“El análisis crítico de la Revolución Rusa con todas sus consecuencias históricas constituye el mejor entrenamiento para la clase obrera e internacional, teniendo en cuenta las tareas que le aguarda como resultado de la situación actual” (Rosa Luxemburgo).
En 2017 se cumplen 100 años de los “Diez Días que Estremecieron el Mundo”, título de la obra del periodista norteamericano John Reed; del tremendo terremoto social que significó la Revolución de Octubre de 1917. Llega su centenario y surge una pregunta que, sin lugar a dudas, va a hacer correr ríos de tinta el año que viene, ¿qué queda, que se puede aprender de su experiencia?
Por Roberto Laxe
El capital y sus propagandistas insistirán en el fracaso de esa revolución, palpable, según ellos, a raíz de la desaparición de la URSS, el estado que surgiera de la Revolución de Octubre. Ya desde 1990 vienen afirmando que había llegado “el fin de la historia”, que las revoluciones obreras, proletarias, eran un engaño y estaban pasadas. El presente y el futuro es de la democracia liberal. A esta teoría de los apologistas del sistema se sumaron ardientemente la inmensa mayoría de las organizaciones obreras y la intelectualidad, repitiendo la letanía: la revolución obrera, el socialismo, es cosa del pasado, lo nuevo, la “nueva política” es la “regeneración de la democracia”.
En este marco, surge de nuevo la pregunta: ¿qué queda de los 10 Días que Estremecieron el Mundo?
El carácter de la revolución rusa
La Revolución de Octubre fue la primera experiencia con continuidad histórica (70 años) que demostró que es posible expropiar a la burguesía y construir una sociedad sin capitalistas. Anteriormente se había producido la Comuna de Paris, en 1871, que duró escasamente dos meses y fue ahogada en sangre. Los “versalleses”, es decir, la burguesía francesa con el apoyo prusiano, la derrotó y asesinó a miles de obreros y obreras parisinas que se habían atrevido a seguir el consejo de Marx de “asaltar los cielos”.
Como primer paso que fue, la Comuna tenía todos los defectos de la ingenuidad, del temor reverencial al mismo capital, como analizó Marx, al afirmar que su gran defecto fue que no se atrevieron a tomar el “sagrado” corazón del capital, el Banco de Francia. Aprendiendo de este error de la infancia del movimiento obrero, los bolcheviques no tuvieron ese temor, y cuando sonó la hora de “asaltar los cielos”, lo hicieron. No sin dudas, los debates entre ellos fueron grandes y profundos, pero se impuso la coherencia leninista, y el 25 de octubre (7 de noviembre según el nuevo calendario) de 1917, la clase obrera a través de los Soviets de Obreros y Soldados (Consejos Obreros), al frente de un ejército fundamentalmente campesino, tomaba el Palacio de Invierno, estableciendo el primer estado obrero de la historia, la URSS.
La historia tomo muchos derroteros, pues la revolución rusa se dio en un estado semi-feudal, cárcel de naciones, con una economía capitalista, en tiempos de una guerra mundial, lo que hizo que las tareas de lucha contra la autocracia, la reforma agraria y la autodeterminación, por la paz y contra el capitalismo se combinaran de una manera peculiar, provocando unos ritmos vertiginosos en los acontecimientos. En escasos 9 meses, de la revolución de Febrero a Octubre, se pasó de la servidumbre a la expropiación del capitalismo. Ante una burguesía incapaz ya de encabezar su revolución, como habían hecho años antes franceses e ingleses, la clase obrera, numéricamente reducida pero muy concentrada, encauzó las aspiraciones de millones de campesinos pobres, hartos de la servidumbre y la guerra.
La revolución de octubre no fue un “rayo en cielo sereno”, sino parte de una oleada revolucionaria que atravesó medio mundo, comenzando por el corazón del capitalismo en aquél momento, Europa. Los procesos revolucionarios que durante dos décadas acompañaron a la rusa fueron incontables, desde la Republica de los Consejos de Baviera hasta las revoluciones alemanas, la francesa o la española del 36.
Todos estos procesos fueron derrotados con el ascenso de las dictaduras fascistas, llevando al aislamiento de la URSS como única experiencia revolucionaria. Las mismas debilidades internas de la URSS surgida del estado europeo más atrasado, tras siete años de guerra mundial y guerra civil, junto con el aislamiento internacional, condujo al desarrollo de una burocracia reaccionaria interna que terminó por degenerar la URSS, dejándola inservible para la revolución mundial. Lo que cayó en 1989/90 no era la URSS revolucionaria del 17, sino su farsa; la URSS contrarrevolucionaria fruto de esa degeneración burocrática.
