El 5 de mayo, se cumplen 200 años del nacimiento de Carlos Marx, en Tréveris, Alemania. Fue, sin dudas, uno de los hombres que mayor influencia ha tenido en la historia de los siglos XIX, XX y XXI. Junto con Federico Engels, su amigo y camarada de elaboración teórica, política y militancia a lo largo de su vida, construyeron una corriente de pensamiento y acción (el marxismo) que hoy se mantiene más vigente que nunca.

Incluye, por supuesto, sus estudios críticos sobre la economía capitalista y sus leyes de funcionamiento. En especial, “El Capital”, una obra monumental que no llegó a completar pero que aun  así no ha sido superada (aunque sí complementada por otros trabajos como el libro sobre el imperialismo de Lenin). Quien quiera entender con profundidad la situación actual del capitalismo (y la necesidad de superarlo como estadio del desarrollo-económico social de la humanidad) debe partir imprescindiblemente de esas elaboraciones de Marx.

Están también sus numerosos escritos filosóficos. Basado en una concepción materialista, Marx combate las visiones idealistas y los enfoques religiosos de la historia. Al mismo tiempo, saca al materialismo de la camisa de fuerza de la metodología mecánico-formal en que estaba aprisionado y lo eleva a un nivel superior al incorporarle las herramientas de la dialéctica, construyendo así una síntesis, hasta ahora no superada, de construcción del pensamiento para comprender la realidad: el materialismo dialéctico.

Está, finalmente, el cuerpo central de sus ideas, el que ordena todas sus múltiples y complejas elaboraciones: el Marx militante revolucionario. Un camino que se inicia con una premisa filosófica en su juventud: “Hasta ahora los filósofos se han limitado a interpretar el mundo pero de lo que se trata es de transformarlo” (XI Tesis sobre Feuerbach, 1845).  Esta conclusión de la necesidad de transformar al  mundo capitalista lo llevó, basado en un estudio científico de la realidad, a otra conclusión, expresada en el Manifiesto Comunista (1848): el sujeto de esa transformación histórica era la moderna clase obrera desarrollada por el capitalismo. Y el camino para hacerlo era el de la revolución: la toma del poder a través de la insurrección de la clase obrera  y la destrucción del estado burgués como inicio de la transformación radical de las bases económico-sociales para llegar primero a una sociedad socialista y, más tarde, a la sociedad comunista.

A partir de ello, desde que funda junto con Engels la Liga de los Comunistas (1847), él interviene y ayuda a orientar (o debate con otras corrientes lo que consideraba la orientación necesaria) los procesos más importantes de organización y lucha de la clase obrera de la época, como la fundación de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT o Primera Internacional, en 1864) y el primer intento de revolución obrera (la Comuna de París en 1871).

La Comuna fue derrotada. El propio Marx escribió conclusiones y lecciones que había que extraer sobre los errores cometidos en esta experiencia. Desarrollando estas conclusiones y aportando nuevas consideraciones, una nueva generación de sus discípulos (Lenin y Trotsky) van a dirigir, en 1917, la primera revolución obrera triunfante y la construcción del primer estado obrero de la historia. El balance de esta experiencia y su curso posterior siguen siendo hoy objeto de intenso debate. Pero es parte inseparable del ya largo camino que inició Marx.

Los ideólogos del capitalismo y sus periodistas a sueldo pretendieron, en la década de 1990, afirmar que, tal como decía irónicamente una canción de Joan Manoel Serrat, “Marx estaba muerto y enterrado” porque el “capitalismo había triunfado”. El curso posterior de la realidad capitalista mostró que, lejos de esta bravuconada literaria, sus análisis y conclusiones conservan una vigencia absoluta y sus trabajos deben ser estudiados más que nunca (como mínimo para comprender la realidad).

Algunos supuestos “marxistas” han pretendido esterilizar al Marx revolucionario y deforman sus ideas para proponer “humanizar el capitalismo”. Otros nos dicen que el aspecto revolucionario de sus propuestas sigue siendo válido pero para aplicar en un futuro indeterminado. Nos proponen que la tarea actual es “democratizar” al capitalismo… y acaban juntándose con los anteriores.

Por el contenido profundo de su elaboración teórica y de su acción política, estamos seguros que Marx repudiaría estas propuestas, con la profundidad, la dureza y también la ironía que lo caracterizaban en las polémicas.

Por nuestra parte, seguimos siendo orgullosamente “marxistas ortodoxos”. Es decir, intentamos ser marxistas en el pensamiento y también marxistas en la acción de “transformar el mundo” con la lucha de clases a través de la revolución obrera y socialista.