Cada 8 de marzo salimos a las calles a reivindicar la lucha por los derechos de las mujeres. En 2021, el día internacional de la mujer trabajadora será muy diferente. La pandemia del COVID-19 ya lleva un año y sigue sin resolverse. Las más de 2.500.000 muertes en el mundo y 113 millones de personas infectadas (según cifras oficiales, aunque estudios independientes indican el doble o más), revelan una masacre sin final a la vista.
Esta crisis sanitaria sin precedentes se sumó a la crisis económica que ya azotaba a las y los más pobres del mundo, mostrando con claridad que la desigualdad capitalista genera una situación de opresión más agobiante para las mujeres trabajadoras y pobres. Hicimos advertencias, pero la realidad fue más dura que los pronósticos. Nos vimos golpeadas más fuertemente por la pandemia porque los gobiernos de todos los colores priorizaron los privilegios y beneficios de los capitalistas, antes que la defensa de la salud pública y la vida de millones. No han hecho casi nada por nosotras ni por toda la humanidad.
¡Nos llaman esenciales, pero quieren volvernos invisibles!
Los datos estadísticos son aterradores. La pérdida de empleos en el mundo es gigantesca y las mujeres son las más afectadas. En abril del 2020, 55% de los 20,5 millones de puestos de trabajo perdidos en EEUU correspondía a mujeres. El personal sanitario y sociosanitario, compuesto mayoritariamente por mujeres, ha sido el más expuesto al virus y con jornadas extenuantes y mal remuneradas.
Las mujeres somos mayoría en la economía informal, por lo que los confinamientos obligatorios y la terrible retracción de la economía, nos arrojó a una mayor precarización, a la desocupación o directamente a la miseria.
Las trabajadoras del hogar y cuidadoras, fueron obligadas a contagiarse, en absoluta precariedad y con la consiguiente doble jornada que ahogó a la mayoría de las mujeres este último año.
De las mujeres que perdieron el empleo, la mitad abandonó su búsqueda y ahora se dedican al hogar de manera forzosa.
Las tareas de cuidado se multiplicaron por mil de manera muy rápida. Sobre nuestras espaldas recayeron la escolaridad no presencial, el aumento de enfermos en las familias, así como el necesario cuidado de los adultos mayores.
La necesidad de higienización permanente de los hogares y objetos cotidianos agudizó la esclavitud doméstica. Esta situación empeoró en los hogares más pobres, que no tienen acceso a servicios básicos de vivienda o agua potable y que además pasaron a depender de salarios recortados o de insuficientes ayudas gubernamentales que hoy día están siendo retiradas en muchos países.
Las trabajadoras que pudieron mantener sus empleos trabajando remotamente desde sus casas, triplicaron la jornada laboral en una situación de stress y sobrecarga con las tareas de cuidado y domésticas, que no tiene límites ni horarios claros.
Como si esto no bastara, según el informe Mujeres y niños en tiempos de HYPERLINK «https://reliefweb.int/sites/reliefweb.int/files/resources/WeWorld-Index-en 2020.pdf»covid, de We World, la violencia contra las mujeres aumentó un 25% durante los confinamientos. Los feminicidios crecieron en el mundo, las infancias fueron obligadas a confinarse con sus abusadores, y el corte del presupuesto en las áreas de atención a la violencia provocó el cierre de refugios y casas de abrigo. Esta pandemia mostró sin tapujos el criminal negocio de la salud, empujando a la muerte a millones que no acceden a un derecho que se transformó en privilegio. Lo mismo pasó con el acceso a la vacunación, que quedó en manos de los países ricos y la industria farmacéutica.
La necesidad de priorizar la pandemia, retrasa la atención médica general, condena al cáncer de mama y útero a miles por la demora en los controles anuales. Así como la salud mental no está concebida como derecho necesario.
Nuestra salud sexual y reproductiva también está desatendida, ya que no es considerada una “atención esencial sanitaria”, el acceso a anticonceptivos o interrupciones voluntarias del embarazo fueron suspendidas, y la violencia obstétrica aumentó con discursos de “aplicación de protocolos”. En 20201, se espera un millón de embarazos no deseados, y varios miles de muertes maternas evitables adicionales.
Las mujeres migrantes, racializadas, indígenas y LGTBI llevan la peor parte aún, perseguidas, obligadas a enfermar y a morir de hambre por la aguda crisis económica.
¿Un futuro igualitario en el mundo de la Covid-19?
El lema de la ONU de este año para el 8M es “Mujeres líderes: Por un futuro igualitario en el mundo de la Covid-19”. Plantea, además, que la “solución” es tener más mujeres en los puestos de gobierno, colocando a jefas de Estado actuales como ejemplo de gestión, en razón de su “manera amable de comunicar datos de salud pública basados en hechos.”
Los datos expresados arriba muestran la falacia y mentira de estas afirmaciones. Las “líderes” mundiales como jefas de Estado, vicepresidentas, ministras o parlamentarias, son parte de la política criminal de los gobiernos. Angela Merkel, una de las líderes exaltadas por la ONU está en contra de liberar las patentes de las vacunas que podrían salvar millones de vidas en los países pobres.