La Revolución Rusa y la constitución de la URSS fue un salto histórico tremendo, fue la demostración con todas las limitaciones, de que una sociedad puede desarrollarse, crecer y construirse sin necesidad de capitalistas, sino sobre la base de la nacionalización bajo control obrero de la propiedad privada de los medios de producción y distribución, y la planificación democrática de la economía. La expropiación es un salto de calidad en la vida social. Rusia en 1917 era uno de los estados más atrasados de Europa, en 1937 había alcanzado a todas las grandes potencias mundiales, que se debatía en las consecuencias de la crisis del 29, como explica Trotski en La Revolución Traicionada.
La esencia democrática de la Revolución de Octubre
La revolución rusa, en palabras de Andreu Nin, fue una revolución de “abajo arriba”. Los Soviets (los Consejos) son herederos directos de la Comuna de París, son la forma de democracia directa que la clase obrera rusa había construido en la gran experiencia de la revolución de 1905. A diferencia de un Sindicato, que solo abarca a los sectores más organizados de la clase, a su vanguardia, como una herramienta necesaria pero defensiva en la contradicción entre el capital y el trabajo; sus tareas son de “intermediación” entre el capital y el trabajo, que esta venda su fuerza de trabajo en las mejores condiciones posibles, bajo el régimen de la democracia obrera.
Los Consejos, por el contrario, agrupan al conjunto de la clase, desde los centros de trabajo, barrios, etc.; solo surgen en momentos históricos muy precisos, cuando la clase obrera como tal enfrenta no solo las relaciones laborales normales, sino la explotación de conjunto. Un consejo obrero tiende, por su dinámica interna, no a la negociación con el patrón sino a cuestionar el poder dentro de la empresa, al control de la producción. Si este Consejo se desarrolla a escala de todo el aparato productivo, al coordinarse entre ellos comienza a convertirse en un poder obrero alternativo al estado capitalista. Surge, de esta manera, el doble poder y van a constituir las instituciones básicas de la dictadura del proletariado.
Es efímero porque una sociedad no puede vivir permanentemente dividida entre dos poderes, el burgués y el obrero; esta contradicción se resuelve o bien con el triunfo de la revolución o de la contrarrevolución. Cuando los Bolcheviques, no sin intensos debates internos -es falsa la imagen de un partido homogéneo en torno a la figura de Lenin-, decidieron que la Insurrección de Octubre era la única manera de entregarle el poder a los Soviets, estaban reafirmando que solo a través de la democracia directa, obrera, como base de la dictadura del proletariado, es posible la transformación socialista de la sociedad.
La clase obrera con su revolución no pretendía sustituir el poder estatal de la burguesía como hizo esta frente a la aristocracia, para instaurar un nuevo modo de explotación, sino que con su revolución solo puede liberar a la sociedad de las lacras del capitalismo. Su papel en la producción se lo impide, puesto que no es propietaria de otra cosa que su fuerza de trabajo; por ello, si la clase obrera triunfa la sociedad se libera y si es derrotada, vuelve a su situación de explotación y opresión.
La importancia del partido revolucionario
Lo característico de la revolución rusa es que la clase obrera organizada en los Consejos Obreros (los Soviets) forjó un partido que tuvo la audacia de encabezar la revolución, de expropiar al capital y construir el primer estado obrero de la historia.
Era un partido de un tipo distinto a cualquier otro, puesto que no se planteaba como objetivo ser parte de un parlamento burgués para la aprobación de leyes que, adornadas o no, solo sirven para afianzar el poder del capital. No, el Partido Bolchevique recogía las palabras del Manifiesto Comunista: “Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos solo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente”.
A diferencia de las sectas blanquistas, anarquistas, etc., que tomaban al pie de la letra estas palabras, traduciendo la “violencia” contra todo “el orden social existente” por acciones individuales que solo llevaban a verdaderos desastres frente al poder burgués, que los masacraba, los bolcheviques solo confiaban en las masas trabajadoras movilizadas y organizadas.
