y humillan y degradan a la mujer”.

La violencia machista que se lleva por delante la vida de tantas mujeres no pasa de ser la expresión bárbara de una enfermedad social, el machismo, una ideología que recorre toda la sociedad, destinada a preservar el orden social dominante, el capitalista, y en la que toda la sociedad, hombres y mujeres, somos los transmisores, activos o pasivos, de esa ideología. Y es así, porque la ideología dominante es la ideología de la clase dominante, repetían los autores del Manifiesto Comunista, y toda la sociedad acaba impregnada en uno u otro grado de esa ideología.

Instalados en el cinismo, se “repudia” el asesinato de mujeres, mientras se transmite en las formas más burdas o más sutiles, de la cuna a la sepultura, la ideología que da pie a esa forma de barbarie.

Las manifestaciones burdas….

Eran los años finales de la década del 50 y una pareja de artistas recorría los escenarios, Juanito Valderrama y Dolores Abril. Una de sus coplas más populares fue “Pelea en broma”. La copla decía, entre otras:

No es hombre, ni bien nacido

el que ofende a una mujer

si no le da su querer

y luego la tira al río

con una piedra en los pies

Ni pegarle a la mujer

aunque sea mala

no reñirle ni pegarle

cogerla por el pescuezo

con mucha fuerza apretarla

se quita del mundo un güeso

 

En medio de una enorme popularidad, la “pelea en broma” hacía fortuna por los escenarios de todo el país. ¿Un episodio de hace más de 50 años? En absoluto, apenas hace unos días se podía ver “tranquilamente” en la Televisión pública (“Viaje al centro de la Tele”) rememorar la infame copla.

Sin duda que el régimen franquista alentaba la divulgación de semejante bazofia, pero desde el lado opuesto, no éramos pocos los que cantábamos las canciones de la que fuera un icono mundial de la izquierda, Joan Báez. La conocida activista norteamericana, involucrada en numerosas causas, desde la guerra de Vietnam, al apoyo por los derechos civiles o el movimiento LGTB, popularizó “El preso número nueve”, una canción que decía:

Al preso número nueve ya lo van a confesar

está encerrado en la celda con el cura del penal

Y antes del amanecer la vida le han de quitar

porque mató a su mujer y a un amigo desleal

Dice así al confesar

los maté si señor

y si vuelvo a nacer

yo los vuelvo a matar

Dando sobradas muestras de cómo se naturaliza la ideología machista, es posible editar varios tomos con perlas de los dirigentes políticos, de derechas y de “izquierdas”. Valga solo recordar al pepero Jose Manuel Castelao, en otro tiempo Presidente del Consejo General de la Ciudadanía Española en el Exterior, despachándose con aquello de: “las leyes son como las mujeres, están para violarlas”. O a otro insigne “socialista”, muy popular en sus mítines, Alfonso Guerra, diciendo aquello de: “Hay que convivir con la economía sumergida como con algunas mujeres. No se las puede eliminar”.

Se puede alegar que la violencia machista tiene grados y es cierto, pero las formas más bárbaras del machismo no son más que la punta, lo que asoma y “repele”, de un bloque mucho más grande y profundo, la ideología machista dominante. Dicho de otra manera, un Iceberg puede aparentar a simple vista no ser muy grande, pero no es más que la punta de una enorme masa que lo sostiene. Del agua apenas sobresale una octava parte de su volumen total. No pocos/as se han dejado la vida por desconocer que aquello que sobresalía no era más que la expresión en la superficie de algo más grande y profundo.

Y las sutiles….

Se ha extendido un concepto, el micromachismo, para definir una práctica de violencia en la vida cotidiana que sería tan sutil que pasaría prácticamente desapercibido pero que refleja y perpetúa las actitudes machistas y la desigualdad de las mujeres respecto a los hombres. Más allá de la polémica abierta sobre el concepto mismo, lo cierto es que existe una práctica cotidiana que “normaliza” la conducta machista, la “violencia de baja intensidad” que acaba siendo el caldo de cultivo en el que se nutren las formas más bárbaras de la violencia machista.

Son las actitudes que los hombres “normalizamos”, desde el lenguaje cotidiano, donde lo bueno es “cojonudo” y lo pesado y cansino “un coñazo”; los chistes y “bromas”, el trato grosero, el control económico, la agresividad, el maltrato sicológico, el control de la pareja…prácticas todas cotidianas que el entorno social legitima, normaliza porque son parte de esa ideología dominante. La ideología cala tan profundo que ni que decir tiene que el reparto de las tareas domésticas o el cuidado de los hijos se sustenta sobre la base de que la tarea “es de ellas” y los hombres “modernos”, “progresistas”, nos diferenciamos de los más bárbaros en que “ayudamos”.

