Dice un proverbio africano que “Mientras el león no tenga quien escriba su historia… el cazador será siempre el héroe”. Así el hijo del emérito cazador de elefantes volvió a escribir la historia de los últimos 40 años, en medio de los aplausos de su corte que contó con la presencia de la leal oposición, que no aplaudía pero permanecía de pie en respetuoso silencio.

Escuchando a los propagandistas de los “40 años de Constitución”, pareciera que ha sido gracias a la carta magna que hemos pasado de los lapiceros a los portátiles y del Seat 600 a los Toyota. Nunca un texto obró tantos prodigios. Así pues “el mejor periodo de la historia de España”, es gracias a una Carta magna que tuvo siete padres y ni una sola madre, y en la que los trabajadores/as, los estudiantes, los pueblos del estado, que se dejaron la vida en lograr una libertades, no tuvimos nada que ver.

Ese pueblo, relata el monarca, “recuperaba la soberanía”, aunque su majestad no explicara cómo la perdió. Un relato dulce en el que no caben los centenares de luchadores/as que fueron asesinados, no bajo la dictadura sino en la “pacifica transición”.

No hubo tiempo en su relato para hablar de la creciente desigualdad, de las pensiones de miseria, del paro, de la emigración de los/as jóvenes,… El rey del 155 omitió todo eso.

El Borbón afirmó que la del 78 es la primera Constitución «fruto del acuerdo y no de la imposición». Pero baste para desmentir tal afirmación recordar las palabras de Felipe Alcaráz, quien fuera dirigente del PCE (que apoyó con entusiasmo la Constitución del 78): “La transición se negoció con la pistola encima de la mesa”

La monarquía era parte indisoluble del paquete, no había opción para decidir sobre ella. Quienes entonces llamamos a votar No a la Constitución que no garantizaba el pan, el trabajo y el techo, que negaba el derecho de los pueblos a decidir, que coronaba la continuidad del régimen franquista tuvimos que soportar el epíteto de fascistas.

Hay que añadir que las llamadas primeras elecciones democráticas (1977), de las que saldrían los diputados padres de la constitución, se fundamentaron en una ley electoral “preconstitucional” que no garantizaba ni ese principio de la democracia burguesa de una persona un voto y garantizaba el predominio de las zonas de base social del franquismo en detrimento de las concentraciones obreras.

La constitución no fue ninguna decisión democrática entonces y menos lo es hoy. Más de 2 millones de jóvenes, en buena parte juventud obrera entonces la vanguardia a de la lucha contra el franquismo, no pudo votar al establecerse la edad mínima a los 21 años, según la Ley de referéndum nacional franquista.

En el Estado Español hay hoy 34,5 millones de personas con derecho a voto. De ellos, algo más de 22 millones de personas (el 64% del censo electoral) no pudieron votar en el referéndum constitucional.

Quienes más enfatizan los “grandes cambios” estos 40 años reiteran su cerrazón a la reforma de la Constitución. Lo cierto es que tan magna carta fue reformada en contadísimas ocasiones como cuando se trató de incorporarse a la Europa de los mercaderes o ante el estallido de la crisis económica donde PSOE y PP, sin consulta alguna, no tuvieron inconveniente en reformarla para garantizar la superioridad de los derechos de los acreedores (artículo 135)  para que los trabajadores/as y el pueblo nos hiciéramos cargo de la deuda de los banqueros y especuladores.

Tan solemne aniversario ha coincidió en estos días con algunos acontecimientos, que parecieran conjugarse para indicar una salida al actual panorama.

Si las elecciones andaluzas, manifiestan entre la gente más humilde el hartazgo a tanta promesa incumplida y tanta palabrería vacía; la consulta popular sobre la Monarquía, refleja la convicción del derecho a decidir y el rechazo a la monarquía. Finalmente un tercer hecho, el de Francia, muestra cómo desde la lucha resuelta se puede torcer el brazo de un gobierno y de un régimen.