Aunque usen palabras más “delicadas”, estas mujeres en el poder priorizan las ganancias de las multinacionales a la salud de la humanidad, priorizan su ubicación de clase, no su pertenencia al género femenino. Mientras Kamala Harris tomaba posesión de la vicepresidencia americana, miles de mujeres pobres morían asfixiadas por falta de oxígeno en el Amazonas, miles de haitianas continuaron sufriendo todo tipo de violencias, mientras que altos dirigentes del partido demócrata se lucraron explotando su trabajo en las zonas francas de esos lugares.
Las direcciones feministas mayoritarias, han hecho silencio durante la pandemia, y llaman a confiar en estas líderes o a votar parlamentarias mientras las más pobres mueren de a miles por día. Quienes se arrogan la representatividad del movimiento de mujeres se han vuelto la pata femenina de los gobiernos que posan de alternativos o como denunciantes inmóviles en los otros. Sosteniendo el discurso del empoderamiento individual como salida a esta situación que es claramente un problema social y colectivo. A estas direcciones feministas les decimos claramente, que, si bien estamos dispuestas a la más amplia unidad de acción en la exigencia de más vacunas o más recursos contra la violencia machista, las mujeres de la burguesía nunca serán aliadas de las trabajadoras.
Para nosotras no hay solución de fondo a la opresión dentro del capitalismo, ni con reformas más o menos radicales ni con líderes femeninas lograremos nuestra total emancipación. Para ser verdaderamente libres precisamos la derrota del sistema capitalista mundial y la conquista de una sociedad socialista.
Los gobiernos aprovechan
En medio de esta situación, sectores de ultraderecha, apoyados en organizaciones fundamentalistas internacionales, Iglesias y facciones religiosas, promueven una ofensiva ideológica reaccionaria, de intolerancia y odio a los derechos humanos, la igualdad de género, la lucha en contra el racismo y la LGTBIfobia.
Al mismo tiempo que gobiernos ultranacionalistas utilizan la excusa de la pandemia para atacar las libertades y derechos democráticos, como la restricción del aborto en Polonia y Honduras, la prohibición a las adopciones por parejas gays en Hungría, etc. En todo el mundo, los distintos gobiernos aprovechan las necesarias restricciones y medidas de distanciamiento social, para prohibir y criminalizar las movilizaciones de la clase trabajadora y de las mujeres, cuando salimos a exigir un plan de emergencia social y sanitario.
Con discursos de odio o con fraseología progresista intentan dividir y debilitar a la clase trabajadora, aluden a la crisis económica que se profundizó con la pandemia, para justificar la retirada de ayudas estatales a los sectores más oprimidos, justo cuando éstos más los necesitan, pero incrementando los subsidios a las grandes multinacionales
¡Contra la pandemia y pese a ella, las mujeres seguimos luchando! Pero las mujeres no somos sólo víctimas inermes, estamos al frente de varios procesos de lucha. En Myanmar, las mujeres son la línea del frente contra el golpe militar del 1 de febrero. En Polonia resistieron e impidieron una revocación de la ley del aborto. En Argentina, obtuvieron una victoria histórica al aprobar la ley del aborto, pese a las direcciones del movimiento. Las afroamericanas junto a sus hermanos de clase se volcaron en masa a las calles norteamericanas. Las mujeres en Bielorrusia son vanguardia en las movilizaciones contra el autoritarismo.
Las maestras y profesoras decretan huelgas y planes de lucha en varios países, en defensa de su vida y la de las familias. Y la denuncia a la violencia machista ha generado movilizaciones espontáneas muy grandes, como por ejemplo sucedió en Costa Rica o Chile.
En Chile, nuestra compañera María Rivera, abogada, activista de derechos humanos y revolucionaria, es un ejemplo de esas mujeres luchadoras que salen a pelear y es reprimida por ello. Ella está siendo acusada ahora penalmente porque pidió a los carabineros, la policía nacional chilena, que no disparen contra los manifestantes. Es una persecución para evitar que se presente a la Constituyente. ¡Pero no nos van a detener!
¡Terminar con el machismo, luchar contra el capitalismo!
En todas partes los planes multimillonarios presentados por los gobiernos burgueses de cualquier tipo tienen cinco, diez, veinte veces más dinero para rescatar a las multinacionales que para proteger la vida y la salud de la población. ¡No podemos aceptar que ni una sola vida más se pierda! ¡No aguantamos más seguir enterrando a nuestros seres queridos!
Hay que arrancar las patentes de manos de las multinacionales y obligar a todos los gobiernos un verdadero plan de vacunación que llegue a todos los rincones del mundo, hasta que la pandemia deje de ser una amenaza.
Tomando todas las medidas sanitarias y de distanciamiento social que sean precisas, saldremos de nuevo a las calles allí donde sea posible este 8M, y queremos que esta jornada sirva para impulsar la lucha de toda la clase trabajadora.
Para que nuestras demandas sean conseguidas, necesitamos unir a toda la clase trabajadora y pelear por el socialismo. Pero no es posible unir a la clase cuando las mujeres somos masacradas y cuando son nuestras propias compañeras las que producen y reproducen la opresión. Este 8 de marzo hacemos un llamado a nuestros camaradas para que rompan con su machismo y luchen con nosotras por nuestras banderas.
Luchamos por un mundo sin pandemia, sin machismo y sin capitalismo. Queremos hacer una revolución socialista que conquiste un mundo para ser verdaderamente libres.
¡Nuestras vidas importan!
¡Liberación de patentes y vacunas para todas y todos! ¡Basta de violencia machista!
¡Basta de opresión y explotación!