Militante del PCE, hija y sobrina de sindicalistas, abogada laboralista, Ministra de Trabajo y Vicepresidenta Segunda del Gobierno de coalición con el PSOE. Hablamos, sí, de Yolanda Díaz. Una ministra que presume de haber logrado aprobar una Reforma Laboral que recupera y gana derechos para los y las trabajadoras y, sin embargo, deja intactos los aspectos más lesivos de la de Rajoy, que tantas veces prometió derogar.

Aun así, las encuestas la sitúan como la política mejor valorada de la izquierda y del Gobierno. Ella lo sabe y cuida con esmero su imagen. Nada de “ruido ni de confrontación”. La “buena política”, la feminista, es calma y serenidad, diálogo y consenso social. Sus gestos, su sonrisa y hasta su preferencia por el blanco, color lleno de simbolismo político, le ha valido ser apodada por varios medios, como el “mirlo blanco de la izquierda”.

No cabe duda de que, para Yolanda Díaz, las formas son importantes. O incluso, lo MÁS importante. Aunque lleva meses diciéndolo, recientemente anunció que en primavera se lanza a crear su nueva Plataforma política. Y su explicación de en qué consiste ese proyecto político, igual que cuando habla de las bondades de su Reforma Laboral, es una colección de significantes vacíos: un “proceso de escucha con la sociedad civil”, para “reducir la brecha política entre la ciudadanía y la política” “y tejer un proyecto de país diferente, democrático, moderno, feminista…, para levantar la bandera de la esperanza y la ilusión, desde la izquierda”.

Aunque aún no sabe si será candidata, porque “no tiene ambición política”, reconoce que es un proyecto electoralista donde participará. Y a la flamante ministra, que encanta por igual a patronal y burocracia sindical, “la esquinita a la izquierda del PSOE”, se le queda pequeña. Ella sueña a lo grande, y quiere “ampliar la democracia” y “llegar a toda la ciudadanía”.

No sabemos si en ese “proceso de escucha”, que le llevará por el país durante seis meses, tendrá tiempo para escuchar a las trabajadoras del Servicio de Ayuda a Domicilio, a las que se negó a recibir en noviembre, aunque las tuvo acampadas delante de su Ministerio. O a las Kellys, que le dejaron muy claro que, con su Reforma Laboral, las dejó abandonadas.

No sabemos en qué lugar del mapa se encuentra ese país idílico sin lucha de clases que pretende recorrer, en el que somos todos ciudadanos y ciudadanas, sociedad civil y ella aspira a cambiar con “más feminismo y democracia”. Un país en el que empresarios como Amancio Ortega, presidente de Inditex, es según ella, ejemplo de “un modelo empresarial comprometido socialmente”.

En el país que nosotras vivimos, una minoría cada vez más ínfima (y que en plena pandemia aumentó su riqueza), es propietaria de las empresas, los bancos, las tierras, etc., y al resto no nos queda otra que vender nuestra fuerza de trabajo, al punto que hemos pasado de luchar por una vida de calidad, a pelear por la vida misma, como esta pandemia demostró. Tampoco el derecho a revocar de forma inmediata, a los políticos y políticas que, como ella, incumplen sus promesas.

La nueva política es la izquierda reformista de siempre, con ropajes nuevos.

A falta de concretarse el contenido del programa de su nueva Plataforma política anunciada con tanta parafernalia, lo único que podemos decir es que su discurso refleja el enésimo intento de la vieja izquierda reformista, con otros nombres, de recoger el descontento y la protesta social para reconducirlos al callejón sin salida de las elecciones. La “nueva política”, desde la izquierda y el feminismo, toma legítimos sentimientos como el cambio o la unidad, sin darles un significado preciso, para renovar cada vez nuestra ilusión y esperanza en el voto. Un terreno donde la burguesía juega con las cartas marcadas, con una Ley electoral en la que ni siquiera se cumple el requisito de “una persona un voto.”

Pero en este sistema capitalista cuya crisis y decadencia es cada vez mayor, no es posible cambiar la vida de la clase trabajadora sin enfrentar las reglas del juego. Sin echar abajo todas esas leyes y medidas injustas, hechas para que NADA cambie y todo siga igual. Y la historia demostró que, cuando es necesario, esa izquierda “amplia” que ella defiende, y cuyo único proyecto es llegar a las instituciones, cierra filas junto a los partidos burgueses, en defensa del orden establecido.

Para nosotras no hay programa de cambio que no empiece por proponer medidas desde los intereses de los explotados y explotadas y los y las oprimidas. Y por tirar al cubo de la basura este régimen de herederos coronados que no hemos elegido y es hoy el principal instrumento de dominio de la oligarquía del Ibex 35. Un régimen corrupto, con una justicia machista heredera del franquismo, que incluso nos victimiza y culpabiliza cuando salimos a denunciar.