La crisis climática y ambiental no es producto de un desastre natural. El afán de lucro del capitalismo imperialista es el responsable de esa destrucción. Lo que hoy está pasando con el Amazonas es una trágica prueba de ello. La selva amazónica está en llamas, los animales están muriendo quemados, la flora se está destruyendo, el clima se está contaminando no sólo en la región, sino a miles de kilómetros de distancia, producto del desmonte enloquecido impulsado para favorecer las ganancias de estancieros, empresas mineras y madereras.
Declaración de la LIT-CI
El ataque al Amazonas viene desde hace tiempo y han sido los pueblos indígenas y los trabajadores siringueros los que históricamente lo han enfrentado. Está lucha costó la vida de Chico Mendes y de gran cantidad de activistas y dirigentes. Este ataque en defensa de los intereses empresariales, siempre contó con al apoyo directo o solapado de los diferentes gobiernos, y hoy ha pegado un salto con la política del gobierno Bolsonaro que ha llevado a esta barbarie ambiental, que está provocando una fuerte respuesta con las movilizaciones en Brasil y el mundo.
El desastre del Amazonas es hoy la muestra más evidente de la destrucción ambiental, pero no es una excepción. Esa destrucción provocada por el capitalismo, es un fenómeno mundial, que se intensifica en los países coloniales y semicoloniales oprimidos y explotados por el imperialismo. Testimonio de esa realidad, lo pueden dar los pueblos que han tenido que enfrentar a las multinacionales mineras, petroleras, hidroeléctricas, del agro negocio, en Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina…, que destruyen su medio ambiente y sus medios de vida, así como las masivas migraciones del continente africano. Pero es algo que también sufren diariamente las poblaciones de las grandes ciudades de los países imperialistas.
El cambio climático es ya una realidad palpable
La concentración de dióxido de carbono (anhídrido carbónico) en la atmósfera antes de la era industrial era de 280 partes por millón (ppm), y ya hemos llegado a las 415 ppm. La temperatura global ha aumentado en cerca de 1ºC, cuando el límite de seguridad establecido por el Acuerdo de París es de +1,5ºC, punto al que llegaremos en apenas un puñado de años. Y este es sólo uno de los problemas ambientales que produce el capitalismo, que se añade a la depredación y destrucción de extensos territorios a manos de empresas energéticas, mineras y madereras, la contaminación masiva de ríos y mares y la urbanización salvaje de zonas enteras. En el momento de redactar este manifiesto, los datos indicaban que el pasado mes de julio (el último medido), había sido el más cálido jamás registrado. Año tras año, se baten récords. Las consecuencias son bien conocidas: fenómenos climáticos extremos, sequías, cosechas perdidas, más y peores olas de calor, desertificación y pérdida de suelos, incendios cada vez más intensos…
Esta crisis ecológica global, ha llevado a una extinción masiva de la biodiversidad, con una tasa de extinción 10.000 veces superior a la natural, y alrededor de un millón de especies amenazadas. Extensas poblaciones en África o América Central se ven forzadas a abandonar sus tierras para sumarse a las oleadas migratorias. La humanidad está realmente al borde de un colapso ecológico de consecuencias difícilmente previsibles. No por casualidad, muchos científicos vienen adoptando el concepto de “antropoceno”, esto es, la definición de una nueva época geológica que enfatiza el papel del ser humano en la transformación del mundo biofísico y en el origen de los problemas medioambientales globales. Sin embargo, ese concepto parece limitado, por ignorar el papel central de las relaciones de poder, la explotación y las desigualdades sociales producidas por el sistema capitalista, como veremos a continuación.
La crisis ecológica: una cuestión de clase
Decir que la culpa de la actual situación es del “comportamiento humano” (así, en general), o fundamentalmente de los hábitos de consumo individual es enmascarar la realidad. El cambio climático tiene responsables con nombre y apellidos. Sólo 100 grandes compañías son responsables del 70% de las emisiones globales. Son grandes compañías petrolíferas, energéticas o extractivistas de carbón y gas.
Ellos amasan fortunas gigantescas en el bolsillo de unos pocos, a costa de destruir el planeta. En la otra cara de la moneda, la clase trabajadora y los sectores populares, especialmente de los países semicoloniales (quienes menos responsabilidad tienen), son quienes pagan las consecuencias más devastadoras en forma de inundaciones, ciclones, inseguridad alimentaria o viéndose obligados a migrar. Por eso, la crisis climática y ecológica es también una cuestión de lucha de clases.
El imperialismo y los gobiernos nacionales son responsables
Desde la cumbre de Rio de Janeiro en 1992, cuando se adoptó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, han pasado 27 años, y 24 conferencias internacionales más. Lejos de haber servido de algo, la situación ha ido empeorando. Sin ir más lejos, entre los años 2017 y 2018, las emisiones globales han aumentado un 2,7%.
