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14A | Promesas de victoria, jalones de derrota

Con motivo del 14 de abril, presentamos el primero de una serie de artículos en torno a este día:

 
El 19 de julio de 1936 la clase trabajadora y los pueblos del Estado español frenan la intentona golpista del ejército que intentan evitar la profundización de la revolución desatando una brutal guerra civil. Los fascistas españoles, falangistas, requetés, tradicionalistas, monárquicos…, incapaces de emular a sus maestros, los nazis alemanes y fascistas italianos, necesitan del ejército para tomar el poder.
 

El levantamiento obrero y popular frente a la ofensiva fascista convierte a la República en un cascarón vacío, puesto que la disyuntiva era o se avanzaba en la revolución socialista o se retrocedía a formas burguesas con una ideología semi feudal, el nacionalcatolicismo. La ausencia de una opción que conscientemente apuntara en el camino de la revolución abrió las puertas de la victoria de las fuerzas reaccionarias que el 19 de julio vieron como su intentona era frenada en seco.

Es un ejercicio de política ficción saber qué hubiera pasado si las organizaciones que defendían el camino de la revolución hubieran sido las dirigentes del proceso; lo que sí es cierto, es lo que pasó, que las fuerzas que si lo dirigieron (PSOE, PCE, dirección de la CNT) abocaron al fracaso en 1939. Más, ¿cómo una república que en 1931 había levantado tantas esperanzas sociales llegó donde llegó? Porque esta es la pregunta del millón.
Expectativas sociales
El Estado español que sale de la “dictablanda” tras la dictadura de Primo de Rivera era un gran ejemplo de la ley histórica del desarrollo desigual y combinado que Trotski define en la Historia de la Revolución Rusa, bajo un capitalismo subdesarrollado se superponían estructuras económicas e ideológicas que no habían roto con el feudalismo.
Esta combinación entre capitalistas y aristócratas propietarios de la tierra suponía un freno objetivo para el desarrollo e industrialización de la sociedad, que o bien se llevaba a cabo bajo el dominio de la burguesía o bajo el dominio del proletariado. No había término medio, por lo que la república fue un corcho en la tormenta social que desembocó en la guerra civil.

La propiedad de la tierra en 2/3 del estado o seguía bajo la propiedad terrateniente o sistemas de arrendamiento precapitalistas (el foro gallego), mientras la industrialización de la sociedad y proletarización de las clases trabajadoras (campesinos, artesanos, etc.) se ceñía a zonas muy concretas del territorio estatal, como Catalunya o Euskadi. El resto seguía siendo un mar campesino con centros urbanos.

El fracaso en la unificación y legitimación de “España” como nación burguesa tras la Guerra de la Independencia y a lo largo del siglo XIX, había confirmado la tesis de Perri Anderson de que “España” era una “suma destartalada de reinos unidos por la fuerza y el rey” que la convertía en una verdadera cárcel de pueblos.
Esta mezcla entre formas capitalistas y precapitalistas estaba sustentada ideológicamente en el peso que la Iglesia católica tenía en la sociedad, hasta el punto de que la oposición de un sector del PSOE al voto de las mujeres se basa en el argumento de que con ello “votarán los confesionarios”.

El 14 de abril de 1931 se manifestaron todas las esperanzas de la sociedad en la ruptura definitiva con los lastres precapitalistas; pero lo hizo con 100 años de retraso, en pleno conflicto inter imperialista, cuando las grandes potencias se disputaban el dominio del mercado mundial que conduciría a la II Guerra Mundial.

Las grandes expectativas sociales en la alianza electoral republicano-socialista del 14 de abril, que debían haberlos destruido convirtiendo al Estado español en una “nación” democrática homologable a las democracias occidentales, se vieron frustradas por una burguesía que si bien nunca había sido revolucionaria, menos ahora, cuando tras la revolución de Octubre en Rusia su enemigo era otro distinto; la clase obrera y la transformación socialista de la sociedad.

El 14 de abril fue el comienzo de la revolución española que estallaría abiertamente el 19 de julio de 1936 con el levantamiento obrero y popular frente al golpe militar. A lo largo de esos 5 años todas las expectativas fueron traicionadas por los sucesivos gobiernos de la república: ni se resolvió el problema de la propiedad de la tierra con reformas agrarias profundas que acabara con las formas precapitalistas, ni se avanzó en el derecho a decidir de las naciones que conformaban el Estado. Así, la república catalana declarada el mismo 14 de abril fue reconducida por el gobierno provisional, la I república gallega declarada en junio de 1931 en Compostela siguió el mismo camino, y el Estatuto de Autonomía gallego durmió en un cajón hasta febrero de 1936.
La revolución de Asturias anunciaba el futuro próximo
Si exigencias democráticas como la reforma agraria o el derecho a la autodeterminación fueron sistemáticamente frustradas por los sucesivos gobiernos de la república, las reivindicaciones obreras encontraron la respuesta más brutal.

