La vía chilena al socialismo terminó en desastre porque no se quiso enfrentar el golpe militar, sólo desactivarlo, para mantener las formas democrático burguesas. Pero el imperialismo y la burguesía habían decidido que esas formas ya no les servían para mantener el orden capitalista.
Allende fue el que nombró comandante del ejército a Pinochet, mientras reprimía a los soldados que avisaban de la preparación del golpe, y desoía las peticiones armas de los cordones industriales -forma de auto organización de la clase obrera chilena-. Entregó atados de pies y manos, y desarmados, a los trabajadores / as a los golpistas.
La vía chilena al socialismo fue la última gran esperanza del camino pacifico al socialismo. El imperialismo y la burguesía chilena demostraron que bajo ningún concepto están dispuestos a entregar su poder, el control de las empresas, a los trabajadores / as organizados; y que en caso de peligro para ese control, utilizarán los métodos más salvajes para evitarlo, como la dictadura de Pinochet (y no sólo ella).
Esta es la gran lección que la clase obrera tiene que sacar de la derrota chilena el 11 de Septiembre de 1973: a la burguesía, a los propietarios de empresas, bancos, minas y demás no se les convence de que entreguen pacíficamente sus propiedades; las defenderán con uñas y dientes; sólo la lucha revolucionaria por la expropiación de los expropiadores y el poder de los trabajadores / as puede lograrlo.
Si la clase obrera olvida, como parece que ha olvidado todos estos años, esta lección tan básica, está condenada a ser derrotada una y otra vez.
Y como Sísifo, pues la explotación capitalista le obliga a hacerlo una y otra vez, tendrá que volver a subir la montaña hasta que la experiencia histórica se concrete en un partido y unas organizaciones revolucionarias, que tengan como objetivo central la lucha por la revolución socialista.
Al 11 S de 1973 le sucedió el 25 de abril de 1974 en Portugal, y de nuevo la revolución fue traicionada por los mismos que en Chile se habían negado a armar a los trabajadores / as contra el golpe. Pero el imperialismo y las burguesías, sí habían aprendido la lección de Chile; en vez de con un golpe militar, la derrota fue con guante blanco, con la reacción democrática: a cambio de poder votar cada cuatro años y la democracia, la clase obrera renunciaba a hacer la revolución.
Al 25 de abril de 1974 le sucedió la Transición Española, nuevamente la burguesía había aprendido otra lección; no mantener una dictadura más del tiempo necesario, no fuera que la salida española fuera a la chilena o portuguesa. La fuerza con la que venia fue reintegrada en la reacción democrática del “voto por propiedad”, con la salvedad de que los administradores del voto son los mismos que administraron la dictadura (esta es la excepción española).
Y la Transición Española fue sucedida el triunfo sandinista en 1979, en Nicaragua. El poder, de nuevo, al alcance de las manos de los trabajadores / as… Pero aquí el imperialismo aplica una nueva combinación de la «reacción democrática». Dada la profundidad de la revolución nica, con el ejército somocista destruido y sustituido por el FSLN, era necesario golpear al pueblo hasta que admitiera los planes de reacción democrática. Fue el «palo» de los «luchadores por la libertad» de Reagan y la «zanahoria» las negociaciones con el FSLN, que culminaron en los acuerdos de Contadora, la derrota del proceso revolucionario; las elecciones, la victoria de la candidata de la burguesía, Violeta Chamorro. La consecuencia, hoy Nicaragua es uno de los países más pobres del mundo, y el sandinismo es su ejecutor actual.
Se cerraba el ciclo de los años 70 que había inaugurado la «vía chilena al socialismo». Más de 40 años después son muchas las lecciones que se pueden sacar de esa década, y la esencial es que, como se dice más arriba, la burguesía nunca, NUNCA, va a entregar su poder al pueblo por la vía pacifica.
Podrá utilizar mecanismos «pacíficos» como la reacción democrática, pero siempre irán acompañados del «palo»; sea en su forma más salvaje (los Pinochet, los Videla), sea en su forma «paramilitar» (los «luchadores por la libertad» de Reagan, el llamado «búnker» en el Estado Español, que eran las FFAA amenazando día si y día también con el golpe militar); en todo los casos, el objetivo es el mismo, derrotar los cordones industriales chilenos, las comisions operarias portuguesas, las autoorganización desde la base de Nicaragua.
Y en todos los casos, habrá el mismo problema, las organizaciones reformistas que a la hora de la verdad se convertirán en frenos absolutos al desarrollo de esa autoorganización para enfrentar los golpes o los paramilitares, al llamar a confiar en las instituciones que las promueven.
Al llamar a confiar en la democracia burguesa, esas organizaciones desvían y desarman a los pueblos en su lucha contra la raíz de los problemas, las relaciones sociales capitalistas. Para entender este mecanismo. Es muy recomendable ver las escenas finales del filme de Bertolucci, Novecento, donde Robert de Niro es el empresario detenido por los campesinos: es un monumento a la política reformista y de cómo desactivar un proceso revolucionario.