Sin el partido bolchevique toda la fuerza interna que la revolución rusa tenía, sería solo fuegos de artificio. La experiencia previa de la Comuna de París, y su temor “reverencial” ante el Banco de Francia, como las posteriores de Alemania, Hungría, Baviera, … llegando a la francesa o española del 36, y más cerca de nosotros, en Portugal y Chile, o las de antes de ayer, las revoluciones árabes, demuestran por la negativa frente a la experiencia en positivo de la rusa, la necesidad imperiosa para el triunfo de la revolución de la existencia de un partido de tipo bolchevique, que racionalice a través de consignas claras la fuerza social de la calle.
Si hay en la revolución rusa un momento clave, nodal, que significa el giro al triunfo, es la llegada de Lenin a la Estación de Finlandia, cuando dándole la espalda a los dirigentes bolcheviques, que hasta ese momento defendían el “apoyo crítico al gobierno provisional”, y dirigiéndose a los miles de trabajadores y trabajadoras, levanta la consiga de “todo el poder para los soviets”. Las posteriores Tesis de Abril, que certifican la integración del grupo de Trotski en el Partido Bolchevique, lo sitúan en la línea de no retorno de organizar la insurrección.
Esta es la esencia del bolchevismo, una organización que tiene como único objetivo preparar y organizar la revolución obrera. Esto es lo que diferencia la revolución Rusa de otras revoluciones triunfantes, como la China, la Cubana o la Vietnamita; la clase obrera hace la revolución conscientemente, con un partido obrero que tiene como eje central hacer la revolución socialista. Los partidos u organizaciones que la encabezaron en China, Cuba o Vietnam, lo hicieron a regañadientes, sin mucha conciencia de lo que estaban haciendo presionados por el enemigo imperialista y la lucha popular, que les llevó a hacia la revolución a su pesar. Como parafraseando a Marx en 1850, cuando hablaba de Francia, y decía que el burgués hace lo que tiene que hacer el pequeño burgués, y este hace lo que debería hacer la clase obreras, mientras los intereses de estos “solo se proclaman”.
La actualidad de la Revolución de Octubre
Que la burguesía hable de “fracaso del socialismo” por la implosión de la URSS, es lo normal. No sería el enemigo de clase si no lo hiciera. Lo grave es que prácticamente toda la izquierda mundial, incluidos amplios sectores del trotskismo, han asumido ese límite. Como el “socialismo ha fracasado”, lo más que podemos hacer es “regenerar”, ampliar los márgenes democráticos del sistema.
Es cierto que la revolución rusa se dio en unas condiciones irrepetibles, de atraso, concentración de la clase obrera, guerra mundial y estado feudal decrépito. Es cierto que la combinación de todos estos elementos, junto con la presencia del partido bolchevique, pudo “facilitar la tarea”. Pero, es tan diferente la crisis actual, con un capitalismo en decadencia, que es el único modo de producción dominante a escala mundial, donde ya no hay intermediarios entre la minoría capitalista, explotadora, y la mayoría asalariada, la clase obrera que vive de la venta de su fuerza de trabajo. En Rusia, donde triunfó la revolución obrera, esta clase eran 8 millones en un mar de 120 millones de campesinos pobres; hoy la relación es la inversa, según la OIT, el 70% de la población activa mundial son asalariados y asalariadas.
La revolución rusa, más allá de sus condiciones concretas, nos dejó dos grandes lecciones, una, que la revolución es obra de las masas trabajadoras a través de sus organismos democráticos propios, los consejos obreros; dos, para llevar hasta el final las tendencias revolucionarias de una manera consciente, “asaltar los cielos”, es imprescindible un partido con la claridad política y la audacia en la acción para hacerlo.
Esta combinación entre audacia y claridad en la acción se ve claramente en la manera como se desarrolló la Insurrección de Octubre; el II Congreso de los Soviets, reunido el 25 de octubre, tomo posesión del poder que el Comité Militar Revolucionario le entregó tras el triunfo del levantamiento. El mundo burgués, con este acto, se estremeció por que la clase obrera rusa demostraba que sí podían expropiar a la burguesía e instaurar un estado obrero, sin capitalistas ni terratenientes.
La decadencia del sistema capitalista tras el estallido de la crisis del 2007 pone a los trabajadores y trabajadoras del mundo en la necesidad de retomar el consejo de Rosa Luxemburgo, analizar críticamente este primer gran paso en el camino del socialismo para aprender de las lecciones del pasado.