La sociedad española de los años 30, más allá de los restos del “antiguo régimen”, era capitalista; la clase obrera del Estado español había protagonizado grandes luchas y huelgas. Contaba con dos grandes organizaciones sindicales, la UGT ligada al PSOE, y la CNT, anarquista, y aunque desde la periferia, hacia parte del entramado imperialista manteniendo restos del imperio colonial en el norte de África; papel que la república mantuvo, negándose a dar la independencia a las colonias africanas.

A pesar de su debilidad la burguesía era la clase dominante; por ello no podía admitir la menor veleidad revolucionaria de la clase obrera. Habiendo llegado tarde a la revolución industrial, no estaba en condiciones de hacer la menor concesión, puesto que su capacidad de acumulación de riqueza dependía de la superexplotación de los y las trabajadoras, así como del saqueo de la riqueza de las naciones y colonias.

Cualquier movilización obrera era vista como un ataque a todo el sistema de dominación frente al que solo podía responder con la represión más salvaje. Esto es lo que sucedió en Asturias ante el levantamiento obrero y popular en 1934. El gobierno de la república dirigida por el radicalismo de Lerroux (los populistas de derecha, de aquella) encargan al general Franco la represión de la Comuna de Asturias.

La reacción represiva frente a la revolución de Asturias, la frustración de las reivindicaciones sociales sobre la tierra, los derechos de las naciones o la independencia de las colonias, ponía blanco sobre negro cuál iba a ser el futuro de la república; o avanzaba en el camino de la Comuna de Asturias, el de la revolución socialista, o se retrocedía y la burguesía española imponía una derrota estructural a la clase trabajadora y los pueblos.

Con el golpe militar contra la república la burguesía española se cerraba a cualquier salida democrática en la resolución de tareas como la reforma agraria o el encaje de las naciones en una federación de repúblicas. La burguesía para enfrentar la revolución social que había comenzado en 1931 renunció a cualquier salida democrática y apostó con todo por la reacción fascista no dejando otra opción a la clase obrera y los pueblos del estado. La revolución de Asturias, y la brutal represión que la siguió, fue el espejo en el que debieron mirarse el resto de los pueblos del Estado.
El papel del Frente Popular
El proceso revolucionario que tantas esperanzas habían levantado llegó a su culmen en febrero de 1936 cuando se produce el triunfo del Frente Popular como máxima expresión de esas esperanzas.

Cierto es que bajo la república hubo importantes conquistas sociales como el derecho al voto de las mujeres, el divorcio, una política de extensión de la educación pública, una explosión cultural, etc., pero el mantenimiento de las bases estructurales del capitalismo español, su incapacidad para resolverlas de manera democrática la convirtieron en un freno que había que enviar al basurero de la historia.

El Frente Popular fue un acuerdo entre los partidos obreros, el fantasma de la burguesía española a través de Izquierda Republicana y las burguesías vasca y catalana. Los límites del programa de transformación social los establecía los intereses democrático capitalista de esas burguesías que las organizaciones obreras no podían traspasar transformando la lucha de clases en una guerra a tres bandas: la burguesía española tras el golpe fascista, la pequeña burguesía democrática con la república, y la clase obrera en el camino de la revolución socialista.

En este cuadro, para el gobierno de la república todo lo que sonara a revolución obrera para enfrentar el golpe fascista era considerado “contrarrevolucionario” y duramente reprimido siguiendo las órdenes del presidente del gobierno, Casares Quiroga, tras el levantamiento militar, “quien entregue armas (a los obreros) sin mi consentimiento será fusilado”. Esto fue lo que sucedió tras las jornadas de mayo del 37 en Barcelona, que se sustanció con la ilegalización del POUM, de los Amigos de Durruti, etc., y el encarcelamiento y asesinato de sus dirigentes.

La presencia de partidos burgueses o pequeñoburgueses (Izquierda Republicana) en el Frente Popular hacía que no tuvieran la menor intención de romper con el capitalismo, chocando con la realidad de que el grueso de la burguesía se ubicaba tras el golpe militar; de esta manera las organizaciones obreras presentes en el FP, el PSOE y el PCE se convirtieron en las herramientas de la reacción burguesa, al desarmar física y políticamente a la clase obrera llamándoles a confiar en una burguesía que solo existía en su imaginación: la burguesía española como clase había apostado sin fisuras por el golpe fascista.

Las esperanzas levantadas con el triunfo el 14 de Abril de 1931, expulsando al rey Alfonso XIII e instaurando la república se vieron frustradas porque esa república fue un régimen burgués que terminó su paso por la historia de una manera humillante, intentando pactar con los fascistas una salida honrosa, cuando éstos ya estaban desatando un verdadero genocidio contra la clase obrera y los pueblos del estado.

La principal lección para la reconstrucción del camino de la revolución socialista es que la clase obrera no puede confiar nunca en ningún sector de la burguesía, sino que debe actuar siempre con independencia política y organizativa absoluta de las diferentes fracciones de la burguesía, incluida la pequeña burguesía progresista. Los dueños del capital, los burgueses, son su enemigo acérrimo, adopte la forma “fascista” o la forma “democrática”, puesto que por encima de cualquier otra cosa les une la defensa de la propiedad privada de los medios de producción, distribución y financieros.

 

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