Gobiernos como el de Trump y el de Bolsonaro, abiertamente asumen la defensa de los grandes intereses capitalistas, negándose explícitamente a las menores medidas de control. Pero, la verdad es que todos los gobiernos, desde el de Merkel y Macron hasta el de Evo Morales (que al servicio del agro negocio amplía la frontera agrícola a costa de las áreas de preservación), simplemente hacen un paripé teatral para aparentar que están solucionando algo, intentando aplacar la preocupación por este tema. La hipocresía de los dirigentes de Alemania y Francia se hace insoportable cuando tratan de aparecer como adalides de la defensa del Amazonas, mientras son dos de los países de mayor huella ecológica. Pero a pesar de los discursos, jamás toman ninguna medida verdaderamente efectiva. Esto es porque son sirvientes de los mismos capitalistas que se enriquecen con las emisiones y la degradación ambiental.
En ese sentido, queremos denunciar y desmarcarnos de los llamados “partidos verdes”, o de partidos neo reformistas que han intentado aparecer como “ecologistas”, del tipo Syriza o Podemos. Finalmente, ellos han renunciado a cualquier cambio radical y han funcionado institucionalmente como “muletas” para dar soporte a gobiernos de la vieja socialdemocracia (hoy social-liberales, más bien), burgueses imperialistas e igualmente depredadores del medio ambiente. Incluso allí donde han gobernado, como en Grecia, el balance social y ecológico difícilmente podría ser peor.
¿Puede existir un capitalismo verde?
Las instituciones oficiales están desarrollando un discurso sobre el impulso de la llamada “economía verde”, una política ambiental marcada por la mercantilización de los recursos naturales y que exalta las soluciones de mercado para, supuestamente, salvar el medio ambiente. Ejemplos de esa política son las concesiones de espacios forestales públicos al sector privado, la certificación “sostenible” de productos como la madera tropical, y la implementación del programa de Reducción de Emisiones por Deforestación y Degradación Forestal, que únicamente sirve a los intereses del capital financiero.
Se trataría de impulsar un nuevo modelo económico, de manera que las “empresas sostenibles” fueran más rentables que las “sucias”, y las terminaran por sustituir, por ejemplo, cambiando los combustibles fósiles por energías renovables. El problema de fondo de este planteamiento es sencillo; y es que el capitalismo es absolutamente insostenible desde el punto de vista ambiental. El ciclo de reproducción ampliado del capital depende de una apropiación creciente de los recursos naturales, a un ritmo mucho mayor que el tiempo que necesita la naturaleza para regenerarse. Los sistemas naturales se desarrollan en siglos, y su ciclo de recuperación es incompatible con el ciclo de reproducción del capital, que impone una fuerte e intensa explotación de los recursos naturales, llevando a la ruptura de su dinámica natural.
Viendo las consecuencias de la Revolución Industrial, Karl Marx ya alertaba sobre esta situación, cuando acusaba a la producción capitalista de “perturbar la interacción metabólica del hombre y la tierra”, es decir, el intercambio de energía y materiales entre los humanos y su medio ambiente natural, condición necesaria para la existencia de la civilización. Según Marx, “al destruir las circunstancias de ese metabolismo, ella [la producción capitalista] impide su restauración sistemática como una ley reguladora de la producción social, en una forma adecuada al pleno desarrollo de la raza humana”.
Para alimentar la producción de mercancías, el capitalismo construyó a lo largo de los últimos 200 años un “modelo fósil”. La industria, los transportes, la energía, incluso la agricultura, funcionan con una infraestructura alimentada por los combustibles fósiles. Cambiar el modelo a una escala suficiente como para enfrentar el cambio climático, significaría obligatoriamente destruir toda la infraestructura actual, para reconstruir otra diferente a escala global. Ningún fondo de inversión financiera, ningún trust capitalista multinacional, está dispuesto a invertir una inconmensurable cantidad de capital para “salvar el clima”, sacrificando los beneficios que obtendría simplemente continuando como hasta ahora.
Tampoco las mejoras tecnológicas bajo el capitalismo son una solución. Cuando una empresa capitalista consigue una mayor eficiencia, la usa para producir más barato o mayores cantidades, para maximizar sus beneficios. Jamás renuncia a ganar más en aras de consumir menos recursos; entre otras cosas, porque si lo hiciera, rápidamente otra empresa usaría la mejora para desplazarla en el mercado.
En ese sentido, es más preciso el concepto de “capitaloceno”, como proponen algunos investigadores marxistas, que tienen en consideración que la acción humana está siempre determinada por las relaciones políticas y económicas en el contexto del capitalismo global. Por eso, lo defensa del medio ambiente debe ser parte de la lucha de los trabajadores contra la explotación capitalista. El ser humano sólo va a superar la alienación en relación a la naturaleza cuando se libere de la explotación del trabajo. Es una lucha anticapitalista y antiimperialista y, en esencia, por la construcción de una sociedad socialista. Una sociedad basada en nuevas relaciones de producción para superar la separación entre el campo y la ciudad, y establecer una relación equilibrada con la naturaleza, “condición inalienable para la existencia de la reproducción de la cadena de generaciones humanas”, como señalaba Marx.
