El 3 de setiembre de 1938, en Francia, se llevó a cabo la Conferencia de fundación de la IV Internacional. Trotsky fue cuestionado por proponer la fundación de una nueva internacional ya que esta, según sus críticos, solo podría surgir como producto de “grandes acontecimientos”. Él hizo referencia a este tema en el Programa de Transición votado en la Conferencia:
“La IV Internacional ha surgido ya de grandes acontecimientos: las mayores derrotas del proletariado en toda la historia. Sí, sus filas no son numerosas porque todavía es joven. Por ahora hay principalmente cuadros. Pero estos cuadros son prendas del futuro, no hay en el planeta una sola corriente revolucionaria digna de este nombre. Si nuestra Internacional es débil numéricamente, es fuerte por su doctrina, por su programa, su tradición, el temple incomparable de sus cuadros”.
Por Eduardo Almeida
Trotsky, al fundar la IV Internacional quería establecer un hilo de continuidad con la tradición marxista que se había expresado en la III Internacional, la cual, en ese momento, había sido completamente degenerada por el stalinismo.
Pero Trotsky, al construir la IV Internacional no aspiraba solo a preservar el programa marxista. Esperaba que la IV Internacional, como producto de la Segunda Guerra Mundial, se transformase en una organización de masas. Sin embargo, los resultados fueron otros.
Con la derrota del nazismo, el estalinismo salió sumamente fortalecido de la Segunda Guerra Mundial y esto empujó al trotskismo a la marginalidad. La IV Internacional no consiguió resistir la presión del aparato estalinista. Un gran número de sus integrantes fueron asesinados por el fascismo y fundamentalmente por el estalinismo, entre ellos el propio Trotsky.
El estalinismo, usurpando los logros de la Revolución de Octubre y fortalecido por la derrota del fascismo, se transformó en un muro difícil de transponer para la IV Internacional. Ella se mantuvo como una pequeña organización y en su interior se desarrolló una corriente revisionista que, ante la imposibilidad de derrotar al estalinismo, capituló a este. Fue el caso del llamado “pablismo”.
Esta desviación llevó primero a la división de la IV y después a su destrucción. En el interior de la IV, en diversos momentos, hubo corrientes que resistieron a estas capitulaciones. La LIT-CI hace parte de una de esas corrientes, la más consecuente, la que encabezó el dirigente argentino Nahuel Moreno.
Si observamos los objetivos que se proponía Trotsky hace 77 años y vemos los resultados de esa política a nivel de la organización, tenemos que constatar que el proyecto de Trotsky fue derrotado. Sin embargo, si vemos lo que ocurrió, a lo largo de estos 77 años con el programa del trotskismo, el balance que debemos hacer es otro. Fue el único programa que pasó la prueba de los hechos. Podemos decir que fue una victoria en la derrota.
Hace 77 años, la IV Internacional decía que la teoría del “socialismo en un solo país” era una utopía reaccionaria. Que solo mediante la revolución mundial se podría llegar al socialismo. Más aún, decía que si la burocracia continuaba al frente de la URSS la restauración del capitalismo sería inevitable.
Los estalinistas se burlaban de estas opiniones. Para ellos, el crecimiento de la URSS era la prueba de que el “socialismo en un solo país” era posible y, de esta forma, en lugar de revolución mundial proponían “coexistencia pacífica” con el imperialismo.
Ambos programas, el del estalinismo y el del trotskismo, fueron confrontados con la realidad y ahora, a 77 años de la fundación de la IV Internacional, es necesario hacer un balance: en la URSS, y en el resto de los estados obreros, lejos de haberse llegado al socialismo, el capitalismo fue restaurado, y al frente de esa restauración estuvo la propia burocracia estalinista. Pero, esta vez, el estalinismo pagó cara su traición: las masas derribaron a sus dictaduras restauracionistas en la mayoría de los ex estados obreros.
Hace 77 años las propuestas de la IV Internacional eran muy poco escuchadas. Por el contrario, las propuestas del estalinismo tenían una audiencia de masas entre los trabajadores, los estudiantes, los campesinos y los intelectuales. Trotsky era el “demonio” mientras que Stalin era el “Guía genial de los pueblos”.
Ahora, pasados 77 años, la palabra “estalinismo” es usada como un insulto, mientras la figura de Trotsky y sus elaboraciones son redescubiertas por miles y miles de activistas que buscan el camino de la revolución. Sin embargo, y esta es la contradicción del momento actual, mientras el programa de la IV Internacional continúa vivo, esta, como organización, continúa destruida.
