El día 22 de diciembre de 1988, tumbaba a Chico Mendes con un tiro de escopeta en el pecho. El líder
seringueiro (pueblo de los ficus) fue asesinado en su casa en Xapuri (AC), cuando estaba yendo a tomarse un baño. En la residencia estaban, también dos policías militares que, supuestamente, estaban para su seguridad.
Días antes, en los fondos del patio, se habían organizado unos hombres armados que esperaban a matarlo. A menos de 200 metros de su casa quedaba la delegatura de la ciudad. La verdad es que Chico fue asesinado y cercado por la policía, lo que muestra toda la complicidad entre las fuerzas policiales del Estado con los pistoleros y agricultores de la región.
Osmarino Amancio, viejo amigo y uno de los líderes del movimiento seringueiro, recuerda como quedó cuando supo del asesinato. “Yo salí aturdido por las calles. Pero, allá por 11 horas, media noche, yo me recordé de una palabra que Chico decía para la gente. ‘Mira compañeros, cualquiera que caiga, el compañero puede hasta llorar, pero lo cierto sería no llorar. Todos saben lo que tiene que ser hecho’”. Inmediatamente, él lideró un grupo de seringueiros que tomó por asalto la principal radio de la ciudad. Todos son convocados para seguir a Xapuri al funeral de Chico. La radio es, hasta hoy, la principal forma de comunicación para quien vive en el bosque.
Al día siguiente, miles de campesinos venidos del corazón del bosque, llegan a la ciudad. Las banderolas piden “muerte a la UDR (Unión Democrática Ruralista)” y dicen que “muchos Chico Mendes aún vendrán”. Líderes políticos y artistas de todo el país concurren al funeral. El mundo tomaba conocimiento del asesinato. Osmarino dan un discurso en el velorio de Chico Mendes.
La lucha en las selvas
Antes de Mendes, decenas de otros líderes seringueiros habían sido asesinados por hacendados, como Wilson Pinheiro, muerto dentro del Sindicato de los Trabajadores Rurales de Brasileia (STR), el 21 de julio de 1980. Fue él quien lideró lo que se conoció como “mutilación contra jagunçada” (instigar), o los “empates” que eran piquetes que reunían mujeres y hombres que impedían las acciones de desforestación del bosque. En los años siguientes, muchos otros líderes serían asesinados, a los seringueiros les quemaban sus casas y sus familias expulsadas hacia Bolivia.
Fotografía de uno de los empates
El motivo para tanta violencia es que, en la década del 70, la dictadura militar promovía un proceso de expansión territorial del capital para la Amazonía. El plan era “ocupar para integrar” al “gran vacío demográfico” que, supuestamente, era la Amazonía. Carreteras, como la Transamazónica, se construyeron. Provincias minerales, como la Serra dos Carajás, fueron abiertas a la explotación del capital nacional y extranjero. Para Acre, el gobierno local y la dictadura tenían planes de expandir la piscicultura. Para eso, dieron incentivos fiscales de hasta 100% para empresarios que comprasen tierras en la región. “Acre es el filete mignon de la Amazonía” (lo más excelso) era uno de los slogans del gobierno de Acre de la época.
En aquel momento, los seringueiros estaban luchando contra la superexplotación impuesta por los patrones seringalistas, que detentan el poder de vida y de muerte sobre los seringueiros. Desde el inicio del llamado “ciclo del caucho”, los seringueiros estaban atados a una relación de producción conocida como peonaje, un falso asalariamiento que ocultaba el resurgimiento del trabajo esclavo. Los seringueiros estaban prohibidos de producir cualquier tipo de creación o incentivo y tenían como obligación vender toda la producción de caucho en el “barracón” del patrón seringalista. Como si no bastase, también eran obligados a comprar provisiones, armas, herramientas de trabajo en el mismo barracón. Todos los productos eran vendidos a diez o veinte veces más caros de lo que en los locales urbanos. De ese modo, el seringueiro vivía eternamente endeudado y quien osase huir o desafiar estas reglas, podría ser castigado con la muerte. Euclides da Cunha, quien en 1905 encabezó la expedición para cartografiar Acre, escribió que “el seringueiro es un hombre que trabaja para esclavizarse”. La gran mayoría, oriunda del desierto del Nordeste, nunca más volvería a su tierra de origen.
Entretanto, en los años 60 y 70, los seringueiros ya estaban desafiando estas normas. Muchos se convirtieron en campesinos del bosque, combinando el extrativismo del caucho y de la castaña con la producción de los desmontes y la cría de animales, otrora prohibidos por los patrones.
Los seringalistas, por su lado, se encontraban en franca decadencia económica y comenzaban a vender a los seringais a los hacendados oriundos del sur, llamados “paulistas” que, atraídos por la propaganda y por la tierra barata, buscaban derrocar la mata y criar ganado. Pero hubo resistencia y los seringueiros dijeron: “aquí tiene gente”.
*Jeferson Choma es de la redacción de Opinión Socialista y maestro de geografía en la Universidad de São Paulo. En los últimos años realizó una investigación sobre el modo de vida y el etno-conocimiento de los seringueiros de la RESEX Chico Mendes.
Traducción Laura Sánchez