Pero esto no significa dejar de lado la lucha presente. La lucha en defensa del agua, de los suelos y los hábitats, que hoy tiene un eje aglutinador mundial en la defensa del Amazonas, debe ser acompañada por la estrategia de superar el sistema capitalista para construir una sociedad donde la clase trabajadora tenga el poder político y económico. Por eso, presentamos algunas medidas que apuntan para medidas de transición.
Hace falta una batería de contundentes medidas anticapitalistas
La única manera de afrontar el reto del cambio climático de una manera realista y efectiva, es tomar medidas anticapitalistas, revolucionarias y socialistas, que planifique la economía colocando en el centro la sostenibilidad ambiental y la justicia social, en lugar de los beneficios privados.
- Las grandes compañías, y en particular las energéticas, petrolíferas, mineras y los bancos deben ser inmediatamente nacionalizados, y sus gigantescos recursos puestos bajo control de los trabajadores y la población y al servicio de un total impulso a las energías renovables. A la vez, es necesario aplicar un contundente plan de ahorro energético.
- El transporte debe transformarse, extendiendo una amplia red pública y sostenible, que sustituya un modelo basado en el coche privado y se plantee la gratuidad. El modelo urbanístico, laboral y turístico debe favorecer los desplazamientos de proximidad y poner coto inmediato a la urbanización salvaje.
- La industria debe tener una estricta limitación de emisiones, adaptando sus procesos productivos a la sostenibilidad, en vez de al ahorro de costes de sus dueños, y poniendo fin al subterfugio del comercio de los derechos de emisión. La durabilidad, reutilización y reciclaje deben ser criterios obligatorios, eliminando a su vez las producciones superfluas o destructivas.
- Hay que acabar con la agricultura y la ganadería industrial, en manos de grandes empresas, para adaptarlos a modelos ecológicos y racionales.
- Defensa incondicional de los pueblos de la selva y demás comunidades tradicionales que protagonizan movimientos socioambientales contra la destrucción de sus territorios por la acción de grandes empresas. Esas poblaciones (indígenas, campesinos y quilombolas) son imprescindibles para la defensa del medio ambiente, en razón de su cultura y modo de vida. Por eso apoyamos toda lucha por la demarcación de sus territorios.
- En defensa de la Amazonia, la mayor selva tropical del planeta, y de los pueblos ancestrales que en ella habitan.
- Restricción radical del uso de transgénicos y agrotóxicos. Los transgénicos nada más que son plantas desarrolladas para resistir grandes cantidades de agrotóxicos. Toda promesa de aumento de la productividad y de mayor control de plagas se acabó revelando una trampa para pequeños campesinos y sólo contribuyó a fortalecer los grandes monopolios capitalistas em la producción agrícola. Por eso defendemos la restricción del uso de esos productos, para gradualmente, acabar com su uso.
- Es necesaria una amplia reforestación, la protección de la biodiversidad y la recuperación de espacios naturales.
- Todas estas medidas no deben significar perder ni un sólo puesto de trabajo. Todos los trabajadores cuya ubicación laboral se viera afectada, deben mantener sus salarios y derechos y ser reubicados en los nuevos nichos de trabajo. De hecho, los nuevos empleos necesarios deberían servir para reducir el desempleo.
Movilización global del 20 al 27 de septiembre ¿Cómo afrontamos esta lucha?
Afortunadamente, cada vez se extiende más una conciencia reivindicativa sobre el cambio climático y el medio ambiente. Es aquí donde reside la esperanza de cambiar las cosas. En distintos países, entre el 20 y el 27 de septiembre se está preparando una semana de lucha global, fortalecida por la movilización mundial en defensa del Amazonas que día a día gana fuerza. Desde la LIT-CI nos comprometemos a impulsarla en todos los países donde tenemos presencia. Estaremos a pie de tajo, en los barrios y pueblos, construyendo esta jornada para conseguir que este día sea un hito en la lucha ecologista.
Muchos activistas hacen énfasis en tratar de educar a la población para que adopte hábitos de ahorro. Esos hábitos siendo necesarios, no son suficientes y no atacan el fondo del problema. El centro debe ser puesto en la lucha contra el imperialismo y todos los gobiernos capitalistas y patronales, hermanados y serviciales a los dueños de las grandes compañías contaminantes.
Para acabar con el imperialismo, con los gobiernos, para cambiar el sistema económico, necesitamos que la clase trabajadora, mano a mano con la juventud, asuma y se ponga a la cabeza de la lucha en defensa del medio ambiente. Al final, los capitalistas sólo dan órdenes, pero somos los trabajadores y las trabajadoras quienes hacemos funcionar realmente la economía, son nuestras manos quienes tienen la capacidad para transformarla. Solo si la mayoría trabajadora tomamos el poder en nuestras manos, conseguiremos evitar el desastre ambiental y social y rehacer el mundo sobre una base humana y racional. Por ello, reivindicamos la participación, junto a los movimientos sociales, de los sindicatos y partidos políticos obreros.
Llamamos a una amplia unidad de acción en estas jornadas del 20 al 27 de septiembre, y para todas las luchas ambientales en curso. Ésta es la lucha en la que está comprometida la LIT-CI.