Las nuevas generaciones de revolucionarios están frente al desafío histórico de superar esta contradicción de la única forma que es posible hacerlo: reconstruyendo la IV Internacional sobre la base de su programa fundacional, necesariamente actualizado en función de la restauración del capitalismo y de la destrucción del aparato estalinista.
Ellos murieron para que la Internacional viva
El programa de la IV Internacional continúa vivo. Pero un programa es mucho más que una suma de papeles. Un programa revolucionario solo adquiere ese carácter cuando es confrontado y enriquecido en la lucha de clases. El programa de la IV continúa vivo porque fue testado en la realidad. Varios millares de militantes trotskistas, a partir del año 1923, mantuvieron vivo ese programa y, por eso, un gran número de ellos tuvo que soportar destierros, cárceles y tortura del capitalismo y del estalinismo. Y un porcentaje altísimo pagó con su vida por esa obstinada y bella osadía.
Stalin quería acabar de raíz con la tradición bolchevique; de allí su obsesión por eliminar a Trotsky, a quien consiguió asesinar el 21 de agosto de 1940. Pero no se conformó con eso. Antes asesinó a la mayoría de su familia. Así lo hizo con su hijo, León Sedov; con sus nietos, los niños Ljulik, Volina y Liulika; con su yerno Platon Volkov; con su hermana, Olga Kameneva; e incluso con su primera mujer, Alexandra, madre de sus dos hijas, una de las cuales acabó suicidándose.
Es imposible saber cuántos trotskistas murieron en la ex URSS; sin embargo, serios investigadores como Pierre Broué han conseguido algunos datos importantes. Solo en el campo de concentración de Kolima había 6.000 prisioneros considerados trotskistas. En el año 1937, después de protagonizar una huelga de hambre, todos fueron ejecutados.
Por otra parte, muchos militantes y dirigentes de la IV Internacional murieron combatiendo al fascismo durante la Segunda Guerra Mundial; entre ellos sobresalen figuras como la de Abraham León, polaco, autor del principal estudio marxista sobre la cuestión judía, miembro del Secretariado Europeo de la IV Internacional, muerto en 1944 en el campo de concentración de Auschwitz; León Lesoil, belga, delegado al congreso de fundación de la IV, muerto en el campo de concentración de Neuengamme; Pautelis Pooliopulos, delegado del PC griego al V Congreso de la III Internacional. Expulsado del PC por trotskista. Fusilado por ejército italiano en 1941.
También hubo muchos dirigentes trotskistas que, fuera de la URSS, murieron en las manos del estalinismo. Fueron esos los casos del checoeslovaco Erwin Wolf, ex secretario de Trotsky, asesinado durante la guerra civil española; de Rodolfo Klement, trotskista alemán, responsable por la organización del congreso de fundación de la IV Internacional, secuestrado y asesinado poco tiempo antes de su realización; de Ignacio Reiss, polaco, héroe de la guerra civil rusa y uno de los principales dirigentes de los servicios especiales soviéticos. Rompe con el stalinismo, devuelve sus condecoraciones y declara: “Me uno a Trotsky y a la IV Internacional” y, pocas semanas después, es asesinado; de Pedro Tresso, delegado del PC italiano a los congresos de la III Internacional, delegado al congreso de fundación de la IV. Fusilado; de Tha-Thu-Thau, fundador del importante movimiento trotskista vietnamita, también asesinado por el estalinismo.
Nuestra corriente internacional, que encabezó Nahuel Moreno, luchó durante muchos años en circunstancias muy difíciles para llevar adelante el programa de la IV, y de esa forma también aportó su cuota de sangre.
Entre los años 1974 y 1975, en la Argentina, 16 militantes del PST (Partido Socialista de los Trabajadores), la mayoría de ellos trabajadores, fueron asesinados por comandos paramilitares del gobierno peronista. Entre los asesinados estaba César Robles, uno de los principales dirigente del partido.
En España, el 1 de febrero de 1980, fue secuestrada y asesinada Yolanda González Martín, militante del PST de ese país. Hija de un obrero metalúrgico, Yolanda tenía solo 19 años. Era estudiante y trabajaba como empleada doméstica. Era dirigente de una importante movilización estudiantil que había llevado a las calles de Madrid a más de 50.000 estudiantes.
En El Salvador, en el mes de abril de 1980, fue asesinado por un comando de ultraderecha, Francisco Choto Rodríguez, militante del PST.