Hay quiénes se espantan, con razón, de que en muchos jóvenes se van reproduciendo todas esas prácticas, un espanto que, por cinismo o ignorancia, no reconoce que los jóvenes siguen reproduciendo la ideología dominante.

Somos nosotros los que de manera consciente o inconsciente más nos hacemos cómplices cotidianos de la ideología machista y lo hacemos, reiteramos, consciente o inconscientemente, porque la relación entre hombres y mujeres se sustenta en la desigualdad, en una relación de privilegio de los primeros sobre las segundas.

El combate cotidiano al machismo y la clase obrera

No voy a detenerme porque se ha explicado, y muy bien, en otros artículos (ver Laura Requena, Página Roja, Noviembre 2016), cómo la lucha contra la violencia machista se convierte en postureo y cinismo, cuando se disocia ese combate de las medidas materiales, económicas, que permitan a las mujeres tener trabajo, igualdad salarial, disponer de guarderías y centros de mayores que le den una salida social a lo que ahora es una carga “feminizada”, acceso a vivienda pública de alquiler social… o acabar con los sucesivos recortes de los presupuestos contra la violencia machista. No hay combate contra la violencia machista sin poner patas arriba las “leyes increíblemente infames, repugnantemente sucias, bestialmente burdas, que establecen la desigualdad de la mujer” y las bases materiales que sustentan esa opresión.

Se afirma que el machismo como ideología dominante impregna a todas las clase sociales y los hombres somos machistas, así seamos burgueses o proletarios. Y efectivamente es así. La diferencia es que para los primeros esa opresión es parte esencial de su dominación social. Pero no podemos negar en forma alguna que también los hombres de la clase trabajadora obtenemos privilegios o ventajas personales concretas al mantener la opresión a las mujeres que nos rodean (la casa limpia al volver a ella, los hijos/as atendidas, ser el centro de atención y cuidados, “liberarnos” de la atención de los mayores ….) Ese privilegio material explica por qué tantos hombres de la clase obrera son o somos reacios a reconocer el machismo cotidiano.

Para la clase obrera el drama reside precisamente en que mientras para los burgueses perpetuar la ideología machista es condición sine quanon para sostener su dominación, para los trabajadores es una mecanismo que acaba perpetuando nuestra propia condena.

La defensa del machismo o su infravaloración, nos convierte a los trabajadores en aliados, voluntarios o involuntarios, pero aliados de la clase dominante y así “En el pecado llevamos la penitencia”.

No es difícil de entender para muchos trabajadores que necesitamos luchar “unidos”, que la clase obrera debemos unirnos para enfrentar las medidas de los Gobiernos de la Troika, defender nuestros derechos y cambiar esta sociedad, pero la clase obrera no somos algo homogéneo, las mujeres son más de la mitad de esa clase y si una mitad es cómplice por activa o pasiva de la opresión a la otra mitad, ¿Qué unidad se puede forjar así?

Que el machismo como ideología sea transversal a las clases sociales y que la violencia machista no distinga una clase de otra, no significa que para acabar con el machismo sea irrelevante la perpetuación de las clases y de la explotación de una minoría, la burguesía, sobre la inmensa mayoría la clase obrera. Acabar con el machismo, con su violencia en todas las formas, exige liquidar las bases materiales sobre las que se sustenta. Mientras perdure el sistema capitalista perdurará la opresión en todas sus formas.

De esta premisa básica, sin embargo no puede derivarse, como han hecho muchas corrientes políticas, en particular el estalinismo, que las tareas de combate al machismo y a la opresión de las mujeres deben quedar reducidas a “otra etapa”: la futura sociedad socialista. Volviendo al viejo Lenin:”Las relaciones entre los sexos no son un simple reflejo del intercambio entre la Economía social (…) El querer reducir directamente a las bases económicas de la sociedad la transformación de estas relaciones, aislándolas y desglosándolas de su entronque con la ideología general, no sería marxismo, sino racionalismo”.

El combate al machismo, exige el esfuerzo cotidiano y el compromiso colectivo e individual de los elementos más comprometidos y conscientes de la clase obrera, de las mujeres y de los hombres, contra ese cáncer social, sin esperar a una futura sociedad socialista para dar dicho combate. De hecho no podremos llegar a tal sociedad si las mujeres no participan de esta lucha. El combate a la violencia machista, a la “macro” y a la “micro”, debe estar presente en la vida cotidiana de las organizaciones obreras, de los partidos revolucionarios y de las organizaciones sindicales. Presente en sus reivindicaciones, en el propio combate diario de los hombres en las filas de nuestra propia clase y en la conducta nuestra en lo cotidiano para mostrar, con hechos, que la defensa de los oprimidos/as es una actitud sincera.

El 25N es una fecha que simboliza un combate, cuyo valor debe perseverar los 364 días restantes de cada año.