Nuevamente en la Argentina, entre los años 1976 y 1982, la dictadura militar asesinó a 83 militantes del PST. Entre ellos estaba Arturo Apazza, un importante dirigente metalúrgico, y Eduardo Villabrille, joven obrero metalúrgico que había sido el principal dirigente de la juventud del partido.
El PSTU brasileño, como no podía ser de otra manera, dado su compromiso con el programa trotskista, también sufrió la represión. Tulio Quintiliano, integrante del grupo Punto de Partida, que dio origen a nuestra corriente en el Brasil, fue asesinado por la dictadura chilena en 1973. José Luis y Rosa Sundermann fueron asesinados, en el año 1994, un día después de la fundación del PSTU. Gildo Rocha, también militante del PSTU, murió como el resto de los trotskistas: combatiendo al capitalismo y a la burocracia. Fue asesinado durante una huelga en Brasilia el 6 de octubre del año 2000.
La lista de los trotskistas asesinados por el estalinismo y por la burguesía, así como la historia de cada uno de ellos, nos haría llenar centenas de páginas. Las biografías, sin duda, serían diferentes, pero todas ellos tendrían en común una cosa: ellos lucharon y ellos murieron para que la IV Internacional continuase viva. Ellos no pueden ser olvidados por las nuevas generaciones que se disponen a reconstruirla. Ellos nos inspiran en esa lucha.
Homenaje de Leopold Trepper a los combatientes trotskistas
El polaco Lejb Damb, conocido como Leopold Trepper, fue el constructor y jefe de la “Orquesta Roja”, la eficiente red de espionaje que durante la Segunda Guerra Mundial, al mando del Ejército Rojo, actuó en el interior de la Alemania nazi y en los países ocupados. El Almirante Canaris, jefe de los servicios secretos de Alemania, dijo a respecto de Trepper: “Su actuación costó más de 300.000 muertos a Alemania. Ganó la guerra prácticamente solo”.
Trepper consiguió infiltrar a uno de sus agentes taquígrafos en el alto comando nazi. Así se enteró, con mucha antecedencia, de que las tropas de Hitler invadirían la URSS. Trepper avisó al comando del Ejército Rojo de todos los detalles de la invasión. Sin embargo, Stalin, en lugar de confiar en la información de su agente, confió en sus acuerdos con Hitler. De esta forma los nazis atacaron por “sorpresa” a la URSS y con eso estuvieron muy cerca de destruir el primer estado obrero.
Por su actividad, todos los integrantes de la Orquesta Roja fueron presos y fusilados por los nazis. Trepper consiguió huir y, cuando volvió a Moscú, le exigió a sus jefes que le explicasen por qué no habían llevado en consideración sus informes. Esa exigencia le costó caro. Fue mandado a la cárcel, en donde permaneció por diez años. En las diferentes prisiones por la que pasó tuvo oportunidad de convivir con muchos trotskistas y a ellos les dedicó las siguientes palabras:
“La revolución había degenerado en un sistema de terror y de horror; los ideales del socialismo estaban ridiculizados por un dogma fosilizado que los verdugos tenían la desfachatez de llamar de marxismo. Todos los que no se sublevaron contra la máquina estalinista son responsables de ello, colectivamente responsables. No hago excepciones y no escapo de este veredicto.
Pero, ¿quién protestó? ¿Quién elevó su voz contra el ultraje? Los trotskistas pueden reivindicar ese honor. En los tiempos de las grandes purgas solo podían clamar su rebelión en los vastos desiertos helados donde los habían arrojado para exterminarles. En los campos, su conducta fue admirable; pero sus voces se perdieron en la tundra.
Hoy los trotskistas tienen el derecho de acusar a los que entonces aullaban con los lobos. Que no olviden, sin embargo, que tenían, respecto a nosotros, la ventaja de tener un sistema político coherente capaz de derribar al estalinismo. Tenían en su profunda angustia ante la revolución traicionada algo a que aferrarse”.[1]
Setenta y siete años después de fundada la IV Internacional, el mejor homenaje que los trotskistas y los revolucionarios del mundo podemos rendir a quienes dieron sus vidas para concretarla, es reafirmar más que nunca la lucha para reconstruirla sobre bases sólidas. Para ello, es necesario actualizar el programa revolucionario, con las respuestas teóricas y políticas ante los grandes acontecimientos de nuestro tiempo.
[1] La historia de Trepper (1904/1982) y de su red de espionaje está ampliamente relatada en dos libros: La orquesta roja, de Gilles Perrault y El gran juego, del propio Trepper, del cual fue extraída la presente cita.